Desglobalización y guerra
Cambios en las políticas y economías de los países
El final de la llamada Guerra Fría transcurrió entre 1989 y 1991. Hasta entonces el mundo había vivido enfrentado entre el Occidente capitalista encabezado por los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la China comunistas. En el caso de los dos primeros —Washington y Moscú— iban acompañados por los países asociados que los seguían, que no eran pocos: la gran potencia del norte, por los países de Europa del oeste, del norte y del sur de esta y prácticamente todos los de las Américas, entre otros socios menores. Y Rusia, con su control sobre los países europeos del este y de algunos otros del mundo oriental. China navegaba en ese entonces prácticamente sola. En el antedicho trienio (1989-1991), la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) estalló: abandonó su condición comunista y pasó a reconvertirse en Rusia. Y los países europeos que estaban bajo su férula, especialmente los de Europa Central y del Este, pugnaron —y lo consiguieron— por convertirse nuevamente en capitalistas e independientes.
Este fue, a mi modesto entender, el momento en el que comenzó la globalización, que incluía a la globalización propiamente económica. Hay algunos investigadores y/o entidades académicas que han indicado que aquella —la globalización— comenzó en el siglo XVI, lo cual es algo más bien poco consistente. Sencillamente, porque la globalización ha sido la consecuencia del desarrollo de un capitalismo avanzado, que anidó en un amplio conglomerado de países obviamente capitalistas. En rigor, si se apela a lo propiamente global, se está mentando una totalidad que solamente se ha alcanzado de manera suficiente, muy recientemente. Se dirá, quizá, que China no es capitalista pero también juega, lo que es verdad. Pero resulta que su economía comunista no la inhibe de producir ni de comerciar ampliamente con el mundo. Lo cual no ha complicado el desarrollo de la globalización, sino, más bien, la ha apuntalado.
En el Diccionario de la Lengua Española consta la expresión “globalización”, que en una de sus acepciones indica que es un “proceso por el que las economías y mercados, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial, de modo que dependen cada vez más de los mercados externos y menos de la acción reguladora de los gobiernos”. Es difícil imaginar que la globalización haya surgido de un mundo partido en dos, en el que se desarrolló la Guerra Fría y su concomitante pugna entre Washington y Moscú. Más sensato es considerar que la globalización se constituyó después de la caída de la Unión Soviética y de la recuperación de la autonomía de los países que habían sido satélites de aquella, es decir, entre 1989 y 1991.
Ahora bien, la desaparición de la Guerra Fría marcó el triunfo estadounidense y propició que Estados Unidos se instalara en el orbe como una “superpotencia solitaria”, en un mundo reconvertido en unipolar. Aproximadamente en 1990 se inició un período que podría denominarse una pequeña edad de oro que culminó en 2014. La propia Rusia, devenida ya capitalista, se había incorporado al Grupo de los 7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) en 1998, que pasó a llamarse Grupo de los 8. Y se mantuvo allí hasta el año 2014. Debió decidir, en ese entonces, si se mantenía en el G8 u optaba por accionar sobre las ciudades —y sus regiones— de Donetsk y Lugansk, que se hallaban bajo control de Ucrania, pero cuya población era mayoritariamente de origen ruso. Adicionalmente, también en 2014, Rusia sea apropió de la península de Crimea. La decisión de Moscú fue apoyar militarmente a ambas ciudades-regiones, en cuyos territorios se libró un conflicto bélico. Convertidas en Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk, respectivamente, quedaron anexadas ambas a la Federación Rusa, en 2022. En síntesis: Putin prefirió alejarse del G8 en beneficio de contener su espacio territorial y mantener la relación comercial que venía llevando desde tiempo atrás con diversos países, no pocos de ellos ubicados en su amplio entorno geográfico.
Desglobalización
La retirada rusa del G8 mostró un primer síntoma de deterioro de la globalización. Curiosamente, el segundo síntoma importante fue colocado por Donald Trump durante su período presidencial (2017-2021). Una de sus primeras consignas políticas fue “America First” (América Primero). Con ello quería dejar en claro que pondría los intereses propiamente estadounidenses por delante de una política internacional abierta y diversa como había llevado su antecesor Barack Obama. Retiró tempranamente a su país de las negociaciones mercantiles iniciadas por el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (también se retiró del nonato Acuerdo Transatlántico de Cooperación Económica, que finalmente no se concretó); descartó el acuerdo sobre el programa nuclear iraní, llamado Plan de Acción Integral Conjunto; también dejó afuera el Acuerdo de París sobre el cambio climático, entre otras significativas iniciativas que venían de presidencias anteriores. Y lo que fue en alguna medida sorprendente: mantuvo buenas relaciones con Rusia o, por lo menos, no tuvo confrontaciones mayores con Moscú. Cabe agregar, adicionalmente, que durante las dos presidencias sucesivas de Obama no hubo un solo día en el que no hubiera guerra.
Se dice asimismo, y no sin razones, que Putin habría organizado una campaña para influenciar en las elecciones presidenciales de 2016 en favor de Trump; se suele añadir, también, que habría operado contra Hillary Clinton, que era la antagonista de aquel. Por otra parte, el entonces Presidente norteamericano mantuvo actividades con China en el plano básicamente comercial, en el que, sin embargo, hubo no pocas turbulencias.
Y llegó luego el actual Presidente Joseph Biden, que dio vuelta por completo la situación que había estructurado Trump. China pasó a un discreto segundo lugar y Rusia, en cambio, fue hostigada hasta el cansancio. No es improbable que Biden tuviera entre ojo y ojo la mencionada maniobra electoral que se le adjudica a Putin. Y que haya buscado una réplica o devolución a eso. Lo cierto es que el flamante Presidente estadounidense, dos semanas después de asumir su cargo, estaba ya hostigando en el Mar Negro —relativamente pequeño y tan solo con seis países en su alrededor costero, entre otros Rusia y Ucrania— a Moscú.
A lo largo del año 2021 se empeñó en mortificar a Rusia sistemáticamente. En febrero dos poderosos cruceros pertenecientes a la 7ª. Flota y una nave de abastecimiento ingresaron y navegaron por el antedicho mar. En junio se desarrollaron las amplias maniobras aeronavales denominadas “Sea Breeze”, con más de 30 naves de guerra de Estados Unidos, de la OTAN y de otros países participantes, entre ellos Ucrania. En septiembre ingresaron la nave insignia de la mencionada flota, un crucero misilístico y un barco de abastecimiento. Por si esto fuera poco, también hubo dos maniobras aeronavales en el Mar Báltico, semejantes a las anteriores. Una que se desarrolló frente al enclave ruso de Kaliningrado, en septiembre de 2021, y otra a comienzos de enero de 2022, casi en las barbas de San Petersburgo, nada menos.
Todo este extraordinario despliegue cuasi bélico impuso un extraordinario desafío para Moscú, que debía decidir si aceptaba que continuara durante 2022 de la misma manera o le daba un corte duro. Escogió esto último y decidió ir a la guerra contra Ucrania, que quedó entonces bajo la férula de la OTAN, nada menos.
Esta contienda bélica, como se sabe, está todavía en desarrollo. A ella se suma la guerra de Israel y Hamás. Es evidente que estas belicosidades han generado un importante cambio a escala mundial. Como consecuencia de esto, la globalización como tal se ha trastornado y, por lo tanto, lo ha hecho también la globalización económica. En rigor, globalización y guerra no cuajan. Al contrario, lo que surge del desmedro de ambas es una desglobalización que podrá, tal vez superarse, cuando Marte decida irse a dormir un rato. Por ahora no hay nada de esto en el horizonte.
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