Recuerdos

La música que escuché mientras escribía

 

La semana pasada escuchamos el bolero Mis noches sin ti, al que Lidia Borda y Daniel Godfrid le injertaron unos compases del tango Esta noche de luna. Al escucharlo me acordé de la versión clásica, de Pugliese con su cantor Jorge Maciel. No me gusta demasiado, pero es un recuerdo personal, de cuando era un pibe y mi viejo me llevó a escuchar a Pugliese al club de nuestro pueblo en la provincia de Buenos Aires, el Defensores del Oeste. Me fascinaba la fuerza de los movimientos de Osvaldo Ruggiero, el tano del primer bandoneón, con el mechón caído sobre la frente. Maciel te daba miedo por el esfuerzo que hacía. Pensabas que se le iba a reventar la arteria de la sien.

 

 

Maciel llegó a la orquesta cuando se fueron Alberto Morán y Roberto Chanel, que fueron sus primeros cantores. Vamos primero con Chanel, que canta Fuimos, de Manzi y Dames.

 

 

Morán me gusta más que cualquier otro cantor de Pugliese, a pesar de que era un tano piamontés que nunca estudió música y que berreaba de lo lindo. Pero siempre me llegó el sentimiento que transmitía. Este es mi tema preferido de su repertorio, Pasional,  de uno de los bandoneones de la orquesta, Jorge Caldara. Si alguna vez amaste a alguien con locura no podrás dejar de conmoverte.

 

 

El otro que llegó para cubrir el vacío de Morán fue Miguel Montero. Se apropió de Acquaforte, un tango social de la década del '30. No es poca cosa, porque lo habían cantado Gardel y Magaldi.

 

 

Y vamos a terminar con un instrumental de Pugliese: Negracha, que para muchos es la partida de nacimiento del tango moderno.

 

 

A un par de cuadras del Defensores vivía Mario Papa, goleador de 1950. Sufrió una lesión grave y pasó varias semanas averiado. Me largué a su casa, me dejaron entrar sin problema y pasé varias tardes hablando con él de fútbol, pese a que yo era de Boca y no de su equipo, San Lorenzo. Le preguntaba por Uñate, por el negro Picot, a quienes nunca había visto jugar pero admiraba por los relatos radiales. Lo recordé esta semana, cuando uno de mis siete nietos entró al Gallinero junto con los jugadores, de la mano de Boselli. Su carita es una ternura. Me imagino lo enorme que debe haberle parecido el Monumental, con todas las luces encendidas, las bengalas estallando y él al lado del Diablito, en el cielo infantil que nunca olvidará.

 

 

 

 

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