CÓMO LIBRARNOS DE LA FACTORÍA DE BAJOS SALARIOS
La crisis global es una oportunidad para el mercado interno
La decisión de Morgan Stanley Capital Investment (MSCI) de recalificar a tres países como mercado emergente hará que fluya dinero hacia los otros dos, Arabia Saudita y Kuwait pero es dudoso que también a la Argentina, según John Authers, comentarista jefe de mercados y editor asociado del Financial Times. “Es más una cuestión de detener una salida que de otro modo habría ocurrido, dado el desorden económico actual del país”, entiende. Authers conversó con Henry Fernández, director ejecutivo de MSCI, después del anuncio. Lo interrogó sobre la no inclusión de Corea del Sur y Taiwán, que tienen economías altamente desarrolladas y prósperas. Fernández respondió: “El problema con Corea es que debido a la crisis financiera [global] y al ser una economía liderada por exportaciones […] no quiere liberalizar el comercio en su propia divisa. […] Taiwán es similar […] Eso crea enormes complicaciones para los inversores que están acostumbrados a un mercado más abierto.” Como el de la malograda Grecia, por ejemplo, que forma parte desde hace años del índice MSCI.
Lo que recusa el director ejecutivo de MSCI, el control de cambios y la administración del comercio con miras a lograr y sostener un superávit comercial, es justamente lo que hace falta para poner en marcha una macroeconomía sensata. Por el contrario, el gobierno está aventurado a la macroeconomía del garrote. Se constata cuando puntualiza en la Carta de Intención que “estamos completamente comprometidos con un tipo de cambio flexible y determinado por el mercado”. Aunque se dude de que 100 millones de dólares subastados diariamente por el Banco Central tengan algo que ver con un dólar “determinado por el mercado”, en el comunicado oficial en el que MSCI informa el nuevo estatus emergente de la Argentina, se subraya "que revisaría su decisión de reclasificación si las autoridades argentinas introdujeran cualquier tipo de restricciones de acceso al mercado, tales como controles de capital o de divisas".
La entrada al MSCI está fijada para mayo de 2019. Las presiones sobre el dólar crecen por los pasivos asumidos y por la desconfianza. La demanda de dólares prevista prácticamente casi duplica la oferta, en el cálculo más favorable al oficialismo. El freno de la tasa de interés ya alcanzó el extravagante nivel del 47 por ciento anual. Parece agotada como recurso de contención. El gobierno intenta salir de la crisis con la más absoluta libertad cambiaria, establecida como meta indelegable de política. Asume que es el único camino para que, MSCI mediante, vengan inversiones del exterior. Así piensa que podrá manejar la transición hacia la factoría de bajos salarios. En el supuesto caso de que sorteen la crisis, lo cual por lo visto luce muy poco probable, las inversiones que conseguirán serán financieras. Para eso, además, necesitarían reformar el sistema previsional, a fin de que los fondos de pensión alimenten los recintos bursátiles. La venta del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) forma parte del menú y está en la Carta de Intención.
Petróleo y automóviles
La Carta de Intención, entonces, es una hoja de ruta hacia la profundización de la crisis política en marcha. El grado que adquiera dependerá tanto de la resistencia que ofrezcan los agredidos como de su capacidad para pasar a la ofensiva. Con relación a las posibilidades de la ofensiva, no hay que perder de vista que el orden mundial en pleno conflicto potencia las oportunidades para avanzar con el mercado interno como eje. Dos disputas globales destacan. Una, la guerra comercial en desarrollo que tiene como protagonistas a los Estados Unidos y a China, pero que por el peso específico del par de contendientes involucra a todo el orbe. La otra, las contradicciones surgidas de la reunión anual del G-7 llevada a cabo del 12 al 13 de junio de 2018 en Charlevoix, Quebec, Canadá. La revisión de lo que sucede con el entrelazamiento de dos rubros clave de la economía como son el petróleo y los automóviles, resulta ilustrativa de cómo se expresan estos conflictos en la economía concreta y qué ventajas o no se pueden obtener para el interés nacional.
Como los automóviles son la mercancía de mayor magnitud comerciada globalmente, ahí se encuentra uno de intersticios que se abren a causa de la disputa por la hegemonía mundial que se está dando en el seno del G-7. Tal como van las cosas, el G-7 es la sigla del club de la pelea por quién saca mayor beneficio de mantener el orden jerárquico en un mundo de desarrollo desigual. Los norteamericanos que no quieren perder su hegemonía y los europeos que le retrucan que no pueden jugar con barajas que no tienen y que hace rato dejaron de tener. La política exterior del gobierno intenta ser un buen alfil de los norteamericanos y firmar un acuerdo con la UE. Debe ser la vocación de síntesis.
La guerra comercial en marcha tiene como telón de fondo esta disputa. Trump, frenando las importaciones de China. Los chinos tomando represalias. Las automotrices europeas asentadas en territorio norteamericano se ven impedidas de exportar a China, su principal mercado. Ahora Trump amenaza con subirles los aranceles a los autos europeos. Los chinos son los líderes mundiales en la fabricación de autos eléctricos. Pero los europeos y los norteamericanos están invirtiendo fuerte en fabricarlos. Cuando las presiones globales se empiecen a descargar sobre los mercados marginales de la periferia, si no empezaron ya, una política industrial tan abierta como la argentina se acomodará a la ecuación que más les convenga a las corporaciones. No sería raro suponer que una parte importante del parque automotor nacional termine siendo abastecido con ingenios eléctricos chinos a cambio del petróleo de Vaca Muerta y el litio de los yacimientos del norte, imprescindible para las baterías que los mueven.
Los que están tomando nota de esta realidad del mercado global son las petroleras. Aunque las apreciaciones sobre las perspectivas son contradictorias. Unos sectores conjeturan que es correcto que se abandonen los grandes proyectos y se sigan cortando costos. Esperan una caída en el consumo a causa de los autos eléctricos, el aumento en la eficiencia en el uso y las energías renovables. Además, claro está, el cambio climático. Otros sectores estiman que todo esto es muy apresurado y que es un error no embarcarse en grandes proyectos. Advierten sobre un posible pico de demanda para el 2020 que encontrará menos oferta. Problemas serios en puerta para la economía global. Otros dicen que no ven ese pico sino una caída de la demanda.
Lo cierto es que después del pronunciado descenso del precio del petróleo en 2014, las corporaciones disminuyeron un tercio los gastos de operación y a la mitad los costos de desarrollo, en promedio. A escala global, se produjo una abrupta caída en la inversión entre 2015 y 2016, que alcanzó el 25 por ciento interanual en ambos ejercicios. La inversión durante 2017 se mantuvo prácticamente en los mismos niveles que el año anterior, en tanto que para 2018 no se esperan grandes cambios. La Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés) señala que durante 2017 el descubrimiento de nuevos recursos siguió en baja. Los nuevos proyectos de inversión reflejan una mayor selectividad, llevándose a cabo sólo los más rentables y luego de pasar por un largo proceso de análisis y reducción de costos asociados. De resultas, los gigantes del petróleo hoy están en condiciones de cubrir el pago de dividendos y capital con un barril a 50 dólares. Anda orillando los 80.
Este proceso le da una identidad de origen al gasolinazo de México de enero, la huelga de camioneros en Brasil a fines de mayo y el tarifazo argentino. Todas las protestas sociales fueron impulsadas por los aumentos desmedidos de la energía. Todos los aumentos de la energía respondieron a políticas que en lugar de enfocarse en el mercado interno de un país periférico se embarcaron en seguir el ritmo del mercado global. No es que se lo pueda ignorar. No es blanco o negro. Hay una amplia gama de grises para congeniar el interés del país con el del mercado global.
Greenfield
Las inversiones multinacionales desde hace décadas son una especie en extinción. Esto se puede constatar leyendo los sucesivos informes de la UNCTAD, un organismo de la ONU que sigue estos avatares. Nos referimos a la inversión del tipo greenfield, voz inglesa que alude a la realización de un proyecto desde cero. A eso se llama inversión en las cuentas nacionales. Es importante no perder esto de vista, porque la definición de inversión extranjera directa (IED, o FDI según acrónimo en inglés) incluye la compra de activos existentes (pase de manos) o la reinversión de utilidades. A esto se lo llama con la voz inglesa brownfield, para distinguirlo del anterior. Por ejemplo, en los '90 en la Argentina prácticamente no hubo inversión externa en sentido greenfield. Casi todo fue pase de manos, brownfield. Lo que hace dinamizar el crecimiento es la primera. La segunda es neutral. Las inversiones que promueve el índice MSCI son brownfield, en el mejor de los casos. En el peor, es una simple timba para recoger ganancias de los desquicios de la balanza de pagos del emergente del que se trate.
La UNCTAD estima que en el planeta hay aproximadamente 85.000 empresas multinacionales con alrededor de 900.000 filiales. Las disputas por la manija del orden mundial, que le sacó la careta amable de siempre al hostil proteccionismo despiadado de siempre, el corte o minoración de los flujos comerciales desde las factorías, que se han vuelto menos atractivas por los robots, definen los contornos de la hendija por la que aumenta la posibilidad de conseguir inversiones externas greenfield. Para eso hay que ir en dirección contraria a la del gobierno atendiendo la propia lógica de decisión de las inversiones multinacionales.
Desde el punto de vista del país, la condición necesaria es que haya un mercado interno sólido y con perspectivas de crecimiento. Las multinacionales se localizan en función de las ventas, no de los costos. Cuando se fijan en los costos es porque las ventas están en otro lado. Eso es el enclave exportador. Desde el punto de vista de la corporación multinacional lo primero en orden de sus preferencias es exportar desde su casa matriz. Sea a los países desarrollados, donde se registra por lejos la mayor cantidad de este tipo de inversión, y más en el caso de los países en desarrollo. Si no puede porque hay una inteligente política de administración de comercio, entonces busca vender su tecnología y recibir regalías. Eso siempre y cuando encuentre fondos locales capaces de comprar una licencia. ¿Por qué así? Una empresa, generalmente, prefiere vender la tecnología en lugar de invertir su capital, porque invertir es un medio, mientras que vender, para la empresa, es un fin en sí mismo. Por lo tanto es lógico que, de poder vender sin invertir, evite invertir con el riesgo de no vender. Y porque en algunos casos no se puede vender (o no tanto, o no como se desea) sin invertir, es que la empresa se ve obligada a abrir filiales.
Por fuera de las inversiones multinacionales que deben localizarse por los yacimientos de la materia prima que se trate, es por todo esto que el gobierno actual nunca va a conseguir las inversiones externas que sean interesantes para acelerar el desarrollo. Librecambio es contrario a inversión externa greenfield. También le es contrario, y aunque parezca paradójico, hacer lo que le conviene a las petroleras o las automotrices y no al país. Salir de la crisis a la ofensiva requiere acelerar el crecimiento.
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