Fiore y Pantaleón

La música que escuché mientras escribía

 

La semana pasada te dije que las grabaciones de Fiorentino con Piazzolla son tan exquisitas como las que hizo con Troilo, desmentida de mi teoría de que Pichuco extraía lo mejor de sus cantores, que ni antes ni después brillaron a la misma alturas. Creía que Fiore y Raúl Berón fueron excepciones a esta regla, que en cambio se cumpliría con Edmundo Rivero. Esta semana quise volver a escuchar las versiones de Fiore con Pantaleón, y entré a dudar. Son hermosas, pero más por la orquesta que por el cantor.

Un poco de cronología. Los dos formaron parte de la primera formación con la que Pichuco grabó, a partir de 1939. El Gatocomo lo bautizó Troilo era un chiquilín de 18 años, que escuchaba al Gordo en el café Germinal, "como si fuera Dios". El violinista Hugo Baralis se lo recomendó a Troilo cuando faltó un bandoneonista. Después el que se enfermó fue Argentino Galván, con lo que el mocoso no sólo se sentó en la línea de bandoneones junto al director, sino que empezó a escribir los arreglos de la orquesta. No sólo los futbolistas pueden mostrar todo su talento a una edad tan temprana. "Escribía mil notas y el me borraba 700", recordaría mucho después Piazzolla. Las grandes versiones de Fiore con Pichuco se registraron entre 1939 y 1944, Al año siguiente, los dos decidieron independizarse y Fiorentino comenzó a grabar con la orquesta dirigida por Pantaleón. Pará la oreja y decime si no oís lo mismo que yo: el cantor ya muestra una leve declinación, le falta la mano conductora de Pichuco, que era insuperable en moderar los excesos de sus cantores. En cambio, el bandoneonista florecía. Sus arreglos son sutilmente innovadores (mi ignorancia musical me impide detallar en qué sentido) y preanuncian lo que vendría, que es el capítulo central en la historia de la música argentina.

Todos los biógrafos cuentan las contradicciones de Piazzolla, que aspiraba a componer e interpretar música clásica y consideraba al tango un género menor, con el que se ganaba la vida. En 1954 ganó el concurso de composición Fabien Sevitzky y con los morlacos que cobró, pudo pagarse el pasaje  a Europa en un barco de carga. En París tomó clases con la fantástica pedagoga Nadia Boulanger. La anécdota se contó mil veces, y aquí va la mil uno, porque como dice la gran Mirtha Legrand, el público cambia cada vez. Luego de escuchar sus composiciones clásicas, ella quiso saber qué hacía en Buenos Aires. Muerto de vergüenza, Pantaleón confesó que tenía el bandoneón escondido entre medias y calzoncillos. En sus propias palabras: "Ella me enseñó a creer en Astor Piazzolla, en que mi música no era tan mala como yo creía. Yo pensaba que era una basura porque tocaba tangos en un cabaré, y resulta que yo tenía una cosa que se llama estilo".

 

Pantaleón con Nadia Boulanger, en París. 1955.

 

De regreso a Buenos Aires, comenzó la historia del Nuevo Tango, con el octeto, con el primer quinteto, de la que ya te hablé tantas veces. Hoy te lo ahorro, porque prefiero ir a la prehistoria y escuchar lo mismo que le llamó la atención a Nadia Boulanger. "Qué lindo", dicen que dijo.

 

 

Es cierto, Fiore declinaba, su voz ya no tenía la perfección que inmortalizaron sus años con Pichuco. Pero su versión de Viejo ciego sigue siendo una maravilla, que me conmueve una y otra vez. Homero Manzi escribió ese poema dedicado a Evaristo Carriego a sus 14 años, y luego le pusieron música Sebastián Piana y Cátulo Castillo. Perdón por la lata, y a gozar estas joyas.

 

 

 

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