Buenos Aires Negro
Peche Estévez, el poeta maldito del tango
También “Peche” fue un pedazo de ciudad; de esta ciudad que uno odia y ama a destajo; pampa de hormigón que nace, muere y renace entre el traqueteo de sus bondis, sus plazas y cementerios, sus cableríos y bares, sus basurales y sus teatros.
Este hombre que supo vivir en las alcantarillas del arrabal fue el bulón de engranaje del tango del siglo XXI, su poeta maldito, su grito más salvaje, ese que nace del fondo de las tripas y se subleva; por eso lo digo hasta arder: Hugo “Peche” Estévez fue (es) una verdad, y no lo inventó nadie, se hizo solo, a barro crudo.
Si lo viste de limpiavidrios en Belgrano, militando en la John William Cooke, si lo viste en la fábrica recuperada del IMPA, o compartiendo un guiso con los que duermen en los pasillos de las villas enroscados como perros, si oíste los retumbos de su voz en el Festival Buenos Aires Tango, en la sala Pugliese del Centro Cultural de la Cooperación, o en los bolichones donde todavía se mancusa la grapa y el escolaso, seguramente te envolvió el imán de su personalidad, su fiebre y hambre, su mugre de tango, su alcohol, su baba, su fuego. Si no lo oíste, preparate para el sacudón, va la estampida de su verba, la masa sonora de su Buenos Aires Negro, aventura echa de amor y honestidad parida en junto al trompetista Ricardo Culotta en 1997, es decir, en medio de ese veneno llamado “menemato”.
Hablaba de su verba al filo de la cornisa, cruda, realista y sin imposturas: “Chicos de seis años juegan a cogerse./ El sol se hace cenizas en las calles del Once./ Adultos en botellas fuman pasta base/ y olvidan sin barajas el juego que jugaban (…)”. Otras veces apuntaba a la piara de esnobistas donde siempre talló el caretaje: “Cortala che,/ cortala con el “Che”/ que no está en el mate labrado que compraste en la feria/ sino en las cosas que hay que hacer/ y vos elegís mirar de afuera (…)”; soltó su furia contra las desigualdades porteñas: “Los pobres duran pocos años,/ no es como en Belgrano que no se puede caminar/ de tanto viejo que hay./ En Soldati nadie llega a anciano,/ si no te mata el sida o la bala policía/ te mata la jubilación./ Yo soy el resentido,/ porque soy la historia prohibida (…)", y a escala de su propio destino aquella sentencia premonitoria: “Guille andá haciendo el fueguito/ que nos veremos arriba,/ tocaremos el piano sin partituras/ y hablaremos de Obligado con Mansilla…/ que la muerte es una risa./ Y beberemos la sangre de Cristo/ tantas veces derramada/ y nos cagaremos de risa/ como antes de la muerte de la vida/ ahora que estamos arriba (…)”.
Más de una vez volcó algún que otro veneno contra la pacatería del tango: “No me importa si lo que hacemos es tango o es rock. A veces digo que es tango para enojar a los que se creen sus dueños, pero elijo que mi disco esté en una batea de rock. Ahí van los jóvenes, que son los que me interesan”; Buenos Aires Negro es el ejemplo más acabado del maridaje entre el tango y el rock. Sus discos Turra vida (2000) grabado en Melopea, y Sol del Once (2009), en los Estudios ION y producido por el Chango Farías Gómez, son verdaderos tesoros que desarticulan o hacen difusa la línea divisoria de estas dos especies musicales, todavía no lo descubrimos, no hemos tomado la dimensión de su legado.
Buenos Aires Negro es sinestésico
Se sabe que Frank Liszt, desesperado por alcanzar el matiz que buscaba, les pedía a los músicos de su orquesta: “Más azul… quiero más azul”, otro caso es el del escritor Vladimir Nabokov, que sentía el olor del vinagre en los ojos. Traigo estos dos ejemplos de sinestesia (figura que consiste en la asimilación conjunta de por lo menos dos sensaciones en un mismo acto perceptivo) porque al oír la densidad de Buenos Aires Negro, al entregarse a la propuesta de su verba, todo huele a sopa obrera, a viruta, a pibe que baja de los furgones con un pan de chicharrón en la mochila, a muerte de hospital, pero también a fiesta de patio abierto, a vino y asado. Peche que escribía en cuadernos manoseados de grasa, tuvo —como lo habrán sentido— su amor natural por la calle; así lo muestra este inédito que me arrimó su hijo Nicolás:
La calle
La calle de sus almas misteriosas
sus sombras desdibujadas en curvas oscuras sin geometría
la calle que fue mi madre
como aquella que en su último respiro le dijo a mi padre
cuídalo… es muy rebelde
la calle que me dio ese dolor infinito que aprendí a digerir
a manejar
a mover las piezas de la vida para que no me extinga
la calle y todas sus estrellas
y sus fracasos de harapos que recuerdan la vida
la omnipotencia policial
las canalladas del traidor
los cojones del que nunca dijo nada hasta que pintó mancada
la calle y sus bares muertos
llenos de gente muerta
y su futuro mugriento
y su pasado bastardo
y su presente a carcajadas que los lleve
que nos lleve
de eso que te come por dentro como una rata
el corazón
el hígado
los pulmones
y el riñón
la calle…
como una madre obligadora de última
la última…
madre con ojos de cielo
y corazón incierto
la calle y sus brazos de sombras que nunca abrigan
madre del que no tuvo otra
su silencio que lo dice todo
la calle y los que matan por no matarse
los que se arrastran
la puñalada por la espalda
lo natural de todo eso
(el hielo de negrura) decía Julián
la extraño… pero sé que no quiero volver a su abrigo frío
donde con la lógica se limpian el culo
donde el miedo es un negocio
y el que asusta termina arrastrado
la calle… siempre está sola
y uno también
siempre… siempre
estés con quién estés
siempre…
La calle es hermosa
tentadora
provocativa
última madre de los vaciados,
de los que ya murieron por dentro
de los que ya se entregaron a favor de un destino
que huele a muerto
la calle…
la extraño…
pero hasta cuando quede sin alma
no volvería a sus brazos.
Aquella vez
El tango lo necesitaba, lo necesita, pero ya no está, la comelotodo lo colgó de las patas para que los de abajo lo miremos, lo examinemos, lo estudiemos como una muestra más de los inmolados de esta sociedad; pienso en los Van Gogh, en los Artaud y lloro; en las Monroe pienso; en los Celán, en los Jackson, en los Maradona, en los Lennon, en los García, en los Discépolo. Llegó el día y la prensa se acordó de él: “Un cuchillo blandido por la mano sin control de una vecina desquiciada de la villa El Tropezón se hundió en el corazón de Hugo “Peche” Estévez, cantautor y fundador de Buenos Aires Negro. La tragedia parece haberse apoderado de los grupos de tango joven que se niegan a trabajar para el turismo”. Pero está su música que lo sobrevive, el haber encontrado un “tono” y pasar por esta vida con la feroz certeza de la honestidad. ¿Qué más? ¿Qué menos?, y mientras escribo, amaso un mayo de 2011 en la Feria del libro, meses antes de su muerte, aquella vez fue el nacimiento de la Antangología, libro de poemas y canciones de varios de nosotros curados por Matías Reck (Milena Caserola) y Cristian Marelli; yo venía laburando junto a Roberto Selles un nuevo libro sobre Julián Centeya y estaba enloquecido, amaba a Julián, quedamos en juntarnos.
No hay mejor cierre de nota que las palabras de un tal @juanymaluco volcadas en un comentario de YouTube en torno a una de las obras de Peche: “Una hermosa canción de un gran hombre. Ya no quedan personas así, gente con pelotas, corazón y buen gusto”.
Van sus discos completos, más 20 minutos con Germán Marcos (Radio CAFF) y Maximiliano Senkiw (Fractura Expuesta).
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