Postales del tercer mundo
Los discursos auto-celebratorios de Giorgia Meloni no ocultan los índices de pobreza de Italia
Hace algunos años, en los debates públicos, los políticos italianos utilizaban una frase descalificadora: “¡Cosa de Tercer Mundo!” Y no había manera de responder a la potencia del ataque. Más allá de mares y montañas, existían realidades de las que convenía tomar distancia y sobre todo evitar su reproducción en tierras itálicas. En este último punto están fracasando ampliamente y esos mismos políticos son responsables directos de la degradación social e institucional que recorre el país.
Más allá de los discursos tranquilizantes de la clase que gobierna, cuando aparece el informe trimestral del Istituto Nazionale di Statistica (ISTAT) las palabras mueren: Italia prosigue lenta pero firmemente su camino hacia el empobrecimiento de amplios sectores de la sociedad. Según el informe del 25 de marzo, un 9,8% de los italianos viven en la pobreza absoluta, en tanto hay un 20,3% de familias numerosas con más de cinco componentes que pueden caer en esa situación.
La inflación ha llevado a una media de € 2.728 el gasto mensual en compras, un aumento del 3,9% respecto a los € 2.625 de 2022. También ha crecido un 5,9% sobre base anual el índice de precios del consumo. Este aumento ha determinado una baja de las ventas del 1,8%. Además se mueve otro índice inquietante: son 136.000 los nuevos pobres registrados en el norte de Italia, señal de que las dificultades económicas inciden fuertemente aun en las zonas de mayor rédito. Ha aumentado en un 15,7% el costo de alojamiento y mantenimiento, y los bienes y servicios para la atención y el cuidado de las personas cuestan un 13,9% más.
El número de personas en estado de pobreza absoluta es de 5.752.000 y ha aumentado un punto respecto a 2022. En Italia se define como pobreza absoluta la imposibilidad de cubrir la cifra considerada necesaria para procurarse una canasta mínima de alimentos y servicios que puedan garantizar un estilo de vida digno. La cifra de niños en esa situación también es preocupante: son 1.300.000. Los índices de aumentos son más acentuados en el sur del país. El fenómeno de trabajadores con contratos regulares que viven en la pobreza es siempre más difundido: cobran alrededor de € 800 mensuales. Ya no se trata de casuística marginal sino de una tendencia afirmada.
El gobierno de Giorgia Meloni ha rechazado las propuestas de la oposición de promulgar una ley de salario mínimo. “No meteremos palos en las ruedas de los que producen”, dijo apenas asumió. Existe además una auto-celebración continua que se expresa en el slogan “la excelencia italiana”, pero los discursos no consiguen ocultar los índices de pobreza, que para un país miembro del G7 resultan escandalosos.
El crecimiento de la pobreza es responsabilidad de la derecha y de la izquierda. La única medida en sentido contrario fue el denominado “rédito de ciudadanía” (asistencia monetaria para desocupados) que promulgó el gobierno de Giuseppe Conte en 2018; lo mantuvo el gobierno de Mario Draghi y fue derogado por el de Meloni. Cambian los gobiernos pero el modelo económico no cambia: sigue siendo el de la Banca Central Europea y Bruselas. Cuando Italia ingresó en la zona Euro renunció a la soberanía monetaria, cosa que no había hecho por ejemplo el Reino Unido. Perder la soberanía monetaria lesiona la autonomía de las decisiones políticas que rigen la economía. Italia, que había utilizado la devaluación de la lira para estimular sus exportaciones, se encontró inerme en el nuevo esquema. La salida fue inevitable: se devaluaron los salarios.
Logística y conflicto social
Las nuevas realidades económicas crecieron en un limbo legislativo. El ejemplo más claro es la logística. La facturación del sector aumentó significativamente: en 2022 fue de 106.000 millones de euros anuales, que al día de hoy significan el 9% del PIB, con 80.000 empresas y 1.500.000 empleos si incluimos la tercerización. El crecimiento salvaje se ha apoyado en municipios complacientes que esperaban obtener ventajas y no dudaron en transformar terrenos agrícolas en terrenos edificables, al punto de que en Lombardía la logística es la primera causa del consumo de suelo. Paralelamente han ido cayendo las normas laborales y, dado que hay una fuerte competencia, la variante “salario bajo” aquí también es estructural.
Es un sector en el que se han desarrollado dinámicas de lucha de clase notables gracias a los sindicatos de base, que han ocupado el área abandonada por los sindicatos tradicionales. Estos sindicatos cuentan con muchísimos afiliados que son ciudadanos extranjeros, entre ellos sudamericanos, que superan en combatividad a sus colegas locales. Los sindicatos de base han entrado en la mira de las empresas y han sido llevados a los tribunales por las acciones que han promovido, como piquetes y bloqueos viales.
La logística hoy en día es el equivalente de la cadena de montaje de la era fordista, un punto de confluencia del conflicto social.
Desaliento democrático
Un estudio reciente de la economista Maria Enrica Virgillito (Il partito del non voto e le disuguaglianze salariali, en jacobinitalia.it) ha establecido interesantes conexiones entre compensación salarial y abstencionismo electoral. El estudio se refiere al período que va desde 1950 hasta 2018 y se enfoca solamente en el trabajo con contrato regular.
La asistencia de la población asalariada a las convocatorias electorales se mantiene estable con un 10% de abstencionismo durante los años del boom económico italiano. Continúa estable también hasta la mitad de los años ’70, cuando la participación popular era intensa y entusiasta. Esta década fue rica en conquistas como el Estatuto de los Trabajadores, la Escala Móvil, la organización de la sanidad pública y, en el ámbito civil, la ley del divorcio y la ley 194 sobre el aborto. Son los años en los cuales parecía posible el sorpasso del Partido Comunista, que superaría a su histórico adversario, la Democracia Cristiana. En la década siguiente hay un reflujo que trae desilusiones y renuncias. El porcentaje de abstención comienza a subir en los ‘80 y da un salto del 20 al 30% en los años ‘90.
En la Italia de los ‘90 se verifican algunos acontecimientos significativos: en 1992 se derrumba la Primera República después de la operación Manos Limpias de la magistratura de Milán; en 1993 se cancela definitivamente la Escala Móvil que mantenía el valor del salario en los niveles de la inflación, y el 27 de marzo de 1994 Silvio Berlusconi gana las elecciones generales y la ideología neoliberal penetra en el tejido social. Pero el neoliberalismo no es exclusivo de Berlusconi y su partido televisivo: las otras fuerzas políticas adhieren a la lógica del mercado y comienzan a introducirse en la legislación laboral una serie de nuevos contratos que apuntan a flexibilizar el mundo del trabajo, con resultados devastadores para las clases subalternas.
El porcentaje de abstención llega a su punto máximo en las presidenciales del 2022, cuando alcanza el 37%, mientras que en las legislativas llega al 50%. Y no es un fenómeno ligado al territorio o al género sino a la desigualdad social. ¿Pero quién podría reprocharle a un trabajador su ausencia de las urnas cuando los partidos de “izquierda” no responden a sus necesidades?
El gobierno de la Meloni ha aprovechado esta realidad al cancelar el Rédito de Ciudadanía. No le importa en absoluto que millones de italianos la detesten, ya que estas personas han renunciado al voto, por lo tanto su gobierno no sufrirá consecuencias en las urnas.
En lo que va del nuevo siglo aparecen en Italia y en Europa movimientos de ciudadanos que no se consideran ya representados por los partidos tradicionales y ganan la calle, como los Indignados en España, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, los Chalecos Amarillos en Francia en 2018 y el actual movimiento de los Tractores Rebeldes en todo el continente europeo.
En los últimos tiempos se ha verificado una mutación en las clases dirigentes de la política: se ha pasado del mérito al éxito, y el éxito equivale generalmente a la popularidad de los influencers o comunicadores digitales, o de figuras televisivas. La calidad de los representantes del pueblo ha bajado a niveles alarmantes y este fenómeno no es ajeno al desaliento democrático.
Cuando aparecen los ciudadanos rebeldes, los líderes políticos responden a sus demandas de diversas maneras: en Italia se reprime con violencia a los militantes ecologistas, en general se trata mejor a los Tractores Rebeldes y según los requerimientos los diversos países acceden a los reclamos más urgentes, como ha sucedido en Francia. Pero en general los políticos no consiguen mediar con estos movimientos, parecería que existe una incompatibilidad natural y no pocas veces acusan a los ciudadanos rebeldes de “fomentar la anti-política”. Pero también se da el caso de que los ciudadanos exasperados acudan a las urnas, como en el caso argentino, donde la desilusión ha tomado un camino que hasta hace poco tiempo se consideraba fantasía distópica, con la llegada al gobierno del Pol-Pot del mercado libre.
El gobierno declamado
Ajena a estas cuestiones la Presidenta Meloni prosigue su carrera apuntando a crearse un rol de estadista internacional. Quiere estabilizar su partido en el área conservadora europea manteniéndose apartada de los partidos de ultraderecha xenófobos y racistas. El primer paso comenzó con su firme adhesión a la OTAN y se prolonga con el apoyo incondicional a Ucrania. Otro punto interesante es la relación personal que ha cultivado con la señora von der Leyen para blanquear su imagen de neofascista, pero hay un problema: la magistratura europea está investigando a von der Leyen por los mensajes intercambiados con el CEO de Pfizer durante la pandemia y, si bien todavía no ha sido encausada, los cargos barajados son interferencia en licitación pública, corrupción y conflicto de intereses. Esto podría acabar con la carrera de von der Leyen, por lo cual a Meloni le convendría mantener una distancia higiénica de la presidenta de la Comisión Europea y podría perder un punto de apoyo.
La Presidenta italiana no ha descuidado los contactos en el Mediterráneo Sur con sus colegas de Túnez y Egipto. El objetivo es frenar las barcazas que atraviesan el mar. Paralelamente ha presentado su última jugada: la creación en Albania de un nuevo centro de detención para los emigrantes. Ha extra-territorializada la técnica concentracionaria que Italia practica desde hace 30 años. El establecimiento puede contener a 3.000 detenidos y, dado que llegan a Italia 160.000 personas al año, no se sabe dónde irán a parar los 157.000 restantes. Pero no es un problema para Meloni: lo que importa es mostrar el nuevo lager antes de las elecciones europeas, como prueba de que el gobierno resuelve el problema de la emigración. Es la declamación de la gestión gubernativa: no se resuelven las cuestiones, se crea un relato en tres dimensiones como en Albania, donde se mantiene prisionera a gente que no ha cometido delitos.
Meloni se lo puede permitir, su imagen se mantiene estable frente a la opinión pública y sobre todo frente a sus votantes. En un gabinete mediocre, su figura resalta, consigue mantenerse por encima de los litigios de la coalición y gestiona muy bien sus silencios.
Mientras tanto, en China se cerraba el China Development Forum que todos los años organiza el gobierno de Pekín. Este año el huésped de honor era el CEO de Apple, Tim Cook, y hubo una larga la lista de visitantes de compañías como Pfizer, Bosch, Mercedes Benz, Deloitte, Danone, Siemens, Paribas, Boston Consulting, Michelín, etcétera, pero ningún representante de Italia, demasiado ocupados en visitar a los pequeños dictadores del Mediterráneo Sur para bloquear las barcas de los desesperados.
Con China hay una situación pendiente: Meloni no renovó el acuerdo Belt and Road Initiative (Iniciativa de la Franja y la Ruta) firmado por el gobierno de Conte en 2019. Con esa medida dejó contento a Washington, pero la realidad es más fuerte que la ideología: China es para Italia el primer mercado asiático y el segundo en los extra-europeos, y además hay un fuerte déficit en la balanza comercial, asuntos que hay que resolver, por lo que ya está previsto un viaje del Presidente Sergio Mattarella a China y probablemente la Presidenta del gobierno lo seguirá antes de fin de año.
Mientras tanto prosiguen los encontronazos con el socio Matteo Salvini, relegado al Ministerio de Transporte. Salvini pierde consenso dentro de la Liga, sus desvaríos nacionalistas no son apreciados por algunas franjas del norte del país, donde nació la Liga Lombarda. La última de Salvini fue el comentario después de que se revelaron los resultados de las elecciones en Rusia con el amplio triunfo de Putin: “Siempre es bueno que el pueblo vote... el pueblo cuando vota siempre tiene razón”. Declaraciones provocadoras que la Europa Occidental, volcada totalmente a un discurso unívoco que sigue la línea guerrera de la OTAN, difícilmente podía aceptar.
Meloni se mantuvo en silencio hasta que las presiones de los “aliados europeos” se hicieron perentorias y tuvo que salir a declarar que la posición del gobierno era única y conforme a la línea oficial de Bruselas, Josep Borrell y compañía. La siguió el ministro de Relaciones Exteriores, Antonio Tajani, de Fuerza Italia, para asegurar que Italia se mantendrá firme en sus compromisos con Ucrania.
En cuanto a las declaraciones de Salvini, a la luz de los resultados de las elecciones presidenciales en la Argentina cualquier comentario es superfluo.
Intención de voto elecciones europeas 2024:
La encuesta registra un empate entre FI y Liga. Dentro del bloque de derechas hay una interna en juego que podría ser fatal para Salvini si FI superara en votos a la Liga, pero HDI no desea una debacle de la Liga que podría desestabilizar el gobierno.
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