Albertismo sin Alberto

Un nuevo ensayo de Nicolás Vilela, sobre peronismo y kirchnerismo

 

Para que la historia no se repita, la propuesta de este documento es efectuar un balance del Frente de Todos. El problema central del gobierno de Alberto Fernández fue su administración económica, como lo testimonia la notable caída del salario real y la profundización de la desigualdad que dejó como legado. Pero las causas de esa mala administración fueron políticas, en parte derivadas de errores de interpretación –por ahora, digámoslo así– sobre el período kirchnerista. (…)

Nos hacemos cargo del conjunto de los hechos que fueron pasando, con lo bueno y lo malo, como es propio de la militancia, que se incluye dentro de la realidad que pretende transformar. El balance que planteamos no tiene su origen en afanes internistas. Hay que entenderlo como una (auto)crítica constructiva para no repetir la historia reciente y para enderezar la cabeza hacia el futuro. Damos por sabida la gravedad de la situación social y económica del presente; damos por hecha la caracterización negativa sobre el gobierno actual. Lo que empuja la discusión es la pregunta por lo que debemos hacer para que nuestro pueblo viva mejor –junto con la definición de qué significa vivir mejor. (…)

En el peronismo pareciera haber consenso al respecto: el fracaso del Frente de Todos como coalición sin programa común amerita el debate sobre nuestro propio proyecto. Sin embargo, en las últimas semanas se viene repitiendo la misma equivocación de 2018 y 2019: no pensar el para qué, sino con quiénes, anteponiendo los nombres y las tácticas al debate profundo de ideas. ¿Pichetto, adentro o afuera? ¿Y Llaryora?, ¿y los radicales?, ¿y…? Los memoriosos recordarán que durante el macrismo la discusión era idéntica. Pero ahora se agrega el detalle de que entre 2019 y 2023 ya gobernó un presidente amigo de la amplitud, que en lugar de decir “querido rey” decía “Héctor” y prescindía de 678 por desinteresado amor a la pluralidad. No se puede postergar un balance sobre estos hechos. Y debe ser parte de una discusión política escrita, porque evidentemente ganar internas no basta. En 2017, los sectores no kirchneristas del peronismo enfrentaron directamente a Cristina. Perdieron. Pero en 2019 el jefe de campaña de los derrotados terminó siendo nuestro candidato a presidente. ¿Por qué?

Durante la última década la fracción no kirchnerista del peronismo produjo más ideas, más expresiones públicas, invirtió más tiempo en la “rosca”, en los portales y revistas digitales, en la pauta periodística de medios propios y ajenos. La militancia kirchnerista, en cambio, redujo su voz en el espacio público, dejó de establecer una línea política que orientara la acción, y muchos simpatizantes se alejaron. Esa combinación entre locuacidad del no kirchnerismo y autoinhibición del kirchnerismo terminó condicionando decisiones político-electorales. Indujo a un déficit de autoconfianza. Se aceptó la premisa de que tenía más chances un perfil que, dentro de nuestro espacio, se distinguiera de Cristina. Se concedió que la expresión “volver mejores” significaba oxigenar al kirchnerismo dándole protagonismo electoral a sus críticos “por derecha”.

Menos votos pero más candidatos

En definitiva, en los últimos años, los no kirchneristas tuvieron menos votos, pero más candidatos. Digámoslo una vez más: la cuestión central, para construir un programa que enfrente a Milei, es comprender el fracaso del Frente de Todos, haciendo un balance detallado de sus pormenores. Durante el gobierno de Alberto Fernández se desplegó por primera vez y oficialmente un proyecto alternativo al kirchnerismo. Lo mismo se promueve en 2024. Y si bien Alberto es unánimemente impugnado por el peronismo, si la gestión del Frente de Todos provoca un rechazo consuetudinario, el “albertismo sin Alberto” representa la línea dominante en las redes y la prensa. Lo prueba el creciente volumen que está tomando “la teoría del fuego amigo”.

¿Qué dice esta teoría? Que el fracaso del Frente de Todos debe computarse exclusivamente a “la interna del peronismo”. El albertismo habría sido apenas una víctima del “boicot kirchnerista”. Como expresó un fastidiado oportunista del conurbano: “Apenas logramos sacarnos los barbijos, con todo lo que costó la pandemia, vino ‘Wado’ de Pedro con un montón de renuncias y nos volvió imposible gobernar”. ¡Pobre gente! Pero suena lógico: el albertismo siempre fue un idealismo de superestructura, macerado entre operadores políticos y off the record, que le atribuyó más importancia a la unidad de los dirigentes que a la política económica. En la teoría del fuego amigo se suprime mágicamente la mala administración económica, el acuerdo con el FMI, la derrota en las elecciones de medio término: para el albertismo sin Alberto las “internas” fueron más importantes que la inflación. Incluso la causaron.

Seguramente, la alta rotación de esta teoría se explique porque desde hace tiempo el periodismo político es ante todo psicología, y capturan más la atención los chismes de barrio que los balances contables del almacén. Entonces, parece redituable poner sobre la mesa las cartas abiertas de Cristina mientras se barren bajo la alfombra los números de la gestión de Martín Guzmán. Hoy todo aquel que predica la teoría del fuego amigo tiene como único propósito culpar a Cristina y Máximo Kirchner del fracaso del Frente de Todos. Este sesgo involucra también a quienes acumularon poder durante los últimos años por el solo hecho de ser kirchneristas. Frente a ellos, hay que acentuar que la teoría del fuego amigo es objetivamente albertista. (…)

Hoy se critica a Cristina por izquierda –“fue ella la que eligió a Alberto, un moderado”– y por derecha –“tensionó demasiado por la economía, la etapa era de unidad y moderación”–. Ambas críticas no son complementarias, ni corresponden a los mismos sectores, y por tanto la razón no puede asistir simultáneamente a las dos. Si el objetivo es atacar a Cristina, ¿qué tenemos que hacer los que queremos su conducción? Defenderla, naturalmente, porque Cristina sigue representando el punto de acumulación más alto del pueblo y del peronismo en el presente. Sigue siendo la única que incomoda al poder. Solo una mirada muy estrecha puede creer que, si se corre Cristina, los trabajadores estarán más empoderados. Paolo Rocca, sin dudas, no piensa eso. (…)

Del ASPO a las PASO

Corría el 12 de agosto de 2019, el Frente de Todos se había impuesto por 16 puntos en las elecciones primarias (…). Cuatro días después, el dólar estaba en 60 pesos y Alberto Fernández, el vencedor de las PASO, declaraba ante Clarín por pedido de Macri que ese valor era “razonable”, que “estaba de acuerdo con ese nivel”. Esa declaración le costó 20 mil millones de dólares a las reservas nacionales, le allanó la remontada de 7 puntos a Macri y le impidió al Frente de Todos la asunción de 8 diputados que le hubieran dado mayoría en la cámara baja. (…) Producto de su enfoque superestructural, Alberto no estimó que la victoria en las urnas se había producido especialmente por la memoria del ciclo 2003-2015 y por la legitimidad del kirchnerismo como fuerza opositora al macrismo, sino que se la adjudicó a sus cualidades personales, a la unidad del peronismo zurcida por él, al estilo renovador de su imagen y fraseo, a su no kirchnerismo. En retrospectiva, esta situación expresa lo que será un rasgo constitutivo del albertismo: asumir las críticas del adversario y encarnarlas en la interna. Si al gobierno de Cristina lo tildaban de “corrupto”, entonces Alberto tenía que sobreactuar honestidad y reafirmar a cada minuto que no tenía ninguna causa. Si “Cristina se peleaba con todos”, entonces Alberto hablaba con todos. Si “Cristina no hablaba con la prensa”, entonces Alberto hacía una catarata de declaraciones en off y en on, continuamente, sin ninguna reflexión previa acerca de su impacto.

(…) Creyendo que el problema de Cristina consistía en polarizar demasiado y transigir poco, la declaración del dólar a 60 fue la primera concesión de Alberto a los grupos económicos. Lo encontraremos repitiendo esa conducta durante todo el mandato: una irritante predisposición a ofrecerle garantías a un rival que no quiere hablar ni pactar sino someter y destruir.

Con todo, la expectativa favorable se mantuvo durante el océano de sufrimiento que significó la pandemia. Frente a lo impredecible, el gobierno de Alberto Fernández reaccionó de manera rápida y eficiente. El aislamiento social denominado ASPO, desde el punto de vista político, fue un momento de enorme confianza en Alberto. Daba orgullo escucharlo mientras explicaba en el pizarrón las medidas de cuidado ante las curvas de contagio. Todos deseábamos que le fuera bien. El gobierno gestionó proactivamente para que el sistema de salud pudiera dar cobertura a los infectados, ayudó a las empresas con el REPRO, a los trabajadores “formales” con el ATP, a los “informales” con el IFE. La situación era crítica, pero el Estado daba respuesta y generaba sentido de comunidad. (…) Por todo lo anterior, los zigzagueos de Alberto en relación con el poder económico gozaban de abundante tolerancia; su palabra, con la gestión de la pandemia, se había vuelto confiable, prestigiosa.

 

 

Aun así, no faltaron llamados de atención sobre la necesidad de que la “nueva normalidad” ofreciera más señales a la sociedad que a “los mercados”. Basta recordar la nota de Alfredo Zaiat compartida por Cristina en el contexto de la foto de Alberto con los seis grupos económicos más concentrados de la Argentina. El título de la nota, “La conducción política del poder económico”, era deliberadamente ambigua, porque si por un lado se proponía manifestar la conducción política que ejercen hoy Clarín y Techint sobre los grupos económicos locales, por otro lado afirmaba la necesidad de que fuera el Estado nacional quien condujera al poder económico para administrar el crecimiento económico postpandemia. “El poder económico se ha transformado en estas últimas décadas”, decía Zaiat, y “casi todos los integrantes del poder concentrado están cada vez más alejados del destino del mercado interno, operan en áreas monopólicas o con posiciones dominantes, y están subordinados a la valorización financiera de sus excedentes”.  Por esa causa, “ir a su búsqueda con la expectativa de encontrar lo que alguna vez fue para sumarlo a un proyecto de desarrollo nacional, como si nada hubiera pasado en este tiempo, solo entregará otra decepción”.

Leído por Cristina, Zaiat estaba interviniendo sobre las contradicciones programáticas implícitas en el Frente de Todos. (...)  En concreto: Cristina estaba subrayando, frente a Alberto, que el gran tema era la participación de los asalariados en el ingreso y que eso requería disciplinar a los grupos económicos, a su vez integrados al propio gobierno a través de sus intelectuales orgánicos no kirchneristas.  (…)

Hace unos días, en la radio 10, Guillermo Moreno dijo que, en cuanto al sector de telecomunicaciones, “entre Slim y Clarín, me quedo con Clarín”. Para un kirchnerista la contradicción no puede partir de Slim contra Clarín.  Hay que empezar por ArSat. Son tres proyectos de país: ArSat –nacional-popular– vs. Clarín –nacional no popular– vs. Slim –multinacional–.

Una primera conclusión del recorrido hasta acá: nuestro programa político debe esforzarse en identificar esas tres posiciones en cada tema y enfatizar que la prioridad de las capacidades estatales es potenciar el elemento nacional-popular, consintiendo a los grupos locales o transnacionales solo en segundo término, y como consecuencia de una evaluación situada. De ninguna manera se puede comenzar una pretendida autocrítica exigiendo que nos posicionemos en una contienda entre Slim y Clarín. Hasta donde sabemos, Perón no se ganó a la gran masa del pueblo “concediendo al capital”.  Y sin embargo, según los peronistas de Perón, ahora estaría fuera de la doctrina criticar al poder económico. Tal vez nos hayamos tomado demasiado literalmente esa estrofa de la marcha… Entonces, ¿cuál es la conclusión de los ortodoxos? ¿Que el problema es Cristina y no las élites económicas? ¿Eso dice la doctrina peronista? La verdad es que los nuevos capitanes de la unidad nacional, que sobreactúan ortodoxia para acordar mejor con el poder, no honran el fuego sagrado del peronismo.

Mirándolo bien, los ortodoxos somos los kirchneristas, que nos mantenemos fieles a la concepción del peronismo como lucha por la redistribución de la riqueza. (…)

 

El 0,8%, con Clarín, contra Cristina.

 

 

Similar chantaje lo configura el llamado “nestorismo”, que caracteriza a Néstor Kirchner como acuerdista y a Cristina como intransigente. Con esa acuarela estuvo pintado el decepcionante gobierno de Alberto Fernández. Alberto decía gobernar en nombre de Néstor y lo citaba, por ejemplo, para justificar el acuerdo con el FMI. La apuesta albertista por la “unidad de los dirigentes” también lo reconocía como precursor: “Néstor se juntaba con todos” –siempre quedaba implícito “y Cristina no”–. Porque, en definitiva, el mal llamado nestorismo representa una lectura errónea, cuando no malintencionada, para dividir al kirchnerismo, poniendo a Néstor en contra de Cristina.

Paradójicamente, los abanderados de la unidad propiciaron la división, como lo hizo también Matías Kulfas cuando escribió sobre “los tres kirchnerismos”. Pero la diferencia entre los gobiernos de Néstor y Cristina no se explica por atributos personales. Se trata de dos fases distintas de un mismo proceso de acumulación política, bajo una misma unidad de concepción: 2003 no es 2011, pero Néstor sí “es Cristina”. Construir un Néstor “reduhaldizado”, devaluado, pesificado asimétricamente, es un acto de mala fe, una utilización política de esa equivocada caracterización del kirchnerismo. Para dejarlo claro ante el panorama actual: el Frente de Todos ya fue ese gobierno de unidad nacional no popular, concesivo a los grupos económicos, que hoy intenta venderse como superación del kirchnerismo. Con ese gobierno ya se perdieron las elecciones y se dejó un vacío de representación, que fue ocupado por Milei. Alberto Fernández ya expresó esa posición que considera más perjudicial al kirchnerismo que al Grupo Clarín. No funcionó. Si el peronismo tiene hoy alguna oportunidad es por la vocación kirchnerista de redistribuir la riqueza, no por la unidad de los dirigentes.  (…)

La peligrosa dinámica de anunciar batallas que finalmente no se iban a dar, y que enojaba a todos los sectores por igual, se terminaría convirtiendo en una verdadera política de gobierno. Anuncio sobre la investigación de la deuda tomada por Macri ante el FMI; más tarde, anuncio de la “guerra contra la inflación”… Mientras tanto, Cristina apoyaba el inicio de la renegociación de Guzmán con los bonistas privados bajo el precepto kirchnerista de “crecer para pagar” y al propio Alberto, a través de su primera carta en octubre del 2020, donde además puntualizaba que era el presidente quien tomaba las decisiones de gobierno.

 

Los tres o cuatro vivos

El acto en La Plata de diciembre de 2020 fue famoso porque Cristina, cuando Sergio Massa mencionó el crecimiento económico que vendría a la salida de la pandemia, agregó lo siguiente: “Que no se la lleven tres o cuatro vivos. Para eso, hay que alinear salarios y jubilaciones, precios –sobre todo de los alimentos– y tarifas”. Constituyó una definición de suma importancia para destacar que las críticas del kirchnerismo a Alberto Fernández siempre tuvieron el mismo objeto: la redistribución del ingreso y el modo en que los sectores de poder buscan disciplinar a los dirigentes para que esa redistribución no se produzca. De hecho, ese mismo día, se aprobaba la única iniciativa decididamente tendiente a la redistribución económica durante el gobierno del Frente de Todos. Impulsado por Máximo Kirchner, el “Aporte solidario”, que alcanzaba a quienes gozaran de fortunas superiores a los doscientos millones de pesos, destinó un 20% de lo recaudado a la compra de equipamiento médico para afrontar la pandemia, otro 20% a los subsidios para pymes, otro 20% al sostenimiento de las becas Progresar, un 15% al mejoramiento habitacional de los barrios populares y un 25% a programas de exploración y desarrollo de gas natural.

Mientras los grupos económicos les pedían a sus intelectuales orgánicos en el gobierno que consiguieran los dólares para saldar deuda privada, Cristina les reclamaba que defendieran los intereses populares “o se busquen otro laburo”. Efectivamente, durante el 2021 este asunto estuvo en el corazón del debate interno: Guzmán se negó a lanzar una cuarta edición del IFE, a la vez que habilitó un proceso acelerado de pérdida de reservas no solamente para cubrir pagos de deuda sino también para cancelar las obligaciones de empresas privadas. Entre 2020 y 2022, las transferencias a los privados esquilmaron las reservas por un total de 24.677 millones de dólares. Tal vez los teóricos del fuego amigo sepan contabilizar si la carta de renuncia de Wado tuvo un costo mayor.

 

Guzmán con Georgieva. ¿El mejor acuerdo posible?

 

Guzmán reconoció posteriormente el problema en una entrevista radial: se decidió darle “la oportunidad a las empresas del sector privado para ir capitalizándose porque eso es lo que hacen cuando pagan sus deudas (…) y el BCRA acumuló menos reservas que si las empresas se hubieran refinanciado”. En ese marco, durante un acto en Lomas de Zamora de julio de 2021, Cristina estableció que “todos debemos hacer un gran esfuerzo para encontrar un abordaje respecto a cómo vamos a enfrentar el endeudamiento, para analizar cómo hacemos para pagar sin someter al hambre y al escarnio al pueblo argentino”.

Trece días más tarde, Fabiola Yáñez festejaba su cumpleaños en Olivos, infringiendo las medidas de aislamiento y distanciamiento social impartidas por el gobierno de Alberto Fernández. El 13 de agosto, al inicio de la campaña hacia las PASO, la foto inundó las redes sociales. El propio presidente, que había firmado el DNU 576/2020, estaba ahí, sonriendo, junto a un grupo de amigos como si nada pasara. Ante esta foto –una gaffe política sin precedentes que no podía despertar sino furia e insatisfacción en los argentinos que soportaban la pandemia y un absoluto desánimo en cualquier militante a punto de empezar una campaña electoral a favor del gobierno– resulta insólito que el albertismo sin Alberto continúe machacando hoy sobre las cartas de Cristina y la renuncia de Wado. Ese día se rompió definitivamente el activo más importante que tenía Fernández: el prestigio de su palabra. En especial, porque después de publicarse la foto, no pudo evitar su adicción al comentario mediático y, muy lejos de realizar una autocrítica, intentó justificar su comportamiento alegando que nadie se había contagiado y echándole tácitamente la culpa a su esposa.

(…) Algunos sí se salvaban solos. “La foto de Olivos”, podríamos decir, fue el debut del concepto de casta. ¿Conviene decirlo así? ¿Ganamos algo, como creen algunos dirigentes peronistas, en mimetizarnos con el vocabulario del oficialismo para sacar alguna tajada electoral?  (…)  Nicolás Tereschuk sugiere abandonar estas ilusiones: reproducir el lenguaje de Milei es reforzar su marco de interpretación de las cosas. Así como no hay que “dialogar con la derecha”, tampoco deberíamos repetir espontáneamente sus términos. Digamos más bien que la foto de Olivos fue un acto de absoluta irresponsabilidad política. Un mes después, el Frente de Todos sufrió una durísima derrota electoral en 18 provincias, perdiendo casi cuatro millones de votos.

 

(Continuará.)

 

 

 

 

* Este ensayo fue publicado en Contraeditorial, con el título "El 18 brumario de Alberto Fernández: un balance del Frente de Todos para enfrentar a Milei". Continuará la semana próxima.
--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí