Nadie será más perjudicado por la reforma previsional que el colectivo de las mujeres.
Si se pagara como horas de una trabajadora doméstica el tiempo que las mujeres trabajan en sus casas en tareas de cuidado y domésticas, todo el dinero —nunca pagado— sumaría el 20% del PBI del país. Esas mujeres, en su mayoría amas de casa y empleadas de casas particulares que no hicieron aportes suficientes por no tener empleos regulares y/o remunerados fueron incorporadas al sistema previsional con la implementación del Plan de inclusión de corte universal que desde 2005 permitió que millones de mujeres accedieran a una jubilación mínima, acogiéndose a las moratorias. Se trató de una política reparatoria, de reconocimiento de un trabajo que sostiene el sistema económico y productivo.
En 2017, esas mujeres fueron señaladas por algunos representantes de la Alianza Cambiemos y por agentes de la opinión pública como culpables del exceso de presupuesto dedicado al sistema previsional, un exceso que justificaría el recorte. Las feministas conocemos de memoria esta operación: se invierte la carga, estableciendo como responsables a las víctimas; se trate de violencia sexual o patrimonial, las mujeres algo hicieron mal para merecer su mala suerte. Y por lo general lo que hicieron mal es intentar ser autónomas.
Reforma
El 86% de las personas que tomaron la última moratoria son mujeres, quienes ya parten de una situación de desigualdad estructural que se expresa en la llamada brecha salarial: en promedio las mujeres ganan 27% menos que los varones. Es este panorama el que la Ley de Reforma Previsional viene a agravar: “Aumenta las desigualdades sociales y recorta 150.000 millones de pesos a la seguridad social”, sintetiza la socióloga Victoria Freire en su columna Una ley que profundiza las desigualdades sociales.
Con las moratorias se incorporaron 3,1 millones de nuevos jubiladxs (en su mayoría mujeres sin aportes) a los 6,5 existentes. Según una interpretación libre y liberal de estos datos, es por esas incorporaciones sin merecimiento que la mayoría de lxs jubiladxs que sí aportaron han cobrado menores montos todos estos años. Este argumento pregunta a las mayorías si están dispuestas a sacrificarse para beneficiar a un grupo de mujeres viejas que limpian casas y nunca aportaron impuestos al flujo de dinero público, pero cuyos aportes fueron claves para que los hogares se sostuvieran en pie. La respuesta parece obvia. No.
No queremos feminismo, queremos reforma
Bajo la lógica de la austeridad, la Ley de Reforma Previsional plantea un bono-castigo a lxs trabajadorxs que ingresaron sin aportes. Mientras que a lxs jubiladxs que hayan realizado aportes se les entregarán $700, a lxs que ingresaron al sistema por moratoria les corresponden $350. En el mismo sentido, la disminución de $100 en el monto de la Asignación Universal por Hijx (AUH) respecto al incremento que hubiera tenido con la fórmula anterior afecta especialmente a las mujeres, destacan la licenciada en economía Eva Sacco y la licenciada en ciencias políticas Gabriela Cabanillas.
La gran mayoría de las jubiladas son mujeres, el 62% de las jubiladas y pensionadas (sin moratoria) son mujeres y son las que cobran las jubilaciones más bajas, porque son quienes trabajaron en una actividad no reconocida como tal: en casa, en tareas domésticas y de cuidado, empleos que no son pagos y a los que las mujeres dedican el doble de tiempo que los varones, según la Encuesta del Uso del Tiempo para 2016 de la Ciudad de Buenos Aires.
Porque empeora una situación que ya se encontraba a todas luces en la órbita de lo injusto y lo desigual, porque hace retroceder los derechos conquistados hace pocos años y porque se yergue sobre la desigual división sexual del trabajo que pondera la actividad fuera de casa y la de adentro no, decimos que esta, como otras medidas de Cambiemos, contribuye a feminizar la pobreza.
El 8 de marzo pasado el movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis llevó adelante una medida inédita: el paro internacional de mujeres puso de manifiesto la inequidad en el reparto de tareas y la brecha salarial. Mujeres de todo el mundo pudieron pronunciar con voz colectiva y sonante una conciencia radical: “Si yo paro, el mundo se detiene”, “si nuestro trabajo no vale, produzcan sin nosotras”. Las mujeres, lesbianas, trans y travestis destacaron que su productividad está bastardeada, invisibilizada, mal paga y que iban a poner a temblar la tierra para que esto cambiara. Se organizaron, salieron a la calle y como resultado consiguieron que luego del 6 y 7 de marzo —jornadas de movilización sindical en la Argentina—, el 8 de marzo su protesta fuera reprimida y criminalizada. La Policía de la Ciudad activó una razzia indiscriminada que resultó ser un ensayo preliminar del tono disciplinador que tendría desde entonces cada intervención de las fuerzas de seguridad en las masivas manifestaciones críticas del gobierno. Empezaron por las mujeres. Es por eso que no fue sorpresa cuando en las movilizaciones del 14 y el 18 de diciembre contra la sanción de la Ley de Reforma Previsional que, como dijimos, perjudica ante todo a las mujeres, hayan sido profusos los casos de violencias hacia mujeres manifestantes por parte de agentes de seguridad. El caso de Damiana y el de Paula salieron a la luz gracias a la vocación documentalista de algunxs ciudadanxs y tantos otros quedaron como piezas de un folclore tradicional que compone la represión. Que en el cacheo te toquen las tetas, te digan “putita”, no sorprende. La coreografía policial de la represión y la disuasión, qué duda cabe, también se sustenta en la división sexual.
Feminismo
Frente a la feminización de la pobreza, sin embargo, encontramos también una feminización de la resistencia. “Sororidad. Eso pasó. Frente a un ajuste en provincia que tiene cara de mujer que habla suave y una represión que también tiene cara de mujer, de una mujer de fajina, las mujeres se organizan. Mujeres trabajadoras, militantes, maestras, obreras, sindicalistas, poniendo el cuerpo en la calle, compartiendo el limón para paliar el ardor en los ojos, o interpelando directamente a policías que alguna vez también tendrán que jubilarse”, dice Celeste Abrevaya en una nota que destaca cómo las mujeres han construido un modo de vincularse entre ellas donde el cuidado de la otra prima sobre la lógica liberal del cuidado privado o del enfrentamiento faccioso. Abrevaya, muy lúcidamente, destaca también “el impacto diferencial de género, que se pone en juego en el andamiaje represivo que despliega el Estado” y cómo frente a ese detritus especial aparece “la red que se arma cuando aparecen las vulneraciones”.
El 18 de diciembre, antes de la masiva manifestación, un grupo de mujeres trabajadoras, referentes de los feminismos y secretarias de género de distintos sindicatos se reunieron en la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro para reflexionar y discutir sobre el impacto de género en la reforma. “Con recorte a jubiladxs, AUH y pensiones no contributivas no hay Ni Una Menos”, se llamó la convocatoria. De esta forma, se ponía en evidencia cómo detrás del entramado de violencias hacia mujeres y otras identidades minoritarias por el solo hecho de ser esas identidades se teje una trama de desigualdades económicas, laborales, sociales. El movimiento de mujeres, travestis, lesbianas y trans volvió a demostrar su estrategia transversal e unitaria. En el comunicado que lanzaron las organizaciones presentes, “La Reforma previsional es violencia y la defendieron con violencia”, se sostiene que “las políticas de este gobierno están mostrándonos que la producción y la reproducción de desigualdades son una pieza clave del modelo que nos proponen, y no un efecto colateral” y señalaron que “estas reformas (se refiere a la reforma previsional) diezman las condiciones de supervivencia de 8.056.851 personas cuando hablamos de asignaciones familiares y de la Asignación Universal por Hijx. En el caso de los haberes previsionales se trata de casi 6.500.000 personas”.
El feminismo popular organizado, el mismo que bajo la consigna Ni Una Menos viene demostrando su fortaleza desde junio de 2015, señala que la variable de ajuste al servicio del endeudamiento y la especulación financiera son los colectivos más vulnerables de toda la sociedad: niñas y niños, discapacitadxs, adultxs mayores y el colectivo de mujeres, lesbianas, trans y travestis. Otra vez el capital decide golpear a quien ya languidecía.
Estas prácticas de frentismo feminista opositor, bien podrían ser el molde para estrategias en el mapa político general, como sugiere Florencia Minici: “Urge discutir, entonces, un reordenamiento sindical próspero entre los sectores de diversas centrales obreras, tanto de la economía formal como informal, que pueda agrupar el mapa según las dinámicas de esta fase”. En este sentido es crucial que el movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans, en tanto oposición cada vez más consolidada al gobierno, siga discutiendo al interior de las centrales de cara a lo que será un nuevo paro internacional de mujeres el próximo 8 de marzo.
En la Cámara de Diputados, Luciano Laspina, diputado santafesino de Cambiemos, dijo que “las jubilaciones fueron a parar a amas de casa de Recoleta que nunca en su vida laburaron”. Más allá de si mujeres de la alta burguesía, estancieras y esposas de millonarios accedieron a ese trámite, lo que este comentario esconde es un misógino rechazo a la autonomía de las mujeres; muchas argentinas lograron quebrar la sumisión a la que las confina el sistema gracias a las pensiones y jubilaciones. Abuelas que tenían su dinero en el bolsillo, madres que podían alimentar a sus hijos sin tener que perpetuar relaciones violentas, etc. Esa autonomía es ahora castigada, o al menos juzgada como última prioridad nacional. La reparación de una desigualdad histórica es leída como un disparate distributivo, como una corrupción de índole privada facilitada por el Estado, como un robo por parte de las mujeres hacia la comunidad que ellas han cuidado y alimentado toda la vida. Hay ceguera ideológica en este planteo, pero también hay una ceguera política. El gobierno no puede ver la rabia que estas acciones cosechan, y sólo tiende a responder con el uso de la fuerza bruta. En las acciones de las policías de la Ciudad, Federal y Gendarmería que se desplegaron entre el jueves 14 y el lunes 18 el gobierno no disputó el espacio público con su militancia, sino mediante el despliegue de las fuerzas de seguridad.
“Deberíamos ganar el doble por lo que dejamos para estar en el Congreso”, dijo hace unos años Susana Balbo, la empresaria mendocina y diputada de Cambiemos, respecto a su trabajo (y no respecto al trabajo no remunerado de millones de mujeres). Balbo es quien lidera el grupo de afinidad sobre género del G20, es la flamante Presidenta del W20 junto con Andrea Grobocopatel. En sus apariciones en la prensa, Balbo declaró sus intenciones de contribuir en la Argentina a “nivelar la mesa”, reducir la brecha salarial y señaló que “si las mujeres trabajan en igualdad que el hombre, el PBI del mundo puede aumentar 7%”. La Diputada Balbo, sin embargo, votó a favor de la Ley de Reforma Previsional; esto define el estrabismo de género que padece Cambiemos, que intenta apropiarse de una agenda feminista, a la vez que empobrece a las mujeres. A la vez que propone la reducción en un 17% del presupuesto del Instituto Nacional de las Mujeres (INAM). Sin embargo, son las formas de organización feminista, los pactos interseccionales, los que escapan a la máquina apropiadora del liberalismo, es la feminización de la política la válvula a través de la cual, quizás, sea posible recuperar el amarillo.
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