Cine, afuera

ENERC e INCAA: avasallamiento total del federalismo cultural y audiovisual

 

Las noticas son espeluznantes por donde se mire, se lea o se escuche. Hay internas, peleas, estallidos y crueldades gubernamentales por todas partes. Es difícil mantener la cabeza despejada y mientras escribo me repito: estoy diciendo más de lo mismo. Estamos todes en estado de conmoción y no entendemos para dónde salir corriendo o cómo decir algo acerca del derrame de espanto y horror que genera este gobierno, sin caer en un estado de quejica deprimente. ¿Cómo dejar de seguirle la agenda a un programa de gobierno sin dejar de estar atentas a las operaciones estrambóticas que emplea para la comunicación y la administración de nuestros recursos humanos, capitales y territoriales? En medio de cientos de noticias que son puro escándalo mediático y desgastan psicológicamente a los espectadores de este teatro con olor a rancio, entre líneas siempre hay alguna que es realmente grave.

Las más horrorosas al momento: canceló las obras del canal Magdalena y le dio la cesión gratuita al Puerto de Montevideo, lo que obliga a nuestros barcos a salir desde Uruguay para acceder a Mar Argentino (hasta Sarmiento se revuelca en su tumba). Pero como si eso no fuera suficiente, entregó el Río Paraná al ejército norteamericano, dejando en manos imperialistas una de las vías comerciales más importantes del país. ¿La Argentina granero del mundo? ¿Cómo van a exportar esos granos si las salidas ya no les pertenecen? ¿No sería más correcto decir: la Argentina productora esclava del imperialismo?

Frente a semejante escalda colonialista se hace difícil escribir sobre los problemas del INCAA, porque pareciese menor al lado de semejante cipayada. Sumado esto al cierre de Télam, Inadi, Fondo Nacional de las Artes y el robo por parte del gobierno nacional a las recaudaciones de las provincias. Sin embargo, todos los gestos y todas las decisiones que este gobierno adopta / engendra / concentra / dictamina / chilla / mea / configura / representa, parecen apuntar hacia un único objetivo: la destrucción absoluta de toda soberanía nacional. Y en esa línea es que son gravísimas las quitas de aportes financieros a la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica).

La ENERC es una escuela pública de artes y oficios que históricamente ha formado a miles de técnic@s y artist@s de la siempre bastardeada industria audiovisual. Financiada por la Ley de Fomento a través del INCAA, organismo autofinanciado por los impuestos provenientes de la industria audiovisual e implementados por la Ley 17.741. Del mismo modo que la recaudación de los impuestos de las provincias no está siendo compartida con las mismas provincias que generaron esas divisas, los impuestos que recauda el ENACOM a través del cine y la televisión también parecen querer tomar rumbos desconocidos, ya que según los loteadores de turno “la plata no alcanza“.

La ENERC, además de haberse consagrado como un prestigioso espacio de formación académica comunitaria y de transmisión de experiencia, ya que tanto sus rectores como sus profesores pertenecen a la industria audiovisual, encaró en los últimos años la inmensa obra táctica de abrir nuevas sedes en Cuyo, NEA, NOA, Patagonia Norte, Mar del Plata, Rosario y Comodoro Rivadavia. Haciendo que la formación cinematográfica deje de estar centralizada en la Ciudad de Buenos Aires y otorgando la posibilidad a muchísimas personas de acceder a un saber que históricamente estuvo reservado a la burguesía porteña.

Este corrimiento descentralizador generó una movilidad social real y también la aparición de una diversidad de relatos, que creó un capital simbólico cada vez más rico sobre nuestro pensamiento nacional a nivel mundial. A partir de la existencia de estas escuelas se crearon puestos de trabajo, generando divisas en cada una de esas provincias, que pudieron empezar a realizar películas con talentos locales y regionales. La producción de toda película o serie genera un derrame económico en cada localidad, ya que las personas que hacemos cine comemos, nos trasladamos, necesitamos lugares donde descansar, lugares donde filmar y por lo tanto damos trabajo a cientos de rubros que en su origen comercial no tienen relación con el cine. Nada de todo esto parece muy importante frente a la locura capitalista que nos está avasallando. Pero sin embargo sí lo es, porque por un lado es una pérdida inmensa de puestos de trabajo y de capital humano (para usar su propia lengua) y, por el otro, mucho más escalofriante aún, es una pérdida de relatos federales, de soberanía cultural y de dignidad humana.

El negocio ya está marcha: la disparatada ley Ómnibus (versión 1, 2, 3 ó 4, da igual) propone entregar mares y tierras a capitales extranjeros, aunque mientras eso se discute ya lo están haciendo. El gobierno se jacta del libre comercio pero las empresas del ministro de Economía tienen protección a la competencia. ¿Por qué los celulares y las computadoras en la Argentina salen más caras que en cualquier país de Latinoamérica y que en Estados Unidos y Europa, cuando nuestros salarios son los más deprimidos? Habrá que mirar a las Tierras del Fuego anarco-capitalistas de Caputo & Co., porque desde allí se controlan los precios de la tecnología más básica que cualquier ciudadano necesita para la vida diaria. Ni hablar de la tecnología más compleja, como cámaras y micrófonos para realizar piezas audiovisuales. Las diferencias de costos entre nuestro país y el resto del mundo varían de un 50% a un 70%.

La grosería también ha soltado su cadena. A ningún guionista, por más perverso que fuera, se le hubiese ocurrido escribir una escena tal como la de una apertura de sesiones ordinarias en una Legislatura Nacional bajo un orador despelucado que hace bromas sobre un genocidio ocurrido hace menos de medio siglo en su propio país. O la de una canciller disfrazada con vestuario polémico por lo fuera de tono para un país en el “que no hay plata”, hablando de la innecesaria ayuda a l@s jubilad@s debido a su cercanía con la muerte, frente una señora de moral dudosa pero de longevidad comprobada. O la de un Presidente que hace chistes con personas que tienen síndrome de Down. O la de una secretaria de Estado espiritista –conjunto de oficios que traen recuerdos espeluznantes acerca de los pasillos de la Casa Rosada derramando violencia sobre la población– que cubre la imagen de la revolucionaria Juana Azurduy con la del general genocida Roca. En fin, no sigo para evitar náuseas. Pero no hay en el país, eso es seguro, guionistas tan soeces o sádicos como para imaginar escenas de este tenor.

Frente a este estado de las cosas, escribir sobre el desfinanciamiento a las Escuelas Nacionales de Experimentación y Realización Cinematográfica suena a un despilfarro de palabras y pensamientos, pero no lo es. La pérdida es grande no sólo por el avasallamiento total de un federalismo cultural y audiovisual, sino también porque esta forma de acallar los discursos es un ejercicio de poder sobre la administración y gestión de la vida sobre las poblaciones por parte del Estado. Este gobierno se jacta de ser anti-estatal y sin embargo sus decisiones constituyen un monumental ejemplo de biopoder tal como lo pensaba Foucault: un despliegue de poder que implica /involucra los intersticios más insignificantes de la vida, produciéndola. En este caso des-produciéndola hasta dejarla inerme: sin acceso a la tecnología, sin formación académica, sin espacios de discusión y experimentación, sin relatos descentralizados. Es decir, una mega-producción del confinamiento de las historias y con ellas de los otros mundos posibles que venían produciéndose.

Mientras sueltan esta noticia sobre la ENERC, también informan que ya no pagarán traslados ni gastos telefónicos a los empleados del INCAA, así como tampoco financiarán festivales de cine nacionales. Es decir, la incomunicación será total para quienes hacemos –o más bien hicimos– cine argentino. Pero las vías de navegación y los puertos serán controlados por agentes extranjeros o entregados a los narcos, como hicieron con la ciudad de Rosario. ¡Ejércitos extranjeros, espiritismo, bandas de narcotraficantes, perros muertos venerados, humor sádico, vestuarios chingados y una población arrastrada al enmudecimiento o enceguecida por el gas pimienta de una ministra que hasta hace unos meses era terrorista y ahora da órdenes a las fuerzas de seguridad!

Ma’ sí, señor Presidente, tiene razón, cierre todas las escuelas de cine del mundo. ¡No estamos a la altura de tan crueles y extravagantes miserabilidades!

 

 

 

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