La teoría del cerco a Cristina

Este artículo es continuación de ¿Pobres vs Progres? publicado el domingo anterior

Este artículo es continuación de ¿Progres vs Pobres? publicado el domingo anterior.

 

Los ataques a Máximo Kirchner son ataques a Cristina que no osan decir su nombre. Kulfas, el portavoz Adorni y Twitter Argentina, coinciden en esto: Cristina está “mal rodeada”, “mal asesorada”. Se trata de una variante de la crítica antikirchnerista, con célebres antecedentes como la teoría del cerco a Perón. Así como antes Néstor era el verdadero peronista pero estaba rodeado por la socialdemócrata Cristina, ahora es Cristina la verdadera peronista pero está entornada por el izquierdismo progresista de La Cámpora.

 

Militantes y analistas

¡Aprendan, muchachos! ¡Más Rucci y menos Bernie Sanders! ¡Basta de FLACSO! Pero cuando Máximo tomó la decisión de oponerse al ruinoso acuerdo con el FMI y abandonar la jefatura de bloque, estaba sencillamente respetando la saludable tradición peronista de defender la soberanía política y el desendeudamiento externo. En su documento, Cristina ratifica que la posición de Máximo también es la suya. Que criticar a Máximo es criticarla a ella. Quienes cuestionaron aquella decisión hoy no dejan de hablar del condicionamiento que impuso el acuerdo de Alberto y Guzmán sobre los intereses de los argentinos. Kristalina Georgieva lo identificó en tiempo real cuando advirtió sobre “los límites del potencial para hacer cambios en la Argentina en los próximos años, dada la oposición de la parte radical de izquierda en la coalición peronista gobernante del país”. En una contorsión sin precedentes, los campeones del peronismo superavitario ahora defienden a Martín Guzmán, justamente el ministro que pulverizó toda chance de superávit y se fue corriendo del gobierno. Allí debe buscarse el origen del mantra libertario “no hay plata”: en el momento en que Guzmán refinanció y no reestructuró la deuda con el FMI. Es lo primero que registró Batakis durante su corta estancia en el gobierno: nos gobierna el FMI; no hay plata.

 

Mr. Magoo, con Kristalina Georgieva. La madre del borrego.

 

 

Rebelarse contra un acuerdo de esa naturaleza, como hizo Máximo, no se justifica desde el idealismo, el izquierdismo testimonial o la voluntad de “no pagar costos”. Es una decisión que reúne convicciones y pragmatismo: no bajemos las banderas y no perdamos las elecciones. Una vez más, el albertismo emocional aplicó el quid pro quo: dedujo que la derrota electoral se debía a actitudes como la de Máximo, cuando ocurrió exactamente lo contrario. Máximo adelantó que ponerse de rodillas ante el FMI era perder las elecciones de 2023. Y perdimos. Fue Alberto el que “no quiso pagar el costo” de asumir que el acuerdo era una farsa y que ya no teníamos la manija de la economía. Milei puede declararse admirador de Margaret Thatcher, pero el thatcherismo nacional empezó antes, por enero de 2022, cuando Alberto y Guzmán dijeron “no hay alternativa”.

La historia de los analistas políticos anti-Cámpora fue narrada varias veces. El punto de partida es que el kirchnerismo renovó el interés social por la política. En particular, los mandatos de Cristina convocaron abiertamente a la organización y la militancia. Una misma generación se dividió ante estos acontecimientos: la mitad se volvió militante y la otra mitad, analista política. Los militantes resolvieron poner el cuerpo en espacios colectivos; los analistas políticos se refugiaron en la escritura irónica, cool, diagnóstica. Y no solo esto: además, erigieron gran parte de su prestigio reaccionando como hermanos mayores que precaven a los inmaduros contra los peligros y contradicciones de la militancia. Así, esta nueva corriente de comunicadores pasó a encarnar la perspectiva que tiene el sistema acerca de la política. Volviendo a Margaret Thatcher: el colectivo no existe, lo que existe son las personas. Por eso el análisis político es ante todo psicología. Hoy los analistas políticos acusan a los militantes de “mirarse el ombligo” mientras abren canales de stream para autopromover su imagen de influencers. Es decir: imputan a los demás el narcisismo que cultivan. Como se resistieron a la “colectivización forzada” de la militancia orgánica, como decidieron no encuadrarse –o lo hicieron y se quebraron–, su colectivismo peronista de redes sociales suena hipócrita. Apenas un trampolín retórico para eyectarse a la fama, que necesariamente es individual. La militancia orgánica –con aciertos y errores– produce teoría, acumula poder político, gana elecciones. Los analistas políticos siguen siendo lo mismo que en 2013: críticos culturales del kirchnerismo, intelectuales.

 

Las dos mejores frases del siglo XXI

Para enfrentar la catástrofe humanitaria a la que conducirá sin dudas el gobierno de Milei, nuestro espacio político seguramente recurra al viejo y querido “esencialismo estratégico”, al populismo, a la articulación de demandas insatisfechas ordenadas en un frente común. Sería lo normal. Pero en el mediano plazo, como segundo movimiento, necesitaremos la construcción de un nuevo programa político que ofrezca conquistas materiales y coordenadas espirituales para el futuro.

El documento de Cristina está lleno de ideas en esa dirección. Abre discusiones importantes. Por ejemplo: “Con Estado presente no alcanza”. Es una definición novedosa, aunque por otro lado congruente con su discurso a favor del empoderamiento ciudadano durante el alto kirchnerismo. Puede haber “Estado presente” pero resultar improductivo, ineficiente, no funcional. Y generar bronca y frustración en la sociedad, como se verificó durante los últimos años. Los libertarios sostendrán que por eso mismo se debe adoptar la lógica del mercado, del sector privado, donde el trabajador es sometido al capital en función del miedo a la represalia –despido, pérdida del presentismo, etcétera–. Esta es la apuesta del gobierno nacional: que el trabajador público, para no ser ineficaz, se comporte como el trabajador de una empresa privada. El peronismo antikirchnerista también quisiera llevar agua para su molino del “centrismo económico” y “pro-empresa”, pero justamente eso fue el gobierno de Alberto Fernández, y fracasó.

“Estado presente” viene significando la prioridad de lo público sobre los intereses económicos de las grandes empresas. Pero no dice nada sobre la manera de lidiar con los intereses sectoriales al interior del propio Estado. En otras palabras: como también hay “corporaciones” dentro del Estado, la universalidad de lo público no está garantizada. Tampoco su eficiencia. Hoy triunfa la subjetividad de mercado; “Estado presente” es la subjetividad alternativa. Pero con esto no alcanza, y la militancia orgánica constituye la auténtica respuesta. Militante orgánico es el individuo que trabaja de manera eficiente sin el garrote del capital. Su experiencia de organización y conciencia de grupo aumentan la productividad del trabajo; la convicción en un proyecto político que excede la administración cotidiana facilita el buen trato con el público; la disciplina orgánica acelera los procesos burocráticos. Algunas de estas características se expresaron en el reconocimiento a la gestión de militantes que revalidaron su intendencia en las urnas. Es hora de subrayar que la subjetividad de la militancia no es la subjetividad del Estado. Un funcionario de Aerolíneas Argentinas, un chofer de colectivo, un médico que tiene consultorio privado, todos pueden ser militantes, porque la militancia se caracteriza precisamente por pensar más allá del rol social asignado, es decir, por pensar universalmente, por pensar en todos. El colectivismo funciona.

Por eso una de las frases más importantes de la política contemporánea es “la patria es el otro”. Cristina formuló ahí un programa emancipatorio, anti-individualista, a kilómetros del chauvinismo conservador que los nuevos intelectuales asocian al peronismo. La otra frase importante le pertenece a Javier Milei: “El consenso es corrupción”. Tal vez sea nuestra mejor autocrítica sobre el gobierno de Alberto, que pretendió reconstruir el pacto social sobre la base del diálogo y el acuerdo en abstracto, sin objetivos políticos, con un nivel de idealismo que haría sonrojar a Jürgen Habermas. A la inversa, “el consenso es corrupción” se traduce como elogio del kirchnerismo. Cristina no consensúa; entonces es honesta, incorruptible. Leídas en conjunto, las dos frases producen una evidencia contraria al cualunquismo intelectual en boga. No es verdad que los argentinos solo queremos tranquilidad y que no nos jodan con la política. Sino, las elecciones las hubiera ganado Rodríguez Larreta. La ancha avenida del medio está desierta. Despolarizar solo conduce a la irrelevancia o al panelismo televisivo. Más que de calma y vida familiar, los argentinos tenemos un deseo fundacional a toda prueba. Queremos la vida intensa y facciosa de los santos calvinistas. Lo que se juega a futuro es Cristina o Milei.

 

 

La renovación

Además, la militancia orgánica está preparada para el desafío de renovar el proyecto político porque viene produciendo aportes para la discusión doctrinaria. El contenido de sus publicaciones apunta a fortalecer el programa en detrimento de la coalición. Y esto precisamente porque “coalición” designa cada vez más el establecimiento de un pacto o alianza entre dirigentes de distintos espacios para fines generalmente electorales, sin cohesión ni proyecto político común, salvo por la negativa. Cristina lo dice con toda nitidez en “La Argentina en su tercera crisis de deuda”: las coaliciones políticas son experiencias de debilidad y fracaso. El consenso es corrupción. La Alianza estalló por el aire en el 2001; la coalición entre la UCR y el PRO (“Cambiemos”) dejó el país con la mayor deuda de su historia; el Frente de Todos trajo a Milei. Para los neo-guzmanistas entusiastas del “déficit cero” habría que agregar incluso que existe una correlación empírica entre tipos de gobierno y desempeño fiscal. En América Latina, cada vez que hubo gobiernos de coalición, aumentó el déficit y el endeudamiento externo.

Toda decisión política tiene sus costos, y naturalmente la vocación programática del kirchnerismo provocó que muchos dirigentes y espacios se retiraran del gobierno entre 2008 y 2015. El costo del programa es el sectarismo. Pero el costo de la coalición es la disolución de la identidad. Así llegamos a 2019: una “unidad programática” para ganarle a Macri que tuvo más de unidad –es decir, de coalición– que de programa. Se creyó que con la palabra “peronismo”, reuniendo a sus dirigentes, se resolvía la cuestión del proyecto. Hoy estamos pagando el costo de una coalición que fue eficaz en lo electoral pero débil en lo político. Desde la firma del acuerdo, el programa del Frente de Todos fue el programa del FMI. En consecuencia, la apuesta de la etapa que viene será a que el único sector del peronismo que hasta el momento demostró un programa para gobernar la Argentina –esto es: el kirchnerismo– demuestre que también está en condiciones de proponer un programa para el futuro. Las alternativas anti o post kirchneristas no tienen otro proyecto que volver a un peronismo “normal” luego del desvarío izquierdista de Néstor y Cristina. La falta de horizontes predictivos, y mucho más con Milei en el gobierno, provoca que toda la energía se concentre en el presente, en la táctica y las alianzas; es decir, en las próximas elecciones. Pero solo una imaginación política militante, insensible por un momento a la correlación de fuerzas, puede resucitar las esperanzas.

 

 

 

* El autor es concejal de UxP en Hurlingham y autor de Comunologia (2021).

 

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