Mientras el gobierno de Milei pauperiza aceleradamente las condiciones de vida, algunos sectores del campo nacional y popular consideraron que era oportuno abrir un nuevo capítulo de discusión interna. En su mayoría son los mismos sectores que en defensa de “la unidad” habían juzgado caprichosas las críticas kirchneristas al malogrado rumbo de Alberto Fernández. Ahora el debate ya no se expresa como “ruidos de la política” sino como “necesaria autocrítica”. Lógico, podría decirse, porque en el medio perdimos las elecciones. Pero la derrota electoral contra Milei no tuvo su origen en los ruidos de la política 2021-2023, sino que tanto los ruidos de la política como la derrota electoral fueron resultado del mal gobierno del Frente de Todos, cuyas decisiones centrales correspondieron a Alberto Fernández, como él mismo se encargó de aclarar en reiteradas ocasiones. (…) Hoy asistimos a una nueva convocatoria a la autocrítica, que no es sino una crítica al kirchnerismo. Peronistas de Perón, economistas del crecimiento económico con y sin gente adentro, analistas políticos de medios digitales, oportunistas del Conurbano en busca de nuevas melodías: todos unidos para practicar una vez más el bostezable, quejoso y escasamente votado peronismo anti-Cristina.
Cambiando el blog por el stream, la columna por el newsletter, el pañuelo verde por la remera negra, hoy vuelve a estar de moda el análisis político antikirchnerista. Y por más que uno pueda entretenerse con los monólogos de Rebord o sentirse interpelado por un párrafo de Pablo Semán, sigue siendo válido lo que escribió Damián Selci en 2013, abordando exactamente el mismo problema: “Un análisis político no es interesante por la lectura que presenta sino por el poder real que representa; en otras palabras, o bien expresa la postura de la fuerza social en la que se apoya o bien es un juego cansador de ocurrencias”. No se trata de tener razón; en las crisis todos tenemos razón. Ese no es el punto central. Para decirlo en el modo estructuralista: aun si tienen razón en lo dicho, los analistas políticos están equivocados en el decir. Su crítica no se plantea como aporte y en un marco de adhesión a la construcción política, sino desenganchada de la praxis y de la pregunta por el poder. Si no reconocen la conducción de Cristina, ¿de qué Príncipe son consejeros? ¿Cuál es el proyecto alternativo al kirchnerismo y en qué resultados se basa?
A fin de cuentas, las tribunas antikirchneristas obtuvieron lo que querían y no funcionó. ¿O no venían pidiendo desde hace una década jubilar al kirchnerismo en nombre de un peronismo abierto a la clase media, Clarín y la UIA? Exactamente eso fue Alberto Fernández. En sentido estricto, Alberto Fernández fue su Presidente. Porque el analista político, más allá del atuendo, es un intelectual, un filósofo. Y el deseo de todo intelectual es asesorar al Presidente, “o que me lea un funcionario”.
(…) ¿Qué fue el gobierno de Alberto Fernández sino un gobierno de asesores? La foto del Presidente tomando mate con un subsecretario y su equipo de trabajo, el comité de científicos y expertos, la Mesa contra el Hambre, el consejo de asesores que terminó presidido por Aracre. Estaba muy clara la idea de Alberto: escuchar a todos, menos a Cristina. Por eso en el diccionario argentino la palabra “intelectual” se define específicamente como “el que no se ordena con Cristina”. Con Alberto, los intelectuales antikirchneristas tuvieron su turno. ¿“Sciolismo o barbarie?”, se decía. Hoy padecemos las dos cosas juntas: Scioli es funcionario del retroceso civilizatorio encabezado por Milei.
La cuestión principal es que un liderazgo político no puede sustituirse de la noche a la mañana. La historia del peronismo lo demuestra. Un editorialista “basado”, diez análisis políticos que “la vieron”, no modifican la estructura de la situación. El antikirchnerismo dice: “Arriba no hay nada”. Pero Cristina está ahí, su reaparición constituye una noticia trascendente. Publicó un documento de trabajo que la establece virtualmente como jefa de la oposición. Y avisa que “no la den por muerta”. La frase no parece trivial, porque en definitiva toda la reacción post-electoral de los nuevos intelectuales se resume, una vez más, en terminar con el kirchnerismo. Pero los Sabbag Montiel del análisis político ya tienen el boleto picado. La bala no saldrá, y Cristina va a seguir ocupando el centro de la escena en los tiempos que vienen.
Un peronismo metafísico como crítica cultural del kirchnerismo
Al igual que en sus anteriores encarnaciones, los antikirchneristas de hoy se identifican con la mitología de un peronismo que no vivenciaron y cuya esencia se habría desvirtuado por la conducción de Cristina y el fanatismo de La Cámpora. “Hay que volver a Perón”, dicen, meneando la cabeza con nostalgia, a la vez que tildan de “melancólica” a la militancia kirchnerista por mantener el ciclo 2003-2015 como referencia política. Los hemos visto apostar indistintamente por Massa, Scioli, Randazzo o Alberto Fernández como relevo de la conducción de Cristina; en los próximos meses, lo harán por Llaryora, Guillermo Moreno, Nacho Torres o cualquier otra figura disponible. Según su curiosa idiosincrasia, partidos nacionales que sacaron menos votos que el trotskismo pueden aspirar a la jefatura del peronismo y perdedores de internas locales pueden cuestionar la conducción del PJ provincial.
¿Julia Strada? Agente de la CIA. ¿Lu Cámpora? Mmm… progresista, liberal de izquierda. ¿Carlos Menem? Peronista. ¿Miguel Pichetto? Indudablemente peronista. Hay que contener a Cúneo, pero expulsar a Mayra Mendoza. Las categorías del antikirchnerismo son extremadamente singulares, dictadas mucho menos por la convicción doctrinaria que por la metafísica de partido. A este fenómeno, Néstor Kirchner lo denominaba “pejotismo” y lo definía como “aparato de poder vaciador de contenido”. Fracasados, pero con peronómetro. Se enemistaron con “la batalla cultural” pero no dejan de hablar del asunto (como todo intelectual), y con un afán clasificatorio mortalmente aburrido. (…) Como el verdadero peronismo ya tuvo lugar, solo queda la crítica cultural del kirchnerismo. Pese a la novedad de sus formatos de comunicación, los intelectuales antikirchneristas tienen la rigidez de un cadáver. Cristina arriesga, produce, cambia; el antikirchnerismo lleva 10 años en la misma posición. Detrás de sus flamantes plataformas no se advierte la grandeza doctrinaria de Perón sino la reducción del peronismo al óleo costumbrista de Campanella: los ravioles del domingo, la familia, el club de bochas.
Para ese peronismo metafísico, el grado de enfrentamiento con Cristina resulta inversamente proporcional al grado de idealización de Perón. Cada año que pasa, Cristina es más objetable; Perón, más inmaculado. Pero –de nuevo– conviene leer la historia del peronismo: Vandor, Frondizi, los '70… no hubo líder más cuestionado y traicionado que Perón. Y Perón siguió ahí. Cristina y Perón son iguales en este punto: conducciones únicas, históricas, pero sumamente discutidas. El liderazgo de Cristina ya soportó una década de peronismo antikirchnerista. Es llamativo que los peronistas de Perón carezcan de una verdadera perspectiva histórica. Lo importante es asumir de una vez por todas que fueron Néstor y Cristina quienes pusieron al peronismo nuevamente en línea con su tradición auténtica de conquistas sociales y democratización de la participación política. Y reivindicar de punta a punta la experiencia de sus gobiernos, abandonando pretensiones siniestras y criptoduhaldistas como la de nombrar “década ganada” al período 2002-2012 (en lugar de 2003-2015). Esto significa, adicionalmente, reconocer que la famosa disputa por la 125 no fue “el momento donde se jodió todo”, como pretende hoy la narrativa moderada del peronismo fiscalmente superavitario, sino lo opuesto: con la 125 empieza la tentativa contemporánea más importante, más osada, por cuestionar el modelo de valorización financiera impuesto por la dictadura, algo que ninguna de las variantes del anti o poskirchnerismo jamás logró ni se propuso. En todo caso, la 125 es el momento donde “se jodió todo” para los sectores del peronismo acostumbrados a defender al sector productivo más que a la sociedad, para ese frente nacional no popular que se encontraba cómodo mientras la discusión por el patrón de acumulación se limitara a las finanzas internacionales.
La reivindicación del kirchnerismo no tiene pretensiones nostálgicas sino pedagógicas y programáticas. Esos gobiernos constituyen la horma de cualquier zapato con que el peronismo quiera caminar hacia el futuro. Ser “peronista de Perón” o “nestorista” en contra de Cristina es un proyecto destinado a la derrota o la insignificancia, a la vez que constituye un acto de alucinación solo comparable al de los izquierdistas que son petristas en Colombia, del MAS en Bolivia, pero antikirchneristas en Argentina. Lo evidente, si no se nombra, desaparece.
(…) Como el antikirchnerismo es un proyecto intrínsecamente negativo –terminar con Cristina, Máximo, etcétera–, siente indiferencia por el contenido contradictorio de sus críticas. Se reclama al mismo tiempo más coraje y más moderación, se exige volver a representar a los trabajadores que votaron a Milei a la vez que abandonar la postura “anti-empresa”, se reprocha no haber “ajustado” lo suficiente a la vez que no haber atendido las demandas de “segunda generación” de la clase media, se pide fortalecer la estructura orgánica del partido a la vez que tener agenda propia y no ser “aduladores”, se califica de vetusto al marco teórico a la vez que se demanda justicialismo ortodoxo. Este confusionismo es bien conocido, solo que en momentos de turbulencia histórica se agudiza, como pasó durante la República de Weimar con el surgimiento de los rojipardos y sus “ideas de izquierda, valores de derecha”. En todo caso, lo que le da algún tipo de cemento ideológico al fenómeno actual es su discurso antiprogresista, que deviene antikirchnerista por una asociación falsa entre kirchnerismo y progresismo.
La crisis del progresismo no es nuestra crisis
La agenda del progresismo suele vincularse con reivindicaciones culturales, de derechos humanos, de libertades civiles más que con la redistribución económica. La crisis actual del progresismo, en América Latina y en el mundo, obedece a que los gobiernos no logran garantizar sostenidamente el bienestar económico de su población; entonces el discurso de legitimación o la batalla cultural generan desinterés o directamente rabia e indignación en amplios sectores. No es solamente que se perciba al progresismo como una agenda de segundo orden respecto de la inflación o los bajos salarios. Lo que sucede es que si un gobierno fracasado en lo económico además se autoproclama progresista, como el caso de Alberto Fernández, convierte fácilmente al progresismo en la causa del fracaso económico. Y en efecto: Alberto habló mucho e hizo poco, anunció medidas que volvieron para atrás, postuló valores que contradijo en la práctica, creyó que “hablando nos íbamos a entender”. A la inversa, no hubo nada más peronista que las críticas de Cristina al gobierno progresista de Alberto: “Alinear precios, salarios y jubilaciones”. (…) Sintetizando la paradoja: el progresista era Alberto, al que los peronistas de Perón defendían, y no Cristina, a la que los peronistas de Perón criticaban.
Los libertarios y las ultraderechas hoy ganan elecciones en nombre del antiprogresismo. Ser antiprogre es tendencia. Y venimos del gobierno de Alberto Fernández. El contexto le da nombre y relevancia al crónico intento del peronismo por discutir la conducción de Cristina. Expresado en el viejo dialecto de la derecha peronista: depurar al movimiento de sus elementos kirchneristas. Para dejar en claro que se encuentran en el polo contrario del progresismo, ahora los antikirchneristas sobreactúan un nacionalismo alimentado a base de reproducciones de Guillermo Moreno y citas del italiano Diego Fusaro. Frente al posmodernismo de las identidades fluidas y la posverdad, este patriotismo viril, familiero y proclive al pensamiento conspirativo es un antídoto estabilizante, una garantía de que el cosmos todavía tiene un orden comprensible. El kirchnerismo, en cambio, habría dilapidado el capital peronista en un cóctel de lenguaje inclusivo, cultura de la cancelación, macroeconomía keynesiana, neoambientalismo y DNI no binario. Otra paradoja del nacionalismo antikirchnerista: su entero marco teórico –la idea de que el peronismo está cooptado por dirigentes de clase media universitaria que, al privilegiar la agenda de las minorías, abandonaron la representación de los trabajadores enojados– proviene del Atlántico Norte.
(…) Estimulados por las audiencias reactivas de Twitter, los peronistas metafísicos se consagran a reescribir la historia del kirchnerismo en términos cada vez más brutos. Néstor Kirchner sería ante todo un “centrista económico”, guardián del superávit fiscal; su enfrentamiento contra Clarín, su recuperación de la militancia en el país del Nunca Más, en cambio, representarían solo anécdotas para la tribuna progresista. ¿Cristina? Descuidó a los trabajadores, distraída como estaba en la batalla cultural contra los fondos buitre, las corporaciones agro-mediáticas y el Poder Judicial.
Si estamos convencidos de que el gran tema es la economía, ¿a cuento de qué viene tanta mordacidad con la “prohibición del lenguaje inclusivo”? Los nuevos intelectuales quieren sacar un clavo torcido haciendo un agujero en otro lugar, como si creyeran verdaderamente, cual animistas, que existe una correlación entre la supresión de la letra “e” y la inflación. Lo cierto es que no hay ninguna contradicción entre redistribución económica y reconocimiento identitario. Durante el kirchnerismo, al igual que durante el peronismo histórico, lo pudimos comprobar: estatización de las AFJP, matrimonio igualitario, plan Progresar, régimen para el personal de casas particulares, ley de Medios… Por eso el debate de “progres contra pobres” es una construcción netamente antikirchnerista, producto del carácter sectario y especulativo de sus voceros. Discutir dentro de esos marcos constituye un error. La palabra que hace falta salvar es kirchnerismo, no progresismo. Y no por una fijación léxica infantil sino porque el antikirchnerismo existe y es tributario de un peronismo conservador. Para nosotros, Cristina es peronista y el peronismo es Cristina.
(Continuará.)
* El autor es concejal de UxP en Hurlingham y autor de Comunologia (2021).
Este trabajo fue publicado en "Contraeditorial".
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