TEMA DEL TRAIDOR Y DEL CÓMPLICE
Osvaldo Aguirre sigue la trayectoria de un agente de los servicios durante la dictadura
Entre las múltiples complicidades que sirvieron a la dictadura eclesiástico-cívico-militar, la de la prensa en general y la de algunos periodistas en particular no sólo coadyuvó a mantener a la población en la ignorancia de sus aberraciones, además resultó un soporte ideológico destinado al frente interno con el mismo énfasis con que se intentaba manipular la opinión pública. La manifestación más grosera, masiva y evidente fue la información vertida durante los episodios bélicos de Malvinas durante 1982.
Menos conocida es la participación activa de civiles tanto en las tareas de inteligencia ligadas a obtener información como a divulgar lo que les parecía conveniente a los genocidas, en los medios masivos y en aquellos que construyeron a tal efecto. En el caso específico de la Armada, la aberrante tarea se desarrolló en la mismísima Escuela de Mecánica (ESMA) junto a la mano de obra esclava de los allí capturados y, luego, en diversas locaciones. La producción de material periodístico orientado a generar el proyecto político personal del jefe del arma, Emilio Eduardo Massera, resultó uno de los puntos culminantes de tamaña complicidad. Algunos nombres de periodistas involucrados se conocen: Víctor Lapegna, Guillermo Aronín, Héctor Agulleiro, Héctor Sayago.
Y Luis María Castellanos (Rosario, 1943 – Buenos Aires, 2005), hombre oscuro, periodista profesional, de pocos amigos, carácter hosco, promotor de su propio halo de misterio, algo mitómano, pedante, alcohólico, traductor de Dylan Thomas, autor de un puñado de poemas y narraciones de veleidad literaria. Iniciado en la vida política dentro de una agrupación chinoísta universitaria, transitó redacciones en su Rosario natal hasta recalar prontamente en los medios gráficos porteños donde forjó una reputación de periodista de escritura veloz y digna redacción. De allí pasó a convertirse en agente de la Armada y después de la SIDE, reconocido por sus superiores castrenses. Fue parte de cuanta operación de prensa impulsara la Armada y Massera en especial. Paradigma de la voluntaria colaboración con la dictadura, Estado de sospecha, la flamante biografía presentada por el periodista rosarino Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, 1964) funciona como una compleja y completa radiografía del periodismo cómplice de la época.
Entre la conjetura y el contraste, Aguirre sitúa a Castellanos en “la figura opuesta a Rodolfo Walsh, el modelo de los periodistas argentinos. En bandos tan opuestos –pero con tantos lugares de cruce— como el de las víctimas y los victimarios durante la dictadura militar; sus memorias parecen rigurosamente antagónicas: uno es considerado un ejemplo de compromiso político y de rigor intelectual; el otro, denostado en tanto cómplice de los militares que secuestraron y asesinaron a miles de personas”. Contraste de holgada desmesura si se considera que el “hombre de Massera”, según el CELS y los mismos familiares, “podía tener datos sobre los manuscritos y el archivo de Walsh que varios detenidos-desaparecidos pudieron ver en el centro clandestino y cuyo destino todavía se desconoce”. Si supo del destino de ese material, jamás lo divulgó.
Sin forzar el relato, Aguirre recorre la empinada cuesta hacia la infatuación trepada por su personaje en redacciones al comienzo prestigiosas, luego otras de masiva difusión, al contar con el impulso dictatorial en tanto propagadoras de sus panegíricos. Con el incipiente deterioro del gobierno militar, los espacios de acogida para Castellanos fueron limitándose a los house organs de los servicios de informaciones y aledaños, de creciente berretismo. Entre tanta chapucería ortográfica, la pluma del biografiado lograba destacarse con facilidad, no siempre recompensado económicamente como en los tiempos de mayor auge y menos de lo que él pretendía. Su proximidad con Massera y sus secuaces, por un tiempo continuaba siendo un pasaporte para tales incursiones que, de todas maneras, raramente lograban continuidad.
Periplos de variada laya resultan exponentes del estado de situación del periodismo bajo la mirada militar, cuando las mejores plumas habían sido asesinadas o partido hacia el exilio. Vacancia que dio lugar a una degradación del oficio, con la irrupción de redactores de escasa formación, naturalizada vocación chupamedias, plena cobardía para la denuncia y holgada pereza para la investigación. Por aquel entonces el rumor acerca de la convivencia de un redactor con los servicios de inteligencia pasó a ser desde un chiste de mal gusto a una modalidad de injuria con fines bastardos. De todos modos, ya se tratase de verdaderos agentes, buchones vocacionales, informantes inorgánicos, mitómanos o trepadores, su actividad es una simple rémora de la convivencia de dueños y jerarcas de medios con los militares, de quienes obtuvieron prebendas y beneficios económicos. El obsequio de Papel Prensa a los diarios Clarín, La Nación y La Prensa es el ejemplo más escandaloso.
Momento drástico de una decadencia del oficio informativo que no se detiene, en la semblanza de Estado de sospecha se hace honor al título, capaz de extenderse hacia otros medios y personajes. Durante esa caída, el autor procura matizar las oscuras prácticas de su biografiado ahondando en algunas andanzas, articuladas al pintoresquismo psicológico de Castellanos, sin que se conviertan en un artilugio justificatorio.
Prueba de tales movimientos retóricos son las referencias a las incursiones estrictamente literarias del periodista, civil traidor a su origen. Si bien sus colegas y (escasos) amigos rescataban cierto presunto talento poético, unos versos lo ponen en duda: “Todo lo otro, los trenes, las mudanzas,/ los países, los desórdenes políticos,/ la falta de dinero,/ las discusiones agrias hasta el alba,/ no entran en este cuadro/ Como en las matinés de los sábados/ (una de tiros, una de risa, una de amor)/ vivimos fugazmente/ nuestra historia de dos centavos”. En idéntica sobrestimación y tónica se recorta la prosa periodística, donde refulge la frase ejemplar: “En la oscura noche del alba del hombre conviven fuerzas encontradas capaces de producir extrañas floraciones”.
Apartándose del panegírico y sin perder respetuosa distancia con el personaje, Estado de sospecha no deja ninguna sospecha pendiente, más bien confirma. Osvaldo Aguirre construye un vehículo apto a fin de transitar un amplio espacio del periodismo vernáculo de aquéllos tiempos, cuando entre la censura y la falacias fue sellado un estilo, una modalidad de transmisión cuyas secuelas y metástasis perduran hasta la fecha. Naturalizadas hasta tal punto que muchas veces ni sus nóveles escribas caen en la cuenta.
FICHA TÉCNICA
Estado de sospecha – Luis María Castellanos y el periodismo bajo la dictadura (1976- 1983)
Osvaldo Aguirre
Villa María, Córdoba, 2023
226 páginas
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