Sin atajos
Martín Lousteau criticaba en 2005 lo que su bancada se apresta a convalidar
En el año 2005, bajo el título Sin atajos (Ed. Temas), se publicó un breve ensayo escrito a cuatro manos entre Javier González Fraga y Martín Lousteau, en el cual los autores hacían una serie de propuestas en materia de política económica. El título de la obra obedecía a una sabia recomendación que aparece al final del libro: “Sólo al transformarnos en un país sensato y predecible estaremos en condiciones de acercarnos a ese futuro que hoy hasta nos cuesta visualizar. De a poco, sin atajos”. El Martín Lousteau que escribió ese texto no es un homónimo del que preside la Unión Cívica Radical y que actualmente deshoja la margarita entre apoyar o no el plan ultraliberal presentado por el Presidente Milei. Se trata de la misma persona. Un espigado de los párrafos más relevantes del libro permitirá a los lectores familiarizarse con las ideas que en materia económica sostenía Lousteau en aquellos años y la distancia ideológica que lo separaba de sus actuales compañeros de ruta.
La recurrente propensión a los atajos
La crítica de los autores a los cambios abruptos de las políticas económicas es una constante en la obra. “Estos amagues repetidos son los que terminan generando la desesperanza, y es en la dinámica económica donde este comportamiento oscilante resulta más evidente”. Consideran que el “comportamiento pendular” tiene implicancias más amplias de las que en principio se podría sospechar: “Al repetir esta volatilidad no hacemos más que programar a todos para esperar una catástrofe cada tres años y, por ende, actuar siempre maximizando las ventajas en el corto plazo”. Añaden que, dentro del ámbito específicamente económico, “la alta volatilidad macroeconómica atenta contra la institucionalización de cualquier política productiva y ciertamente impide la consolidación de un empresariado nacional pujante con vocación de invertir en el país”. De allí que manifiesten su escepticismo sobre “esas grandes reformas estructurales que algunos pretenden imponer como parte indispensable de la agenda”. Añaden que “hablar de reformas faraónicas constituye un bloqueo que impide pensar en términos simples y concentrarse en crear las condiciones que los distintos sectores necesitan para hacer cada uno lo que mejor sabe y así crecer de manera armónica y estable”. Y manifiestan que, en ese sentido, el libro “hace un culto de las políticas económicas poco o nada espectaculares que hasta pueden parecer aburridas, en el convencimiento de que las sociedades no crecen por iluminación subrepticia de algunos pocos intelectuales, sino a través de las acciones cotidianas de todos y cada uno de sus ciudadanos”.
Los planes de estabilización
En materia de políticas de estabilización, los autores cuestionan las bruscas fluctuaciones económicas y reivindican las políticas que se implementaron en los años '30 que permitieron “de la mano de Raúl Prebisch y con una visión keynesiana adaptada a nuestra económica, que el país desarrollara una estructura institucional desde lo económico que lo dotó de mayores herramientas para amortiguar los ciclos y le permitió ser una de las primeras economías en emerger de la crisis global”. Critican las políticas cambiarias “adornadas por cambios de moneda, leyes de convertibilidad, tablitas y otros artificios, tendientes a hacer creer a los especuladores —potenciales acreedores— y agentes económicos en general que se estaban implementando cambios estructurales en la economía”. Añaden que “no hay antecedentes de procesos de desarrollo exitoso que hayan estado basados exclusiva o preponderantemente en políticas monetarias o cambiarias”. También opinan que “la integración plena a los mercados financieros internacionales mediante la liberalización de los movimientos de capitales no ha probado ser beneficiosa para las economías emergentes”.
En relación con el tema de la inflación afirman que “sería un error grave considerar que el origen de la inflación es primordialmente monetario. Todo proceso inflacionario contiene necesariamente un componente de carácter monetario, pero en este caso de trata de una convalidación de otras presiones alcistas a través de la liquidez. Por ello, siendo la inflación un proceso de múltiples orígenes, debería evitarse que la lucha antiinflacionaria recaiga fundamentalmente en el BCRA, utilizándose, en cambio, una batería de herramientas distintas”. Reivindican la conveniencia de una política industrial activa: “Hay algunos economistas que consideran que no es necesaria la ejecución de una política industrial explícita, ya que es algo que resuelve en forma autónoma el propio mercado. No estamos de acuerdo con ello. La mano invisible sólo es eficiente en el ámbito de la teoría económica pura, donde la competencia es perfecta, no existen externalidades y —muy importante— la información de los agentes económicos es completa. Fuera de este mundo ideal del homo economicus no hay tal mano invisible, es decir, no actúa ese mecanismo impersonal y automático que garantiza la buena asignación de recursos. Los países serios, donde los economistas tienen un rol más humilde y concreto, aplican políticas industriales activas, procurando estimular y facilitar el surgimiento y crecimiento de los sectores industriales con un potencial real, entendidos como aquellos con capacidad de ser competitivos en una economía abierta”.
Un Estado fuerte y eficaz
En relación con el Estado, consideran que “el Estado argentino es pequeño en término internacionales y con un atraso importante en su Estado de bienestar”. Sostienen que el Estado “tiene una participación imprescindible e indelegable en muchas áreas” y que “el gasto público debe garantizarse hasta el punto en que la provisión de los bienes públicos prioritarios sea la adecuada”. Al abordar el tema del Mercosur, consideran que ha sido “una excelente idea concebida durante el gobierno del doctor Raúl Alfonsín”, pero lamentan que las volatilidades en las políticas económicas hayan impedido una integración más equilibrada.
En este capítulo hay un párrafo (pág. 108) que citamos in extenso porque es muy significativo dado que parece ser escrito para el momento actual: “Quizás sea importante extraer otra lección de esos momentos en que el país se aventura con rapidez hacia lugares poco conocidos: cada vez que funcionarios supuestamente iluminados subestiman a los políticos y procuran imponerles determinado comportamiento mediante ‘leyes maestras’ se terminan rompiendo esos corset y retrocediendo más que si se hubiera elegido el camino razonable de avanzar con un verdadero consenso político y de los sectores interesados. La lógica de algunos que piensan ‘aprovechamos esta oportunidad para hacer estas reformas de fondo ambiciosas, porque en otro momento los políticos o los sectores afectados no las van a querer aprobar’ ha sido sumamente perniciosa. Ningún país serio se embarca en cambios tan drásticos como pueden ser la integración comercial o, por acaso, la reforma del régimen previsional, sin analizar y discutir su impacto en profundidad”.
El modelo que defiende Lousteau en su libro no puede sorprender. Forma parte de lo que se considera un programa socialdemócrata, que es el que prevalece en los países europeos. Si bien en el radicalismo siempre ha existido un sector ideológicamente liberal-conservador, en su gran mayoría, desde la época de Raúl Alfonsín, el radicalismo se reconoce en las coordenadas socialdemócratas progresistas. Por ese motivo, resulta incomprensible que, al momento de escribir esta nota, la bancada radical pareciera inclinada a prestar apoyo a un conjunto desordenado de leyes que solo buscan instalar un modelo de laissez faire, laissez passer que no existe en ningún lugar del mundo. De modo que si el radicalismo permitiera que esa legislación saliera adelante, quedaría políticamente vinculado a una propuesta de cambios drásticos, brindando soporte a un modelo ultraliberal, que en términos ideológicos es total y absolutamente contrario al modelo socialdemócrata. Resulta muy difícil entender cómo se ha podido llegar a una situación tan paradójica, pero vale la pena arriesgarse a formular alguna interpretación, tema que abordamos a continuación.
Las secuelas de la polarización afectiva
La psicología cognitiva ha incorporado elementos importantes para la comprensión del fenómeno político. Los estudios de investigadores como Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio (Ed. Penguin) han puesto de manifiesto la notable capacidad del Homo sapiens para construir relatos y engañarse con explicaciones endebles que creemos verdaderas. Por ejemplo, el “efecto halo”, que consiste en inferir destrezas, capacidades o atributos de una persona de manera favorable, basándose en una primera impresión. Este efecto hace que nuestras narraciones explicativas sean simples y exageradas, contribuyendo a visiones maniqueas de la realidad, donde sólo la “gente de bien” aparece honestamente inspirada. La idea básica es que la emoción está muy presente en la comprensión de juicios y elecciones que se hacen de forma intuitiva. Son producto de sentimientos de agrado y desagrado, con escasa deliberación o razonamiento. Cuando las personas tienen que tomar una decisión ante una cuestión difícil y compleja que no terminan de entender, la sustituyen por otra más fácil —por ejemplo, la empatía con el candidato que anuncia la dolarización— sin advertir la sustitución que se ha producido. De modo que conforme a la “heurística del afecto” descripta por Paul Slovic, las personas hacen juicios y toman decisiones consultando sus emociones: ¿Me gusta esto? ¿Lo odio? De este modo, una respuesta a una pegunta sencilla (¿qué siento?) sirve de respuesta a otra más difícil (¿qué pienso?). Fenómenos que se ven potenciados por la moderna cobertura mediática, siempre sesgada hacia la novedad y el dramatismo. Por ese motivo, debemos estar alerta sobre la versatilidad de la opinión pública y los elevados riesgos de confiar en los liderazgos mesiánicos que saben tocar las cuerdas más sensibles que permiten conectar con la demanda social del momento para ofrecer soluciones simples a problemas complejos.
Sólo desde lo emocional se puede explicar que fuerzas ideológicamente tan disímiles como la socialdemocracia o el ultraliberalismo, aparezcan hoy entremezcladas en una melange incomprensible. La unidad gestada alrededor de eventuales liderazgos mesiánicos o los programas improvisados con eslóganes para solucionar problemas complejos, como la seguridad o la pobreza, pueden ser útiles para alcanzar el poder, pero difícilmente permitan garantizar la estabilidad en éste (salvo que se acuda a un cierre autoritario para impedir la alternancia). El discurso antipopulista había calado hondo en los partidos políticos ideológicamente tan disímiles que se nuclearon en la coalición Juntos por el Cambio. Al entablar una verdadera guerra de religión contra el populismo de izquierda, no advirtieron el deslizamiento que se estaba produciendo hacia el populismo de derecha que hoy encarna la figura inclasificable de Javier Milei.
Ernesto Laclau, en La razón populista, ya se había preguntado si “el populismo ¿es realmente un momento de transición derivado de la inmadurez de los actores sociales destinado a ser suplantado en un estadio posterior, o constituye más bien una dimensión constante de la acción política, que surge necesariamente (en diferentes grados) en todos los discursos políticos?”. Para Laclau, la producción de significantes vacíos y la construcción de fronteras políticas convocando “a los de abajo” contra “la casta” superior puede darse en cualquier lugar de la estructura socio institucional y esa convocatoria puede ser encabezada tanto por formaciones políticas de derecha como por movimientos progresistas de izquierda. De esta manera, considera posible que se produzca un trasvase de significantes entre movimientos de signo ideológico totalmente opuestos. Basta que esos significantes vacíos, que permiten dividir la sociedad en dos campos, se llenen con nuevos contenidos, para que toda la operación populista adquiera un signo político opuesto.
De aquellos polvos vienen estos lodos. Que en la Argentina un proyecto populista mesiánico de ultraderecha reciba el apoyo de partidos socialdemócratas es una novedad inédita que probablemente pocos observadores internacionales comprenderían. Existe una distancia sideral entre proclamar la necesidad de reformas modernizadoras —algo que pocas personas niegan en nuestro país— y brindar apoyo a la voladura programada del Estado de bienestar. Hay lugares de los que nunca se vuelve, como lo demuestra el ridículo espectáculo ofrecido por Milei en Davos. Algunos aún están a tiempo de tomar distancia de los impresentables y burdos populismos de ultraderecha que nos trajo el siglo XXI.
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