Jorge Sampaoli no llegó a dirigir a la Selección impulsado por una carrera brillante como jugador, sino por su capacidad de organizar equipos. Organizarlos en base a dos principios: orden y desorden, y la ciencia de combinarlos. El orden es para defender; el desorden, para atacar. En el arranque de la Copa del Mundo, Argentina se encontró con un rival organizado y metódico, y era trabajo de los desordenadores nacionales hacer inútil la disciplina islandesa. Penales fallados aparte, la culpa es de los que juegan a desbordar.
Angel Di María: le alcanzaba con jugar de sí mismo para hacer un desparramo con la derecha islandesa. Pero hace rato que no se encuentra cuando juega en la Selección. Ganó poco y nada y, cuando lo logró, fue previsible. En su tercer Mundial, el rosarino tiene ahora un competidor en serio. Éste puede haber sido el partido en el que perdió el puesto.
Cristian Pavón: un rato de encarar grandotes y pisar el área le alcanzó para ser mejor que el titular. Le hicieron un penal no cobrado. Tiró un centro venenoso que casi se mete al arco. Es presente y futuro de los que desordenan por las bandas, y su actitud insinúa un gran Mundial.
Maximiliano Meza: su trabajo era ser el eje organizador de la derecha y pisar el área sin avisar. Tuvo un éxito modesto en el primer ítem y logró un penal con el segundo, asustando a un islandés hasta la falta en el apurón.
Lionel Messi: pegó dos tiros libres en la barrera, sacó un zurdazo made in Barsa que pasó ahí nomás, probó de derecha, de izquierda y de penal. Jugó parado de 10 para inventar huecos en una zona sin espacios pero sus socios estuvieron siempre a un par de islandeses de distancia. Rey en ríos revueltos, se ahogó en las aguas estancadas del método islandés. Y, en el penal, el arquero Halldorson le pinchó el salvavidas.
Sergio Agüero: quiso jugar con Messi, acompañó a Meza, arrastró centrales para fabricar una baldosa imposible, pero su mejor aporte fue esa media vuelta que firmó con jerarquía y resultó su primer gol en mundiales. El tamaño no importa: Argentina puso a un David contra un par de Goliats vikingos. Y acertó.
Eduardo Salvio: fue la heladera en el living del planteo sampaoliano. Mentiroso como cuatro, sumó juego al medio y logró la penetración más profunda, pero no combinó con Meza para crear diagonales. Alternativa válida para rivales cerrados (y que ataquen poco, por favor).
Mientras el plan ideado del deté dentista Hallgrimson pinchaba la pelota en defensa, la ofensiva islandesa, de despliegue veloz y eficaz, tuvo el mismo éxito que la argentina con la mitad de tenencia del balón. Y allí sí que apareció el desorden argentino, en la mitad equivocada de la cancha.
Wilfredo Caballero: responsable de un gol y medio. Elegido y elogiado por su manejo de pies, regaló una chance pifiando en la salida a medias con Rojo. Lo sobró el centro del gol de Islandia y podría haber matado el rebote que fue maná para Finnbogason. Demasiado.
Nicolás Otamendi: ganó de cabeza en el área de los lungos y metió avances quirúrgicos para saltar líneas, como le enseñó Pep Guardiola. En defensa, descoordinado como los demás.
Marcos Rojo: el azar transformó su tiro al área en el pase gol al Kun Agüero, pero valió la búsqueda. En el fondo, otro que quedó desnudo ante los módicos intentos rivales.
Nicolás Tagliafico: debió haber intervenido para cortar el centro de Islandia en el gol. Intentó, en ataque, rescatar a Messi. No logró juntarse con Di María.
Javier Mascherano y Lucas Biglia: dos futbolistas para el mismo puesto. Sampaoli sobrestimó el juego interior islandés y terminó sobrándole un cinco. Dejó al que mejor rendía, Mascherano, y corrigió su error.
Ever Banega: su ingreso generó el fútbol más fluido de Argentina, aunque tal vez un mediocampista de mejor presente, como Lo Celso, hubiera lastimado más. Este escalón intermedio entre Mascherano y Messi, entre el orden y el desorden, podría haber sido la pieza que inclinara la cancha y pusiera a la historia futbolera -esa en la que Islandia y Argentina no empatan en nada- en su justo lugar.
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