Aguafuertes del saqueo
Saludo del Presidente a los nadies, negros vagos que protestan y artistas que resisten
El pibe se mete adentro del contenedor de basura. A dos metros, dos encargados de edificios conversan en la acera con sus escobas en las manos. Miran con desprecio a cualquier persona que lleve puesta una gorra, pero en su listado no están los efectivos policiales de la Ciudad, con quienes hacen chistes y hablan del sujeto apodado “Peluca”.
Cuando el pibe termina de husmear entre las sobras de los demás, guarda lo que podría comerse en una bolsa y junta cartón y partes de chapas en un carro. Sobre sus pasos, llega otro muchacho de unos 25 años, con la vista puesta en las calles, busca un billete olvidado o caído, un trozo de pan. La ansiedad del hambre que comprime las tripas y después se expande en un dolor incurable lo toma por asalto. Pide unos pesos para poder comer un sándwich de jamón y queso y deambula en búsqueda de algo, cualquier cosa, que lo saque de su desesperación.
En el barrio ya no hay vendedores ambulantes. Martín, que vendía dos pares de medias en oferta, no viene más. Cuenta que las compraba en el barrio de Once o en calle Avellaneda y después venía en tren y subterráneo. No puede pagarse el pasaje y dice que su familia ha perdido el sustento.
–¿Y qué voy a hacer ahora, maestro, qué voy a hacer?
La pregunta de Martín cae en el vacío del tiempo, no hay respuestas. La incertidumbre crece más rápido que la soja en el país de la tierra, el agua dulce, las vacas, la agroindustria, y la mayor reserva de petróleo y gas no convencional del mundo. Hace dos semanas que los argentinos pagan el combustible, la energía eléctrica, la medicina, los medicamentos y los alimentos a valor dólar. El Presidente saluda a los nadies desde el balcón de la Casa Rosada. Su séquito posa para fantasmas de aspecto humano. Se escuchan gritos de repudio desde la Pirámide de Mayo.
Escenas
Una mujer de cabello blanco largo, sandalias y vestido con un corte en las piernas, lee en el subte, cuando en la estación Carranza de la Línea D un grupo de maestras y maestros sindicalizados se suman a la protesta de la CGT y las CTA en la Plaza Lavalle, frente a Tribunales. Dos hombres de zapatos marrones con punta aguda y sin medias hablan de cómo los favorece la medida de los alquileres en dólares y en euros. Uno de ellos, que defiende la indexación contra los inquilinos, observa el teléfono celular que lleva en su mano derecha y, sin mirar al otro, comenta: “Ahí están esos ‘negros’ vagos yendo a la protesta contra el decreto de Milei”.
Algunos personajes del vagón se inquietan en la estación Pueyrredón, cuando familias de organizaciones sociales, la mayoría del interior y de países limítrofes, van rumbo a la convocatoria. Ríen y se hacen bromas sobre el calor agobiante y las escaleras mecánicas. “No te caigas, Ramón, después hay que pagarte por bueno”.
Afuera suenan bombos y los cánticos son definitorios: “¡Milei, basura, vos sos la dictadura!” Un dron filma desde el cielo a la multitud. El Teatro Colón y la Avenida Corrientes aparecen cercados por la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, con personal de civil y chalecos sin identificación de nombres y rangos.
Una camarera y su compañero mantienen un diálogo cerca de Talcahuano y Corrientes.
–Parece que somos importantes para el gobierno, nos rodearon de policías que piden entrar al baño y nadie entra a consumir...
–Sí, quedamos sin clientes, los que estaban sentados afuera pidieron la cuenta, tienen miedo.
Las motos con policías porteños artillados con pistolas y escopetas avanzan desde Callao y forman un cuadro hasta la 9 de Julio y el Obelisco.
Cien metros más adelante, una formación de gendarmes vestidos de verde militar con escudos y bastones largos se apostan sobre la fachada del Poder Judicial. Otra fila pero de uniformes azules de la Policía Federal impide que cualquier ciudadano pise la vereda del frente de Tribunales.
En el quinto piso debería trabajar la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que decide tomarse una siesta de un mes hasta febrero, sin tratar la cuestión de fondo sobre los decretos de necesidad y urgencia de Milei. Llueven las denuncias de todo tipo contra el sujeto que ama a los perros muertos más que a las personas y saluda desde arriba.
Los dirigentes de la CGT pasan raudamente por la Plaza Lavalle y hacen declaraciones de ocasión a los medios audiovisuales. Tardan casi dos días en declarar un paro general en todo el país con movilización al Congreso el 24 de enero. A partir del sábado 30 de diciembre rige la supresión de los derechos de los trabajadores que instaura Milei: no habrá indemnizaciones por despidos, las patronales podrán obligar a trabajar 12 horas en vez de 8, quita de la movilidad jubilatoria, avasallamiento sobre el derecho a la protesta con amenazas de prisión bajo la insólita figura de la prohibición de la reunión de más de tres personas en situación de peticionar, y la cancelación del reclamo social bajo la excusa de un protocolo de seguridad que no votó nadie.
Rumbo al norte por Cerrito hay turistas que no entienden qué demonios sucede en la Argentina. Una pareja de brasileños pregunta por qué tanta policía armada como para una guerra. Abunda la narrativa bélica en los discursos dominantes.
Al pasar las calles, los parias emergen pese a la negación y la corriente del hambre derrama más gente desesperada. Una jubilada pide para poder comer en Avenida Santa Fe y Montevideo –uno de los barrios más ricos de la Ciudad–, apenas unos pasos atrás otro joven escuálido vende a 1.000 pesos el cuarto kilo de cerezas. “Señor, señora, para las Fiestas”.
Resistencias
Actrices, actores, cineastas, directoras de bibliotecas, representantes de los Institutos del Cine y la Música, ex ministros, ministras, diputadas, jóvenes estudiantes, vecinos, trabajadoras del Estado nucleados en ATE y UPCN, cantantes, compositores, bailarinas y bailarines, colectivos feministas y de diversidades sexuales perseguidas por Milei, forman un círculo que se abre como la luz cuando amanece. Este acto de rebelión ante la opresión surge en el Teatro Argentino de La Plata. Enfrente la gente se asoma a los balcones de los edificios. La asamblea pública reúne a más de 3.500 personas y tiene una voz que Teresa Parodi condensa: “Vine a llenarme de ustedes”.
Brotan las emociones, la bronca infinita por estas horas de desguace. Entonces la existencia individual pasa a convertirse en un acto colectivo. El otro existe y nos vemos a los ojos. Surgen los abrazos, los vínculos personales que se construyen por años y arrollan la virtualidad. Volvemos a la lógica corpórea del siglo XX y la decisión de unirse ante el sesgo del odio que destruye la existencia y convierte todo en muerte. Es un jueves. El último jueves de 2023. Año infausto. Se repite la idea de los jueves como enseñan las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. “¡Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode!”
El redondel abre encuentros. Florencia Saintout subraya el profundo sentido de verse de forma colectiva y Tristán Bauer remonta la memoria de los tiempos felices, cuando éramos libres y no había alambres de púas en nombre de la libertad. Echaron a 650 personas del Ministerio de Cultura en nombre del “capital humano”.
No falta la ausencia y la crítica del tiempo perdido. Por los que no están, por los que están partiendo.
De regreso de la despedida a María Seoane, periodista excepcional, pensaba en la historia de este país sangrante y en el asesinato de tres sacerdotes y dos seminaristas en la Iglesia de San Patricio de Belgrano el 4 de julio de 1976. Una mujer policía custodia el lugar 46 años después de aquel crimen de lesa humanidad de la dictadura.
La plaza de la calle Echeverría en Belgrano R está cerrada. Un grupo de empleados de la Ciudad tala los árboles caídos por los vientos huracanados de la última tormenta. Se escucha el paso del tren. Un grupo hace gimnasia con pesas al costado de las rejas. Motosierras y zapatillas Nike.
Esta sí que es la Argentina.
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