Una temporada en el infierno
Una política de los cuerpos excluye la opción letal que el fascismo siempre pretende introducir
Las heterotopias inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la "sintaxis" y no sólo la que construye las frases —aquella menos evidente que hace "mantenerse juntas" (unas al otro lado o frente de otras) a las palabras y a las cosas.
Michel Foucault, Las palabras y las cosas
Los argentinos debemos enfrentar la misma perplejidad, la misma risa incómoda que provoca la fantástica clasificación borgeana de los animales que sintió Foucault. Pero si a ello se agrega la neolengua orwelliana, la risa incómoda se troca en terror frente a lo ominoso, cuando esas palabras que significan lo mismo y lo otro, se refieren a nosotros, a nuestro alimento, a nuestro cobijo y a nuestra cultura que son el verdadero nombre tanto de la seguridad social como de los derechos humanos.
El DNU 70/23 tiene la misma estructura que la clasificación china de los animales inventada por Borges: “La monstruosidad que Borges hace circular por su enumeración consiste, por el contrario, en que el espacio común del encuentro se halla él mismo en ruinas. Lo imposible no es la vecindad de las cosas, es el sitio mismo en el que podrían ser vecinas. Los animales "i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello" ¿en qué lugar podrían encontrarse, a no ser en la voz inmaterial que pronuncia su enumeración, a no ser en la página que la transcribe? (…) no hace brotar en parte alguna el relámpago del encuentro poético; sólo esquiva la más discreta y la más imperiosa de las necesidades; sustrae el emplazamiento, el suelo mudo donde los seres pueden yuxtaponerse. Desaparición que queda enmascarada o, mejor dicho, irrisoriamente indicada por la serie alfabética de nuestro alfabeto, que sirve supuestamente de hilo conductor (el único visible) a la enumeración de una enciclopedia china”(Foucault, 2002:10-11).
Esa multitud abigarrada de leyes que se derogan, se crean, se rebajan en sus categorías normativas bajo el techo de una misma necesidad y urgencia invocada da cuenta del carácter antirrepublicano de la norma que se pretende imponer. Si no hay lógica en el orden de la clasificación de los objetos, si la sintaxis se ha extraviado, no hay posibilidad alguna de análisis y de discusión. Por el contrario, la forma misma de la enunciación implica la violación de la norma del artículo 33 de la Constitución Nacional: “Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno”. Sobre todo, si se tiene en cuenta que los DNU deben ser aprobados o rechazados por el Congreso de la Nación en su totalidad (artículo 23 de la ley 26.122): “Las Cámaras no pueden introducir enmiendas, agregados o supresiones al texto del Poder Ejecutivo, debiendo circunscribirse a la aceptación o rechazo de la norma mediante el voto de la mayoría absoluta de los miembros presentes”.
Tal vez porque tienen su lenguaje arruinado, los autores, consejeros y cómplices del citado DNU han perdido lo común del lugar y del nombre. Confunden así el orden lógico con el demonio metafísico y omnipresente del comunismo. Oponen así a lo común del lenguaje, una forma de lenguaje privado que deriva de su fantasía maniquea. En esta clasificación heteróclita de significantes toda presencia del sentido se enloquece en un universo atópico donde los significantes carecen de contexto y de relación de diferencia.
El reino de la libertad que promete Milei, es un ingreso al universo psicótico en la conocida representación hegeliana de la noche del mundo “…esta vacía nada, que en su simplicidad lo encierra todo, una riqueza de representaciones sin cuento, de imágenes que no se le ocurren actualmente o que no tiene presentes. Lo que aquí existe es la noche, el interior de la naturaleza, el puro uno mismo, cerrada noche de fantasmagorías: aquí surge de repente una cabeza ensangrentada, allí otra figura blanca, y se esfuman de nuevo” (Hegel, 1984: 154).
No se trata sólo de un significante vacío sino, más radicalmente, de un significante inconexo en el que se presume una operación mágica de vinculación entre el significante y la cosa. Así, Libertad, Igualdad, Propiedad son simplemente advocaciones que hacen a la represión Libertad, a la estratificación Igualdad y a la desposesión de los derechos Propiedad. Oponerse a ello no es el síndrome de Estocolmo, es resistirse a caer en la noche del mundo.
Toda enunciación no delirante tiene presente una tópica social que, precisamente por efecto de estructura, determina los lugares de enunciación desde los cuales un discurso puede ser emitido y que habilitan a un sujeto como sujeto de enunciación.
Los significantes discursivos se diseminan en todo lo que hace lazo, en la producción y en la mercancía, en las relaciones entre sujetos a propósito de las cosas o entre los sujetos concebidos como cosas. El Otro es la palabra de orden, es la segmentación sin la cual la totalidad qua totalidad no puede constituirse. Y la palabra normativa es siempre la palabra del Otro.
Por esta razón, porque un otro ocupa el lugar del Otro, existe una hiancia (en términos de Lacan) entre el lugar y el sujeto que lo ocupa que condiciona la posibilidad de enunciación. Quien ocupa el lugar de enunciación es un otro por el que Otro habla. El juicio jurídico, político o moral es emitido por un agente que representa el lugar del Otro. De allí que la persona —y aquí adquiere todo su relieve la raíz etimológica del término, personae, lo que suena a través, la máscara que se usa para presentarse en el teatro—, quien ocupa el lugar de enunciación jurídico o político resulta siempre un impostor –si es un neurótico- o un Schreber –si es un psicótico que tiene una relación privada y privilegiada con el Otro.
En la neolengua la Servidumbre es la Libertad
La Libertad de Milei carece de contexto y de relación. Para ellos, somos más libres si podemos contratar una excursión o el transporte si la voluntad expresada en el contrato permite desligar al empresario de la responsabilidad de la organización del sistema de negocios. Somos más libres incluso, si podemos vender los hijos o los órganos.
Pero justamente el contexto histórico y los significantes con que se escriben la Constitución y los Pactos Internacionales de Derechos humanos ponen distancia entre Libertad y Servidumbre de modo incompatible con esa postura. Cuando una palabra como Libertad cumple la función de una admonición o de un conjuro, sin relación con su contexto histórico y el resto de las marcas semánticas, aparece la neolengua repitiendo la Servidumbre es la Libertad.
Para los cultores del individualismo posesivo, la libertad es simplemente la libertad de opción. Es la elección entre dos marcas de zapatillas, es algo ajeno que se elige como espectador. La libertad es potencia, no posibilidad de zapping. La libertad no es meramente una metáfora con connotaciones emotivas del término opción. Por una bandera tan menguada difícilmente hubiera aparecido en el mundo un desorden tan grande como el de la Revolución Francesa.
La libertad como opción es un existenciario. Uno siempre puede elegir, incluida la muerte. Desde este punto de vista, difícilmente puede asegurarla constitución jurídica alguna, pues su garantía viene de la constitución ontológica del viviente. Aún la ameba elige.
La libertad en sentido constitucional, tal como emerge de las marcas sintácticas del texto, solo puede ser semantizada en el sentido del conatus de Spinoza. Como posibilidad de perseverar en el ser.
El texto del preámbulo de la Constitución Nacional Argentina establece: "Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina (…) con el objeto de (…) asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino (…) ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina”.
En el texto en análisis, lo que ha de ser asegurado por el efecto del establecimiento de la Constitución son los “beneficios de la libertad” y los destinatarios de estos beneficios de la libertad son “nosotros”, “nuestra posteridad” y “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
Más linealmente, el establecimiento de la Constitución para la Nación Argentina asegura los beneficios de la libertad para nosotros, nuestra posteridad y todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.
Si los beneficios de la libertad consistieran en la mera opción, la marca semántica “asegurar”, puesta en relación sintagmática con la marca establecimiento de la constitución carecería de sentido. Por esa misma razón no es Libertad sino su negación la opción ofrecida por el asaltante de elegir entre la bolsa o la vida.
El segundo rasgo semántico a tener en cuenta es el de los sujetos que son destinatarios de los beneficios de la libertad. Evidentemente los significantes “nosotros”, “posteridad” “todos los hombres”, “quieran”, “habitar”, están señalando al conjunto de vivientes (por ende mortales) sexuados (la ameba no tiene posteridad) que pueden tener un deseo, es decir, una falta constitutiva y que puedan habitar, lo que sólo ocurre con los seres parlantes capaces de construir un mundo y una cultura. Conjunto este muy distinto a aquél que resultaría delimitado por los significantes “capitales”, “reproducción”, “tener asiento” o “filial”. Significantes, cualquiera de ellos, que se encuentra en relación paradigmática con los significantes que constituyen el texto.
Lo que se pretende asegurar son “los beneficios de la libertad”. Situación que solo puede tener quien es sujeto y que puede recibir el bien o sufrir el mal. Ese ser que ama, que sufre, que goza, padece y que muere.
De esta manera, el derecho a trabajar y a ejercer toda industria lícita, garantizado por el artículo 14 de la Constitución, debería entenderse como atributo de todo sujeto comprendido en el concepto de habitante de la Nación Argentina. No hay libertad de trabajo ni de ejercer toda industria lícita si la sociedad no garantiza la posibilidad de esa libertad supuesta en el campo del sujeto.
Para analizar esta libertad supuesta en el campo del sujeto debe acudirse al conector lógico denominado por Lacan el vel alienante. Considera tal a la disyunción que, a diferencia de la disyunción inclusiva y exclusiva introduce un factor letal y define esta conexión por “…una elección cuyas propiedades dependen de que en la reunión uno de los elementos entrañe que sea cual fuere la elección, su consecuencia sea un ni lo uno ni lo otro. La elección sólo consiste en saber si uno se propone conservar una de las partes, ya que la otra desaparece de todas formas” (Lacan 1987: 219).
En otras palabras, la garantía de libertad no tiende a asegurar una “libre opción” sino a hacer libertad en el ámbito coactivo de las relaciones humanas. Libertad y democracia se cruzan entonces como dos hebras de un mismo tejido. Y la democracia se manifiesta en los cuerpos politizados.
La despolitización de los cuerpos
La política sobre los cuerpos que el DNU sostiene se manifiesta en una despolitización del cuerpo. Fundamentalmente porque los cuerpos politizados pueden componerse y multiplicar su potentia. Por eso la repulsión a los cuerpos en movimiento y a la representación orgánica de esos cuerpos humanos. Cuerpos que, si no se trata de los que dan trabajo, han de acostumbrarse a vivir en la incertidumbre y disfrutarlo. Ni el marqués de Sade fue tan claro.
En la portada del Leviatán, Hobbes manda a inscribir un hombre inmenso que porta el báculo y la espada, para simbolizar el poder material y espiritual. El cuerpo de este hombre está formado por innumerables hombrecitos. Habrá a quien le toque ser cabeza, cuerpo, brazo o pie, incluso báculo o espada. Cada uno de ellos tiene un lugar y función. Cuerpos sumisos sometidos al orden organicista. Como ejemplificara un cabecilla del golpe de estado de 1955 “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país, el hijo de barrendero muera barrendero”.
Una política sobre el cuerpo es lo contrario a la política de los cuerpos, la política sobre el cuerpo requiere su despolitización, su objetalización. Por eso se habla y se trata de individuos, de emprendedores, de consumidores, de víctimas solitarias. Una política sobre el cuerpo no entiende los vínculos cooperativos y pretende destruir el extendido vínculo asociativo que existe en nuestra Patria para reemplazarlo por empresarios prestadores e individuos consumidores. Es que el asociado, por ejemplo, a una cooperativa de prestación eléctrica no es sólo el comprador de un producto sino un sujeto que, al decidir con otros, hace de su cuerpo y del cuerpo común un sujeto político.
El cuerpo-objeto tiene precio, algo se da para obtener, es un cuerpo integrado al circuito de intercambios. El orden de los cuerpos sumisos es el de las masas, de los individuos en relación directa con el lugar de excepción, de Dios y de las fuerzas del cielo, del Uno, del líder o de lo que siempre ha sido así. El sujeto-masa es el que hace lo que hay que hacer. Así sea dirigir Auschwitz.
La democracia no es un método de elección de gobernantes, sino un modo de ejercicio del poder. Lo que se contrapone al principio democrático no es la dictadura, es la aristocracia, o gobierno de los mejores ilustrados (por esa razón Aristóteles adscribía el sistema electoral a la forma aristocrática de gobierno) y la oligarquía, es decir el poder ejercido en favor de aquellos que tienen dinero. Como recuerda Rancière, la democracia es el poder atribuido a aquellos que no tienen ninguna cualidad en especial, es la parte de los sin parte.
De allí que la oposición democracia/dictadura no sea solamente una alteración del orden lógico sino también una operación ideológica que produce el escamoteo de los contenidos del principio democrático a favor de su reducción al fetichismo de origen electoral.
La democracia, como tal, no es otra cosa que el poder del demos, es el gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo. Demos es tanto el conjunto de los excluidos de la caracterización positiva de los oligoi, los que tienen dinero, y de los aristoi, los que se atribuyen virtudes. Por eso puede existir un gobierno elegido mayoritariamente que no sea democrático sino oligárquico o aristocrático, teniendo en cuenta de quien es el gobierno, por quien se realiza el gobierno y para quién se gobierna.
La existencia de la democracia implica la existencia de conflictos, que versa sobre todo con relación a la igualdad de la ley. Ninguna ley es justa; toda ley tiene un punto ciego que derrumba la igualdad que se proclama y esta discusión es la discusión propiamente política, la discusión sobre la cuenta de los contados en el número de los iguales.
Lo que se opone a la dictadura es la República, una instancia agonística que contempla la diversidad de criterios. Una dictadura es la que presume la existencia de una Verdad Única que tiene el derecho a imponerse y que excluye del “consenso universal” a quienes no concuerdan con su punto de vista. Por supuesto, un gobierno elegido puede ser también una dictadura oligárquica. Bastan para ello los ejemplos de Hitler y Mussolini.
La pretensión democrática discute quiénes son los iguales frente a qué igualdad. La demanda democrática exige la representación en el estado de situación donde están presentados los cuerpos e intereses. La demanda es la insuficiencia de la igualdad predicada por la ley. Un poder democrático es un poder que afirma la insuficiencia de las formas groseras en que la igualdad encubre la desigualdad.
La oligarquía y los contratos
La igualdad que implica dar primacía a lo que las partes acuerden sobre cualquier otra disposición del Código Civil es la igualdad de la oligarquía, que parece olvidar que el contrato no es el punto de partida de los derechos y obligaciones sino su punto de llegada. No se contrata por libertad, se contrata por necesidad, porque necesito algo del otro. Si yo no necesito no contrato. Por esa misma razón se llega al contrato de manera desigual porque la cualidad y la cantidad de las necesidades son distintas. Por eso no es lo mismo la necesidad del fabricante que la del consumidor, del inquilino que la del propietario, del trabajador que la del empresario.
Si un Estado no se preocupa por el acceso al alimento, al cobijo y a la cultura y entiende que existe igualdad entre quienes duermen en residencias y quienes lo hacen en la calle, aparece la neolengua orwelliana. La libertad es la represión, la igualdad es la exclusión, la democracia es la tiranía y la propiedad es la privación de la posibilidad de perseverar en el ser.
Una política de los cuerpos, de los derechos humanos, excluye la opción letal que el fascismo siempre pretende introducir.
FOUCAULT, Michel, Las palabras y la cosas, Buenos Aires, 2002, Siglo XXI editores.
HEGEL, G. W. F., 1984: Filosofía real. Madrid: F.C.E.
LACAN, Jacques, 1987: El Seminario, Libro11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barcelona, Paidós.
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