Érase un hombre a una nariz pegado
La música que escuché mientras escribía
Érase un hombre a una nariz pegado. Pero no era Góngora, a quien Quevedo dedicó su soneto célebre, y tampoco Cyrano, a quien también se aplicó esa sátira del siglo XVII. Me refiero a Bradley Cooper y su alucinante personificación de Leonard Bernstein en Maestro, el film que él mismo dirigió y que se estrenó en cines y en streaming. Cuando vi la primera cola, sin saber de qué se trataba, pensé que era un documental con material de archivo.
Lo que acapara todos los comentarios es el parecido físico que Cooper alcanza con su personaje, a lo largo de cinco décadas. La escena final es un concierto dirigido por Bernstein, pero como el director no lo aclara, perfectamente podés pensar que sigue siendo Bradley Cooper. Me enteré viendo Maestro de que Bernstein fue el primer director estadounidense de repercusión mundial, tal vez porque tenemos tan internalizado el concepto del imperialismo que nos cuesta entender la relación cultural en la que Europa conserva la primacía. Estados Unidos es apenas tres décadas más joven que la Argentina.
A sus 48 años, Cooper representa a la perfección al Bernstein de 25, que saltó a la fama cuando, con pocas horas de preaviso, le anunciaron que debía reemplazar al frente de la Filarmónica de Nueva York a Bruno Walter, que estaba enfermo. Pero también, y tal vez aún mejor, al Bernstein de 70, siempre bronceado, las manos arrugadas y con las manchas de la edad en la piel. Es más convincente que el rejuvenecimiento cibernético de Al Pacino, Joe Pesci y Robert de Niro que hizo Scorsese hace cinco años en El Irlandés y por supuesto que la senectud del ciudadano Kane, hace más de ochenta.
Cuando Cooper se sienta al piano, parece que fuera él quien toca. Eso es más difícil que reproducir la gestualidad de Bernstein cuando subía al podio, porque hay filmaciones que lo documentan. Cooper tomó clases de piano y guitarra para su anterior película como actor y director, Nace una estrella, donde canta junto con Lady Gaga. En algún momento tuve la impresión de que exageraba la desmesura de expresiones y movimientos de Bernstein con la batuta en mano. Pero volví a ver el original y son indiscernibles como dos gotas de la abundante transpiración con que ambos se empapan mientras dirigen.
Aparte del talento de Cooper, el milagro se debe a Kazu Hiro Tsuji, un prodigioso diseñador de maquillaje nacido en Japón. Modificó el tamaño de las orejas de Cooper, engrosó sus labios y su mentón, creó una prótesis nasal y le colocó tapones en la nariz que aproximaron su voz a la del fumador compulsivo Bernstein. La aplicación de esos postizos insumió dos horas y media cada día. Kazu diseñó un sillón especial para que esa tortura fuera algo más tolerable, y explicó que Cooper insistió en la similitud, porque Lenny era muy conocido, debido a su presencia constante en programas de televisión. El resultado es pasmoso. Mirá otros trabajos del ponja.
Y preparate para ver a Cooper, a Kazu y varios otros de sus colaboradores en las nominaciones de los cuatro grandes premios, comenzando por el Oscar. El trabajo que hicieron es descomunal.
Por supuesto, Cooper no se salvó de la estúpida polarización que divide a Estados Unidos sobre casi cualquier tema y que desde el 7 de octubre tiene una nueva especialidad. En cuanto trascendieron las primeras imágenes, fue acusado de reforzar el estereotipo antisemita del judío de nariz XXL. En su defensa, la Liga Anti Difamación negó la validez de ese reproche. Y los tres hijos de Bernstein dijeron que Cooper los había consultado con amor y respeto en cada paso de su tarea. Además, "es cierto que papá tenía una hermosa narizota". Al comentar Maestro, Nicholas Barber se preguntó en el World Service de la BBC :
- " ¿Es posible tenerlo todo?"
- "¿Podés ser un conductor clásico de talla mundial y al mismo tiempo un compositor de Hollywood y Broadway?"
- "¿Podés ser aceptado por el establishment estadounidense con un apellido judío?"
- ¿Podés estar felizmente casado con una mujer mientras tenés relaciones con hombres?"
Cooper podria hacerse una variante válida de esas preguntas :
- "¿Podés ser el buen mozo de The Hangover y a la vez ser tomado en serio como un actor-director-escritor-productor? Parece que sí".
Lydia Tar era un personaje ficticio, pero Bernstein no sólo es una persona real sino además conocida como pocas, lo cual aumenta la dificultad de la recreación. Su esposa, la actriz costarricense-chilena Felicia Montealegre, en un interpretación sutil de Carey Mulligan, conduce el descenso al infierno interior de ese hombre que no podía dejar de amarla ni de hacerle daño. Te odiás a vos mismo y al mundo, le gritó ella el día de la ruptura. No hay odio en vos, corrigió entre lágrimas en vísperas de la reconciliación, luego de escucharlo dirigir la misa irreverente que compuso para la inauguración del Kennedy Center of Arts en 1971, a pedido de la viuda del Presidente asesinado.
En una escena muy bella, Bernstein le muestra a uno de sus alumnos cómo debe interpretar la octava sinfonía de Beethoven, que en mi modesta y personal opinión, no goza de todo el reconocimiento que merecería. Aquí podés escuchar y ver la versión que Bernstein grabó con la Filarmónica de Viena, una orquesta de las de antes, donde no alcanzo a divisar ni a una mujer.
En una escena de Maestro, el director de orquesta ruso Serge Koussevitzky, que fue uno de los protectores de Bernstein en los comienzos de su carrera, le aconseja olvidarse de sus composiciones para comedias de Hollywood y Broadway porque así no lo tomarán en serio, y cambiar su apellido por Burns, porque sería difícil obtener la dirección de una gran orquesta con un nombre judío tan ostensible. Cuenta su propia experiencia, cuando le permitían entretener a los pasajeros del tren que llegaba a Moscú, pero no poner un pie en la ciudad, de modo que debía volver en el mismo vagón en el que había llegado. Pero Bernstein logró su objetivo sin hacer caso a la recomendación. Con gran placer, compuso la música para West Side Story (Amor sin barreras), On the town (Un día en Nueva York, con Frank Sinatra y Gene Kelly), y la banda sonora de On The Waterfront (Nido de Ratas), que para los cánones de la época no era música seria.
Bernstein es en buena parte responsable del rol prominente que ocupa Gustav Mahler en el arte sinfónico del siglo XX. Amaba su música, que tocó y grabó una y otra vez. Además escribió un ensayo sobre él, The Little Drummer o El chico del tambor, donde reflexiona sobre el antisemitismo de aquella Viena que no le habría permitido a Mahler dirigir la Ópera de la Corte si no se hubiera convertido al cristianismo, cuestión que también enfrentó Bernstein, si bien en forma atenuada, pese a los temores de Koussevitzky. La película reconstruye la grabación de la segunda sinfonía de Mahler, Resurrección, que Bernstein dirigió en la catedral inglesa de Ely. No sé si la producción sentó a una orquesta y un extenso coro en ese edificio medieval de Cambridgeshire o si lo reprodujo en estudio, pero el efecto es imponente.
Esta es la versión dirigida por el verdadero Bernstein en la auténtica catedral:
Como yapa, podés escuchar la voz de Bernstein en una de sus clases sobre Beethoven, y la del perfeccionista Cooper con sus tapones en la nariz.
Ya la vi dos veces y creo que voy a reincidir. El trabajo de cámara, la luz, el montaje, la banda sonora, los practicables y los planos cenitales que permiten pasar de un escenario a otro de modo onírico, el uso del blanco y negro y del color para distintas etapas de la relación entre Lenny y Felicia, son perfectos. Cooper es uno de los pocos actores que fue nominado para el Oscar en tres años consecutivos. Ya es hora de que se alce con varios esta sorprendente reencarnación de Orson Welles.
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