Escribo estos papeles a metros del 2024; intento una vez más reflexionar en torno a nuestra memoria cultural popular: el tango y sus poéticas; y al tiempo que lo hago llega el cachetazo de Hölderlin: “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?” Si me encorseto en el interrogante, si lo literalizo y escapo al problema real de una Argentina que se hunde, el espejo puede devolverme mi costado más onanista; por eso duele hasta el hueso la pregunta: ¿cómo reflexionar en torno a la poesía, o intentar escribirla mientras un gobierno construido con pedazos de sombra emprende su avanzada atropellando derechos, infancias, jubilaciones, pauperizando la vida de miles de trabajadores? Tomo fuerzas, sigo escribiendo, y pienso en César Vallejo, lo imagino parado sobre una pira de escombros velando el cadáver de un pan con dos cerillas dejando para la posteridad aquel pedido urgente: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Y así voy en estos días, sintiendo como esta gente, ebria de ambición, entre gallos y medianoche arroja y arrojará a la cara del pueblo un DNU detrás de otro, cargado de privatizaciones, ajuste fiscal, apertura comercial y liberalización de la economía, flexibilización laboral y reforma del sistema previsional, ansiando (perdonen la tristeza) emular la pintura flamenca de Pieter Brueghel el Viejo.
Volviendo al tango, recuerdo decir que mi intención en cada escrito busca mirarlo, no como quien observa una vitrina con un fenómeno encapsulado y mudo sino, más bien, para entablar un diálogo con su matriz de pensamiento cuya creatividad puede decirnos mucho de nuestro presente. Y si de presente hablamos, se me figura que ciertas letras de tango ya están retornando del pasado para mostrar su cara de alerta o vaticinio, y de continuar sobre estos rieles, volverse pura actualidad. Rápidamente pienso en Pan de Celedonio Flores y Eduardo Pereyra:
¿Trabajar? ¿Adónde? Extender la mano
pidiendo al que pasa, limosna, ¿por qué?
Recibir la afrenta de un “perdone, hermano”
Él, que es fuerte y tiene valor y altivez.
Se durmieron todos, cachó la barreta
Si Jesús no ayuda, que ayude Satán.
Un vidrio, unos gritos, carreras, auxilio.
¡Un hombre que llora... y un cacho de pan...!
Otro ejemplo, y algo desconocido, es el tango ¿Y a mí qué?, no el de Troilo y Castillo sino el de Fernández Blanco y Juan Canaro:
Anda el mundo más revuelto que sambayón;
gripes, huelgas, chimentadas a tres por diez;
nadie cacha un triste mango, ¿y a mí qué?
Unos piden el reparto y el libre amor;
otros dicen que el fascismo será mejor.
Otra estampa de la realidad que nos quieren imponer y que huele a menemato puede leerse en El jubilado de Luis Alposta y Edmundo Rivero:
Fue un viento de vigilia el que lo trajo.
Quedó varado en un rincón del feca.
Le habían afanado hasta la bronca,
lo habían revoleao... y salió ceca.
Cómo no habría de quedar pagando,
en actitud entre siniestra y mansa,
si después de yugar toda una vida
acabó por morfarse la esperanza.
Ya no tiene ilusiones que ponerse.
Su fe la desinflaron de un plumazo,
y hoy anda con lo puesto, su esqueleto,
llevando un cacho e'nada bajo el brazo.
Roberto Díaz, letrista con buena producción en las décadas del ‘80 y el ‘90 dejó su testimonio A mi país junto al cantor y compositor Reynaldo Martín:
País, se gasta el corazón
pidiéndote perdón
buscando tu raíz.
País, de bronca con razón,
de timba y corrupción,
de chantas que sufrís.
País, de pibes sin colchón,
de guita que el ladrón
se afana en tu nariz.
País, que premia al charlatán,
y al que se gana el pan
Lo tilda de infeliz.
Echando una mirada sobre nuestro pasado reciente pienso en Ezeiza de Jorge “Alorsa” Pandelucos, describiendo la migración de tantos argentinos en tiempos de la debacle del gobierno de Fernando de la Rúa:
Te acompañan hasta Ezeiza,
arrastrando los bagayos, ¿adónde vas?
Con la facha reciclada,
ciudadanía cambiada, ¿adónde vas?
Navidades extranjeras
buscando en la billetera
la foto que más querés.
Viendo goles de Argentina
a las 3 de la matina
por deportes CNN.
La lista no es interminable, entre algunos ejemplos de producción del siglo XX cabe nombrar: Guerra a la burguesía (anónimo), Noche fría (Gardel / Razzano), Al pie de la Santa Cruz (Battistella / Delfino), Si volviera Jesús (Dante A. Linyera / Mora), Gólgota (Gorrindo / Biagi), No te engañes (Manzi / Lipesker), Silencioso (Expósito / Piazzolla), Argentina primer Mundo (Eladia Blázquez), Julián de abajo (Negro / Valdez), Vientos del ochenta (Tavera / Juárez), sin olvidar Al mundo le falta un tornillo (Cadícamo y Aguilar), Desencuentro (Castillo / Troilo), ¿Y a mí qué? (Castillo / Troilo), más una ración de la obra de Enrique Santos Discépolo, de la que sobresalen Qué sapa señor, Yira Yira y Cambalache, y por supuesto algo de uno de sus antecesores en obras de corte social: Ángel Villoldo con Matufias (o el arte de vivir), y La suba de alquileres.
Villoldo, 1910.
Frente a este panorama propiciado por el desguace y endeudamiento del macrismo, pero también alimentado por la amarga cicatriz que nos deja Alberto Fernández como cabeza de un gobierno que en su inoperancia hizo que hoy nos encontremos velando una oportunidad histórica, quiero, cuanto menos, desde este pequeño refugio no engrosar la fila de los “desesperanzados”. Desesperanza es dejar morir la fe ante la amenaza de la imposibilidad, es pasividad en derredor a lo trágico, indiferencia frente a la esquila de la condición humana, sometimiento ante los poderes mediáticos, resignación al derecho a la protesta social, en fin: renunciamiento a la vida.
Sé muy bien que la poesía, o cualquier otro aspecto vinculante a eso que llamamos arte no apaga el hambre de las urgencias primarias, y que la frase “medio pan y un libro” puede resultar romántica; sin embargo, ¿qué de nosotros si nos dejamos robar la sensibilidad? De ser así, estaremos en presencia de la más grande de las derrotas, del derrumbe, que es cuando nos roban ese otro pan sagrado: el alma. Por eso, “hay, hermanos, muchísimo que hacer”; de plano repensar los modos de hacer política con miras a la reconstrucción de un tejido social que día a día se deshilacha, y en la urgencia buscar ser mayoría.
A modo de corolario de fin de año y extendiéndote mi abrazo, van estas líneas que escribí para estos hombres y mujeres del tango que, desde su trinchera situada en campo de lo popular, lucharon desde su arte, buscaron desde su arte alumbrar el corazón del pueblo. Para ellos, estos, mis deseos:
- A Gardel, un mondadientes de ébano blanco y el mejor de los dentífricos para que su sonrisa alumbre más que él.
- A Troilo, que nos permita prosternarnos, besarle la túnica dorada, acariciarle la papada. ¿Acaso no es el Buda, y el asma de su bandoneón lo más parecido al nirvana?
- A Discépolo, un tacle a la cintura de Dios y la ocupación del trono; porque Él, Enrique Santos Discépolo es el Rey, el único Rey.
- A Di Sarli, el ojo que le robó la infancia.
- A Paquita Bernardo, devolverle la costilla a Adán y que la historia se reescriba. ¿Y si Dios fuera mujer?, como dijo Juan Gelman.
- A Villoldo, un monumento.
- A Pugliese, un piano rojo (bien rojo), y multitud de obreros con el puño en alto y la palabra Revolución.
- A Piazzolla, un solo de bandoneón a las puertas de la Iglesia de Santo Tomás, Alemania, y que Bach aplauda.
- Al Club del Clan, la espada de Damocles para hacerse el Harakiri.
- A la dictadura, nada. Repitamos: nada.
- El amor de una morocha bien papusa, rea, lunfa, misteriosa; de esas que hacen temblar la estantería, a Celedonio Flores.
- La lista puede continuar en Manzi, Rovira, Ángel Vargas, Eladia, Expósito, Cadícamo, Cátulo, Mores, D’Arienzo, Nelly Omar, Goyeneche, Carnelli, Rivero, Centeya, Dames, etcétera…
¿Y para Él? ¿Y para el Tango? Ah, el más alto de los deseos: que llegue el día en que lo veamos sublevarse contra alguna de sus mejores letras; que nos diga, por ejemplo, que no es cierto que hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor; o que somos un país que está de olvido siempre gris. De lo contrario, cualquiera distraído puede confundir un revoltijo de pelos con un Mesías, o incluso votarlo.
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