Exageraciones, falacias y paradojas
Las corrientes peligrosas que personifica Milei
Lester Thurow es un economista liberal y autor de un libro llamado Corrientes peligrosas, que fue publicado en 1984. En dicha obra criticaba el resurgimiento de teorías económicas conservadoras argumentando con mucha claridad las razones por las cuales estas nada podían aportar a las realidades económicas su época. Yo diría que menos todavía en el entrante mundo de la Revolución 4.0 en esta tercera década del siglo XXI. Pero, además, advirtió acerca de los peligros de confundir los aspectos axiomáticos de dichas teorías con sus aspectos prescriptivos y normativos. Postulados tales como los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia y la división del trabajo resultan absurdos abstractos en un mundo de monopolios y oligopolios, de múltiples regulaciones en el comercio internacional y en grandes bloques de naciones. La división internacional del trabajo entre naciones con un enorme capital acumulado en los últimos 70 años hace muy difícil sostener lo que en tiempos de Adam Smith tenía un claro sentido pragmático más que teórico. Aquel comercio complementario y virtuoso, en el que la Argentina logró obtener beneficios en términos de infraestructura, colapsó ya antes de la crisis de 1930. Desde entonces, ningún escenario mundial se le parece. Además, considerar los impuestos como un robo es una locura absoluta frente al discurso con el que Klaus Schwab —fundador del Foro Económico Mundial que se reúne todos los años en Davos— señaló como una hoja de ruta que pasa porque las empresas “paguen un porcentaje justo de impuestos, se muestren cero tolerantes con la corrupción, respeten los derechos humanos en sus cadenas globales de suministro y defiendan la competencia en igualdad de condiciones”.
El discurso del Presidente electo ha estado plagado de corrientes peligrosas, falacias y paradojas, lo que es grave teniendo en cuenta que una gran mayoría lo ha votado creyendo que se trata de uno de los pocos políticos argentinos que ha pretendido decir “verdades incómodas”. La estrategia de anunciar una etapa de gran sufrimiento para el pueblo argentino ha sido ponderada de un modo positivo por los medios de comunicación, como un acto de sinceridad absoluta pues indicó un período prologado para bajar la tasa de inflación y también anunció que dicha inflación producirá una recesión de cuya magnitud no dio ninguna indicación. No es de extrañar que un anuncio de tal crudeza haya sido aplaudido por algunos militantes de LLA. La exageración de la gravedad de la situación del país ha cumplido su misión en esta era de desinformación y habilidoso uso de las redes sociales en las que se mezclaron aspectos culturales y valorativos con aspectos doctrinarios de la economía. La apuesta a que dicha recesión sea del tipo U (una de corto plazo con rápida recuperación) es cuanto menos muy arriesgada. La probabilidad de que sea de tipo L (una donde la destrucción de riqueza sea de muy larga duración) es más elevada de cara a las medidas anunciadas por su ministro de Economía. Sencillamente porque una devaluación del 118 % producirá una inflación en lo inmediato, la que, sin un ajuste de salarios, hará caer el poder adquisitivo de enormes mayorías, mientras que es esperable que además dicha inflación se espiralice, requiriendo de una nueva devaluación. Así, la componente del consumo en el PBI y la de la inversión pública y privada tocaran un piso del cual será muy difícil levantarse. La paradoja del objetivo de lograr una mayor riqueza futura creando primero una mayor pobreza no tiene una medición precisa, aunque el presidente electo “tampoco mintió” en ello, dado que los plazos para equipararnos a países como Francia y hasta llegar a ser una primera potencia los puso entre 10 y 35 años. Por supuesto que el común de la gente —gente de a pie, como gusta decir Josep Borrell— no tiene idea de lo que esto significa en términos de destrucción de capital físico y humano. Menos aún de que para competir hoy por esos puestos en el mundo, se requiere de una muy fuerte base tecnológica e industrial, debido a que en materia de recursos naturales no somos ni Qatar ni Arabia Saudita y uno diría, por suerte no lo somos, pues en dichos países la distribución del ingreso es peor todavía que la de la Argentina y su grado de supresión de libertades es contraria a toda noción de libertad.
Sin embargo, deseo referirme a otras falacias y graves inexactitudes expresadas en dicho discurso presidencial, pues me temo que ha calado hondo en sectores medios de la sociedad como una “verdad”. Para ello será necesario recurrir a estadísticas serias y así poder deshilacharlas. Es lo que se hará seguidamente.
Argentina en el mundo
Es habitual entre los economistas utilizar el Producto Bruto Interno por habitante para medir la evolución de la riqueza media por persona que un país logra crear a través del trabajo y de la inversión pública y privada. En las comparaciones internacionales —y dado el distinto nivel de poder adquisitivo de las diferentes monedas—, el Banco Mundial suele corregir las estadísticas nacionales para expresar dicha riqueza media en términos de paridad del poder adquisitivo de las monedas nacionales. Esto, en lenguaje llano, significa que con un dólar no se compra lo mismo aquí que en Estados Unidos o en Europa y menos en la India. Para las series de muy largo plazo (por ejemplo, si se desea comparar una evolución de más de cien años), se recurre a estimaciones basadas en cálculos muy aproximados ya que el sistema de cuentas nacionales fue creado prácticamente en todos los países luego de la Segunda Guerra Mundial y las metodologías para sus estimaciones sufrieron numerosas revisiones. Las series de Madison son en general las más reconocidas en el mundo académico, pues integran los esfuerzos de recopilación efectuados a través de ls Penn World Table, desarrollada por Robert Summers, Alan Heston y Irving Kravis de la Universidad de Pennsylvania desde hace varias décadas y también utilizan los datos del Banco Mundial.
En base al uso de estos datos en la siguiente figura se muestra el crecimiento del PBI por habitante entre 1800 [1] y 2018. Del análisis de estos datos se concluye que el proceso de creación de riqueza media por habitante en la Argentina no sólo no se ha detenido en los últimos cien años, sino que resulta ser 3,9 veces mayor tomando la media 1893-1895 en comparación con la de 2015-2018. Por supuesto que un crecimiento del 1,1 % anual acumulativo del PBI por habitante en un siglo no es algo para enorgullecernos demasiado, pero tampoco para andar llorando por los rincones (se estima que en la Argentina existen cerca de 16 millones de automóviles circulando, acceso masivo a Internet, etc.). La pregunta es entonces en qué períodos hemos crecido más y en cuáles no.
Dicho crecimiento fue máximo entre 2002 y 2015 y entre 1945 y 1974. En cambio, fue negativo entre 1975 y 1982, escaso entre 1992 y 2001 y negativo entre 2015 y 2018. Como esta serie tiene datos hasta 2018, basta decir que el PBI por habitante en dólares constantes de 2015 según UNCTAD fue en 2022 similar al de 2018 y que los datos promedio del Banco Mundial registran una caída de solo 5 % en el PBI por habitante en el promedio 2019-2022, respecto al promedio 2016-2018, pandemia, guerra ruso-ucraniana y, en 2023, sequía de por medio.
Ahora bien, en este tipo de comparaciones hay que tener en cuenta además que la composición del producto es “mutante” por naturaleza. La variable PBI por habitante en economía no tiene el atributo que otras variables tienen en las ciencias exactas (por ejemplo, H2O compuesto químico inorgánico formado por dos átomos de hidrógeno (H) y uno de oxígeno (O) es una definición del agua que no varía, como lo hace el PBI, que puede estar compuesto de distintos bienes y servicios en diversos períodos). Es decir que los bienes y servicios que conformaban la riqueza media por habitante a fines del siglo XIX y principios del siglo XX poco tenían en común con los que la conformaban en 1945, en 1980 o lo conforman en la actualidad.
El progreso tecnológico ocurrido en un período tan extenso ha generado una multiplicidad de nuevos artefactos, modalidades de prestación de servicios y bienes de todo tipo. Por ello uno diría que este tipo de variables son casi inconmensurables, a menos que se explicite muy bien de qué bienes y servicios se componía el PBI en 1800, en 1850, en 1900 y así hasta llegar a 2023, más lo que hoy se halla incubándose hacia el 2050 y más allá. Esto viene al caso debido a que, si bien es cierto que en 1923 la Argentina tenía el décimo PBI por habitante más alto del mundo en un conjunto de 53 naciones, el ocupar el puesto 58 entre 168 naciones en 2015 no significa que seamos un país enteramente fracasado y menos que la culpa de ello hayan sido las políticas estatistas.
En 2018, tras un ajuste bastante importante en términos de devaluaciones y pretendidas ganancias de competitividad, ocupábamos el puesto 64 entre 169 naciones, lo que mostraría que las políticas liberales nos han hecho retroceder en vez de avanzar. Muchos factores son los que explican la posibilidad de avanzar en términos de creación de riqueza y, entre ellos, sin duda, una elevada concentración de inversión en tecnología a lo largo de 70 años, la presencia de empresas multinacionales con su matriz central en los países más ricos, la densidad de los mercados internos y externos y la cohesión social son, entre muchos otros, los que explican la posición de los países con un mayor producto por habitante. Entre las veinte naciones más ricas —expresando ello en términos de PBI por habitante— se hallan países tan distintos como Qatar, Noruega, Emiratos Árabes Unidos, Singapur, Suecia, Austria, Alemania, Dinamarca y los Estados Unidos. Dudo que a alguien se le ocurra comparar la estructura social de Qatar y Emiratos Árabes, con la de Noruega, Suecia, Dinamarca o la de los Estados Unidos, y menos aún comparar sus niveles de gasto público. Entonces, estas falacias no deberían penetrar las mentes si deseamos progresar como nación. El discurso reduccionista no es aceptable en términos científicos, pero sin duda le es muy útil a los comunicadores que manipulan opiniones y engendran peligrosas corrientes de opinión, sean estas de derecha o de izquierda. Generan un choque, no de opiniones bien fundamentadas, sino de latiguillos publicitarios. Su objetivo no es fortalecer las democracias, sino generar violencia y caos.
La violencia
También en este aspecto del discurso, el Presidente electo ha exagerado la cuestión al hablar de que la Argentina se ha convertido en un país de calles sangrientas, a pesar de que nadie puede negar que sería deseable bajar la tasa de homicidios intencionales. En general los países de ingresos altos tienen una tasa menor de homicidios que los de ingresos medios y bajos.
Dicha tasa en la Argentina es de 4,6 por cada 100.000 habitantes al año según las últimas estadísticas disponibles, mientras que es de 6,3 en América del Norte (6,8 en los Estados Unidos) y de más de 20 en Ecuador, Méjico y Colombia. Es decir que, a pesar de ser una cuestión sensible, el indicador para la Argentina se ubica por debajo de los países emblemáticos respecto a la cuestión de la libertad y el liberalismo y en un nivel acorde a su ingreso medio por habitante nada despreciable, a pesar de una patética desigualdad cuyas causas son atribuibles a los impactos de las políticas de shock y a fenómenos propios del proceso de urbanización en la mayor parte de los países que no lideraron el progreso tecnológico tras la segunda guerra mundial.
En esto cabe esperar que el incremento de la pobreza —que el Presidente electo auguró que “crecerá inevitablemente con el ajuste prometido”— no empeore nuestra situación dado que en general parece haber una correlación entre niveles de criminalidad y pobreza según lo muestra el Banco Mundial, con claras excepciones como las de los Estados Unidos y la Federación Rusa.
El manejo de la pandemia
Tanto durante la campaña, como en el discurso del día de la asunción presidencial, el Presidente electo ha hablado de que cualquier otro país mediocre habría manejado mejor la pandemia y evitado así un número excesivo de muertes.
Los datos especializados en mortandad por país y sus causas, muestran que las muertes en exceso respecto a las tasas medias de mortalidad de cada país han sido en la Argentina bastante bajas y que aún los registros de máximas muertes en exceso atribuidas al COVID 19 se ubicaron en niveles próximos o inferiores a los de países desarrollados como los Estados Unidos y Francia. Por caso, el desempeño respecto a Brasil también fue muy superior. Al respecto, tanto Trump como Bolsonaro subestimaron la pandemia y los confinamientos. De hecho, el Presidente electo organizó marchas y cortó calles, pero ahora promete castigar con dureza a quienes osen hacer tal cosa. Claro está que mejor sería que ninguna situación condujera a esos fastidiosos cortes, pero imaginar que ello es puro producto de la política y “del curro” sería negar la existencia de situaciones de pobreza e injusticia que él mismo resalta en su exageración de la gravedad de la situación nacional. Una que ciertamente es compleja y debe ser remediada, pero dudo que el camino elegido del ajuste lo haga.
Tasas de inflación y estancamiento: la doctrina del shock
La Argentina ha sufrido a lo largo de su historia altas tasas de inflación y restricciones cambiarias antes de 2023 . Nada de ello ha sido agradable y menos deseable, pero ha formado parte de nuestra historia del siglo XX, en especial después de 1955, 1975, 1989 y 2016.
Gran parte de ella se ha desencadenado a partir de devaluaciones y de las sucesivas búsquedas de recomponer el poder adquisitivo de la población o bien a causa de una severa escasez de divisas como en 1989. Para el Presidente electo hay una única causa y ella es la emisión monetaria que deviene de un excesivo gasto público y consecuente déficit fiscal. Como por definición los impuestos para él “son un robo”, le es imposible pensar en términos de evasión y elusión fiscal. Sin menoscabar aquellos factores impulsores-propagadores, no existe ninguna base empírica para sostener que la inflación en la Argentina podría llegar a ser del 15.000 % anual: esta tasa correspondería a una tasa de inflación mensual del 51 % acumulativo en doce meses consecutivos. Ahora bien, si esa es la cuenta que generará el plan de ajuste propuesto —que duraría entre 12 y 18 meses—, nuestro nivel de caída del producto sería tal que convendría preguntarse para qué deseamos caer tan bajo, si luego para recuperarnos tendríamos que esperar unos cuatro, diez o quince años en plena transición tecnológica y en un mundo plagado de incertidumbre aún respecto a la supervivencia de la especie.
Es curioso que en el discurso se haya tenido que retroceder a hablar de cien años atrás, cuando en realidad tenemos el resultado de un extenso período de experiencias de picos inflacionarios, muchos de ellos cuando el gasto público fue bastante bajo como proporción del PBI (en 1988 y 1989 era del 32,17 % y 31,71 % respectivamente y fue del 32,30 % entre 1992 y 2001). Los otros picos provinieron, en su mayor parte, como resultado de un enfoque de políticas de shock (1959-1960; 1975-1976 y 2015-2016). Es interesante ver cómo en este contexto se han tenido períodos de crecimiento, caída y estancamiento de la riqueza media por habitante (tabla 1).
Si asumimos que la media 2019-2022 refleja el estancamiento en niveles muy próximos a los de 2016-2018 —lo que surge de los datos del Banco Mundial a precios de paridad de poder adquisitivo empalmando las variaciones sobre la serie de Madison—, la situación de riqueza media no es tan catastrófica ni mucho menos. Afirmar lo anterior no es negar que la Argentina presenta problemas estructurales y sociales graves desde hace varias décadas. Pero sí es poner las cosas en un orden más objetivo.
Las proyecciones de inflación en estos momentos superan lo registrado en el pasado —y la situación previa de un 150 % anual no se compara con los registros históricos del período 1913-2002—. Después de la salida de la convertibilidad, las tasas anuales de inflación fueron bajas y solo comenzaron a escalar desde un 50 % a 150 % después de 2015. La crisis actual, si bien es cierta en términos de desajustes macroeconómicos, no era comparable a las que ya vivió la Argentina y que fueron de mucho mayor gravedad sin que mediaran circunstancias extraordinarias como la sequía del presente año y que restó reservas cuantiosas al Banco Central.
Su exageración parece servir al sueño de la libertad que, de modo paradójico, comienza con una insoportable opresión desde los políticos que hoy manejan el Estado y que desde él no permiten “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad”; sí en cambio a los mercados libres de controles.
Es curioso que mientras que Jamie Dimon, consejero de JPMorgan, ha expresado: “Siempre me he opuesto profundamente a las criptomonedas, bitcoins, etc. El único caso de uso real son los delincuentes, los narcotraficantes... lavado de dinero, elusión fiscal", y señaló tajantemente: "Si yo fuera el gobierno, las cerraría". Contrariamente a esta posición, nuestro Presidente electo se apresta a recibir la expedición del “Team Bitcoin El Salvador”, liderada por el inversor y maximalista Max Keiser. No es de extrañar que Elon Musk, un adorador del “Dogecoin”, se sienta a gusto con lo que está sucediendo en la Argentina. Por cierto, esta criptomoneda —que su creador augura como la próxima "moneda de la Tierra"— usa como mascota un perro Shiba Inu del meme de Internet «Doge», pero el propio Elon sabe cómo hacerla fluctuar con un solo mensaje en X (antes Twitter). ¿Hace falta señalar que el Presidente electo tiene gran afición por los perros y que según se dice través de ellos se comunica con el más allá?
Entramos sin duda alguna ante una corriente peligrosa con antecedentes negativos respecto a la compatibilidad entre un ajuste extremo y la democracia, a pesar de que el Presidente electo ha sido votado por una mayoría del 55 % de los votantes. Ahora podemos visualizar que no era el discurso del miedo el que presuntamente se propagaba desde la oposición durante la campaña, sino que el brutal ajuste ya anunciado realmente mete miedo. Ojalá que las condiciones externas durante 2024 permitan atenuar la brutalidad del ajuste anunciado en el segundo día hábil del nuevo gobierno, pues de seguro hace estremecer hasta a los votantes de LLA. Pero más allá de todo, el pueblo argentino merece algo mejor. Comenzar con falacias, inexactitudes y amenazas parece contradecir ese sentido ético que el mundo occidental predica a través de sus voceros de élite como lo son Josep Borrell y Klaus Schwab, a menos que el cinismo lo haya superado todo en grados tan extremos que ya no merezcamos comunicarnos con seres humanos.
Por último —y retomando el tema del creciente cinismo político que hoy caracteriza nuestro mundo—, la utilización del pasaje bíblico que cita del libro de Macabeos 3.19 merece al menos una interpretación alternativa. Textualmente la cita completa dice: “No es imposible que una muchedumbre caiga en manos de unos pocos, pues Dios, lo mismo puede salvar con muchos que con pocos en una batalla, la victoria no depende del número de soldados, sino del poder que viene del cielo”.
La lectura alternativa a la luz de cierta evidencia ofrece también una interpretación sutil. Esta es: los hombres más poderosos de la Tierra son bien pocos, se creen Dios y pueden vencer a grandes muchedumbres, tanto más cuando ellas mismas son engañadas con gran habilidad a través de la fuerza que otorga el dios dinero que hoy pareciera reinar sobre esta pobre Tierra.
[1] 1800 - 1870, Prados de la Escosura, L. (2009). “Lost Decades? Economic Performance in Post-Independence Latin America”, Journal of Latin America Studies 41: 279–307 (updated data). 1870 - 1900, Bertola, L and Ocampo, J.A. (2012) The Economic Development of Latin America since Independence. Oxford, Oxford U.P
* Roberto Kozulj es ex vicerrector de la Sede Andina de la Universidad Nacional de Río Negro y profesor titular adscripto a la Fundación Bariloche.
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