Picante diluido en casta
Frente al guiso neoliberal ya conocido, es vital construir unidad, amplitud y nuevos horizontes
El décimo gobierno en asumir el mando desde la recuperación democrática en la Argentina ganó las elecciones en andas de un discurso que prometía que, esta vez, el ajuste lo iba a pagar la casta.
Para ello, se presentó ante una sociedad abrumada y decepcionada como lo nuevo, lo absolutamente nuevo, lo que jamás había ocurrido. Tras una experiencia gubernamental que no logró cumplir su objetivo de mejorar las condiciones de vida de las mayorías, resumido en la consigna de “llenar la heladera”, el Presidente Javier Milei canalizó la bronca y la decepción popular con la propuesta del cambio más abrupto posible. Lo logró contactando con el clima de época anti-político, compartido con otras derechas continentales como la de Bukele o Bolsonaro, y cabalgando sobre los discursos que zigzaguean entre la incorrección y el odio a través de las viejas y nuevas plataformas y tecnologías de la desinformación. Los sentimientos revulsivos que dejó la pandemia y sus consecuencias de aislamiento e incertidumbre tuvieron un efecto devastador que puso a los gobiernos y la política como destinatarios lógicos de ese malestar cocinado a fuego fuerte.
Si fue el gobierno de los científicos, la moderación y la defensa de los derechos sociales el que nos llevó a esta realidad sin perspectiva de futuro, quizás los terraplanistas tuvieran razón. Si tampoco era posible ni deseable volver al fracaso macrista que había prometido mantener lo bueno y corregir lo malo en medio de una revolución de la alegría, tal vez la única revolución posible fuera la de la bronca.
Es un fenómeno que no podemos subestimar ni minimizar. El voto a Milei cruzó transversalmente a los distintos colectivos del mundo laboral, desde los empleados públicos hasta los obreros industriales, desde los docentes hasta los trabajadores de la economía popular, desde los del transporte hasta los del comercio, conquistando, como mínimo, a la mitad de las voluntades electorales en cada uno de ellos. No podemos asumir una actitud refractaria ni condenatoria ante esa numerosa expresión electoral que depositó en este gobierno la esperanza de mejorar su calidad de vida.
Como señala acertadamente el ex Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, ni las derechas ni las izquierdas ofrecen horizontes nuevos en estos ciclos cortos en que se suceden en los gobiernos de la región. Sin embargo, el andamiaje comunicacional y el uso adecuado de los algoritmos permite a las derechas poner en la olla del guiso recalentado que nuestros pueblos ya consumieron en etapas anteriores de neoliberalismo el suficiente picante para que se nos sirva a la mesa como un plato que jamás hemos probado.
Por eso, el potaje que se empieza a cocinar en los primeros anuncios de Milei muestra un gabinete con el olor rancio al que aludía García Linera. El ají putaparió de la motosierra y la imagen de rockstar no logran disimular que los ingredientes del guiso están pasados de viejos. El picante se diluye entre el funcionariado de la casta. Los mismos que tuvieron en sus manos las palancas de la economía en las experiencias de la última dictadura, los ‘90 y el macrismo se acomodan en las poltronas del poder estatal. Parece ser una constante histórica que cuanto más audaces son las promesas de cambio de los neoliberales, más profunda resulta la restauración del poder de la clase dominante. El desfile en déjà vu de los nombres del pasado reciente no deja lugar para las sorpresas. Luis Caputo, el que nos heredó la peor deuda externa de nuestra historia, asume quejándose de la herencia que él mismo ayudó a construir. Rodolfo Barra, el arquitecto jurídico de la entrega del patrimonio estatal en el menemismo y la Corte adicta, regresa con sus convicciones intactas. Y Bullrich y Menen y… los nombramientos de los que venían a terminar con la casta, visten un nuevo ropaje para desempeñar antiguos papeles. Entre ellos, el rol de ariete de Estados Unidos en su enfrentamiento geopolítico, en el que de la parte abusada de las relaciones carnales podemos pasar a ser un mero retrete del patio trasero.
No parece probable que aplicar las mismas recetas que provocaron la entrega del patrimonio nacional, el industricidio y el desempleo, sólo por el hecho de hacerlo más rápido o con mayor crudeza puedan generar consecuencias distintas. Tampoco parece factible que el ajuste hecho con motosierra duela menos que el que se hizo con los serruchos anteriores. Esto lo saben bien esos pocos que se benefician con estas políticas que empobrecen a las mayorías. Y también saben que la posibilidad de ajustar a las víctimas predilectas de los ajustes estará en la capacidad del poder de neutralizar a las organizaciones de la sociedad civil que, en nuestro país, construyen democracia con su participación activa en la vida política. Las asociaciones profesionales, los sindicatos, los clubes de barrio, las organizaciones de usuarios y consumidores, de la pequeña y mediana empresa, los colectivos en defensa del ambiente, de la soberanía y los recursos naturales, de la industria, los movimientos por los derechos de las mujeres y diversidades, son herramientas que la ciudadanía crea y recrea para ejercer sus derechos en el marco de la Constitución y la democracia.
Uno de los que asumió el rol de atacar a esos diques de contención de nuestra democracia en el engranaje mediático del círculo rojo es precisamente quien no pudo presentarse a elecciones por el desastre de su gestión de gobierno entre 2015 y 2019. Efectivamente, Mauricio Macri deja traslucir un propósito inequívoco cuando busca deshumanizar a las víctimas del ajuste en marcha al tratarlas de orcos. Estigmatiza las futuras protestas, anticipa su criminalización.
Ante esto, no podemos enfrentar la etapa que viene por delante como si se tratara de una carrera de velocidad, de cien metros llanos. Más bien encaramos un desafío de resistencia en el cual es de vital importancia no dispersar ni fragmentar a las fuerzas del campo popular, no permitir que nos dividan ni nos aíslen. Eso lo aprendimos cuando nos enfrentamos al gobierno de Macri. Pero al mismo tiempo, debemos hacernos cargo de que no nos alcanza con resistir bajo la consigna del “vamos a volver”. Es necesario construir unidad y amplitud, pero también propuestas de nuevos horizontes ante las nuevas demandas de los sectores populares que no hemos sabido interpretar. Desde la defensa de cada uno de los derechos vulnerados tenemos que construir las propuestas concretas que los garantizarán en el futuro. De otra forma, corremos el riesgo de que nuestras apelaciones al bienestar general y al derecho a vivir mejor de las mayorías caigan en el vacío de lo declamativo. En simultáneo a nuestra capacidad de resistencia debemos recrearnos para ofrecer a los sectores populares, incluidos por supuesto aquellos que dejaron de acompañarnos, la perspectiva de una transformación posible para la que no alcanza copiar viejos éxitos ni recientes fracasos.
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