La definición del escenario económico del presente es la de una danza de funcionarios que transcurre al compás de un conflicto económico en ciernes. La administración entrante se revela tan incapaz de controlarlo como podía preverse, de acuerdo a lo que el primer Presidente libertario del segundo gobierno cambiemita en la historia de la humanidad manifestaba en su campaña. El Cohete le dedicó tres notas a la cuestión en su momento, sobre problemas que ahora reaparecen, ya con visos de desembocar en la continuidad:
- En La Mentira sobre el Estado comentamos que Javier Milei no comprende cómo funcionan la creación de dinero y el gasto público, y que su intención de dolarizar la economía argentina carece del beneplácito de los observadores foráneos. Interesa destacar que la estructura del Estado Nacional consiste en un conjunto de gastos e ingresos normales, cuya alteración, de no ser planificada ni elaborada desde el punto de vista político, conduce a trastornos y conflictos sociales.
- Reconstruimos el pensamiento de Suma Cero al que la sociedad argentina es proclive por estar expuesta desde 2018 a un empobrecimiento continuo. Esto le da sustento político al inminente Presidente, porque se ampara en la ilusión de que la pobreza es contracara del enriquecimiento de un grupo antagónico, que describe como “la casta política”. En consecuencia, promete mejorar la situación colectiva ajustando cuentas con esta último y beneficiando al resto. En cambio, como el gasto público y la acción estatal son un regulador de la vida material, su retracción empobrecerá a la sociedad que los votó cansada de ser pobre.
- Explicamos que Con la Moneda no se Jode, y si Milei pretende deshacerse de la emisión de activos por parte del Banco Central pierde un instrumento de contención del tipo de cambio y se arriesga a verse en la necesidad de utilizar dólares de los que no dispone. Eso sucedió entre 2018 y 2019, con la diferencia de que entonces el salario real y la situación del sector externo que se heredaban eran los del último gobierno de Cristina Kirchner, que permitieron el endeudamiento externo por un tiempo, a la vez que la caída en el nivel de vida que produjo la recesión en esos dos años era socialmente tolerable.
Recesión inducida
El hermetismo relacionado con las medidas de política económica actual impide saber con exactitud los problemas que se van a padecer desde diciembre en adelante. Por lo pronto, parece seguro que el dólar oficial se va a elevar a 650 pesos, que la masa de LELIQs se va a desarmar y que los controles de precios establecidos por el gobierno que finaliza van a eliminarse. Es decir que el segundo gobierno cambiemita comenzará con un agravamiento de la inflación, sin contrapartida sobre los precios relativos. Para la población, vivir se va a volver más caro, sin ninguna forma de contención.
El Presidente electo aseveró, en relación a este desenlace, que “va a haber una estanflación”. Así se denomina en la economía a un estancamiento con inflación. No se corrobora tal cosa. La economía argentina ya se encuentra en una recesión inducida por la inflación, en vez de un estancamiento. De suceder las cosas como todo indica, será severamente agravada por su gobierno.
No hay superávit que alcance
Las proyecciones de la balanza comercial para 2024 daban cuenta de un escenario en el cual, por el efecto conjunto de las exportaciones de commodities agrícolas, combustibles e hidrocarburos, y litio, se alcanzaría un saldo de 22.431 millones de dólares. Algunas proyecciones anteriores, que concluían en un resultado más modesto, estaban asociadas con una tasa de crecimiento del PBI del 2% en 2024. Teniendo presente la caída que tiene lugar en 2023, esto hubiese significado que se alcance el PBI per cápita de 2019, el año en el que transcurrió la crisis que condujo al recambio del primer gobierno macrista y sentó las bases para la debacle que se desarrolló después.
El programa que viene asociado con Luis Caputo, confirmado como futuro ministro de Economía, deja incógnitas pendientes de resolución. La gestión de la salida de las LELIQs y la administración del tipo de cambio pueden dar lugar a un escenario determinado si se busca fijar una tasa de interés que contrarreste la volatilidad cambiara y de esta manera se alcance la estabilidad. Si, por el contrario, no se organiza el cambio de activos y el tipo de cambio se mantiene sin control luego de la devaluación, la situación económica se volverá catastrófica, a sabiendas de que el gobierno futuro renunció a cualquier ordenamiento de los precios relativos.
Dada la continuidad en la caída del nivel de actividad, y ante la ausencia de otros cambios, lo que debería esperarse es que el superávit de la balanza comercial positiva sea aún superior, por el efecto de la compresión de las importaciones que trae aparejada la recesión. Esto no le garantiza estabilidad al gobierno. Lo último depende de la política que se mantenga. Si se utilizan los dólares para financiar una salida continua de capitales, además de tratarse de un uso improductivo de los excedentes que produce el país, no hay superávit que alcance para cubrir estos egresos, producto de una política económica perversa y disfuncional.
Cabe establecer un paréntesis. La propuesta de Caputo para la gestión de la política monetaria en el corto plazo consiste en poner en venta activos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de ANSES, tomar deuda con acreedores privados y solicitar adelantos al FMI para acceder a un volumen de divisas que habilite la puesta en práctica del escándalo de intercambiar con el sector privado pesos por dólares. El ajuste fiscal con el que la acompañan, de cuya magnitud el primer Presidente libertario y su ministro cambiemita se jactan, es necesario para, justamente, disminuir la demanda de dólares. Que caiga aún más la actividad para poder deshacerse de las LELIQs. ¿Podría ser peor?
Empobrecer y reprimir
Con las promesas de que la economía empeore, el panorama es más preocupante, porque la población soportará condiciones de vida que para sus habitantes más jóvenes pueden ser de un grado de tensión nunca experimentado. Para los más longevos, una reminiscencia de momentos críticos. Por ahora, los problemas consisten en un impulso a los precios –que ya se calcula que darán lugar a un incremento mensual del Índice de Precios al Consumidor en noviembre de dos dígitos, por tercera vez en el año– y en la existencia de amenazas latentes, pero el desarrollo de los hechos es muy incipiente como para modificar la percepción colectiva.
Sin embargo, en cuanto empiece a desenvolverse la nueva impolítica económica, es plausible esperar que el descontento social se incremente, y muchos de los votantes de Milei se percaten de que lo único que cabe esperar es que haga lo más lesivo de lo que se lo acusa. El segundo gobierno cambiemita, presidido por el primer Presidente libertario, se caracteriza por una peculiaridad en este aspecto: ante una situación social crítica, que amenaza con escalar, está compuesto por funcionarios que tienen incentivos heterogéneos.
La recientemente ungida ministra de Seguridad sostiene que “la Argentina necesita orden”, emprendiéndola contra el crimen y el narcotráfico, a pesar de que los receptores de la represión serán quienes protesten contra el empeoramiento de su situación material. Ni Caputo ni ella –que tienen la función de empobrecer y reprimir, respectivamente– provienen de las filas del Presidente, ni tienen por qué mantener ningún tipo de lealtad hacia quien no pertenece a una política sólida y estable. Por lo que son susceptibles de abandonar el gobierno ante la emergencia de la crisis que provocará su orientación, sin que sea sencillo encontrarles un reemplazo.
Esto forma parte de un fenómeno más profundo. Una marca política inorgánica, sin un programa cuyo contenido exceda ideas estereotipadas ni funcionarios propios que puedan asumir la puesta en práctica de reformas de manera persistente, es incapaz de realizar transformaciones radicales. Menos en una sociedad que se encuentra en crisis. Entonces se ven impelidos a buscar el orden de alguna forma, ante sus limitaciones para modificar el statu quo. Una vez que la población empieza a perder como conjunto, se disipa la aprobación de la opinión pública por el agotamiento del pensamiento de suma cero, y sobreviene la oposición generalizada.
Lo cual abre la posibilidad de que se produzca una anomia en el poder político con más prontitud de lo que se espera. En el mar de incertidumbre que se transita mientras se espera que el nuevo gobierno asuma, es conveniente que la oposición se anticipe a ella y se organice, para poder controlar los daños sociales y encontrar la solución a la crisis de la mejor manera posible.
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