Todo en todas partes al mismo tiempo
Consecuencias políticas del mundo feliz e irreal donde habitan los libertarios argentinos
Es difícil, si no imposible, no sentir al menos simpatía —cuando no plena identificación— por la inmigrante china Evelyn Wang —agobiada por la familia y las deudas— en su lucha en el multiverso para salvar su vida y la de los suyos de los peligros que acechan sus existencias, librada con todo en todas partes al mismo tiempo. Tal el título de la película que la tiene como personaje central. En las antípodas de esa divertida saga —muy particular— de ciencia ficción, en la cruda realidad de la acumulación a escala mundial, todo lo que sucede en todas partes y al mismo tiempo es el muy palpable desarrollo desigual.
En el mundo feliz donde viven los liberales argentinos, esa desigualdad no está engendrada por el funcionamiento orgánico de la acumulación a escala mundial. Todo se resume en un estado del alma nacional que, por estar corrompida por el populismo, inhibe que el natural ejercicio de libertad de los individuos en el mercado genere riqueza y crecimiento. La congregación libertaria tiene el secreto develado para que eso no ocurra. Lo que ipso facto impregna de una atmósfera fascista a los libertarios nacionales es la creencia de que la superioridad moral y estética —conforme es reclamada a viva voz por el candidato opositor y sentida así por sus partidarios— que detenta la minoría que tiene acceso al secreto; se la deben a oscuras fuerzas de la historia, lo que incluye regulares incursiones en el más allá, para escuchar ladridos esclarecedores. Se dice que del ridículo no se vuelve, parece que de la dimensión desconocida sí.
Que el destino manifiesto de los liberales es el totalitarismo queda muy claro al releer los cuatro papers escritos por el filósofo alemán Herbert Marcuse entre 1934 y 1938 (época del ascenso y consolidación del nazismo en Alemania), cuando trabajaba en el Instituto de Investigaciones Sociales de Nueva York, reunidos en un volumen titulado Cultura y sociedad. El libro fue editado en 1965. Marcuse en el prólogo aclara que no modificó lo escrito tres décadas atrás, pero había que considerar que el cambio histórico político se constata porque desde ese momento y —se puede agregar hasta la actualidad y lo que desde aquí se divisa del porvenir— el liberalismo —hasta cierto punto— podía manejar el alma y el espíritu sin deslizarse hacia el totalitarismo, lo que no era factible antes.
Ese “cierto punto” se da en la coincidencia de los liberales con los heraldos del Estado total-autoritario en preservar la libertad económica y proteger la propiedad privada de lo que entienden son ataques que suprimen ambas. Eso que ven como ataques, en realidad no lo son. Muy por el contrario, se trata —en general— de políticas que salvan al sistema capitalista de sí mismo, pero como transforman la igualdad en abstracto en algo más concreto, les producen urticarias.
El sistema no puede vivir sin vender y para vender necesita demanda y cuando se cae hay que reactivarla. Ergo: hay que mejorar la distribución del ingreso. La alternativa es esperar los años que hagan falta para que los oligopolios sobrevivientes al cataclismo del nadir saquen la bolsa, o tomen créditos que en esas circunstancias para los pulpos son muy baratos, compren las quiebras y con esos fondos volcados comience de nuevo el ascenso. Aguantar la deflación y el desempleo lo que haga falta es lo que se postulaba en 2001 para seguir con la convertibilidad. Total, si el morochaje está acostumbrado a pasarla para el culo, se decía entonces y como siempre cuando hay que convertir en virtud un pecado.
No confundamos los tantos, como se incurre regularmente en el análisis económico, entre la posibilidad y la necesidad de la sobreproducción, confusión que se prolonga en la distinción entre la tendencia general a la depresión de la economía capitalista y la forma cíclica en la que se inscriben en el tiempo las dificultades de la realización del producto. De ahí la importancia decisiva en cuanto a la salida de la crisis de John Maynard Keynes, quien planteó que el tiempo de espera para que de la fase baja del ciclo económico se salga a partir de los humores y las posibilidades del mercado (de cinco a siete años en promedio) era innecesario y contraproducente para la democracia, tanto económica como políticamente, puesto que alentando y sosteniendo la demanda agregada con el Estado, de manera directa o indirecta, se salía de la malaria al toque. Claro que eso es más democracia y menos poder para los poderosos.
De ahí que, como aprendimos tristemente los argentinos en 1976, Marcuse infiere que “es el liberalismo mismo el que genera al Estado total autoritario como si este fuera su realización final en un estadio avanzado de su desarrollo”, y eso es así porque “hay algo de verdad [dialéctica] en la proposición que afirma que lo que le sucede al cuerpo no puede afectar al alma. Pero esta verdad ha adquirido, en el orden existente, una forma terrible. La libertad del alma ha sido utilizada para disculpar la miseria, el martirio y la servidumbre del cuerpo”. En algún punto ese orden es indigerible para los afectados y los beneficiados no lo van a negociar departiendo gentilmente.
Los alimentos
Revisando lo que sucede en el planeta —y cuál es el mensaje para la Argentina— con un asunto tan cotidiano como la alimentación con relación a “la miseria, el martirio y la servidumbre del cuerpo”, las consecuencias directas e indirectas de este sesgo hacia esa inverosímil “libertad del alma” son de extremo cuidado. Si un sector de la clase dirigente, en este caso los libertarios, es tan insensible como para pasar de largo de la realidad del desarrollo desigual y ensoñarse con el Nirvana de la convergencia hacia el desarrollo, a partir del reino de la libertad de mercado (metáfora para encubrir que se trata de estropearle completamente la existencia a la clase trabajadora), estamos escuchando los primeros acordes de la amarga sinfonía de “los vamos a reprimir cuanto haga falta”.
En vista de que es la divergencia lo que asegura el paraíso libertario y, en ningún caso, la convergencia hacia el nivel de vida de los países centrales, cuando las mayorías afectadas por sus políticas reaccionarias resisten y se revelan, ahí vienen los palos. Ninguna sociedad que se conozca ha tenido que empobrecerse bajando los salarios para desarrollarse. Por el contrario, han tenido que subir su poder de compra para hacerlo sostenible de ahí en más. Y si los libertarios quieren refugiarse en que hay un mercado en el trabajo, deberían estar avisados, como otros que no son tan extremos o no son liberales, que nunca hubo un mercado de trabajo. No hay oferta y demanda de trabajo definida a través de un precio llamado salario. El salario se define en la lucha política, existe antes que los precios de todas las demás cosas, y su establecimiento previo es lo que permite generar un sistema de precios. Qué se le va a hacer. Los seres humanos están en esta vida para reproducirse y la condición necesaria de esa reproducción es el salario.
Costos ocultos
A principios de octubre, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que tiene 154 países miembros, dio a conocer su informe anual “El estado mundial de la agricultura y la alimentación”. Para la FAO, “los sistemas agroalimentarios actuales comportan enormes costos ocultos para nuestra salud, el medio ambiente y la sociedad, que equivalen, al menos, a 10 billones de dólares anuales”, lo que significa “casi un 10 % del producto interno bruto (PIB) mundial”. La FAO le da tanta importancia a este tema de los costos ocultos del sistema alimentario que por primera vez desde que edita el informe del estado mundial de la agricultura y la alimentación, dedicará dos ediciones consecutivas al mismo tema. En el presente informe se publicaron las estimaciones iniciales de estos costos ocultos, mientras que el informe del próximo año se centrará en evaluaciones concretas en profundidad para determinar cómo los gobiernos pueden moverse y actuar en pos de la mejor forma de mitigar estos costos.
Las estimaciones de la FAO dan cuenta de que una quinta parte de los costos totales guarda relación con el medio ambiente y son producidos por las emisiones de gases de efecto invernadero y nitrógeno, los cambios del uso de la tierra y la utilización del agua. La FAO señala que se trata de un problema que afecta a todos los países y es probable que su magnitud esté subestimada por las limitaciones de datos. En los países de ingresos bajos, los costos ocultos más significativos están relacionados con la pobreza y la subalimentación. El grueso de los costos ocultos, esto es, más del 70 %, viene generado por dietas con alto contenido de alimentos ultraprocesados, grasas y azúcares, que son causa de obesidad y enfermedades no transmisibles y provocan pérdidas de productividad de la mano de obra. Estas pérdidas son especialmente elevadas en países de ingresos altos y de ingresos medianos altos.
Un aspecto sumamente interesante de este reciente informe es que también por vez primera se hizo con una metodología que desglosa estos costos ocultos hasta el nivel nacional y garantiza que se puedan comparar entre las distintas categorías de costos y entre los distintos países. La FAO insta a los gobiernos a utilizarlos para encontrar los costos reales para transformar los sistemas agroalimentarios a fin de combatir —en lo que les toca— la crisis climática, la pobreza, la desigualdad y la inseguridad alimentaria. Esta metodología recién empieza y con más usos llegan las mejoras. Gracias a esta inédita forma de medir, el organismo de la ONU subraya que los países de ingresos bajos son, en proporción, los más afectados por los costos ocultos de los sistemas agro-alimentarios, que representan más de una cuarta parte de su PIB, frente a un porcentaje inferior al 12 % en países de ingresos medianos y menos del 8 % en países de ingresos altos.
El mensaje
La Argentina, siendo un país de ingreso medianos altos —según ranking del informe— tiene un nivel de costo oculto (como porcentaje del PIB) comparable al promedio de países de ingresos altos y por debajo del promedio de su propio pelotón. Es por la calidad —en términos de proporción de proteína e hidratos— de su salario histórico. Ese precio es el que quieren abatir los integrantes conscientes o inconscientes de la corriente gorila —actualmente expresada por los libertarios— desde el mismo 17 de octubre de 1945, se podría fechar sin temor a exageraciones. El mensaje de los precios definidos por los costos, como centro de gravedad teórico, según eran concebidos por los clásicos de la economía, alrededor de los cuales orbitan los precios del mercado, es muy claro: si quieren bajar el salario van a tener que seguir reprimiendo mucho y persistentemente para cambiar el centro de gravedad; en rigor: para bajarlo.
De lo contrario, ni bien los bajen, y en la primera de cambio, cuando se acomodan los planetas, van a tender a regresar a su nivel de siempre, determinando un reavivamiento de la inflación por el impacto alcista en los costos de las legítimas reivindicaciones de los trabajadores. Para los libertarios esto es desconocido. Sólo perciben el valor en los intercambios, y como el valor no existe ni antes ni después de los intercambios, ese regreso al centro de gravedad es inexistente. Eso de pico, porque la realidad les pesa tanto que además de siempre bregar por la reforma laboral, su reivindicación de la dictadura tiene más que ver con el futuro que con el pasado.
Incluso se puede sospechar que la dolarización la quieren para eso, para bajar el centro de gravedad de los salarios. Suponen que el gran prestigio del que se harían acreedores por planchar la inflación les daría espacio para titularizar una larga deflación que consolide Belindia. Porque si hay algo que permite la moneda nacional (e inhibe por siempre la dolarización) es el overtrading, que es entre los factores que tienden a re-equilibrar el sistema —sin modificación de la estructura del producto— el más importante de todos y corresponde, precisamente, a la creación de un ingreso extrínseco a la producción. Esquemáticamente, el economista greco-francés Arghiri Emmanuel, creador de este enfoque, lo define como el gasto de “un ingreso virtual anticipándolo a la venta del servicio o bien que se trate. Es un problema que atañe a la realización y no a la circulación”.
Sin moneda nacional, ningún ingreso nacional anticipado puede existir. Ocurre que para poder sacar adelante una economía estancada porque el poder de compra global es, en términos de valor, inferior a la oferta global de bienes y servicios, no es menester usar una porción del poder de compra existente para comprar bienes de capital más que bienes de consumo, sino —como señala Emmanuel en el ensayo La ganancia y la crisis– “la creación ex nihilo de un poder de compra adicional para adquirir indiferentemente unos y/o los otros. La anticipación del ingreso y no la manera de utilizarlo es lo determinante, aun sí, en la realidad, dicha anticipación es, especialmente, cosa de los empresarios y se acompaña principalmente por una inversión. No se estimula la actividad económica por el hecho de invertir, sino por el de comprar”. La movilización de fondos financiada por el Banco Central o por la tarjeta de crédito en manos populares o por ambas, no interesa como inversión, sino en cuanto overtrading. Esta distinción es clave y da pie para no caer en la trampa de fetichizar la inversión y creer —por ejemplo— que el superávit comercial (exportaciones mayores a importaciones) tiene efectos multiplicadores, cuando en realidad es deflacionista. Superávit hay que tener, pero por otras razones.
Una parte considerable del electorado respalda a estos libertarios que visan un mundo que no existe. El lenguaje popular ha caracterizado a esas moradas hechas a fuerza de descuelgues voluntaristas (aunque en este caso muy reaccionarios) con el fétido y drástico concepto, que merodea por la grosería —lo que no impide su justeza— de nube de pedos. En el mundo real, la inflación es una manifestación de costos al alza y no de emisión monetaria. En el mundo real, para bajar el nivel de vida de las mayorías y dejarlo ahí hay que proceder por largo tiempo a palazo limpio. O son muy ingenuos o son muy cretinos. En todo caso, resulta completamente curioso que el gas metano sea una opción electoral.
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