Le dedico mi silencio
La música que escuché mientras escribía
Mi admiración por la escritura de Mario Vargas Llosa me ha valido no pocas incomodidades. Me ha pasado de regalar una de sus novelas a una compañera que lo dejó de lado con gesto de incredulidad. ¿Vargas Llosa? Sí, Vargas Llosa.
La hija menor de Marx, Eleanor, cuenta la admiración de su padre por las novelas de Balzac que forman La comedia humana, a pesar de las posiciones políticas reaccionarias del autor. El propio Marx decía que la obra de Balzac le había hecho conocer la sociedad francesa mejor que todos los tratados de economía, historia y filosofía. Para Engels, todas las simpatías de Balzac "están de la parte de la clase que está destinada a desaparecer. Pero, no obstante eso, nunca su sátira es más punzante, su ironía más amarga que cuando hace entrar en acción precisamente a los hombres y a las mujeres con lo que simpatiza más, es decir los nobles".
Vargas Llosa es tan reaccionario como aquel Balzac. No tiene ni siquiera la disculpa del autor de Papá Goriot, que estaba casado con la hija de un banquero. La involución llevó a Vargas Llosa desde su amor por la revolución cubana a su actual asociación con un liberalismo que casi dos siglos después de Balzac no conserva nada del carácter transformador y revulsivo que tuvo entonces. La semana pasada recibió un premio en Miami y postuló a esa ciudad como un foco de libertad y democracia. No le hace ascos a compartir ruta y eventos con gente tan inferior a su talento como Aznar, Uribe y Macrì, aunque en las fotos se lo ve más a gusto con Cayetana Álvarez de Toledo.
Pero próximo a los 90 años, su narrativa no ha perdido la capacidad de ver lo que existe y no sólo lo que le gustaría que fuera. En ese sentido, Tiempos recios, sobre el golpe organizado en 1954 por Estados Unidos contra el Presidente democrático y nacionalista de Guatemala Jacobo Arbenz, es la mejor descripción y condena del lawfare que pueda leerse, y escrita en forma magistral.
Esta semana leí su última novela, Le dedico mi silencio, en la que un periodista marginal emprende la tarea de reconstruir la historia del mejor guitarrista que haya escuchado nunca, al tiempo que elabora una teoría según la cual la música criolla, el vals, transformó la sociedad, hizo desaparecer tanto a los blanquitos como a los indios, tragados por el inmenso mestizaje. "El vals en particular, y la música criolla en general, cumplen esa función, la de crear aquel país unificado de los cholos, donde todos se mezclarán con todos y surgirá esa nación mestiza en la que los peruanos se confundirán. El de las mescolanzas será el verdadero Perú, el Perú mestizo y cholo que está detrás del valsecito y de la música peruana, con sus guitarras, cajones, quijadas de burro, cornetas, pianos, laúdes". La música criolla y la huachafería, que me llevaría más espacio que esta nota explicarte en qué consiste, pero que se entiende viendo el primer video de esta página.
Como en otras de sus obras, Vargas Llosa confunde en forma deliberada quién es el narrador. Él mismo, por momentos; su periodista imaginario en otros, Toño Azpilcueta, de origen vasco pero hijo de un italiano. Y la transición entre uno y otro nunca es anunciada. Mientras investiga la historia del excelso guitarrista Lalo Molfino, intercala capítulos sobre los distintos momentos de la música peruana y sus autores e intérpretes. Hay que conocer mucho del Perú para saber quiénes de los protagonistas de la novela son personas reales, como Cecilia Barraza, el amor imposible de Azpilcueta, o brotan de la imaginación del autor, como Lalo Molfino o la adorable pareja del niño bien Tonio Lagarde y la negrita Lala Solórzano, que desafiando todas las prohibiciones sociales se enamoraron y envejecieron juntos, felices hasta más allá de los 90 años.
En 1867, Marx le recomendó a Engels leer el cuento de Balzac La obra maestra desconocida. El pintor Frenhofer trabaja diez años sin descanso para pulir y retocar el retrato de una mujer. Será su obra maestra, y nadie podrá verla hasta que la termine. Cuando esto por fin ocurre, los discípulos de Frenhofer se quedan horrorizados. Lo que ven es un revoltijo de manchas de colores, un nido de líneas enmarañadas y pinceladas superpuestas. Más allá de esta genialidad de Balzac, que prefiguró el arte abstracto con un siglo de antelación, Toño Azpilcueta vive una experiencia similar a la de Frenhofer, que sólo él comprende y que remite a la locura y el delirio de grandeza que también constituye la peruanidad, junto con las pesadillas monstruosas que hostigan a su protagonista.
Ahora sí, te invito a escuchar a los grandes de la música peruana. A Felipe Pinglo Alva, homenajeado ante su tumba en un acto de sublime huachafería, Rafael Otero López, César Santa Cruz, La Limeñita y Azcoy, Filomeno Ormeño y Lucho de la Cuba, Alberto Condemarín, Nicolás Wetzell, Óscar Avilés, El Zambo Cavero, Luis Abanto Morales, María de Jesús Vázquez y las dos que trascendieron las fronteras del Perú, Chabuca Granda y su Lima imaginaria de damas y caballeros elegantes, y la insuperable Lucha Reyes. Chabuca estuvo en el grupo privilegiado que vivió más de 40 años.
Para quienes conocemos y amamos el Perú, la escritura de Vargas Llosa es una delicia, aunque carezca de la profundidad de la de José María Arguedas, cuyo Todas las sangres me sigue pareciendo la obra cumbre de la literatura hispanoamericana.
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