El Secretario de Coordinación Interministerial Mario Quintana quedó imputado por el fiscal federal Ramiro González, acusado de favorecer como proveedora del PAMI a la empresa Farmacity, fundada por él y en la cual tiene un porcentaje mayoritario sobre las decisiones. También se investiga su presunta adulteración de documentación para lograr la habilitación de la empresa para operar en la provincia de Buenos Aires, aunque una ley provincial no lo permite. Para lograr vencer este obstáculo, también habría procurado ejercer influencia sobre la Corte Suprema que deberá decidir sobre el litigio planteado.
La honorable sociedad del medicamento tiene, sin embargo, otras familias. Y como en ella no se trata de cuestiones personales, sino de negocios en los que deben cooperar unos con otros, cabe pensar que el cambio administrativo que se está gestando en ANMAT, dirigido a facilitar la aprobación inmediata y sin objeciones de todo experimento médico aunque tenga graves riesgos para la vida y la salud, también encuentran en Quintana su explicación. Se sabe ya que la industria farmacéutica es una de las mayores expresiones de la insaciable codicia del neoliberalismo, pero lo que vamos deshilvanando día a día es cómo todo se vuelve mercancía con sus políticas.
En ese sentido, la industria farmacéutica es tan sólo una muestra de esa codicia desbocada. Tiempo atrás, el ministro de Energía Luis Caputo había reconocido tener su fortuna en el exterior sin traerla al país por no tener confianza en la Argentina. El ministro de Economía Dujovne también reconocía sus cuentas offshore aunque callaba el estar pagando impuestos de terreno baldío por una propiedad ya construida de cientos de miles de dólares. Y en tanto, la directora gerente del FMI Christine Lagarde recibía la Carta de Intención y Memorándum de Políticas Económicas presentada por el gobierno argentino para solicitar un préstamo de 50.000 millones de dólares y declaraba: “Los objetivos económicos son significativos y existe una articulación completa de las políticas subyacentes que ayudarán al gobierno a alcanzar sus objetivos”. Préstamo que según varios economistas se destinaría a pagar los intereses de los préstamos que este mismo gobierno contrajo para que se evadieran masivamente en una “articulación completa” de objetivos y políticas.
Entre las tácticas a implementar para esa articulación, una de ellas acaba de ser revelada: Alexander Nix, CEO de la empresa de consultoría política Cambridge Analytica, reconoció ante una comisión del Parlamento británico que su empresa había trabajado en el diseño de una campaña antikirchnerista para un partido de la oposición o una persona interesada en influenciar en la política argentina. Tácticas de una guerra dirigida a garantizar el despliegue sin fronteras de la codicia.
Avaricia y especulación: las deudas de las almas muertas
La avaricia como motivo literario nos ayuda a pensar el tema. En su itinerario, el lector podrá encontrar o no sus analogías con nuestra realidad. Después del mito del rey Midas y su deseo de convertirlo todo en oro, la obra fundacional y de referencia durante siglos es la Comedia de la Olla de Plauto (Aulularia, hacia 195 aC). Es la historia de un viejo pobre que encuentra una olla de oro y vive intranquilo por temor a perder su tesoro, custodiándolo, desconfiando de todos, insensible ante los demás en su avaricia por conservarlo de un robo que finalmente le llega.
Muchos siglos después, Lorenzino de Médicis (Aridosia, 1536) invierte el lugar del avaro de Plauto y en lugar de un viejo pobre pone como personaje a un joven noble florentino. Pero por su posición, este no puede estar pendiente de una bolsa escondida ni puede revelar la avaricia de sus negocios usurarios, por eso su caída va a ser financiera. Se trata de la codicia en una Florencia protocapitalista que ya Dante había condenado y en la que especulación y avaricia formaban una mezcla.
Moliére retoma el modelo de Plauto (El avaro, 1668) pero destaca los negocios financieros del personaje y las consecuencias afectivas de una codicia que ciega la inteligencia, lleva a la insensatez y al distanciamiento con su familia. De este modo, ya prefigura el impacto social de la avaricia del prestamista especulador que en Dickens (Nicholas Nickleby, 1839) se muestra en las penurias de la pobreza de unos personajes, y en el desprecio y el maltrato de los empresarios fraudulentos.
Pero será Gogol (Las almas muertas, 1842) quien hará un retrato mayor de la dimensión social del motivo de la codicia en el marco de la servidumbre del feudalismo ruso de mediados del siglo XIX. Los propietarios de las tierras en las que vivían los siervos eran a la vez propietarios de las “almas” de estos y de su destino ya que podían venderlos a otro propietario. Por entonces la administración zarista quería consolidar el dominio y explotación de las tierras siberianas, y con ese fin ofrecía la cesión de tierras a aquellos propietarios que pudieran justificar la posesión de un número mínimo de “almas” a establecer como colonos. Pavel Txitxikov, hijo de una familia noble aunque quebrada, no posee ese número pero tiene un desmedido afán de poseer parte de esas tierras y encuentra una trampa administrativa para hacerlo. Los propietarios debían pagar un impuesto por cada uno de sus siervos según el cómputo del último censo. Como entre un censo y otro muchos siervos morían, y sus propietarios debían seguir pagando sus impuestos hasta el próximo censo, a Txitxikov se le ocurre comprarles a bajo precio a esas “almas muertas” para acreditar el número necesario de colonos a establecer. La novela muestra así la degradación moral de la aristocracia feudal en el trato injusto de la servidumbre reducida a objeto mercantil.
Pospolítica o guerra no convencional
Si bien hubo críticas a la codicia que la Italia renacentista puso en marcha bajo el símbolo mayor del florín de oro (1252-1533), algunas obras justificaron la utilidad natural del afán de dinero (Poggio Bracciolini, De avaritia, 1428) considerando incluso que el dinero era para una ciudad como la sangre para el cuerpo humano (B.Davanzati Bostichi, Lezione della moneta, 1587). Son las primeras defensas de una conducta que todo el cristianismo medieval había condenado en su forma de usura, y una muestra de “la grieta” ética que el capitalismo moderno iba a introducir.
Sin embargo, en El mercader de Venecia (1600), Shakespeare introduce un elemento nuevo en el tratamiento del motivo literario. La condición del préstamo de Shylock, de que Antonio debía entregar una libra de su carne en el caso de no pagar su deuda, se revela al final como un acto de venganza cuando exige que esa libra se arranque cerca de su corazón. Su deseo de venganza por las burlas, maltrato e intolerancia que ha sufrido como judío avaro, es mayor aún que su codicia. Pero aquel deseo de venganza va a ser la causa de su perdición cuando se evalúe el significado de la palabra empeñada en un tribunal de justicia presidido por el Dux de Venecia.
En esa perspectiva de la codicia, las actuales guerras jurídicas (lawfare) de la ultrapolítica persiguen más que una “venganza” de los líderes populares, una despiadada “ejecución” impune de los mismos y de los principales opositores. Así cabe entenderlo del concepto mismo de guerras jurídicas que fue descripto en su origen (2001) como un “método de guerra no convencional en el que la ley es usada como un medio para conseguir un objetivo militar”.
Esa articulación se dirige a neutralizar la tensión política (“la grieta”) que las democracias populistas generan entre codicia y bien común, mediante la instauración de una ultrapolítica entendida como “el intento de despolitizar el conflicto extremándolo mediante la militarización directa de la política, es decir, reformulando la política como una guerra entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, nuestro Enemigo, eliminando cualquier terreno compartido en el que desarrollar el conflicto simbólico” (En defensa de la intolerancia, 1998).
Esas guerras jurídicas de la ultrapolítica se asocian entre nosotros a la pospolítica, que según Zizek acude al modelo de la negociación empresarial y del compromiso estratégico: “En la pospolítica el conflicto entre las visiones ideológicas globales, encarnadas por los distintos partidos que compiten por el poder, queda sustituido por la colaboración entre los tecnócratas ilustrados (economistas, expertos en opinión pública...) y los liberales multiculturalistas: mediante la negociación de los intereses se alcanza un acuerdo que adquiere la forma del consenso más o menos universal”.
Los funcionarios de nuestro gobierno desnudan sin vergüenza su codicia y el resguardo de sus tesoros, persiguen impunemente a sus opositores, y negocian falsamente las necesidades de la población. Hay una articulación completa de sus políticas con sus objetivos de gobernar para los ricos.
- La imagen principal es de Orozco, "Banquete de los ricos", 1923
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