Ahora y entonces

¿Pueden una risa o una canción salvar el mundo?

 

¿Cuánto vale una risa?

No pregunto cuánto cuesta —cuál sería su precio, en los términos pecuniarios que hoy lo miden casi todo—, sino cuánto vale. Qué tipo de mérito asignamos a ese exabrupto que alguien nos induce, que altera la fisonomía, la postura corporal y, en el mejor de los casos, nuestro estado de ánimo.

Ya sé que es imposible cuantificar su valor, porque el estado de ánimo no conoce patrones de medida y porque, además, cada uno de nosotros le otorgaría una importancia diferente, a partir de su experiencia. Lo que puedo afirmar más allá de toda duda es que para mí la risa es muy, pero muy importante; que es algo que entendí de grande (si tuviese que anclar ese descubrimiento en términos cronológicos, se lo adjudicaría a la escritura de Kamchatka, tanto el film como la novela, a comienzos de este siglo); y que, de acuerdo con la naturaleza incremental de este mundo nuestro tan material, muchas risas, o un mismo tipo de risa sostenida durante años, valen mucho más que una risa aislada.

El 28 de octubre murió Matthew Perry, el actor que hacía de Chandler en la serie Friends. Fue una noticia sorpresiva que no sorprendió. Extemporánea, ya que era un tipo aún joven, tenía apenas 54 años. Y al mismo tiempo previsible, para todos los que éramos conscientes de su larga batalla contra las adicciones, en particular al alcohol y los calmantes. La última vez que lo vi fue en el marco del especial que en 2021 reunió a los actores del legendario cast de la comedia. Contemplarlo allí fue doloroso. Era el más joven de los seis pero parecía el más viejo, se expresaba lentamente —un contraste gigante con la chispa característica de Chandler— y hablaba con dificultad. Dicen que después repuntó, a fines del año pasado publicó un libro de memorias llamado Friends, Lovers, and the Big Terrible Thing, con prólogo de Lisa Kudrow, la Phoebe de la serie, y se mostró decidido a concentrarse en la tarea filantrópica de ayudar a quienes intentaban recuperarse de sus adicciones. Si algo le sobraba era experiencia en la materia. En las entrevistas que concedió en noviembre del '22 para promocionar la salida del libro, se lo veía recuperado. Pero el cuerpo le dijo basta la semana pasada, cascoteado por una vida de abusos.

 

Matthew Perry, el Chandler de la serie "Friends".

 

Perry se convirtió en alcohólico a los 14 años. Nacido en los Estados Unidos pero formado en Canadá, creció como hijo de una mujer jefa de hogar que además era profesional, la periodista Suzanne Langford. Fue un niño conflictivo, sin interés por el desempeño académico, que llamaba la atención mediante pequeños hurtos o fajando a compañeros de escuela. (Una de sus víctimas fue el actual Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. Habida cuenta de que su madre era jefa de prensa del Primer Ministro de entonces, Pierre Trudeau —el padre de Justin, célebre mujeriego—, imagino que Perry trató de cobrarse alguna cuenta por interpósita persona.) A los 15 dejó Ottawa para mudarse con su padre, que vivía en Los Angeles. Allí abandonó el tenis, deporte en el que había mostrado promesa, para estudiar actuación. A los 18 ya se ponía en pedo a diario.

En pleno éxito mundial de Friends —1997— sufrió un accidente haciendo jet-ski del que emergió adicto al analgésico llamado Vicodin, del cual llegó a tomar 55 pastillas por día. Cuatro años después tuvo que dejar de trabajar durante dos meses para rehabilitarse en una clínica. A esa altura, el alcohol y los painkillers ya no le alcanzaban, razón por la cual había añadido a su ingesta anfetaminas y metadona. Solía decir que había olvidado por completo tres de los años que dedicó a la serie.

Le estalló el colon en 2018 a consecuencia del abuso de opioides. Estuvo en coma, conectado a una máquina que respiraba por él. Los médicos estimaron que tenía un 2% de chances de sobrevivir —no eran lo que uno llamaría probabilidades alentadoras—, pero salió a flote, tan sólo para lanzarse otra vez a la espiral de autodestrucción. Estaba internado en una clínica de Suiza cuando pagó 175.000 dólares por un avión privado que lo llevase a Los Angeles a conseguir drogas, y otro tanto por el vuelo de retorno. En su libro saldó cuentas, hasta de forma literal. Perry estimaba que sus adicciones le habían costado 9 millones de dólares —que podía darse el lujo de gastar, durante el pico de la fama de Friends ganaba un millón por capítulo—, cifra que incluye 14 intervenciones quirúrgicas, 15 estadías en clínicas de rehabilitación y sesiones de terapia durante 30 años, dos veces a la semana. A modo de frutilla encima de la torta de su baqueteada salud, le añadía otro número: 6.000, que era la cantidad de encuentros de Alcohólicos Anónimos a los que estimaba haber asistido.

 

Perry, en sus últimos tiempos.

 

Todo esto no tiene nada de gracioso, salvo por contraste. Para despreciar los dones con que la gracia te bendijo —el talento artístico, en este caso, refrendado por la fama y la fortuna— y conducir tu vida como un bólido a cuyo volante cerrás los ojos, debe existir mucho infierno en tu interior. Como testimonio a su oficio, hay que decir que nada de eso se percibía cuando actuaba. En series más recientes, como Mr. Sunshine y Go On, trató de canalizar ese dolor, de externalizarlo, pero ninguno de esos proyectos perduró. Tal vez por eso escribió y protagonizó una obra llamada The End of Longing, estrenada en 2016, donde interpretaba a un borracho que era una versión exagerada de sí mismo, a través de la cual intentó conectar con "la gente que es como yo, y la gente que ama a quienes son como yo". Pero el mundo no se mostró nunca interesado en el Matthew Perry que exorcizaba sus demonios. Y en 2018 casi se va al tacho, colon mediante.

Reviso Friends a partir de esta información y no veo infierno alguno, más allá de las variaciones de su peso entre temporadas. Todo lo que encuentro —todo lo que me reencuentro—, es a Chandler Bing. Ese pibe encantador, tierno, inseguro, de ingenio veloz, que cuando estrechaba la mano de un desconocido, anunciaba a modo de presentación: "Soy Chandler. Hago chistes cada vez que me siento incómodo". El protagonista de la más bella historia de amor de la serie, aquella que lo unió a Monica, superando al híper-promocionado romance entre Ross y Rachel, porque contaba lo que puede ocurrir cuando te descubrís enamorado de tu mejor amiga. Un personaje que los creadores de la serie, David Crane y Martha Kaufmann, le entallaron de a poco, a medida que percibieron las dimensiones del talento que tenían entre manos. (Otro personaje memorable de Perry fue el Matt Albie de Studio 60 On The Sunset Strip. Para que su creador, Aaron Sorkin —guionista de Cuestión de honor [A Few Good Men, 1992], creador de series como The West Wing [1999-2006] y director de películas como El juicio de los 7 de Chicago [2020]—, lo haya elegido para representar a su alter ego, es porque encontró en Perry una inteligencia que no estaba por debajo de la suya.)

Al revisar capítulos vuelvo a reír y esa risa me genera, por primera vez, una obligación. Porque Matthew Perry lleva casi 30 años haciéndome bien, y yo valoro más que nunca ese poder que le concedí sobre mí —aún ahora, aún muerto— y el estado de ánimo que me ayuda a alcanzar.

Y lo menos que uno puede hacer, por la gracia concedida, es agradecer al responsable aunque ya haya caído, y dedicarle el homenaje que se ganó con creces.

 

 

El santo patrono de los inseguros

Friends fue y es un fenómeno, por donde se la mire. No sólo sigue siendo la sitcom más popular de los tiempos modernos —sitcom es apócope de situation comedy, comedia de menos de media hora grabada casi siempre en estudios, delante de una audiencia: un formato televisivo característico de la TV de los Estados Unidos—, sino que se convirtió en un hecho cultural en el mundo entero. La forma de vestirse y de peinarse de los protagonistas redefinió la moda de la América al norte del río Bravo, pero no sólo eso: también el lenguaje, que asimiló muletillas que siguen usándose, como el how you doin' de Joey. Canciones como la que presenta el programa y otras creadas ad hoc (pienso en la del Gato apestoso que interpreta Phoebe, como parte de su show de artista callejera), se convirtieron en hits. También influyó sobre la forma de hablar, volviendo ubícuo el modificador so, o sea tan, e incorporando la entonación que Chandler patentó, acentuando partes de cualquier frase de forma inusual. (El ejemplo típico es: Could she BE more out of my league..., algo parecido a: "¿Podría ella ESTAR más lejos de mis posibilidades?")

 

 

 

Pero el fenómeno trascendió las fronteras. Impulsó en un 26% la matrícula de estudiantes internacionales que se decidieron a estudiar inglés. Hay cafés que imitan al neoyorquino donde los amigos se reúnen —el Central Perk— en sitios tan inesperados como la India, Pakistán y Singapur. Aquí prendió en sincro con el desarrollo de la TV por cable, el hoy desaparecido Sony Channel nos permitió seguir la serie con un módico delay. Yo la disfruté a fines de los '90 con mis hijas hoy grandes —reírnos con Friends borraba toda diferencia entre nosotros—, y hoy la comparto en HBO con mi hijo de 15: tres generaciones de Figueras, amalgamadas por las mismas bromas y el amor por los mismos personajes.

El planteo de la serie no podía ser más elemental, más genérico: seis amigos —tres chicas, tres chicos— que desarrollan el afecto que los une en una Nueva York más intuida que vista. Gente sin problemas del subdesarrollo, a la que no afectan ni la inseguridad, ni los problemas económicos ni la inestabilidad política. Los seis amigos de Friends no tienen más preocupaciones que sus historias de amor y las dificultades que les presentan sus propias neurosis.

Y sin embargo la serie fue y sigue siendo irresistible, a partir de la complementariedad de los personajes. Ese funcionamiento de máquina aceitada hay que atribuirselo en parte a los creadores de Friends, pero en materia superlativa a los seis actores, que colaboraron de forma que los imbuyó de vida. (A diferencia del 99% de los elencos de las series exitosas, a quienes la fama y el ego pone a competir salvajemente entre sí, estos seis armaron siempre un frente común, que presentaron ante el mundo como una familia, y nunca se apartaron de esa tesitura — ni siquiera ante la muerte de Matthew Perry.)

 

Los seis "Friends": Perry, Aniston, Schwimmer, Cox, LeBlanc, Kudrow.

 

Monica (Courteney Cox) es la segunda hija de un matrimonio de origen judío que siempre privilegió al primogénito varón, Ross. Era muy gordita de pequeña, pero ahora es una belleza que además tiene una carrera —es chef— que desarrolló por sí misma, sin que eso la haga más meritoria ante la consideración de sus padres. Esa y otras frustraciones las sublima mediante el culto obsesivo de la limpieza y el orden.

Rachael (Jennifer Aniston) es la típica hija de papá que nunca hizo otra cosa que verse bien y vestir a la moda, hasta que un frustrado matrimonio la obliga a abrirse camino en el mundo real. Furibunda fashionista, progresa lenta pero sostenidamente en la industria de la vestimenta sin dejar de considerar nunca que en este mundo no existe nada más digno de cuidado y de atención que ella misma — por lo menos, hasta que llega su hija.

Phoebe (Lisa Kudrow) es el bicho raro del grupo, la chica freak. Es huérfana —la mujer que la crió, a quien creía su madre, se suicidó— y ha vivido en las calles. Trabaja de masajista y como cantautora amateur, interpretando canciones tan freaks como ella. En consecuencia, es lo más parecido a un representante de la clase trabajadora que existe en el grupo.

Ross (David Schwimmer) es el hermano mayor de Monica, un perfecto ejemplar de neurótico neoyorquino. Paleontólogo y académico, es abandonado por su esposa que le confiesa casi al mismo tiempo que es lesbiana y que está embarazada de él. Sus ires y venires románticos con Rachael jalonan la serie, un tironeo constante entre dos personas que se aman de verdad pero al mismo tiempo siguen privilegiándose a sí mismas por encima del otro.

Joey (Matt LeBlanc) proviene de una familia ítalo-estadounidense típica —numerosa, tiene un montón de hermanas— y aspira a ser actor. La pega como galán de telenovela pero no tarda en boicotearse a sí mismo, a consecuencia de sus múltiples limitaciones. Es un seductor consuetudinario, tan bestia y machista como bien intencionado. Durante las primeras temporadas comparte apartamento con Chandler, a quien considera su mejor amigo, en el mismo edificio donde comparten otro depto Monica y Rachel.

¿Y Chandler?

 

 

Todos los que amamos la serie tenemos un friend favorito, y el mío fue siempre Chandler. En parte porque no soy tosco ni mujeriego a lo Joey, y porque quiero creer que mi ego no me convierte en alguien tan víctima de sí mismo como Ross. A diferencia de sus amigos, Chandler es un manojo de inseguridades. ¿Cuán winner puede sentirse un pibe que tiene tres tetillas? Hijo de un matrimonio que se separó cuando él era pequeño —su madre escribe novelas eróticas, su padre se convirtió en una drag queen que actúa en Las Vegas—, empezó a fumar a los 9 años. Desde entonces usa el sentido del humor, en particular la vena sarcástica, como mecanismo de defensa, y se cree incapaz de sostener una relación amorosa. Su vínculo recurrente con la incordiante Janice (Maggie Wheeler) es expresión de la escasa autoestima que posee, hasta que la amistad con Monica se convierte en algo por completo diferente.

Chandler es, y por mucho, el más inteligente y sensible de los varones. Yo lo encuentro el más gracioso, además, porque las risas que produce no son involuntarias —no derivan de sus defectos como en Ross y en Joey, que son una máquina de meter la gamba a partir de su deformada visión de sí mismos—, sino que manan de su autoconciencia, de la impiadosa manera en que se juzga. A los otros dos, que al menos en algún aspecto de sus vidas se creen la gran cosa, uno los quiere a pesar de ellos mismos. A Chandler se lo quiere a pesar de que él mismo te sugiere que no te gastes porque no lo merece, mientras remata con un chiste que te descostilla.

De los seis, es el único que no proyecta ni sublima nada importante a través de su trabajo. Se supone que hace análisis estadísticos, porque es bueno con los números. Pero para Chandler se trata apenas de un empleo que le permite ganar buen dinero sin comprometer su alma. (El hecho de que ni sus amigos saben bien qué hace en la oficina se convierte en gag de uno de los episodios más memorables, aquel en que Monica y Rachel pierden su apartamento a manos de Chandler y Joey.)

Donde sí se vuelca entero es en la relación con Monica, con quien se compromete de una forma tan sencilla como conmovedora: "Vos me hiciste más feliz de lo que nunca imaginé que podía ser. Si me lo permitís, voy a pasar el resto de mi vida tratando de hacerte sentir del mismo modo".

 

 

 

Ese es Chandler Bing, santo patrono de todos los tipos inseguros de este mundo que vomitamos chistes cuando estamos nerviosos y que intentamos disimular, mediante el ingenio, que somos románticos del modo más anacrónico.

Nunca lo había pensado de este modo, pero cuando mi compañera y yo nos casamos, mi contribución a la ceremonia fue una puesta en escena llena de chistes y de música que —recién lo entiendo ahora— bien pudo haber pasado por un capítulo inédito de Friends. Así que, si me lo permiten, me montaré sobre la sabiduría popular que sostiene que más vale tarde que nunca, para decir: gracias, Chandler Bing. Gracias, amigos de la TV.

 

 

 

De la canción como usina energética

Reservamos un lugar especial en nuestras almas para las obras de arte que nos hicieron bien durante la vida entera. Cosa rara, porque a pesar del soporte material que las preserva —o las preservaba, antes de que casi todo se volviese digital—, se trata de elementos inasibles: una música, una frase, una imagen, que nos iluminó una vez, allá lejos y hace tiempo, pero a la que nunca más dejamos ir, aferrándonos a ella como se ata uno a un salvavidas. A menudo nuestra relación amorosa con un disco, una película o una serie es más duradera y profunda que las relaciones que sostuvimos con gente de verdad. Tienen esa ventaja respecto de sus contrapartes humanas: cuando se trata de obras que son buenas en serio, sólo mejoran con el tiempo. Nunca te decepcionan ni te traicionan.

Esta semana tuvo lugar un prodigio que sin duda juega en esa categoría: la difusión de una música definida por sus responsables como "la última canción de Los Beatles". Now and Then —es decir, Ahora y entonces— es una canción que compuso Lennon poco tiempo antes de que lo asesinasen. En 1995 estuvo a punto de sumarse a otras dos que los Beatles sobrevivientes completaron y difundieron para acompañar el lanzamiento del documental y la compilación que conocemos como The Beatles Anthology. Entonces estrenaron Free As A Bird y Real Love, construidas a partir de una grabación casera de Lennon que databa del '77, o sea tres años antes de morir. En esa misma cinta estaba Now and Then, que presentaba una complicación extra: Lennon había grabado su voz y el piano en un mismo canal, y la tecnología de la que se disponía entonces no permitía separar la melodía del instrumento. Cuando querían subir de plano la voz de John, no les quedaba otra que subir también el piano y el sonido se desbalanceaba, no había forma de darle a cada cosa el lugar adecuado.

Dice McCartney —a quien tuve el loco privilegio de entrevistar durante los '90, todavía no termino de creerlo— que la tecnología que Peter Jackson ayudó a desarrollar para su reedición del documental Get Back tornó factible lo que en el '95 había sido imposible: obtener una toma limpia, incontaminada, de la melodía cantada por Lennon. Ahora se podía trabajar sobre Now and Then como lo habían hecho con Free As A Bird y Real Love, pero claro, existía un nuevo contratiempo: habían perdido a un indiecito más, porque George Harrison murió en noviembre del año 2001. Por suerte conservaban grabadas tomas de guitarra de Harrison tocando Now and Then en el '95, a las que McCartney agregó, para redondear el aporte de quien fue el más joven de Los Beatles, un solo de guitarra slide lo más harrisoniano que pudo conjurar. Y así, con Ringo nuevamente en la batería, Paul en uno de sus clásicos bajos Hofner y arreglos de orquesta de Giles Martin —hijo del productor eterno de Los Beatles, George Martin—, Now and Then adquirió nueva vida.

 

 

 

Nadie pretenderá que la canción merece figurar entre las mejores de la banda. Ni siquiera es seguro que merezca la firma del grupo, tratándose de una composición del Lennon solista que refleja la búsqueda individual en la que estaba embarcado por entonces. Pero no deja de ser una canción en la que tocan y cantan Lennon, McCartney, Harrison y Starr, lo cual no puede ser moco de pavo en ninguna galaxia ni en ningún universo.

Now and Then fue compuesta durante el tiempo en que Lennon se mantuvo alejado de los estudios y de los escenarios, concentrado en la crianza de su hijo menor, Sean Ono Lennon. Esa dedicación como padre fue el modo en que Lennon intentó compensar la desidia en que había incurrido como padre de su hijo mayor, Julian, durante el apogeo de Los Beatles y los primeros tiempos del romance con Yoko. En ese sentido, forma parte del batch de canciones del que escogió las del disco que marcó su retorno, Double Fantasy, lanzado en 1980, tres semanas antes de su asesinato.

El horror que produjo y no ha dejado de producir ese hecho de violencia desplazó el recuerdo de que, a su estreno, Double Fantasy fue recibido como una decepción por parte del público, entre el cual me incluyo. Se trataba del primer álbum de John Lennon en cinco años, pero la mitad de las canciones eran escritas y cantadas por Yoko, y las de John no incluían ni un gramo de su veta sarcástica, o surrealista, o política, o salvaje: eran canciones simplísimas con letras llanas, que hablaban de emociones en los términos más elementales. Todos esperábamos algún tipo de comentario sobre el estado del mundo, o una iluminación que abriese puertas donde antes no había sino muros, como las que escribió desde Revolver (1966) en adelante. Pero Lennon anunciaba allí que se había bajado de la calesita para concentrarse en su microuniverso, en sus afectos más próximos.

 

 

No cuesta nada imaginar que Free As A Bird, Real Love y Now and Then podrían haber aparecido en nuevos discos solistas, de no haber interferido un homicida hijo de puta, ávido de notoriedad, a quien desde entonces no le damos siquiera el gusto de mencionar su nombre. La letra de Now and Then es tan simple, directa y emocional como las de Double Fantasy y el disco póstumo Milk and Honey (1984). Lo lógico es presumir que le está hablando a Yoko:

La verdad es que

Todo te lo debo a vos

Y si salgo de esta

Es gracias a vos

Tanto ahora como entonces

Si debiésemos empezar otra vez

Sabemos ya al menos que

Yo seguiré amándote.

Una lectura interesada que circula en estos días sugiere que esos versos eran un reconocimiento para Paul, después de varios años de profunda separación ahondada por abogados, puteadas y canciones vitriólicas. Me suena improbable. Da la sensación de que el Lennon del '77 estaba en otra, mirando hacia su adentro doméstico y no hacia afuera. Pero eso no impide que la canción produzca otro tipo de reparaciones. No puedo siquiera empezar a imaginar la clase de emoción que debe revolver el alma de una persona sentimental —y a McCartney podrán retaceársele muchos reconocimientos, pero nadie diría que es un tipo frío— cuando la tecnología te regala la oportunidad de cantar y armonizar otra vez, a los 81 años, con el amigo muerto que por entonces tenía 37.

La vida es buena, pero de justa no tiene nada, escribió Lou Reed. Lo recordé la semana pasada pero sigue pareciéndome pertinente. Casi nunca podemos reparar a la perfección lo que rompimos, pero existen formas de ayudar a cicatrizar lo que tajeamos por necios, crueles o torpes, y además la vida concede la oportunidad de reparar a futuro. La atención y el cariño volcados sobre Sean Ono Lennon no borran la negligencia que sufrió Julian, pero clausuran la persistencia en un error que asumió como tal: a través de su hijo pequeño, Lennon se probó que, a pesar del handicap de fábrica que derivaba de no haber contado nunca él mismo con un padre, podía llegar a ser uno bastante decente. Con Julian fue una variante de su propio progenitor, Freddy Lennon, tan encantador como ausente, que aparecía cada muerte de obispo con regalos, se peleaba con su madre Julia y volvía a esfumarse. Con Sean, en cambio, llegó a ser un padre real. El elemento de tragedia lo aporta el hecho de que al final ni Julian ni Sean Ono pudieron contar siempre con él, por distintas razones. Por lo cual vuelvo a la frase con que abrí este párrafo: La vida es buena, pero...

 

 

Aunque más no sea en un plano simbólico, McCartney pudo armonizar otra vez con el amigo que murió antes de que pudiesen reconciliarse de verdad. Y aunque Matthew Perry no consiguió disfrutar de la sobriedad a la que tanto le costó arribar, dejó una obra que seguirá sanando y haciendo reír a muchas personas en el mundo entero. A veces eso es todo lo que necesitamos para recomponernos, o para poner en perspectiva de dónde venimos, todo lo que hemos hecho y el lugar que alcanzamos. Basta con un capítulo de Friends o con la irrupción de un tema de Los Beatles. Pero ciertas circunstancias lo logran de forma aún más eficaz, por no decir dramática: cuando muere alguien a quien admirábamos y le estábamos agradecidos, o cuando aparece algo que considerábamos imposible, como una "nueva" canción de Los Beatles. En esos momentos, el disfrute en tiempo real de una obra artística adquiere una profundidad de campo inusual, abre una perspectiva que incluye aquello que fuimos hace tanto, cuando nos enamoramos de esa serie o de esa música, las vicisitudes que ocurrieron desde entonces y también el sobrio reconocimiento de que, pese a todo, llegamos hasta acá sin haber perdido la dignidad. ¿Acaso existe algo más importante, a cierta altura de la vida?

El arte es esa magia que permite hilvanar el relato de nuestros "entonces" de forma que dé perfecto sentido a la narrativa de nuestro "ahora", del que casi todos estamos un poquito —aunque más no sea discreta, moderadamente— orgullosos. Se lo permite a los que trabajamos en el arte, desde ya. Giles Martin dijo esta semana en Variety que la canción nueva "no es un cínico ejercicio de marketing para potenciar las ventas del catálogo", y uno tiende a creerle, porque si hay algo que McCartney sabe que no necesita es más guita de la que ya tiene. "Creo —concluye Martin— que en realidad Paul extraña a John y quería volver a trabajar con él en una canción".

 

George Martin con su hijo Giles, actual productor de McCartney & Co.

 

Lo glorioso del arte es que concede la posibilidad de un satori —ese concepto del budismo zen que define un instante de iluminación, de la más profunda comprensión, tanto sensible como intelectual, donde todos los tiempos se funden en nuestro presente— no sólo a los artistas, sino también a aquellos que vibramos con lo que hacen. Y entonces una familia puede reencontrarse frente al televisor, riendo de y con su propio pasado, desde la templanza de lo que llegó a ser contra viento y marea. Y Paul puede volver a hacerle coros a John y a contrapuntear con George sin que la obra se cierre allí, porque la colaboración no ha terminado. De hecho está viajando a estas horas por un mundo que atraviesa un pésimo momento, de impiedad y violencia que ponen en duda nuestra humanidad, permitiéndonos cantar y sumar nuestras voces a una nueva canción de Los Beatles, una vez más. Si ese milagro —el de la gloriosa reaparición de algo que creíamos enterrado en el pasado, cerrado para siempre—, ocurre y produce un efecto sobre el mundo real, ¿no querrá decir que otros milagros son posibles también? En este mundo donde pasan a diario cosas estremecedoras, que nos matan de a poco con cada nueva foto o video que llega desde Gaza, o con cada declaración demencial de gente que pretende gobernarnos, una canción parece poca cosa, casi nada. Y sin embargo...

Un colega y amigo, Diego Tomasi, me hizo notar que una traducción posible de now and then sería "en este día y cada día". Como canta el Indio en Ya nadie va a escuchar tu remera, ese tema que nos llama a proteger nuestro aliento y a defender el estado de ánimo ahora y siempre.

Como diría Chandler Bing: ¿podría esta canción SER más oportuna?

 

 

 

 

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí