EL RECHAZO A LA INVASIÓN MARCIANA

Ante la metamorfosis violeta y el vodevil amarillo, cautela y dedicación

 

Ray Bradbury escribió un libro de cuentos que tituló Crónicas marcianas. Los relatos fueron escritos a mediados del siglo pasado y están situados entre 1999 y 2026. Narró allí una historia sobre la vida en Marte a partir de su colonización por los humanos. Describe a un grupo de personas huyendo de una Tierra convulsionada, colonizando Marte y alterando la vida marciana prexistente. Luego regresan a la Tierra para luchar en una guerra que diezma la población. Una familia, entonces, regresa a Marte. Se reconstituye y salva la especie.

Estas elecciones fueron casi un relato inverso de las Crónicas de Bradbury. Unos marcianos invadieron. En las PASO todo se disolvía. Después, entremezclados, envalentonados y en confianza por el triunfo, entraron en batallas discursivas en las cuales desparramaron venenos que terminaron consumiéndolos a ellos. La elección del domingo pasado, revirtiendo resultados, simbolizó una salvación.

 

Votamos

La primera vuelta lo fue en todos los sentidos. No solo se jugó por los puntos, también se dio vuelta la tabla de posiciones. Ganó el candidato celeste, empujando su caudal hasta cerca de los 37 puntos. El candidato violeta quedó segundo, conservando sus casi 30. La representante de los amarillos, confirmando pronósticos de mal juego, no llegó a los 24. Salvo esta última, que restó, los dos primeros sumaron en términos nominales. El celeste, más de tres millones de votos.

El peronismo ganó en la mitad de las provincias que le habían dado el triunfo a Javier Milei en las PASO. En Buenos Aires, donde tuvo una remontada en sintonía con su historia, recuperó intendencias. Más de un millón de votos de levantada le dieron al gobernador Axel Kicillof su nuevo turno al frente de la provincia. A Sergio Massa, el gran empujón para tener un lugar en la segunda vuelta.

El ganador, en su discurso de la noche del domingo, llamó a “poner un punto final a la idea de la destrucción del otro, a la idea del amigo/enemigo”. Dijo que en diciembre, con su gobierno, “empieza una nueva etapa”. Desechando acuerdos “partidocráticos” –no habrá coalición gobernante–, declaró que va a convocar “a los mejores” independientemente de su pertenencia política –imagina un rediseño de la política con tintes transversales–. Convocó a Myriam, a Juan y a los radicales. A estos últimos, los obsequió con menciones a la educación pública. Expresó: “Comparten con nosotros valores democráticos”. Los ejes de su futuro gobierno los puso en trabajo y seguridad, dos deudas inmensas de la política, la democracia y el gobierno en funciones. Confirmó su voluntad de construir la unidad nacional.

A la hora de sellar la noche, subió al escenario solo. Lo enmarcaba un fondo con la bandera argentina. Nada de liturgia partidaria. Ningún dirigente mostrando dentadura. Impidió el conteo de caras y las deudas posteriores a la foto de rigor. Ni diarios, ni portales, ni redes, ni el chimento. Nadie consiguió horas, que se hacen días, destinados a especulaciones y operaciones. Transformó la puesta en escena en parte de su discurso. Esperó, paciente, el silencio de una tribuna exultante que cantaba. Armó, en esa situación, la imagen de quien conduce la nave. En silencio, mirando los movimientos con manejo de los tiempos, demostraba que la “papa caliente” no concluyó en el “puré” que Bullrich le tiró a la cara. Al final, invitó al escenario a su compañero de fórmula y a las respectivas familias. Intercambió y jugó con imágenes e historias, personales y colectivas. Concluyó que la Patria es la gran familia de todos y prometió que va a cuidarla.

El triunfo de los celestes resucitó a un peronismo que transitó ásperamente el experimento del Frente de Todos. Mandó estos últimos cuatro años al museo. Transformó las pedradas de un dólar arrojado para dinamitar la economía en un boomerang. El caudal de votos le dio la voz de alto al avance de la libertad y envió al quirófano al experimento macrista. Se olfateaba un mal pronóstico.

La sociedad armó metáfora con el escenario de Unión por la Patria. Emprendió un regreso a lo familiar, conocido, seguro. En vez de insistir con Marte, decidió salir de allí. Sumó millones a la patriada. De todos los suelos brotaron ciudadanos, papeleta en mano, convencidos de frenar al experimento violeta. Una mayoría dijo no. A la privatización de mares y ballenas, al proyecto para que los varones puedan renunciar a su paternidad, a la compra y venta de niños, de órganos humanos, a los vouchers educativos, a la libre portación de armas, a romper relaciones diplomáticas con El Vaticano. El guasón, el pingüino y gatúbela armaron equipo y coquetearon más allá de Ciudad Gótica. Pero tanto terraplanismo despertó anticuerpos. No obstante, lo transitado da pistas de que algo continúa allí, latente. Un 30% que encontró una representación. Una complejidad que puede crecer y desatar la intención de herir una democracia que en diciembre cumplirá 40 años.

 

La noche del domingo y después

Desde el domingo se desató otra narrativa. Patricia Bullrich, ya derrotada, transformó lágrimas en municiones. Empecinada en cazar fantasmas, volvió a cargar contra las mafias y el populismo. Relanzada a batallas imaginarias, al día siguiente posteó agradecimientos en la red X. Entre ellos mezcló: “Tenemos la convicción de que el país debe abandonar el populismo si quiere crecer y terminar con la pobreza. Nunca seremos cómplices de las mafias que destruyeron este país. Nuestros valores no se venden ni se compran”.

 

 

La noche de las elecciones, en la fiesta que no aconteció, el violeta recogió los papeles que se le caían a Patricia. Felicitó a los gobernadores triunfantes, aunque su registro quedó encallado en Rogelio Frigerio de Entre Ríos y Jorge Macri de la CABA. Mientras su carroza transmutaba en zapallo, ya olvidaba la dolarización. La lucha contra “la casta” se metamorfoseó. Ahora iba contra el “kirchnerismo y el populismo”. Alguien le susurró que con la espadita contra el Banco Central no iba a conquistar el gobierno y salió a buscar los votos de la casta. Se los pidió a Macri, a quien aduló diciendo “tiene mucho para aportar”. Con 21 de los 24 puntos que sacó JxC dijo que se arregla.

Con la Casa Rosada alejándose, salió en la noche del búnker a “abrir los brazos” a los amarillos. En su versión doctor Jeckyll, dijo “vengo a dar por terminado ese proceso de agresiones y ataques, y estoy dispuesto a hacer tabula rasa y dar de nuevo con el objetivo de terminar con el kirchnerismo”. A la mañana siguiente, el señor Hyde lo volvió a desacomodar. Cargó contra la UCR expresando: “Subió Massa y bajó Bullrich, ahí está claro quiénes son los que traicionaron”. Manifestó luego que “hay un voto que estaba dentro de Juntos por el Cambio y se fue con Massa, es fáctico”. Casi minutos después, con la calculadora en la mano, salió a ofrecer lugares en el fantasmal “ministerio de Capital Humano” a los otrora “zurdos de mierda”. Ahora son “izquierda” con experiencia en cuestiones sociales. Aunque en una entrevista radial dijo: “Massa encontró su techo y nosotros encontramos nuestro piso”, en cada abrir de boca afirmaba que lo real es lo inverso. Un desconcierto en funciones.

Desde el lunes se desató un vodevil. La Coalición Cívica comunicó “ni con Massa ni con Milei”. Desligó a sus votantes de la decisión partidaria y llamó a mantener la unidad de la coalición. Dos días más tarde, la líder del espacio avanzó un paso más acusando. “Macri jugó para Milei”. Un sismo grado 7 arrancaba.

Simultáneamente, Bullrich y Petri estaban rompiendo Juntos por el Cambio. En comunión y acuerdo previo con Macri y Milei, se declararon ante la prensa a favor del “cambio y la libertad”. Bullrich dijo con Milei “nos perdonamos mutuamente”. En modo patroncita de votos, imitó a los cívicos y dio libertad de acción a sus votantes. Inmediatamente, el ex ministro de Macri, Pablo Avelluto, expresó “yo no lo voto. Punto”.

En la galaxia libertaria arrancaban movimientos sediciosos. Brotaban protestas por desterrar la lucha contra la casta. La diputada provincial electa en Entre Ríos, Liliana Salinas, dejaba La Libertad Avanza indignada por el acercamiento con los amarillos. Amalia Granata, satélite que orbita inorgánicamente ese planeta plano, decía que el comportamiento del líder violeta era una vergüenza y le endilgaba un “juntos por el cargo”.

En tanto, los radicales se declaraban neutrales. Se aferraban a un “nos eligieron para ser oposición”. Pero Morales, a los gritos, enunciaba: “Me parece muy grave lo que han hecho tanto Mauricio como Patricia. Me da vergüenza ajena. Están afuera de la coalición, es una falta de respeto para el radicalismo”. Lousteau asentía y convalidaba la ruptura.

En este desconcierto, que motiva a muchos a pensar que la libertad ya no avanza, suena conveniente resistir tentaciones triunfalistas. Cautela y dedicación. Continuar con el trabajo planteado para noviembre. El partido termina con el silbato del árbitro.

 

 

 

 

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