Poeta, ensayista, profesor de letras en Pergamino, Alejandro Gómez Monzón escribió una interesantísima biografía, La flecha está en el aire. Sin mengua de su admiración por el protagonista, Gómez Monzón documenta las imposturas a las que Héctor Roberto Chavero recurrió para transmutarse del hijo de un jefe de estación de tren de la provincia de Buenos Aires en el "peruano de origen indoamericano" Atahualpa Yupanqui, "hijo de un cacique de la tierra de los Incas". También se hacía llamar "folklorista cuzqueño", en lo que Gómez Monzón denomina "un efectivo falseamiento identitario". Se inspiró para ello en su lectura de la Historia General del Perú del Inca Garcilaso de la Vega.
Para el autor, que cita lo escrito por Roland Barthes sobre Beethoven, esa bío-mitología se vuelve artística. Su efecto fue tan efectivo que la faz pampeana de su poética, que se expresó en El payador perseguido, fue escasamente leída por la crítica. Nada de esto explica el origen de sus rasgos aindiados, que tornaban verosímil la mistificación.
Con una extensa consulta de bibliografía, Gómez Monzón repasa el desprejuicio con que Chavero tomó préstamos, en algunos casos textuales, de José Hernández, de los nativistas conservadores Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Martiniano Leguizamón y Joaquín V. González y puntualiza cómo los resignificó porque su ideario era moderno y no arcaico y esencialista. Al identificarse con el aborigen, Chavero se ubica antes del Estado y antes del gaucho. Y el Noroeste es el sitio ideal, porque fue la única región no afectada por el asentamiento de millones de inmigrantes europeos.
Nadie lo expresó mejor que el escritor nacionalista Ramón Doll: "Cuando el país era gaucho la oligarquía para detenerlo le opuso el mito gringo. Ahora que es gringo, la oligarquía para detenerlo le opone el mito gaucho”. Yupanqui se rebeló contra esa operación, evidente en el folklorismo en boga hace un siglo. Así "fue elaborando una figura de cantor de la Argentina profunda en su totalidad, ni gaucho ni indio (gaucho e indio), el que aceptó la hibridez cultural y las tensiones que suelen atravesar las identidades". En libros y entrevistas. hiló una biografía que no liga su imagen de cantor a Buenos Aires, donde nació y vivió hasta los veinte años, "sino que erigió en el Norte su norte y su origen". Por eso, buena parte del público lo consideraba tucumano, peruano o cordobés.
Entre los principales dadores con que contó Yupanqui, Gómez Monzón menciona al uruguayo Romildo Risso, quien en 1937 lo acusó de plagio. Pocos recuerdan que Risso es el autor de la letra de Los ejes de mi carreta, tal vez la obra más conocida de Yupanqui, porque no solía mencionarlo.
En cambio le pertenecen letra y música de El arriero, que incluye algunos de los versos más conocidos de la música argentina.
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda
Las penas son de nosotros
las vaquitas son ajenas
Su inspiración es un dicho del peón Antonio Fernández:
Ajenas culpas pagando,
ajenas vacas arriando.
En La Vuelta de Martín Fierro se lee:
Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar
mas no quieren opinar
y se divierten cantando
pero yo canto opinando,
que es mi modo de cantar
Siete décadas después, Yupanqui canta en Luna Tucumana:
Yo voy andando y cantando
que es mi modo de alumbrar
Durante una entrevista de 1977 con la televisión española, dijo que su padre era del norte santiagueño, de Loreto, y que por él conocía la lengua quichua, que hablaban el abuelo y el bisabuelo. Pero el archivo de la parroquia de La Merced de Pergamino lo desmiente: los abuelos se casaron allí y allí fue bautizado su padre. En la única ironía de la obra, Gómez Monzón se permite dudar que José Demetrio Chavero naciera en Loreto y que dos días después lo bautizaran a mil kilómetros de distancia. Y si no era santiagueño, se pregunta, ¿cómo conocía la lengua quichua?
En París, donde pasó largos años de su vida a cuerpo de patriarca tercermundista, era presentado como descendiente de los incas que cultivaron el maíz y la caña de azúcar en las plantaciones de América del Sur. Descendiente de vascos por ambas ramas de la familia, también fue creativo con el apellido de su madre, que según la entrevista de 1977 convirtió de Haram en Aramburu, nada menos. Su antiperonismo esencial lo llevó incluso a saludar con simpatía el golpe de 1976 y se reunió con el embajador en París, Tomás Anchorena, para analizar de qué modo podía contribuir a mejorar la imagen del gobierno, de acuerdo con Ernesto Sábato. Esto consta en su correspondencia personal.
Hay apenas una referencia al paso a su esposa franco-canadiense Paula Antonieta Pepin Fitzpatrick, que con el seudónimo de Pablo del Cerro, compuso buena parte de la obra de Yupanqui. En cambio, califica de feroz su actitud ante los nuevos valores de la canción nativa y cita una entrevista de 1965 en la que manda a las nuevas generaciones de músicos a estudiar. para que eviten "hacer una cosa amanerada y de dudoso sexo".
Gómez Monzón encomia como la más hermosa versión de Yupanqui la de Guitarra, dímelo tu, que grabó Liliana Herrero, quien intervino la letra original.
Difícil disentir.
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