Alguien sugirió que escribiese sobre el incidente que protagonizó Cruz Novillo Astrada, joven polista, al embestir con su 4x4 a un tipo que cruzaba la 9 de Julio y matarlo. El episodio parecía mandado a hacer, en materia de resonancia simbólica: el chico de la aristocracia campestre, Anchorena por parte de madre, cargándose a un Don Nadie, para huir de la escena y comparecer ante las autoridades horas después, cuando se había asegurado representación legal. (Su abogado es un Cúneo Libarona, otro apellido altisonante, sí, aunque me niego a llamarlo ilustre.) Todavía es domingo 17 por la mañana, y el canal de cable dedica largo rato al leguleyo, mientras el zócalo informa que "la familia está destrozada". Aun con el volumen muteado, uno no duda de a qué familia se refiere. A esa hora, todavía no conocemos la identidad del muerto. En consecuencia, no sabemos siquiera si tiene familia. Es posible que, de tenerla, todavía no se haya enterado de que perdió a uno de los suyos. Y si esa familia ignora aún que una parte suya ha muerto, ¿cómo podría estar destrozada?
Registro la sugerencia del tema, pero no acepto de una. Pido margen para pensarlo. En principio, la historia me parece demasiado fácil. De trazo grueso, por así decir. Más allá de su prosapia y del nombre que viene de fábrica con parodia incluida (Cruz Novillo Astrada suena a personaje del viejo humorista Landrú, o a variante polista del rugbier cristiano Dicky del Solar, o a un alter ego de esos que colecciona Rinconet cuando se burla de nuestra dudosa aristocracia, al estilo del doctor Fernández Pettis Pelerán Espora, country manager), a pesar de ese barniz, insisto, es posible que el pibe sea un pan de Dios. Nadie está a salvo de protagonizar un accidente desgraciado. Como le gusta decir a un amigo: shit happens, a cualquiera le puede ocurrir un cagadón.
Me entero de que Cruz tenía un hermano gemelo que murió hace dos años en otro accidente automovilístico. Chocó contra un bondi, su auto se incendió. Me llega un largo artículo de la revista ¡Hola! dedicado a su madre, Ernestina Anchorena. El texto es de este año. "El duelo no termina nunca", dice el título, en referencia al hijo que perdió en el '21. El artículo dedica buena parte de su extensión a hablar de ese dolor, pero para un lector como yo —para la mayoría de los que no somos lectores habituales de la versión local de ¡Hola!, debería decir—, hay demasiados elementos que contradicen la gravedad del asunto. Empezando desde el título, donde además del duelo se afirma que Ernestina Anchorena "posa en su campo", la estancia pampeana La Gama; siguiendo por las fotos, que muestran a una mujer atractiva de mediana edad, vestida a la usanza gauchesca —boina, poncho, rastra y cuchillo heredados de su padre, Alfredo Anchorena—, que en efecto se planta ante la cámara con el porte de una dueña de estancia; y la abundancia de menciones a un mundo socio-económico que no puede serme más ajeno: como que Ernestina y su compañero actual se dedican a la "ganadería holística", o que sus perros son de raza whippet, o que a su madre, Margarita Perkins, la llamaban Pussy. (Nunca conocí a una persona real a quien le dijesen así. Sólo a un personaje de ficción, creado por Ian Fleming para Goldfinger, séptima de James Bond: Pussy Galore, que en inglés significa conchas a granel, a carradas.) De todos modos, me digo que aunque ese mundo me parezca enrarecido, no quiero arriesgarme a ser cruel con una mujer que se ha topado con dolores que no le desearía a nadie.
No voy a escribir sobre el asunto, decido. La cuestión se ha zanjado sola.
En los días que siguen, la noticia sigue viva. Leo que excarcelaron al pibe y no prejuzgo, imagino que es lo que corresponde legalmente en estos casos. Pero el martes al caer la tarde el diario La Nación sube a su edición digital un artículo que me revuelve las tripas. Le presto atención porque dice que finalmente se identificó a la víctima del accidente del fin de semana. (La Justicia demoró dos días en hacerlo, aparentemente.) Pero el texto es ofensivo ya desde el título, que me obliga a leerlo dos veces. Dice: "Identificaron al hombre que atropelló y mató el polista Cruz Novillo Astrada en la 9 de Julio". La formulación más simple hubiese sido: "Identificaron al hombre atropellado y muerto por el polista", pero no. Eligieron escribirlo de forma que parece que la víctima fue el victimario: "El hombre que atropelló y mató", dice, en referencia al muerto, cuando en realidad el hombre que atropelló y mató fue Cruz Novillo Astrada. Pero en fin, me digo que exagero en mi celo de escritor, que se trata de una sutileza, y sigo leyendo, para descubrir que lo verdaderamente ofensivo, lo indignante, es lo que viene a continuación.
El texto arranca diciendo que el muerto es Germán Omar Bello, un hombre de 36 años que vivía en la ciudad bonaerense de Marcos Paz, tenía dos hijos adolescentes y —así cierra el párrafo inicial— "contaba con un frondoso prontuario". Entonces acomete el segundo párrafo, lleno de ostensibles palabras en negrita: "Según pudo saber LA NACIÓN, la víctima tenía antecedentes en la provincia y en la ciudad de Buenos Aires por tentativa de homicidio (de 2008), atentado y resistencia a la autoridad (de 2107) [esto es error del diario, Bello no estará en condiciones de resistirse a la autoridad durante el próximo siglo], disparo de arma de fuego (de 2019), daños y amenazas (de 2020) y robo (de 2021). En tanto, en el sistema policial Grupo de Acción Preventiva (GAP) registra varias actuaciones, la mayoría como imputado y algunas como denunciante".
En otras circunstancias, la formulación "según pudo saber La Nación" me hubiese arrancado una sonrisa. Por lo arcaica, en primer lugar, y porque disimula apenas que La Nación no pudo saber nada, que simplemente refiere una data que le habrá hecho llegar alguien del bando del acusado, de forma —por supuesto— interesada. Todo el resto del texto se dedica a mostrar a Cruz Novillo Astrada bajo la mejor de las luces. Si hasta reproduce la explicación que dio para justificar la única de sus actitudes sobre la cual no caben dudas, en términos legales: la falta que constituye el hecho de que huyó del lugar, sin procurar atención para la víctima.
Según el diario —el texto está sin firma—, Cúneo Libarona usó la primera persona para comunicarla, como si él fuese Cruz: "Si me bajo me fajan, me linchan", dijo Cúneo que habría pensado el conductor de la 4x4. Una excusa que intenta lo mismo que el título del artículo y de la apelación al prontuario: convertir a la víctima en el malo de la película. Según el abogado, Cruz no rajó porque en ese instante careció de la decencia de asistir al herido y quedarse a su lado hasta que llegase asistencia médica. Habría optado por rajar porque la gente que rondaba entonces por el lugar iba a agredirlo, en lugar de permitirle ser útil; porque asumió que los peatones se comportarían como una turba —gente irracional— y por eso se fue, para impedirles llevar su maldad al acto.
Pero lo esencial es lo publicado más arriba, después de la revelación del nombre de la víctima. Su "frondoso prontuario". Desplegado a la altura que suele dedicarse a la información importante de verdad, según sigue enseñándose en las escuelas de periodismo: lo más relevante al comienzo y después en forma decreciente, para que el lector pueda irse del texto sin perder nada vital, aunque no haya terminado de leerlo.
¿Por qué sería importante el prontuario del muerto? ¿Qué diferencia marcaría dentro del caso legal que la víctima fuese un tipo de mal carácter, un putañero o más bueno que Lassie? Objetivamente, ninguna. La ley no prevé atenuantes en materia de homicidio culposo, según los rasgos de la víctima. No es que, si te llevaste puesto a un turro, te aligera la condena, o si mataste a un bombero voluntario te la incrementa. La historia del muerto no debería alterar el procedimiento legal, que lo que juzga es la eliminación de alguien que no debería haber fallecido en esa circunstancia. Entonces, ¿por qué le confiere La Nación semejante relevancia al curriculum vitae delictivo de Germán Bello? Por algo que no puede decir con todas las letras pero tampoco necesita decir, porque presume que sus lectores lo compartirán, que llenarán la línea de puntos imaginaria.
El hecho de que Germán Bello fuese un bardero, un tipo complicado y hasta de cuidado, si prefieren — su así llamado "prontuario" sugiere más bien tendencia al descontrol, personalidad border, dada a los conflictos con la autoridad, antes que profesionalidad criminal—, aminora (¡según pudo saber La Nación!) el drama de su muerte. Sugiere que el accidente protagonizado por el polista no fue tan grave. Lo que el texto incluye con tinta invisible es esta conclusión: un negro menos, un chorro menos, un lumpen menos, a partir del domingo 17 el aire de Buenos Aires está más limpio. ¡Antes que juzgar a Cruz, habría que condecorarlo!
Dejemos el caso de Germán Bello por un instante para considerar otra historia. A las casi tres de la matina del miércoles pasado, la Policía de la Ciudad detuvo sobre la avenida Pueyrredón al 2500 —barrio bacán— al conductor de un Jeep Renegade que no sólo reveló haber chupado de más (había bebido prácticamente el doble de lo permitido, 0,89 de alcohol en sangre), sino que además manejaba con documentos truchos. Hasta ahí, casi digno de conmiseración. ¿Quién no ha conducido después de una cena bien regada, rezando para no toparse con un control de alcoholemia? ¿Y quién no ha descubierto demasiado tarde —al volante, quiero decir— que su registro se había vencido? (Esto es un poco más grave, lo sé: adulteración de documento público.) En todo caso, lo que derivó en escándalo fue la actitud de su protagonista, que en lugar de poner las barbas en remojo por haber sido encontrado en falta, se puso agresivo con el personal. Le dijo a los policías que eran unos negros de mierda, a una de las mujeres que formaban parte del operativo la mandó a la concha de su madre y amenazó a todos con dejarlos sin laburo.
El agradable sujeto resultó ser un tal Francisco García Moritán, 41 años, a dos grados de separación de Pampita Ardohain por vía del matrimonio de la modelo con su hermano Roberto. El marido de Pampita es el ex candidato a intendente de Buenos Aires por Republicanos Unidos, un empresario del gremio gastronómico devenido político que hizo campaña prometiendo —de hecho mostró su sueño en un spot, mediante animación— demoler el Ministerio de Desarrollo Social que ostenta en lo alto dos imágenes de Evita. Parece que la violencia se les da naturalmente a los dos hermanos. Deberían llamarse García Moretón.
La intuición se reafirma cuando descubro que existe un tercer hermano que también acredita experiencia en materia de incidentes automovilísticos. Patricio García Moritán atropelló y mató a Lucas Ganín en el año 2019, cuando encaró el cruce de una calle de Zona Norte a 96 km/h y se lo llevó puesto. Signos: Ganín tenía 36 años, como Germán Bello. Según cuenta su padre, García Moritán le ofreció 300 lucas para arreglar el asunto discretamente. Habría permanecido apenas dos horas en una comisaría sin que le hiciesen test de alcoholemia y el vehículo que conducía —el arma mortal— desapareció, no se sabe dónde está. Ganín padre aseguró además que García Moritán proporcionó una dirección falsa y que nunca se presentó a las audiencias del proceso. Corrijo mi impresión inicial y concluyo entonces que, antes que García Moretón, los hermanos deberían llamarse García Morituri Te Salutant, que era lo que decían las víctimas al presentarse en la arena del Coliseo romano: "Los que van a morir te saludan", porque estos muchachos, se ve, son de demolerte o llevarte puesto mientras te gritan negro de mierda.
Se me superpusieron estas historias porque insinúan una característica de nuestra sociedad que por lo general permanece invisibilizada. Argentina es formalmente una democracia, cuya Constitución garantiza que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones. Pero, según demuestra la vida cotidiana, la realidad es que existen ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Los ciudadanos de primera gozan de todos sus derechos y además se les conceden otros, que no figuran en la ley. (Si, invirtiendo la cosa, el atropellado hubiese sido Patricia García Moritán, ¿alguno de ustedes cree que Lucas Ganín habría salido a las dos horas de la comisaría y andaría campante por la vida, como si nada extraordinario le hubiese ocurrido? Y después dicen que la puerta giratoria es un fenómeno que beneficia exclusivamente a los negros.) De forma complementaria, a los ciudadanos de segunda no se les garantizan ni siquiera los derechos que figuran en la Constitución. Los de trabajar y aprender, por ejemplo, que hasta hoy eran vulnerados tan sólo en la práctica pero que, de salirse con la suya ciertos candidatos, serían además vulnerados legalmente, porque el Estado dejaría de entender en materia de ocupación y de compeler a todos sus ciudadanos a educarse.
Si no entendés que acá hay gente de primera clase y gente de relleno —público de gallinero, mano de obra barata, casting para servidumbre—, no vas a entender nada de lo que ocurre. No vas a entender que el "frondoso prontuario" de Germán Bello devalúa su muerte, la rebaja de drama a molestia, a percance menor. No vas a entender que matar a un Presidente o a un Vice sería a un magnicidio salvo que se trate de Cristina, que "según pudo saber la prensa tradicional", se la habría buscado. No vas a entender el fastidio de Mugricio ante el periodista que le preguntó por la deuda, y que casi termina detenido por su osadía. No vas a entender por qué un tipo pescado in fraganti se reivindica aún entonces por encima del laburante que señala su contravención, a quien degrada verbalmente para después encargarse, además, de dejar asentado su machismo ante una oficial mujer.
Esas situaciones se dan porque, aunque no figure en ninguna parte, aunque su curso no sea legal, acá las cosas son así. C'est la vie. Qué le vachaché. Están los dueños del mundo y estamos nosotros. Bastante se bancan ellos la farsa democrática, fingiendo que toleran esa vaina de la igualdad hasta que los incorregibles les pisamos los callos, contaminamos su paisaje visual o complicamos la fluidez de su tránsito por una vida dedicada a hacer exactamente lo que se les canta el culo. Entonces muestran la hilacha con toda razón, se les escapa "semáforo colorado" en vez de "semáforo rojo", dicen "yo no te voy a educar en una conferencia de prensa", escupen "negro de mierda, te voy a dejar sin trabajo", porque no les dejamos otra que ponernos en nuestro lugar, porque los forzamos a recordarnos cómo son las cosas, quién está acá para mandar y quién para acatar. Con nosotros no practican la ganadería holística, sino la tradicional. Para ellos no somos sino bestias, tratan mejor a sus vacas, a sus caballos, que al negrerío que los incordia. Y como llevamos un buen rato incordiándolos, no disimulan su intemperancia —somos cabezas de termo, los tenemos hartos— y por eso ni disimulan ya, nos avisan con todas las letras que van a terminar con nosotros. El orden natural de las cosas no debe ser perturbado. El ganado bueno está para darse entero mansamente, ofrendar su carne, su leche, sus vísceras, sin decir ni mu. Pero el ganado chúcaro está para el sacrificio, porque te alborota la calma del corral y eso es algo que, cuando te llamás Bullrich Luro Pueyrredón, no se puede permitir, boló. (Dios, cómo extraño a Fernando Peña.)
Hay que recordarse estas cosas de tanto en tanto, porque de otro modo perdés perspectiva y la pifiás. Por eso me gustó un meme que publicó Tom Morello hace un par de días en Twitter. Morello es un guitarrista norteamericano, hijo de un diplomático de Kenya y de una docente y militante de origen ítalo-irlandés. Miembro de bandas como Rage Against The Machine y Audioslave, nunca ha ocultado su pensamiento de izquierda. De hecho estuvo en Chile hace unos días, cuando se recordaron los 50 años del golpe de Pinochet, y específicamente condenó la responsabilidad de su país en el advenimiento de esa dictadura. (Un compatriota lo bardeó en las redes, diciendo: "Ay, otra estrellita de rock opinando sin saber... ¿Qué te creés, que sos graduado en Ciencias Sociales?" A lo que Morello respondió: "Eso es exactamente lo que soy". Graduado en Harvard, además.) El dibujito que publicó Morello muestra a un ricachón gigante que contempla una pecera dentro de la cual discuten dos personas diminutas: un tipo blanco de mostachos —el prototípico white trash— y una mujer de gafas, con pinta de intelectual. Y el caption, la frase que define el sentido de la viñeta, dice: "Te pusieron a pelear una batalla cultural para impedir que librases una guerra de clases".
Tal cual. Acá habría que modificar a los personajitos, nomás, para que el sayo cupiese a la perfección: en vez del white trash a los gritos con la intelectual, habría que poner al pibe repartidor de delivery carajeándose con un señor o señora nac & pop. Porque así estamos: laburantes precarizados versus planeros, varones jóvenes versus feministas, individualistas versus justicieros sociales, etc. Pero esos enfrentamientos ocurren dentro del corral que ocupamos todos por igual, salpicados por el mismo lodo y sin libertad para apartarnos del espacio que se nos impuso. Mientras que del lado de afuera están los patrones, cagándose de risa, lo más lejos que pueden del hedor del ganado. El que sí está a tiro es el personal de la estancia, que lidia con nosotros en los hechos: los políticos de derecha, el Poder Judicial, los periodistas de la prensa prensada, gente convencida de que la consideran parte de la elite cuando en realidad la toleran apenas, como se condesciende a tratar con un capataz. ¿O acaso no trabajan para ellos? ¿Qué sería de los políticos y periodistas de derecha y del Poder Judicial si dejasen de ser funcionales a sus patrones, a qué se dedicarían?
Por eso mismo, cuando el personal se desubica, se lo pone en caja de inmediato, como hizo Eurnekián días atrás. Después de haberlo consentido y alentado durante años para que le fuese funcional, el empresario terminó ofuscándose ante la inmoderación de su ¿ex? empleado Milei y dijo ante la prensa, para que no pasase desapercibido, que "no necesitamos otro dictador". Fue una reconvención en público, para que Milei no olvidase su lugar. No lo elevaron hasta esa posición para que haga lo que se le canta, sino para que maneje el ganado según las indicaciones del patrón.
En el corral no la estamos pasando pipa, eso está claro, pero no por eso envidiamos al personal. Pocos destinos son más patéticos que los de los Tíos Toms, los kapos de los campos de concentración y los milicos que se creyeron amos y señores durante la dictadura, porque les dejaron figurar como responsables del negocio... hasta que les llegó la factura. Toda esa fue gente que, al descubrirse útil a los patrones, cometió el error de creerse superior a aquellos que hasta entonces eran sus iguales. Pero aunque te palmee la espalda, el patrón no te va a considerar nunca un par. Para ellos siempre vas a ser un empleado mas. En el cuadro de honor, pero empleado de todos modos. Empleado del Mes, Javier Milei. Empleado del Mes, Horacio Rosatti. Empleado del Mes, Escriba Anónimo de La Nación. Para ellos, y para todos los que podemos vernos acechados por la tentación, va la admonición de Fito en Gente sin swing: "Aunque te inviten a su mesa, no estarán de tu lado".
Pensalo un poco, y vas a ver cómo se te ordena el panorama electoral. El menú de la derecha es rico, te da a optar entre la estancia manejada por sus dueños —esos que, como El Niño Mauricio, cuando cumpliste con la orden y superaste tu utilidad te dicen "retirate", o si te mostrás arisco vaticinan: "Ya te vas a aflojar"—, o la estancia manejada by proxy, por delegación, puesta en manos de los empleados formados a tal efecto. (El pairing de Milei y su candidata a Vice Villarroel es elocuente a ese respecto, porque representa a castas que en términos históricos han sido muy funcionales a los patrones: los economistas de la TV reconvertidos en políticos de derecha, los militares represores.)
No hay que olvidar que esto no es sólo un problema nuestro, sino un quilombo mundial. Dos de las industrias más importantes de los Estados Unidos vienen practicando la huelga —la automotriz y la de la producción audiovisual, cine y TV—, contra la diferencia creciente y cada vez más escandalosa entre los sueldos del común y lo que cobran los directores y gerentes de las empresas. En paralelo, en muchos estados han desregulado las normas que prohibían el trabajo infantill y adolescente. Según el Departamento de Estado, desde 2018 hasta hoy el empleo ilegal de los más chicos aumentó un 70%.
En Europa pasa lo mismo. Grecia acaba de aprobarse una reforma laboral que le hace el dudoso favor a los laburantes de "permitirles" tener dos contratos a la vez y yugarla durante —literales— 13 horas al día. Hasta en Suiza están manifestando en las calles contra la caída del salario real en contraste con los aumentos de las ganancias de las grandes empresas y grupos multinacionales. ¡En Suiza! Lo cual revela una ofensiva brutal por parte de los ciudadanos de primera del mundo entero, para apropiarse de una porción cada vez mayor de lo que los ciudadanos de segunda —we, the people—, producimos con el sudor de nuestra frente. Cuando no están tratando de hacerse cargo ellos mismos de la presidencia de sus naciones —a lo Trump, a lo Niño Mauricio—, se esfuerzan para que cada vez más claro que son ellos, y no los políticos, quienes tienen la manija; ellos, quienes mandan de verdad; ellos los Reyes Sol, que nunca circulan por lugares que no estén a la altura del lujo versallesco en que vivieron siempre — a no ser que lo hagan a toda velocidad, claro. Sin conciencia histórica de que, cuando refriegan tanta opulencia por sus jetas demacradas, a las masas se les da por archivar los argumentos y desarchivar las guillotinas.
Repito lo del meme de Tom Morello, para que no se me borre: "Te pusieron a pelear una batalla cultural para impedir que librases una guerra de clases". Y me digo, a modo de propósito que formulo con la intención de respetar: no discutamos entre nosotros, no perdamos de vista quiénes somos. El adversario es claro, es quien nos explota y quien nos divide.
El patrón no cambiará nunca. Si hay alguien que conserva margen para cambiar, para evolucionar, somos nosotros. Basta de ponerse a su servicio ni bien nos llama en voz alta. Basta de dejarnos atropellar.
A partir de ahora, es no, patrón.
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