La derecha cumple, el FMI dignifica
La pólvora mojada de los planes de austeridad de la oposición para la estanflación
1923 es el código postal del municipio bonaerense de Berisso. En 1945 era un barrio orillero de La Plata —una ciudad tan singular y tan diferente a Berisso que ni lucha de clases tenía— que de sol a sol iba y venía principalmente alrededor del Swift y el Armour, los dos frigoríficos que supieron ser los más grandes de Sudamérica. En el trajín cotidiano de 15.000 obreros, en un villorrio de 10.000 habitantes, colaboraba —en bastante menor medida— una hilandería de capitales británicos ubicada a unas cuadras de, por aquella época, el hormiguero literal de la calle Nueva York, que seguía el trazo en cinco o seis cuadras a lo largo y a la vera de los dos mastodontes. Por esos tiempos, los berissenses —por lo corriente más o menos recién venidos de cuanto lugar se evoque de la vasta geografía mundial— sabían que el segundo jueves de junio (desde 1959 pasó al segundo sábado de junio) la monarquía del Reino Unido celebraba el cumpleaños de quien fuera su majestad (independientemente de su fecha de nacimiento). Durante la jornada del Trooping the Colour (tal como se lo denomina en inglés al cumpleaños de su majestad) se izaba una prominente Union Jack en el portón principal de la hilandería.
Recién en 1957, Berisso se autonomizó de La Plata y se convirtió en municipio y, pasados los años, con toda justicia, fue declarada la capital provincial del inmigrante. Pero regresando a 1945, precisamente a los conventillos de la calle New York, debe recordarse que fue uno de los pocos lugares donde nació el, horas después convertido en multitudinario, 17 de octubre. Al sitio lo afaman como el km cero del peronismo. La historia de la Argentina comenzó a digerir —con sus muchas dificultades y enojados y violentos rechazos— que una mejor vida de la ciudadanía bien vale la integración nacional.
En el actual torbellino, donde nada parece importar demasiado, es cuestión de ir desde un código postal a un año. 1923 está generando Jubiläumitis en Alemania, un neologismo que en traducción castellana invita a otro inevitable que puede traducirse como: aniversaritis. No es para menos. Cien años atrás, entre el 8 y 9 de noviembre, aconteció en Múnich el Beer Hall Putsch (el golpe de la cervecería) en el que un joven Adolf Hitler, de 34 años, por entonces ya presidente del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, irrumpió en el principal establecimiento de ese tipo que había en la capital bávara —se llamaba Bürgerbräukeller y tenía un salón con una capacidad para acomodar hasta 3.000 personas—, donde se llevaba a cabo un mitin que reunía a las principales autoridades constituidas de esa región, para forzar su apoyo e iniciar —siguiendo los pasos de Benito Mussolini en la marcha sobre Roma— la marcha sobre Berlín para tomar el poder. El golpe lo frenó a los tiros —y con 20 muertos— la policía, y Hitler estuvo unos ocho meses preso y luego continuó con su desgraciada carrera política.
El historiador Charles Emmerson, en el Financial Times, informa que su colega alemán Marko Demantowsky fue el que acuñó el neologismo aniversaritis en referencia a la gran cantidad de ensayos que se editaron sobre el significado para estos días de lo sucedido cien años atrás. Emmerson, entonces, para articular sus propias reflexiones sobre la hora actual, se centra en reseñar dos títulos en inglés de esta proliferación: 1923: La crisis olvidada en el año del golpe de Hitler, del historiador irlandés Mark Jones, y Alemania 1923: hiperinflación, golpe de Hitler y democracia en crisis, del biógrafo de Hitler, Volker Ullrich.
El síndrome AfD (Alternative für Deutschland)
No hay que perder de vista que de acuerdo a las más recientes encuestas de opinión hechas entre los germanos, el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), por sus siglas en alemán), que desprende un tufo nazi sofocador, está en auge, yendo segundo en intención de votos. Los modelos de simulación electoral arrojan como resultado que si las elecciones en Alemania fueran hoy, los conservadores aliados de la Unión Socialcristiana (CSU) bávara y la Unión Cristianodemócrata (CDU) encabezarían las preferencias electorales, recibiendo el 26 % de los votos potenciales. La AfD lo sigue con el 21 % de convalidación electoral. El actual canciller (primer ministro) Olaf Scholz es miembro del partido socialdemócrata (SPD), que recibiría el 17 % de apoyo, y quedará tercero, y los Verdes con 16 % de las preferencias electorales, cuartos. La izquierda y los liberales mantienen su 5 % y 6 % respectivos.
Si no hay un entendimiento profundo entre todas las fuerzas políticas que están en las antípodas de AfD, por ahora en prolongado barbecho, se observa como difícil o imposible que se vuelva a poner al genio dentro de la botella. Y, ciertamente, los despelotes políticos con capacidad para horadar el crecimiento económico alemán están a la orden del día. Los democristianos de la CDU fueron acusados de romper el cordón sanitario —o según la jerga política alemana: cortafuegos—, históricamente tendido para aislar cualquier cosa política con olor a nazi. Ocurrió que los votos legislativos de AfD en el Parlamento de Turingia sirvieron para la aprobación de un proyecto de ley que motorizaba la CDU. Los líderes políticos de la CDU se defendieron aduciendo que si los malos quieren votar una iniciativa buena, nadie lo puede impedir.
Pero el río está sonando y esto se palpa en la cuestión migratoria, un clásico del odio fascista. Italia y Alemania disentían sobre la política de inmigración. Los teutones por más, los tanos por menos. Ahora parecen apoyarse mutuamente en la necesidad de frenar los flujos migratorios, conforme lo conversado a mediados de semana en Siracusa (Sicilia) por los presidentes de Italia y Alemania, Sergio Mattarella y Frank Walter Steinmeier. Este último dijo en un reportaje publicado por un diario italiano de circulación nacional, durante la visita de tres días a Italia, que ambos países habían alcanzado los “límites de [su] capacidad” para acoger a los inmigrantes y pidió una “distribución justa” de las cargas de la migración en toda la Unión Europea (UE). La primera ministra italiana, Girogia Meloni, también dice que el resto del bloque necesita compartir la carga.
Según el Ministerio del Interior italiano, más de 11.000 personas han desembarcado en la isla italiana de Lampedusa en la última semana. Son parte de los 127.000 inmigrantes que llegaron a Italia en 2023, más del doble de los que habían llegado a estas alturas en 2022. El reglamento de Dublín, en el que están plasmadas las actuales normas de asilo de la UE, establece que los migrantes deben registrarse en el país de la UE al que llegan en primer lugar. Si desde allí viajan a otro país de la UE, pueden ser expulsados al país en el que fueron registrados. Pero Roma se ha negado recientemente a aceptar la devolución de solicitantes de asilo que se van, citando la afluencia desproporcionada. Eso provocó una disputa con Berlín, que anunció la semana pasada que suspendería un acuerdo voluntario para acoger a 3.500 solicitantes de asilo que habían llegado primero a Italia y, por lo tanto, estaban registrados ahí. Ahora es de presumir que están acordando cómo arreglar el entuerto migratorio.
Dame refugio
La Unión Europea recibió más de 519.000 solicitudes de asilo entre enero y junio del presente año, un aumento interanual del 28 % y la mayor cantidad desde 2016. Alemania recibió el 30 %, aproximadamente tantas como Francia y España juntas. Eso sin contar al millón de refugiados ucranianos que Alemania acoge, de lejos, el mayor número de refugiados ucranianos en Europa occidental.
Los socialdemócratas alemanes están yendo contra la inmigración, dado que sus rivales conservadores han revivido recientemente la idea de poner un límite nacional. Es parte de un cambio más amplio en la política migratoria en Alemania, ya que incluso los aliados de izquierda del SPD en el Partido Verde piden estándares migratorios más estrictos ante el ascenso de Alternativa para Alemania.
La UE ha tenido dificultades para encontrar un consenso sobre las políticas de inmigración de todo el bloque debido a presiones conflictivas en la política de cada estado miembro, exacerbadas desde la avalancha de refugiados sirios en 2015. Y eso que el horno demográfico no está para bollos. En 2022, en Europa, murió más gente de la que nació, una tendencia marcada por el envejecimiento y la caída de la natalidad, que ahondó el coronavirus, y que redunda en el achicamiento de la población económicamente activa (18-65 años). No obstante, debido a la inmigración, por primera vez en tres años, en 2022, la población de la Unión Europea aumentó. Entre el 1 de enero de 2022 y el 1 de enero de 2023, la población de la UE creció de 446,7 millones a 448,4 millones de personas.
Alemania, con más de 1,1 millones de personas más, encabeza a los veinte países del bloque en lo que respecta al aumento de la población. Italia, con una baja de población de 180.000 personas, es uno de los siete países de la UE en los que declinó en 2022. Para Eurostat, el organismo oficial encargado de las estadísticas de la UE, “el crecimiento de la población observado puede atribuirse en gran medida al aumento de los movimientos migratorios posteriores a la pandemia y a la afluencia masiva de personas desplazadas de Ucrania”.
En la contracara de la actitud política europea, los norteamericanos pintan mucho más conscientes de que el ingrediente migratorio es clave para el crecimiento. A finales de semana se informó que casi 500.000 inmigrantes venezolanos pueden permanecer en los Estados Unidos. Bajo la presión de los demócratas de Nueva York, incluida la gobernadora Kathy Hochul, la Casa Blanca dijo que permitiría a los venezolanos que ya habitan en los Estados Unidos vivir y trabajar legalmente durante 18 meses más. Los líderes demócratas de Nueva York temían que la red de seguridad social de la ciudad colapsara mientras luchaban por apoyar la reciente llegada de aproximadamente 110.000 inmigrantes ilegales, pero le encontraron la vuelta.
Como viviendo en el pasado
Volviendo al historiador Charles Emmerson y sus comentarios sobre las crónicas de 1923 y lo que significan para la actualidad —en sus diversos matices— de un mundo, una Alemania y una Argentina, con tendencias a la fuerte derechización, señala que “la crisis financiera alimentó una crisis política. A muchos alemanes nunca les gustó la República de Weimar, considerándola el hijo descarriado de una paz injusta y un sistema extraño de gobierno parlamentario. En 1923, asaltada por la invasión extranjera, la hiperinflación y el separatismo regional, parecía que la república iba a desintegrarse. La lealtad del ejército era incierta. (…) El golpe de Hitler no fue el único intento de ganar el poder mediante la violencia en 1923. Ni siquiera fue el más sangriento. Simplemente, resultó ser el último. Después de todos sus airados discursos a lo largo del año, en noviembre Hitler dijo que no tenía más remedio que actuar (…). Su juicio posterior (al golpe de la cervecería) fue una farsa. Cumplió poco más de ocho meses de cárcel. Fue, escribe Jones, ‘un error terrible’”.
Para entonces y en estas circunstancias, describe Emmerson, “la gente quería seguir adelante. El peligro inmediato había pasado. La República había sobrevivido. Una nueva moneda (y el puro agotamiento popular) pusieron fin a la hiperinflación. Una nueva constelación política internacional condujo a un acuerdo sobre reparaciones en 1924 y a la retirada de las tropas francesas del Ruhr al año siguiente. (…) En la superficie, Alemania se había estabilizado. La ilusión duró apenas media década. Quienes lo habían perdido todo no tenían nada más que perder. El trauma del año de la policrisis permaneció profundamente arraigado en la psique alemana (…). Alemania no fue el único lugar en crisis en 1923, cuando las secuelas de la guerra y el surgimiento de la cultura del hombre fuerte se extendieron por todo el mundo (…). Lo que los lectores encontrarán es una advertencia del pasado con lecciones todavía pertinentes hoy: la crisis engendra crisis; la democracia es un trabajo arduo; es necesario abordar tempranamente la cuestión de buscar chivos expiatorios; las normas, una vez quebrantadas, son difíciles de reparar; los efectos socioeconómicos de la inflación pueden ser mortales. Y, cuando una gran parte de la población cuestiona la legitimidad fundamental de un régimen, ese régimen queda inevitablemente a merced de los acontecimientos (…). Hitler fracasó en 1923, pero triunfó en 1933. La erosión de las normas democráticas puede ser fatal, incluso si sus efectos se retrasan. El precio de la libertad es la vigilancia eterna”.
A los opositores al actual gobierno argentino que van por la poltrona presidencial los chivos expiatorios les encantan. Pobres, negros, inmigrantes, planeros, originarios, LGTB merecen ser odiados. Encima, los opositores son inflacionarios y no están en condiciones de estabilizar la economía. Su caballo de batalla está desbocado. Los planes de austeridad que propugnan se empeñan en remediar los dos componentes de la estanflación con la pólvora mojada. Intentan reducir la inflación —siempre presumida de ser de demanda— comprimiendo la parte consumible del ingreso, estimulando, por otra parte, la inversión a través de medios de incitación directos y casuales, a fin de evitar la debacle.
Pero como el alza de los precios es estructuralmente debida a las condiciones de la producción (incluyendo las remuneraciones de los factores), la incoherencia de las medidas deflacionistas aparece a la luz del día. No solamente son inoperantes, en tanto que visan un desequilibrio que no existe, sino que son susceptibles de lograr objetivos opuestos a los buscados. En efecto, algunas de sus disposiciones destinadas a comprimir la demanda, el aumento de los impuestos (aunque digan lo contrario, es lo que finalmente terminan por hacer) y de la tasa de interés, tienen por efecto —involuntario— inflar los costos y, por lo tanto, los propios precios de venta. En una situación donde no hay absolutamente excedente, sino más bien falta de demanda (como lo indica el sufijo de estanflación), combatir los factores-demanda imaginarios conduce a efectos reales desastrosos sobre los costos y finalmente sobre los precios. La derecha argentina cumple, el FMI dignifica.
A la sombra de lo que recuerda un código postal, aprendimos para el aquí y ahora la importancia de la integración nacional. Cien años después del golpe de la cervecería, parece que se fueron olvidando las más crueles lecciones de la historia. Aunque por estos pagos, en vez de cuadros políticos siniestros que imaginaron una guerra mundial de exterminio para marcarle el paso al mercado mundial, contemos —por suerte— con boludos de derecha nefastos, en extremo menores respecto a esas referencias, manufacturados por el clima de época. Eso no le quita un ápice al arduo trabajo político que tiene por delante el movimiento nacional para preservar la igualdad y la democracia.
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