De poetas y dictadores

Del franquismo al pinochetismo, saña y muerte para quienes cantan la belleza

 

El último 11 de septiembre se cumplieron los cincuenta años del golpe militar en Chile, aquel que puso fin a la vida y al gobierno de Salvador Allende, abriendo una de las etapas más nefastas en la historia del país hermano. Junto a ese recuerdo, surge, enorme, la figura de Víctor Jara, el poeta torturado y finalmente fusilado en el Estadio Nacional cinco días después del golpe.

La saña de los dictadores con los poetas trajo a mi mente los nombres de Antonio Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca. Entre las muchas cosas que tienen en común, es el haber sido víctimas del franquismo, cada uno a su modo, o al modo que dicha dictadura dispuso.

Antonio Machado suena más cercano a nuestros oídos, gracias a las melodías de Joan Manuel Serrat: “Caminante, no hay camino…”. Frente a la España dividida y en pugna de su tiempo, en la que no dudó de qué lado estar, escribió aquello de:

 

Españolito que vienes al mundo,

te guarde Dios:

una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

 

Cuando las tropas de los sublevados/franquistas tomaron Barcelona, debió exiliarse en Francia, cruzando las montañas en pleno invierno. Como tantos exiliados de tantas dictaduras de la historia, su vida se apagó semanas después, el 22 de febrero de 1939, en Colliure. Murió de tristeza. Con el corazón helado.

Miguel Hernández fue apresado al intentar cruzar la frontera con Portugal. Su identificación con la República y las falsas acusaciones de asesinato le depararon cárcel tras cárcel. Contaba que en una de ellas no podía llorar porque sus lágrimas se congelaban.

Desde otra cárcel supo que su compañera sólo tenía pan y cebolla para comer, mientras amamantaba al hijo de ambos. Lo cuenta en sus Nanas de la cebolla, poema musicalizado por Alberto Cortez:

 

Vuela niño en la doble

luna del pecho,

él, triste de cebolla,

tú, satisfecho.

No te derrumbes:

no sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

 

Murió en la prisión de Alicante, a los 31 años, de tuberculosis.

Federico García Lorca, poeta incansable, dramaturgo, antifascista. Alguna vez cantó:

 

¡Si mis dedos pudieran

deshojar a la Luna!

 

Pero no pudieron. Fue fusilado en Víznar, Andalucía, el 18 de agosto de 1936, al mes del levantamiento de Franco. Su cuerpo fue arrojado a una fosa común desconocida. Tenía 38 años. Hasta el día de hoy, es un desaparecido.

Parece ser que las dictaduras siempre saben qué hacer con los poetas, con los que cantan la belleza y la hacen irrumpir en el mundo. Tortura. Asesinato. Exilio. Prisión. Conocen las mil formas de la muerte.

En un momento no tan lejano de nuestra historia, cantó el poeta rosarino Jorge Fandermole:

 

La infortunada noche que un dios,

arrepentido, nos olvidó,

yo canto versos de furia y fe

pa’ que me ayuden a estar de pie.

 

Así estamos, o tratamos de estar, miles y miles de compañeras y compañeros.

De pie.

Como los poetas.

Con ellos.

Del lado de la vida y de la historia en el que vale la pena existir.

Con furia y fe.

Tratando de que aquel dios vuelva a arrepentirse.

Esta vez, de habernos olvidado.

 

 

 

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