La falacia mesiánica
Lo que implica el crecimiento de Milei
Según el Diccionario de la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra mesías es la de “un sujeto real o imaginario en cuyo advenimiento hay puesta confianza inmotivada o desmedida”. El sociólogo que abordó con mayor profundidad el tema de las virtudes carismáticas de ciertos personajes históricos ha sido Max Weber en Economía y sociedad (FCE, 1944). El concepto fue retomado por Robert C. Tucker en La teoría del liderazgo carismático (FCE, 1976), para quien no existe ningún consenso sobre el valor científico y la aplicación precisa del concepto de liderazgo carismático, de modo que resulta difícil distinguir entre los líderes realmente carismáticos y los que no lo son. No obstante, Tucker considera que ha sido un gran mérito de Weber sacar esa categoría del mundo de la religión y aplicarla a la vida política, “(…) pues los campos de la religión y la política se penetran mutuamente en muchas formas (…) La secularización de la sociedad no significa tanto la desaparición de la religión como el debilitamiento de esta en sus formas tradicionales, junto con el desplazamiento de la emoción religiosa a otros sectores, particularmente el político”. Conviene analizar la explosiva presencia de Javier Milei en la política argentina a la luz de las consideraciones de estos autores y el riesgo que este tipo de liderazgos suponen para la democracia.
Tucker sostiene que para estudiar los casos de liderazgo carismático es necesario remontarse al momento del nacimiento de ese liderazgo. Existe una cierta tendencia a estudiar los casos de líderes que ya adquirieron prestigio, pero para clasificar como carismático a un líder se debe estudiar su influencia sobre quienes lo rodean antes de acceder al poder. Si es auténtico, su carisma tiene que haberse evidenciado antes de llegar a ser conocido y poderoso. Tucker subraya que la clave de la reacción carismática está en la situación social que da lugar al fenómeno: el estado de aguda desdicha que predispone a las personas a seguir con entusiasmo al líder que les ofrece la salvación. Es habitual que estos movimientos surjan en épocas en que la desgracia afecta a la sociedad. Tucker utiliza la expresión “carisma situacional” para referirse a los casos en que una personalidad no necesariamente mesiánica suscita una reacción carismática simplemente porque ofrece, en un momento de profunda desgracia, un liderazgo que se percibe como fuente y medio de salvación. En estos casos, cuando cunde un agudo malestar en el conjunto social, es verosímil que, ante el surgimiento de líderes que proclaman, en forma persuasiva, la posibilidad de dominar la situación, sean muchos los que acudan al llamamiento del salvador. Los seguidores responden a las promesas porque hay una presión psicológica interior que lleva a confiar en quien encarna la posibilidad de dar satisfacción a necesidades sentidas con urgencia.
El “voto bronca”
Es evidente, a la luz de los estudios que se han hecho desagregando los votos de las PASO, que Javier Milei obtuvo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires un 30 % de los votos positivos en Villa 31, Bajo Flores, Barracas, La Boca, Parque Avellaneda y Villa Lugano, contra un resultado de aproximadamente el 15 % en los barrios de Núñez, Belgrano, Palermo, Recoleta y Puerto Madero. Resultados similares se registraron también en otras circunscripciones electorales como lo indica una anécdota proveniente de un amigo chubutense: Paso de los Indios es un pueblito de menos de 3.000 habitantes en el centro de Chubut. No llegaron a votar 900 personas y Milei sacó el 40 %, en tanto que el peronismo, gobierno local desde siempre, arañó el 23 % igual que Juntos por el Cambio. Como señala mi amigo “esa gente apenas conoce a Milei, que ni fiscales de mesa tenía, pero conoce a los políticos locales con todas sus mañas y corruptelas y les votó en contra”. De modo que estamos ante un “voto bronca”, transversal a todas las clases sociales y grupos etarios, donde un individuo, como decía Ernesto Laclau, asume el rol de “significante vacío”, permitiendo que millones de personas depositan las ilusiones más dispares en un sujeto imaginario.
Estos resultados confirman la tesis de Tucker de que los liderazgos carismáticos del tipo de Milei responden al agudo malestar social frente a fenómenos tan irritantes en la Argentina como la elevada inflación, la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos, el incremento de la pobreza y el aumento en la inseguridad asociada a esos problemas. También debemos tener presente que detrás de estos fenómenos operan causas más profundas, menos visibles, que no son exclusivas de la Argentina. Como lo señala Adam Przeworski en La crisis de la democracia (Siglo XXI), “no cabe duda de que las instituciones representativas tradicionales están pasando por una crisis en muchos países del mundo. En algunos de ellos, ocupan el poder líderes anti-estatistas, prejuiciosos, xenófobos, nacionalistas y autoritarios; en muchos otros, los partidos de esa calaña siguen logrando avances electorales en un momento en que gran cantidad de ciudadanos situados en el centro político ha perdido confianza en los políticos, los partidos y las instituciones”.
Los cambios estructurales, derivados del fenómeno de la globalización, han impactado más en unos países que en otros. La combinación de la liberalización de los mercados de capitales y de commodities, más las reformas capitalistas en China, han llevado al incremento notable de las importaciones en los países menos desarrollados provocando un aumento del desempleo y la reducción de los salarios en los mercados locales que compiten con las importaciones. Por otra parte, no habría que descartar también cuestiones relativas al incremento de la desigualdad y la protesta de las franjas sub 30 ante la falta de horizontes en una economía que no ofrece empleos de calidad. En la Argentina una catastrófica sequía se ha sumado a los problemas previos provocados por la pandemia y la guerra en Ucrania, pero también deberíamos computar un cierto hartazgo social por los enfrentamientos entre los partidos políticos y su ensimismamiento en las luchas por el poder. Como acertadamente señala Adam Przeworski, “las victorias de Bolsonaro y Trump dejaron en evidencia que, cuando los votantes están desesperados, como los enfermos terminales de cáncer dispuestos a buscar cualquier remedio, se aferran a cualquier soga que les lancen, incluso las ofrecidas por charlatanes que venden soluciones milagrosas”.
El programa de Milei
El programa de Milei en lo económico es un calco de la distopía del anarcocapitalista norteamericano Murray N. Rothbard, que defendía la desaparición del Banco Central, la privatización de las empresas públicas, la privatización de los sistemas educativos y sanitarios, etcétera. La medida estrella es la promesa de acabar con la inflación a través de la dolarización de la economía. Se trata de una medida de muy difícil implementación que tendría efectos catastróficos desde el punto de vista social por la licuación de los ingresos de todos aquellos que dependen de un salario. Desde la perspectiva técnica tiene un defecto insuperable, que ya fue comprobado en la caída de la convertibilidad: deja al sistema económico sin un prestamista de última instancia, es decir sin posibilidades de hacer frente a una corrida bancaria, lo que equivale a jugar a la ruleta rusa.
En materia social es un catálogo de medidas conservadoras que forman parte del sueño húmedo de las corporaciones locales. Pretende acabar con el sistema de indemnizaciones por despido y reemplazarlo por una especie de seguro de desempleo que sea financiado por el propio trabajador. Esto supone una alteración radical del sistema de relaciones laborales, dado que la indemnización por despido cumple un rol equilibrador y evita el ejercicio arbitrario del poder del empresario. En otros temas vinculados a los derechos de las mujeres, pretende anular la ley que despenalizó el aborto mediante la convocatoria de un plebiscito en un tema penal vedado por el artículo 39 de la Constitución Nacional. En temas medioambientales ha reivindicado el derecho de las empresas a contaminar los ríos.
En definitiva, estamos ante medidas que son políticamente muy difíciles de implementar en la Argentina por las reacciones sociales que provocarían o por los problemas técnicos que generarían. Al provenir estas propuestas de un partido nuevo, de escasa implantación en el territorio nacional, basado en un liderazgo mesiánico no consolidado, sorprende la audacia del personaje que lanza propuestas tan descabelladas. Es difícil saber todavía si Milei es un simple vendedor de humo o si su aparente seguridad proviene del apoyo económico que recibe de algunas corporaciones locales. En cualquier caso, su mesianismo tiene reminiscencias del mismo mesianismo que inspiró a los militares argentinos a implantar una dictadura feroz, convencidos de que los problemas complejos podían ser resueltos con el uso de la espada, imitando el método que Alejandro Magno utilizó para cortar el nudo gordiano.
El riesgo institucional
Sería necio negar que la Argentina necesita llevar a cabo una serie de reformas económicas, políticas y sociales profundas dado que hace tiempo que su economía viene dando muestras de estagnación. En primer lugar, se debe abordar el problema de la inflación que pasa inevitablemente por acomodar las variables macroeconómicas y ordenar las cuentas públicas. Otra reforma pendiente es la modernización del Estado para convertirlo en una estructura muy profesionalizada, evitando el uso partidista y ajustando su tamaño a los roles y funciones que demanda el Estado del bienestar y la regulación del capitalismo. En los países que integran la Unión Europea, donde el Estado ofrece servicios de salud, de seguridad social y de educación de calidad, no existe una corriente antiestatal como en la Argentina y los partidos de ultraderecha son nacionalistas y defensores del Estado fuerte, porque es una institución prestigiada ante la sociedad.
Ahora bien, el reconocimiento de algunas falencias no puede llevar a justificar el mesianismo. Como señala Daniel Innerarity en Una teoría de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg, 2020), la creencia en la fuerza de los liderazgos personales supone una infravaloración de las propiedades sistémicas de la complejidad social. “La micro fallacy (micro falacia) consiste en no haber entendido que en el mundo social lo que importa no son los individuos, sino las interacciones y su correspondiente institucionalización”. Añade el filósofo vasco que es necesario trabajar en favor de una cultura política más compleja y matizada, dado que cuando las sociedades se polarizan en torno a contraposiciones simples, la democracia se degrada: “Solo una democracia compleja es una democracia completa”.
Los países que resolvieron el problema de la inflación y modernizaron sus estructuras productivas —como España e Israel— lo hicieron mediante amplios acuerdos económicos, políticos y sociales. En nuestro país, no han sido pocos los políticos que han señalado la necesidad de alcanzar acuerdos multipartidarios. El último ha sido Sergio Massa quien ha hecho una convocatoria en favor de la “unidad nacional” como promesa electoral para implementarla en el caso de que gane las elecciones. Pero el problema mayor para alcanzar acuerdos en la Argentina reside en el clima de polarización fomentado por el establishment político, judicial y mediático que, impulsado por la quimera de acabar con el peronismo, ha incubado el huevo de la serpiente que ahora amenaza a la democracia argentina.
Sería catastrófico para el futuro institucional de nuestro país quedar sometido a las veleidades de una personalidad excéntrica, que puede producir daños irreparables destruyendo las bases del incipiente Estado del bienestar que fue instaurado durante el primer gobierno de Perón. Daniel Innerarity añade que lo que impide el desarrollo de las sociedades plurales no es tanto la existencia de poderosos obstáculos, sino más bien la falta de acuerdos en su seno. “La solución no pasa por las personas, sino por mejorar los sistemas que nos protejan contra ellas, contra nuestros errores, nuestra demencia o nuestra maldad”. La creencia de que es posible imponer autoritariamente soluciones mágicas a los problemas complejos ya fue experimentada en la Argentina en la década del ‘70 y se cobró una elevada cuota de sangre. Parece increíble que estemos enfrentando nuevamente un riesgo similar.
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