Legajo reparado
La empresa Xerox corregirá el legajo de Cristina Catalina Galzerano
El domingo 23 de octubre de 1977, Cristina Catalina Galzerano y su compañero, José Luis Tagliaferro, ambos militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), debían cumplir con una tarea asignada por la organización. El objetivo: una cita al mediodía en parque Saavedra, donde se encontrarían con una pareja y sus dos hijos pequeños para rearmar células militantes fracturadas por la represión. Cristina, de 31 años, fue con su hijo Esteban, de 6, y preparó comida para almorzar en la plaza. Esperaron varias horas, pero la pareja nunca llegó. Preocupados, guardaron sus cosas y pegaron la vuelta hacia su casa en la calle Guevara 30 del barrio de Chacarita.
Pese a la alerta no hubo, sin embargo, un signo de algo anormal en la rutina del día. Esa noche Cristina acompañó a su hijo a su cuarto, le leyó un libro y se despidió con un beso. “Ella por las noches solía hacerme la cena, me bañaba, me acompañaba a dormir y leía un cuento”, diría su hijo, mucho tiempo después. El pequeño Esteban la vio cerrar la puerta, se miraron. Nunca imaginó que esa sería la última vez. En la madrugada del lunes un par de hombres, mientras todos en el barrio dormían, derribó violentamente la puerta de la casa. Era un grupo de tareas de Campo de Mayo. Alertados, Cristina y su compañero José Luis subieron a la terraza y escaparon hacia techos linderos, no sin antes tomar las pistolas que les había dado la organización. “Alto el fuego, ríndanse”, gritaron los hombres, pero la pareja no cedió y se defendió con sus propias armas. En feroz y nocturna balacera, Cristina recibió dos tiros, uno inmovilizó su cadera. En el suelo, tendida boca arriba, los hombres la esposaron y poco después, sin mediar palabra, la remataron de un tiro en la nuca. Al mismo tiempo, José Luis Tagliaferro, su compañero, fue detenido y hasta hoy continúa desaparecido. El pequeño Esteban se sobresaltó de la cama con los disparos, sin saber qué había pasado con su madre. La patota militar luego lo llevó con su abuela. En el barrio el olor a pólvora permaneció en el aire tanto como los orificios de las balas en los muros de las paredes.
Además de su militancia en el ERP, Cristina Galzerano trabajaba todos los días en la empresa de impresoras y artículos electrónicos Xerox Argentina. Cuando fue asesinada por la patota militar, en la empresa la dieron por despedida “por justa causa a raíz del abandono de tareas”. A 46 años, y por primera vez en la historia argentina en casos de legislación laboral, la empresa privada deberá reparar el legajo de Cristina como una trabajadora víctima del terrorismo de Estado. Lo decidió el Estado a partir de una resolución firmada por el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla Corti, y el secretario de Trabajo, Marcelo Claudio Bellotti: Xerox Argentina, en rigor, deberá inscribir en sus legajos históricos la verdadera causa de la baja de Cristina Catalina Galzerano, asesinada en 1977.
La noticia, ante tanto frenesí electoral, pasó desapercibida en la agenda mediática. “La medida se ampara en la Ley N.º 27.656, sancionada en diciembre de 2021, que establece la inscripción de la condición de detenido-desaparecido en los registros laborales de aquellos trabajadores y trabajadoras que, al momento de su desaparición, estaban empleados en el sector privado aunque aparezcan como desvinculados por otras razones”, explicó Pietragalla Corti. De modo tal que la empresa Xerox tiene un plazo de 30 días para escribir una leyenda que informe sobre “la verdadera causa de su baja laboral, que fue el asesinato de Cristina como consecuencia del terrorismo de Estado, indicando el número y la fecha de esta Resolución Conjunta”.
No todo termina allí. Además, como parte de las acciones de reparación moral y colectiva emprendidas, la empresa deberá entregar una copia del legajo reparado de la trabajadora a su familia, con participación de la Comisión de Trabajo por la Reconstrucción de Nuestra Identidad, y otra al Archivo Nacional de la Memoria. Xerox Argentina, en efecto, será la primera empresa privada en reparar el legajo de una trabajadora víctima del terrorismo de Estado, “lo que marca un precedente histórico en nuestro país y sienta las bases para que otras empresas sigan el mismo camino, contribuyendo al proceso de memoria, justicia y verdad”, según indicó Pietragalla Corti, que aguarda un efecto dominó para la aparición de otros legajos reparatorios.
La empresa norteamericana, vanguardia en xerografía, llegó a la Argentina en 1967 para ofrecer productos de fotocopiado a oficinas de todo tipo; era pionera en las comunicaciones gráficas y la impresión de alto volumen. Cristina Galzerano era una de sus jóvenes empleadas en las oficinas expandidas de Capital Federal: había iniciado su actividad laboral el 6 de mayo de 1974 bajo legajo personal n.º 8.585 como administrativa categoría V —escalafón de empleados de comercio— en la sección Tesorería. “Es un hecho sin precedentes hacia la justicia histórica”, dijo su hijo Esteban “Tula” Santamaría, quien recordó el acta de defunción que el ejército había dado a la familia cuando entregaron el cuerpo de Cristina: “NN o Cristina Catalina Galzerano”. Acompañado de un informe pericial: “Encontrada al costado de la ruta 8 lindero al cuartel de Campo de Mayo, presenta destrucción de masa encefálica. Domicilio desconocido”.
Tula recordó que su madre continúa presente como aquella noche que de niño la vio por última vez, después de despedirse en su cuarto. “Hay momentos en que la sueño despierto, cierro los ojos para volver a verla y encontrarla siempre joven, siempre con apenas treinta y un años. Me la encuentro en las plazas, en las calles, sigue siempre en mi corazón. Jamás la voy a olvidar”.
A pesar de sus horas de trabajo en Xerox Argentina y de su compromiso con la militancia, Tula rescata una singularidad sobre cómo se vinculaba con su madre. “Ella había elegido, al igual que sus compañeros, contarles a sus hijos que ellos formaban parte de una militancia política. Ella los nombraba como ‘los compañeros’. Me explicó que luchaban para que no haya más pobreza. Los hijos de estos militantes solíamos acompañarlos a las reuniones. Mientras ellos hacían política, nosotros jugábamos a un costado”.
La militancia de Cristina era en el ERP, y había cuestiones máximas de seguridad, sobre todo a partir del ‘76 con el golpe de Estado. En los últimos años, en rigor, comenzaron a vivir de casa en casa. “Estábamos un mes en un lado, un mes en otro —rememoró Tula—. Nos movíamos todo el tiempo en la zona norte del Gran Buenos Aires. Después, regresábamos un mes a Chacarita y nos volvíamos a ir. Mi mamá me explicaba que esto no debía contarlo en el colegio, que cuando venían compañeros a reunirse en una plaza o una casa, no tenía que llamarla por su nombre”.
Cristina Galzerano había nacido en Capital Federal el 28 de julio de 1946. Su hijo Esteban recordó que de chica se fue a vivir a San Martín, en la localidad de Villa Bosch. “Mi abuela en la década del ‘40 compró con su marido un lote, en el gobierno de Perón y de Evita, y pudo construir su casa”. Sobre el contexto en que creció Cristina, relató que su madre nació en el seno de una familia trabajadora, con su abuelo como operario en el puerto y su abuela española, inmigrante escapada de la guerra a sus 13 años.
La militancia de Cristina empezó tempranamente. “Mi mamá creció con una forma de ser muy solidaria, muy comprometida. Cuando era joven comenzó a militar primero en el Partido Comunista a mediados de los ‘60, luego se incorporó a un grupo que era simpatizante del Che Guevara y admiraba la revolución cubana, y en 1975 se sumó al ERP-PRT”.
Con el legajo reparado, Esteban “Tula” Santamaría quiere completar la historia de su madre. “Nosotros pudimos reconocer la tumba en el cementerio de Grand Bourg, el ejército nos dio el cuerpo, pero a condición de no visitarlo hasta después de un año. Mi abuelo respetó eso porque no quedaba otra”. La amenaza del terrorismo de Estado perduró en la familia durante largo tiempo. El caso fue presentado en la CONADEP: el Estado descubrió que había casos como el de Cristina Galzerano que fueron entregados a los familiares y enterrados como NN en distintos cementerios del país. “Muchos otros tuvieron que esperar a que prosperaran los juicios y allí descubrir que sus familiares habían sido identificados, pero que nunca se publicaron sus muertes. Por suerte, en nuestro caso fue un alivio saber dónde estaba el cuerpo de mi madre”.
Hace poco, Esteban escribió un poema en su homenaje, que firmó junto a su abuela Jovita: “Por toda la alegría que nos arrancaron / Por todo el vacío que nos dejaron / Por todos tus recuerdos, que están presentes y con vida / Porque todavía te extraño / Porque estoy lleno de preguntas / Porque no encuentran respuestas / Porque nos quitaron el tiempo de estar juntos / Porque no pudiste verme crecer / Porque te quise, te quiero y te querré por siempre”.
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