La hora de los mártires

La Iglesia reconoce el martirio del Obispo Enrique Angelelli y sus compañeros

El Papa Francisco ha firmado el decreto que reconoce el martirio en odio de la fe, padecido por el Obispo Enrique Angelelli, los curas Carlos Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wenceslao Pedernera, hace 42 años en los inicios de la dictadura cívico-eclesiástico-militar. Así lo hizo saber el Obispo de La Rioja y uno de los principales impulsores de la causa, Marcelo Colombo al Pueblo de Dios y la opinión pública el 8 de junio: “Muy conmovido de poder darles este anuncio tan esperado, agradezco a Dios que nos ha permitido como diócesis (...) acompañar este proceso canónico que puso de relieve la nobleza de la entrega de nuestros mártires, testigos con su sangre del Reino de Dios”.

El biógrafo del Obispo Enrique Angelelli y director de Tiempo Latinoamericano, Luis Miguel “Vitín” Baronetto, expresó públicamente su satisfacción afirmando que “este hecho que forma parte de un largo trayecto impulsado por nuestro Centro Tiempo Latinoamericano recupera la memoria de nuestros mártires, que hoy más que nunca debe revitalizar la lucha por la justicia ante las políticas de miseria, hambre y desocupación que jalonan el avasallamiento de tantos derechos conquistados a los más pobres, los privilegiados de Jesús, por quienes nuestros mártires como tantos y tantas otras hermanos y compañeras fueron inmolados”

El documento de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunida en Medellín en 1968 para analizar el tema de “la Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”, marcó una instancia decisiva en el proceso de renovación abierto por el Concilio Vaticano II. Medellín abrió un surco de renovación doctrinal y compromiso social, impulsó la denuncia de las estructuras de opresión y la necesidad de una liberación integral. Fue el escenario de la proyección de la Teología de la Liberación y la opción preferencial por los pobres. En el episcopado argentino fue una minoría de obispos la que asumió el mensaje de Medellín con una actitud comprometida con el cambio social, la verdad, la justicia y la causa de los pobres, siendo “voz de los sin voz”. Novak, Hesayne, Ponce de León, Angelelli, De Nevares, Devoto, constituyeron ese pequeño sector de obispos herederos de la tradición profética y renovadora de Medellín, aislados por el resto de la asamblea episcopal.

En Chamical, la noche del 18 de julio de 1976 los curas Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, cenaban con un grupo de religiosas. Al terminar la cena llamaron a la puerta dos hombres que se identificaron como policías que pidieron por el padre Murias, quien salió a verlos junto con Longueville. Al otro día, un grupo de obreros ferroviarios encontraron los cuerpos acribillados de los curas junto a las vías. Angelelli viajó a Chamical para participar del sepelio y quedarse unos días acompañando a la comunidad. Una semana más tarde, Wenceslao Pedernera -dirigente del movimiento rural diocesano- fue asesinado en la puerta de su casa, ante su esposa y sus tres pequeñas hijas. Unos días después, el 4 de agosto, al regresar a la capital provincial, Angelelli fue asesinado cerca de Punta de los Llanos, en un hecho presentado por las autoridades militares como un accidente automovilístico y esclarecido como homicidio en un juicio llevado a cabo 38 años después. Donde fueron condenados los responsables del crimen —Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella— a cadena perpetua.

La convalidación eclesial del martirio (testimonio) de Angelelli y sus compañeros pone de manifiesto públicamente para toda la Iglesia lo que ya era una certeza en el corazón del pueblo riojano y de tantos cristianos que los conocieron y escucharon. El “pelado”, Carlos, Gabriel y Wenceslao encarnaron la Iglesia comprometida con la denuncia profética de la injusticia y la opresión, la Iglesia de la opción por los pobres y el compromiso con la verdad y la justicia. Tambien el reconocimiento de sus martirios hace emerger el horror del terrorismo del Estado y la necesidad de mantener vigente el proceso de memoria, verdad y justicia iniciado desde el regreso a la democracia, hasta que la sociedad sepa toda la verdad sobre los crimenes cometidos, sobre el destino de los desaparecidos, sobre la identidad de los nacidos en cautiverio apropiados por sus secuestradores y haya juicio y castigo a los culpables.

La memoria de los mártires riojanos también significa para la Iglesia un incómodo recordatorio de la complicidad de un sector hegemónico conservador del episcopado, que convalidó el terrorismo de estado por acción u omisión, y se desentendió de la suerte de sus hermanos, exponiéndolos a la persecución y la violencia. Pero a la vez la entrega fecunda de los mártires, a pesar de la dolorosa experiencia de ser arrancados de este mundo, se convierte en faro luminoso del camino de la Iglesia que quiere ser fiel al evangelio y acompaña las luchas y los sufrimientos de los pobres, exponiéndose a peligros y persecuciones. Los militares en el gobierno de facto, persiguieron de modo implacable a Angelelli grabando sus homilías, infiltrando servicios de inteligencia en las catequesis o las procesiones callejeras, detuvieron curas, hostigaron comunidades religiosas, detuvieron hombres y mujeres de cooperativas y sindicatos. Angelelli representa esa Iglesia que prefiere ser fiel al Evangelio y correr riesgos, antes que ser una Iglesia que rinde culto a la mesura y la prudencia, manteniendo silencios y posiciones ambiguas o procurando preservar las estructuras, el financiamiento de las obras institucionales, las buenas relaciones con el poder y las clases dominantes, antes que defender a los pobres y las víctimas.

Hoy vivimos la noche oscura del neoliberalismo de Cambiemos, las políticas de ajuste, saqueo y entrega del país que hambrean al pueblo y desdibujan un proyecto de país inclusivo, productivo y solidario. La memoria de los mártires riojanos nos interpela y nos impulsa más que nunca a resistir a la venta de la patria, a ser sometidos a un plan de negocios de una minoría asociada a los intereses del capital internacional.

Recuperemos al “hombre proyecto de pueblo” expresado en los profundos versos del poeta y mártir, Enrique Angelelli:

 

Mezcla de tierra y de cielo,
proyecto de humano y divino...
que en cada hombre se hace rostro
y su historia se hace pueblo.

Es barro que busca la Vida,
es agua que mezcla lo Nuevo,
amor que se hace esperanza
en cada dolor del pueblo.

El pan que en el horno florece...
¡Es para todos, amigos!
Nadie se sienta más hombre,
la vida se vive en el pueblo.

Porque el proyecto se hace silencio,
porque la vida se hace rezo,
porque el hombre se hace encuentro
en cada historia de pueblo.

Déjenme que les cuente
lo que me quema por dentro;
el Amor que se hizo carne
con chayas y dolor de pueblo.

¿Saben? Lo aprendí junto al silencio...
Dios es trino y es uno,
es vida de Tres y un encuentro...
aquí la historia es camino
y el hombre siempre un proyecto.

 

 

 

 

 

 

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