La chica de los habeas telefónicos
Una semblanza de Matilde Alba Swann
A Ingrid y Virginia Creimer
—Hola…
—Hola, sí, ¿habla el doctor Ozafrain?
—Sí, ¿quién habla a esta hora?
—¿Está usted de turno doctor?
—Sí… ¿Pero se puede saber por qué me llama a mi casa?
—Soy la doctora Creimer, doctor…
—Ahhhh, sí, doctora, disculpe, no le reconocí la voz… Es que estaba acostado…
—Doctor, le llamo por algo urgente…
— Sí, claro. Dígame, doctora, ¿en qué la puedo ayudar?
—Es para interponerle un habeas corpus, tengo un chiquito menor de edad detenido en la Unidad 9, está preso con los adultos desde hace dos días.
— Uyyy, doctora, ¡qué barbaridad! No se preocupe, ya lo estoy llamando a mi secretario, el doctor Hugo Cañón, para que lo liberen de inmediato…
— Gracias doctor, es muy amable, como siempre…
Pionera de ley
Matilde Kirilovsky nació en 1912 en la localidad de Berisso, hija de los rusos Alaquin Kirilovsky y Emma Ioffe. Sus primeros años los transitó yendo y viniendo de La Plata a Capital, hasta que se recibió de bachiller en el Colegio Superior de Señoritas (hoy Liceo Víctor Mercante). Más tarde formó parte de las primeras camadas de mujeres del país que obtuvieron el título de abogadas. En su caso, accedió al título con solo 21 años.
El diario El Día de La Plata, en su edición del 9 de diciembre de 1933, lo va reflejó de esta manera: “La cada vez más acentuada participación femenina en las diversas actividades de la vida pública, incorpora al foro platense una abogada cuya inteligencia y dinamismo serán una prueba más de la importancia del aporte de la mujer en las gestiones ciudadanas. Así lo hace esperar la destacada carrera profesional, los brillantes exámenes finales con que ha dado término a su carrera la doctora Matilde Kirilovsky, recientemente graduada en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de nuestra Universidad”.
Así se refería, en general, la prensa del país sobre el lugar que, lentamente, comenzaban a ocupar algunas mujeres pioneras, como Matilde, que gracias a su pertenencia social y a su formación cultural marcaron la senda de la participación femenina en la vida institucional.
Por entonces conoció a Samuel Creimer, otro descendiente de inmigrantes judíos, con quien compartía profesión, valores y tradiciones, y con quien se casó y tuvo cinco hijos. Ya asentados ambos en La Plata, Matilde fue haciendo sus primeros pasos en la profesión. Su principal obsesión, la temática de infancia y la situación de las mujeres humildes; cuestiones que para la época iban a quedar englobadas dentro de la agenda de minoridad.
Su gran amiga y compañera del Liceo, la escritora Aurora Venturini, compartía los mismos intereses que Matilde: orfanatos, casas cuna, los institutos de menores. Todos esos lugares marginales eran una obsesión cotidiana donde se ceñía un mal que les tocaba el alma. La cercanía con Evita, el primer peronismo, les permitió tener una mirada sobre el abordaje del problema. El Patronato, institución que debería privilegiar la niñez abandonada a su suerte, muchas veces lastimaba. Por eso había que andarle encima.
Habeas corpus telefónicos
Aurora Venturini también cuenta en una entrevista que los habeas corpus interpuestos por Matilde eran famosos y temerarios, especialmente aquellos que despertaban a los jueces con su llamado en la madrugada. Pero claro que eran efectivos.
El más conocido, el del niño en la Unidad 9 con el que comienza esta nota. Pero también el que interpuso para reparar todos los vidrios del Instituto Aráoz Alfaro que, en pleno invierno y a causa de la desidia de los presupuestos de minoridad, hacía que todos los chicos se murieran de frío.
En otro caso, en 1972, logró la intervención judicial del Neuropsiquiátrico Melchor Romero, lo que implicó un cambio de vida en los pabellones y en el régimen de encierro de las personas con problemas de salud mental. Imbuida del espíritu des-manicomializador de la época, algunos consideran esta acción de Matilde como un antecedente importante en la lucha legal por los cambios de paradigmas en materia de salud mental. Por esta acción recibió todo tipo de amenazas, pero que nunca la disuadieron.
Una conquista importantísima en su haber, fue lograr que se impidiera —para siempre— la extracción de sangre compulsiva a los niños pobres internados en los Institutos; práctica atávica y dolorosa cuyo único objetivo burocrático era colocar tipo y factor sanguíneo en la ficha criminológica.
Abogada en los primeros casos de violencia de género
A fines de la década del ‘50, ocurrió un caso en la ciudad de La Plata del que hablaron incluso los medios nacionales. Remberta Nieves, mujer boliviana, de condición muy humilde, de una zona rural aledaña a la urbe, harta de ser vejada por su pareja, le clavó un cuchillo mientras dormía. Los hijos pequeños en común fueron a parar a un orfanato y Remberta a la cárcel.
Cuando Matilde se enteró del caso, de inmediato se fue a ver a los chicos, y luego, a la cárcel, tras lo cual decidió asumir la defensa de la mujer. Los medios hablaron del primer caso de “uxoricidio inverso” (si en la vieja codificación penal el uxoricidio era matar a la propia mujer, el inverso sería al marido).
Aunque en su fuero interno sabía que la “legítima defensa” de Remberta era la absolución correcta, tras el juicio obtuvo el mismo resultado, pero bajo la figura de emoción violenta. Para la época, su logro fue revolucionario. Los niños pudieron volver con su madre.
Por el camino de Swann
A principios de los ‘50, Matilde comenzó a pensar ciertos cambios. La cultura literaria era muy fuerte en su casa de Berisso. Sus padres la criaron rodeada de libros, aquellos que trajeron de Rusia en un baúl y que le leían de chica en ídish. Pero también aquellos libros con los que ella se sentía plena y que le dieron pie para hallar una nueva identidad. En el podio de esa literatura estaba Marcel Proust, su autor favorito. La saga En busca del tiempo perdido despertó en ella la necesidad de asumir nuevas facetas; ya no la de madre, ya no la dedicada ama de casa o valiente abogada de tribunales. Quería ser escritora.
Entonces decidió fabricarse un apellido proustiano: “Swann”. Así nació Matilde Alba Swann. Y así comenzó su carrera de escritora. Con ese nuevo nombre firmó todos sus libros de poemas y ensayos e, incluso, algunos de sus habeas corpus.
El primer libro lo publicó en 1956, bajo el título Su salmo al retorno. De inmediato se lo mandó a Jorge Luis Borges. El gran escritor argentino le devolvió el gesto a través de una misiva: “Su salmo al retorno me interesa, en especial ‘El hijo que no quieres’ y ‘Cuando tú sepas mucho’ me han conmovido. En ellos la emoción emerge de un modo necesario y orgánico porque está en los hechos y en la situación que refieren y no dependen de artificios verbales. La felicito por esas dos composiciones o inmediatas comunicaciones y espero que escriba otras no inferiores, para su felicidad y la nuestra” (Jorge Luis Borges, carta fechada en Maipú 194, Buenos Aires, enero 1957).
Evidentemente, siguió los consejos borgeanos, porque a partir de entonces Matilde escribió sin parar y publicó siete libros más.
En el año de 1992, la filial platense de la Sociedad Argentina de Escritores (la SAE) elevó el nombre de Matilde Alba Swann como propuesta del país para el Premio Nobel de Literatura. La noticia causó mucho revuelo. Algunos lo tomaron como una broma, otros como provocación; pues más allá de la capital provincial nadie había escuchado hablar de esa escritora. Además, la SAE de Buenos Aires daba por sentado que el único candidato que ese año iba a presentar el país a la Academia, era, una vez más, Adolfo Bioy Casares.
Pero lo que nadie sabía era que Aurora Venturini, su amiga de toda la vida, estaba al mando de la filial platense de la SAE. Cuenta la leyenda que ambas se terminaron matando a carcajadas del escándalo que armaron. Este juego de compinches está ya en la novela póstuma, Las amigas (Tusquets, 2020), donde Aurora utilizó a Matilde como modelo de la vida real para su Matilde de la ficción; y al igual que su personaje Yuna, llevó a su amiga a un plano de exacerbación en espejo.
De abogada a poeta y a cronista de guerra
La profesión de abogada y de poeta en un punto se armonizó. Este extraño cruce ya lo advierte la experta Raquel Sajón de Cuello, en su sesudo estudio titulado El Mundo Poético de Matilde Alba Swann de 1982. El manifiesto “La Poesía del derecho” fue publicado por la revista de la Caja de Abogados de la Provincia de Buenos Aires, y comienza así: “Los abogados solemos ser poetas. Simplemente, porque a la hora de elegir carrera, apenas si más allá de la adolescencia, suponemos que el bien decir puede decidir el resultado de una causa”.
De los libros de Matilde, Grillo y cuna, publicado en 1971, es quizás el más famoso. Allí aparece el lugar del juez y la justicia poética (ver poema “Oración a mi juez” al final de esta nota). También su obsesión con el tema de la infancia criminalizada y el sitio de la mujer en esa relación de especial sensibilidad.
La herida que los adultos provocan a un niño en la infancia es algo irreparable, si además ese niño es pobre, es mucho peor. La crueldad en el niño —luego adulto— es lo más terrible que un ser humano puede hacerle a otro. Tanto la abogada como la poeta, luchaban contra esas marcas.
Grillo y cuna, 1971
Pero además de abogada y poeta, Matilde incursionó en el periodismo. Escribía columnas para La Capital de Mar del Plata, y El Día de La Plata. También era conductora radial en Radio Provincia de Buenos Aires, con un programa de interés general.
El día que estalló la Guerra de Malvinas, Matilde acababa de cumplir 70 años. Algo en ella le hizo sentir que tenía que cubrir el episodio. “Entonces se subió a un avión y se fue”, me cuenta Ingrid Creimer, su hija, que aún hoy lo recuerda y no lo puede creer. Antes se le plantó al dueño de El Día, Raúl Kraiselburd y le exigió ser la única corresponsal del diario en el lugar donde se desarrollaba el conflicto bélico. A lo que este, por supuesto, accedió.
Sus crónicas de la guerra no tienen desperdicio y se pueden hallar en la hemeroteca de UNLP o en el archivo del diario. Por lo pronto, es material inédito.
Oración a mi juez
Padre nuestro que estás en el Juzgado
que te vistes, te calzas,
nos ignoras.
Tienes hijos, los besas, los comprendes.
Tienes madre, la quieres,
la proteges.
Que percibes tu paga, que la gastas,
despreocupas de nos,
que nos olvidas.
Padrenuestro que estás en el Juzgado
por las noches te acuestas,
no nos piensas,
y en la noche aquí lejos,
te evocamos,
nos mordemos al suelo, nos morimos
castigamos la piedra
con los puños, con las manos unidas
con las uñas.
Padrenuestro que estás en el Juzgado.
Que proyectas, celebras, que disfrutas
que te sientes feliz
que nunca estamos en tu amor ni fulgor
ni en tu sonrisa.
Baja al mundo de nos, danos tu mano
ponte un poco la ropa de desdicha,
sé pequeño, sé opaco,
un punto apenas,
el negado de ayeres, sin mañana,
y el perdido del todo,
irrescatable.
El metido en el frío, como un perro,
sé ladrido y aullido
sé un instante
cada niño que un día sepultaste
con la augusta operancia de tu firma.
Sé perverso y se cándido en un solo
ser que mira y escucha
y no comprende;
sé ese bruto que soy, que te lo debo.
Sé un instante yo mismo,
y no te mires,
desde mí temblarás te verás turbio.
Padrenuestro que estás en el Juzgado,
que no estas, ni estuviste,
así no sea.
De Grillo y Cuna (1971)
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