Infiernos con santos
La muestra de León Ferrari en el Museo Nacional de Bellas Artes
León Ferrari fue un autodidacta en materia de arte. Trabajó en la construcción de su obra plástica con pluma, acuarela, collage, maniquíes, braille, diarios, botellas, artefactos de cocina y muñequitos de santos y vírgenes intervenidos. Sus creaciones son muy particulares por el tipo de técnicas no convencionales que utilizó para darle forma a su lenguaje estético. En Ferrari la expresión artística estuvo muy fuertemente ligada al cuestionamiento de las relaciones de poder entre Occidente y la Iglesia Católica, a los vínculos entre violencia y sus orígenes religiosos. Ferrari forjó una visión muy particular sobre el cristianismo en Occidente, tanto en el campo de la reflexión teórica como en el plano estético se podría decir que trascendió los juicios sobre lo bello a través de sus obras y su escritura, y en la medida que profundizó algunos aspectos centrales de su pensamiento en relación con el cristianismo y la civilización occidental las controversias fueron en aumento. Dos ejemplos de ello fueron la suspensión en 2004 de una muestra en el Centro Cultural Recoleta, y en 2020, al celebrarse el centenario del nacimiento del artista y en el marco de una exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid, que culminó en una demanda a su director. Esas controversias demuestran la potencia de una obra que sigue viva.
La cosa y la cruz
Para Ferrari, Occidente sostuvo una suerte de “culto a la crueldad” que se manifiesta en el poder de todas las cruces que le pertenecen, aquellas que cuelgan en el pecho de los creyentes, las que vemos pendiendo en el espejo retrovisor de los taxis o colectivos, las que coronan una tumba y las que esgrimen los colegios. Sin embargo, algo en relación a las cruces llamó poderosamente la atención de Ferrari: la cruz con Jesús crucificado en ella, digamos la Justicia Divina, que se encuentra en los estrados judiciales, como gobernando desde allí arriba la Justicia terrenal.
Por otra parte, y paradojalmente, esas mismas cruces implican una condena a la tortura; simbolizan el lamento de la tortura que sufrió el condenado, el crucificado. Allí la paradoja: a lo largo de su historia, Occidente, al tiempo que reivindicó el sufrimiento tortuoso de Jesús como vía de acceso a la salvación de la humanidad, generó un culto al temor –una crueldad que recorrería el mundo– mediante el cual se expresa la condena del crucificado hacia los que descreen de su ascendencia divina. Para León Ferrari, gran parte de la cultura occidental expresa, no sin contradicciones, ese largo aliento a la tortura sobre el cual nos advierte el Hijo del Padre. Hay bondad y confianza, pero también advertencia.
En esta línea de reflexión que Ferrari sostuvo en vida, la violencia y la tortura están conflictivamente ligadas a la figura de Jesús. La evolución del nexo que se establece entre Cristo –el Hijo del Padre– y las nociones de violencia y tortura en la civilización occidental, abarcan no sólo el plano de la divinidad sino también su progresión en la acechada esfera de lo terrenal. Ferrari lo explicaba del siguiente modo: “En nombre de Jesús se expandió una ideología de la violencia que se manifestó claramente en la Inquisición y también en la Conquista, pero también en la antisexualidad y la persecución de los homosexuales”.
En Ferrari, el nexo vincular que enlaza la tríada violencia-tortura-ideología se manifiesta en el hecho de que la muerte y el acto de matar toman la dimensión de “cosa evangélica” que se evidencia en las enseñanzas del Evangelio y sus interpretaciones y usos, que se ligan con nuestro trágico y reciente pasado –el de la Argentina– abierto a la memoria colectiva. Ferrari abordó en sus obras y en sus reflexiones escritas, publicadas en artículos o en libros, el horror de ese pasado que describe el proceso de violencia encarnado en tres personajes reveladores de ese vínculo, en los cuales Ferrari centró algunas de sus obras/collage. Tres nombres que ya tienen su sino en la historia de la sistematización de la crueldad, la tortura y la muerte. Esos tres nombres emblemáticos son los de Videla, Massera y Agosti. Para Ferrari, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional fue profundamente cristiano desde el punto de vista de la formación y la identificación de sus ejecutores con el modo de ser Occidental y Cristiano del Ser Nacional. Las declaraciones del represor Adolfo Scilingo son reveladoras en cuanto a esa relación que vincula la dictadura con la Iglesia. El marino dijo que cuando regresaba de los vuelos de la muerte hablaba con el capellán confesor de la ESMA, quien aliviaba su culpa diciéndole que no hacía otra cosa que cumplir con aquello que Jesús dijo que haría cuando volviese con sus ángeles para separar la paja del trigo y quemarla.
Poder y religión
En León Ferrari también se observa otra categoría reflexiva: la idea de continuidad histórica y política, una suerte de hermenéutica que permite analizar tanto las citas bíblicas como los hechos materiales ocurridos a través del tiempo histórico para abordar así la tarea de comprender lo que acontece en el presente; para Ferrari el cristianismo no se limita a una cuestión temporal; Cristo no representa –según Ferrari– un personaje al que se pueda analizar como al Quijote ya que Cristo es una entidad viva en el presente, aunque haya existido o no; sigue vivo en la mente y la creencia de millones de personas para las cuales es injusto torturar con la picana eléctrica en una comisaría pero para quienes también es justo torturar por toda la eternidad a aquel que no cree en el dogma y en la temible figura del Cristo crucificado. Por otra parte, para Ferrari los acontecimientos de nuestra historia contemporánea conforman líneas de argumentación teórica y estética, material reflexivo para la expresión intelectual y artística, pero ante todo una profunda mirada humanista vinculada a la libertad y los derechos de hombres y mujeres. Algunos de esos acontecimientos están vinculados a esa época inestable y crítica en la Europa de entreguerras que posibilitó el ascenso de Adolf Hitler y las relaciones que estableció con la Iglesia Católica, reflejadas en la firma del Concordato entre el Vaticano y Hitler, que estableció relaciones cordiales entre la Iglesia y el III Reich. Ferrari rememora en sus textos y artículos: en 1937 el Papa Pío XI publicó la encíclica Mit Brenner Sorge, documento que refleja apenas una queja por el no cumplimiento del Concordato, por la supresión de la educación religiosa y por las intenciones de Hitler de hacer una Iglesia Nacional. Ni una palabra de condena por algo que no afecte al catolicismo y su Iglesia. Hechos históricos que ponen de manifiesto las evidentes relaciones entre el poder político y el poder religioso. Gran parte de la obra de Ferrari está atravesada por la denuncia de esas relaciones y complicidades en las cuales, según su mirada, el poder está contaminado de religión, y donde las relaciones entre el poder político y el religioso podrían sintetizarse en el enunciado “el poder de la Iglesia es el de un poder dentro de otro poder”.
Ética y estética
Ferrari realizó dos tipos de obras. En algunas el artista no se guía por ninguna intención ética: cuadros y dibujos abstractos o esculturas de acero. En otras, utilizó la estética para cuestionar la ética de la cultura de Occidente, una ética –al decir de Ferrari– que incluye los tormentos como forma de castigo al que no ama a sus dioses. En definitiva, el artista, Ferrari, siempre utilizó la libertad para expresar sus ideas. El mundo de Ferrari, en el que se permitió abismarse entre ángeles y serpientes.
* El autor es periodista, director de la Revista La Tecl@ Eñe y docente en UNDAV.
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