LA POBREZA PUEDE Y DEBE REMEDIARSE
Mucho se habla de remediación ambiental, poco de la necesidad de remediación social
Según los últimos datos de la Encuesta Permanente de Hogares, más de tres de cada diez niños y jóvenes provienen de hogares indigentes. En tal sentido, el dato más alarmante del INDEC es que en el rango etario 0-14 años la incidencia del porcentaje de personas y hogares pobres e indigentes supera con una increíble amplitud a la media nacional urbana. Así, en el primer estrato (0-14 años) son indigentes un 34% de ellos y un 31% son pobres, mientras que el guarismo es 22% a nivel nacional. Con estos datos es muy fácil calcular que los niños y adolescentes de hoy, nacieron entre 2009 y 2022, pero que sus padres deben de haberlo hecho entre 1989 y 2002 (asumiendo una maternidad/paternidad de 20 años) o entre 1979 y 1992 (si el valor de edad de paternidad/maternidad fuera de 30 años). De hecho, los datos de la encuesta reafirman esta hipótesis dado que indican que para el grupo etario de 15 a 29 años (es decir los nacidos entre 1994 y 2008) son pobres e indigentes alrededor del 26 a 27%, contra una media nacional de 22,7 de este grupo de edades a nivel del total de los residentes en 21 conglomerados urbanos.
Es decir, una indigencia que nace de la pobreza y que se vuelve intergeneracional. Esto indica que el fenómeno de la pobreza estructural nació después y a consecuencia de las políticas implementadas durante el período de la dictadura militar y luego a partir de una democracia aún asediada por la amenaza de nuevos golpes de Estado, pero también de golpes de mercado. Esta debilidad fue así compensada con derechos sin el consiguiente financiamiento para hacerlos cumplir. Entre los derechos menos atendidos están los que refieren al trabajo, que fue y sigue siendo, uno de los más resentidos.
De aquel proceso también emergió la convertibilidad, que a su vez culminó con una nueva capa de pobres e indigentes que en 2002 eclosionó en una de las peores crisis y ello no es “relato”.
Lo reafirma la siguiente gráfica tomada de un artículo de Julián Zícari publicado el 7 de octubre de 2020.
Esto no es una posición meramente ideológica, ni una historia narrada por resentidos, sino una realidad objetiva, medible, y un análisis de cómo se mueven las cohortes de edad y de los conocidos efectos sobre el desempleo que han producido los dos períodos de mayor desindustrialización en la argentina: (1976-1982 y 1992-2002). Por cierto, si bien en el último hubo muy baja inflación, ello prueba que la estabilidad macroeconómica, aunque deseable, no basta de por sí para no empeorar aún más las cosas si dicha estabilidad se consigue a costa de reducir el producto, el empleo y el nivel de las remuneraciones salariales y otras que hacen a la contención social.
¿Por cuál motivo es importante mantener estos hechos en la memoria? Sencillamente porque una importante masa de la población está convencida de que es el asistencialismo y la cultura del facilismo la que ha causado esta situación y porque el 74% de la población actual nació después de 1974 y un 61% después de 1984. Es decir, son propensos a verlo como producto de nuestra democracia y no como un hecho estructural de una economía que cada vez genera menos puestos de trabajo. En un contexto nacional y mundial como el actual esto es verdaderamente peligroso. Los discursos ultraliberales y el descreimiento en la política —ambos de moda en el mundo—, nos hallan con réplicas berretas y sin un mínimo consenso respecto al modelo de país deseado. La contracara de esa pobreza es una riqueza cada vez más concentrada. Los mensajes de que una política de shock nos pondrá en la senda correcta, ignoran que fueron precisamente estos shocks los que en cada versión elevaron el umbral de pobres e indigentes. Al mismo tiempo es necesario bajar la tasa de inflación, algo que está más en las manos de los formadores de precios que del gobierno.
Sin embargo, la cultura de la polarización y de la grieta han dado lugar a una práctica supresión de un debate serio e informado. Es obvio que de ello extraen beneficios ciertos actores, pero es necesario decirlo.
Quienes creen que la economía se trata de curvas de oferta y demanda con sus puntos de equilibrio, al parecer se olvidaron de leer qué es una latencia — es decir, aquello que implementado en un momento de la historia deja como impacto irreversible un tiempo más tarde. El concepto de latencia fue utilizado por Kenneth Boulding (1910-1993) en The Image: Knowledge in Life and Society (1956), una de las tantas obras que los economistas de generaciones más recientes difícilmente conozcan porque estos títulos han sido borrados de la bibliografía aconsejada en las materias de economía de grado y de posgrado aquí y en casi todo el mundo. Dicho autor, quien presidió en algún tiempo la Asociación Americana de Economía, la Sociedad para la Investigación de Sistemas Generales, y la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, también sostuvo que la economía debía dar cuenta de sistemas complejos con todas sus dimensiones sociológicas, históricas, materiales, ambientales, culturales y espirituales.
Y es bueno detenerse en esto porque nuestras crisis son el producto de viejos enfrentamientos (nunca resueltos sino a fuerza de supresión de derechos), pero también producto de una degradación de la cultura y de los valores. De la banalización del dolor ajeno, de la burla y la chabacanería y de un desprecio por el conocimiento profundo de nuestros problemas y diría también por la cultura del esfuerzo y del trabajo. ¿Qué clase de sociedad con más de un tercio de la población joven en situaciones críticas no considera una prioridad combatir esta pobreza como lo más importante? ¿Qué mérito tienen las ganancias especulativas o las que producen supermercadistas que colocan huevos pequeños en cestas marcadas como de huevos grandes? ¿De comerciantes que remarcan a cualquier precio de modo tal que no solo generan más inflación sino también un caos de precios sin referencias a costos y culpando siempre a los gobiernos por sus malas políticas? La Argentina se debe este debate serio y sin degradar la política. La corrupción ciertamente existe, pero no es patrimonio exclusivo de la clase política. La responsabilidad social empresarial, tan publicitada, debe encarnarse en conductas éticas, pues es la base de la cohesión social que nos permitiría pasar a ser un país de clases medias, sostenible y sin dolorosas exclusiones y disputas que nos dividen frente a un mundo en vertiginoso cambio.
Es usual leer y escuchar planteos en contra del extractivismo versus la industrialización y el desarrollo de un mercado interno, en vez de hallar una receta que permita utilizar una porción de la renta de esos recursos para acrecentar la industria, una que requiere de importaciones y también de su sustitución donde ello sea posible a corto, mediano o largo plazo. Alientan esto saber que somos capaces de incursionar en industrias complejas como la aeroespacial, que Y-TEC piensa ya en fabricar baterías de litio, que hay ejemplos suficientes de nuestras capacidades técnicas en biotecnología, industria farmacéutica y muchas otras incluyendo la producción de vehículos eléctricos, alimentos de alta calidad y mucho más. En ello han sido partícipes tanto el Estado como el sector privado, universidades, CONICET, INTA, INVAP, CNEA, ARSAT y muchas otras instituciones. Es verdad que de cada uno de estos ejemplos podemos hallar deficiencias, pero ¿qué tal si también miramos lo bueno? Respecto a la población hoy excluida hay infinidad de tareas para mejorar la calidad de la vida urbana para lo cual las habilidades rudimentarias existen y podrían dar lugar a un sector incluido. La pregunta es quién pagaría por ello. Creo que es otra cuestión para poner en la agenda, pues el futuro no está solo en IA sino en lograr que estos jóvenes pobres se inserten en puestos que le den pertenencia e identidad. Mucho se habla de remediación ambiental, poco de la necesidad imperiosa de remediación social.
Por esto asusta oír a candidatos que desean dinamitar todo, desde el BCRA hasta los últimos 20 años y aplicar mano dura y a empresarios que aplauden. La historia ha dado incontables evidencias de que los mercados no suelen equilibrarse solitos, ni guiados por IA.
La clase dirigente debe hacerse cargo de la deuda social que han construido con sus prácticas y el FMI de que permitió dinamitar nuestra economía al conceder préstamos impagables a sabiendas y con irregularidades como las denunciadas por la Auditoría General de La Nación. ¿No predican acaso que la corrupción es uno de los peores males?
Detener la inflación que acrecienta la pobreza sólo puede darse en un marco de consenso acerca de las prioridades. Puede que todo lo dicho suene a idealismo, voluntarismo, buenismo o como se lo desee denominar. Pero si concentrarse en trabajar sobre la pobreza multidimensional en nuestro país no es esa prioridad, mucho me temo que las latencias de la situación actual serán lamentadas como nuestro peor error histórico en un futuro no tan lejano.
Roberto Kozulj es Economista, profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro y Vicerrector de la Sede Andina entre 2013 y 2019.
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