Un presidente se hace mal la señal de la cruz. Un ministro de cultura se sirve y come la porción de una torta que reproduce a escala el cuerpo asesinado de Jesús de Nazaret.Las redes sociales se mofan del Presidente. Autoridades religiosas protestan ante la ofensa que la actitud del ministro supone para los creyentes.Dos hechos y sus secuelas volvieron a centrar la atención sobre los cruces entre religión y política. Y sobre la persistencia del poder de los símbolos religiosos. Y a la vez plantearon preguntas que sería oportuno repasar.
- La cruz
¿Tiene un Presidente que saber hacerse la señal de la cruz?Uno de los avances de la reforma constitucional de 1994 fue haber sacado la exigencia, para ser presidente de la Nación, de profesar la fe cristiana y católica. Pero este logro sigue dándose de cabeza con el artículo 2º de nuestra Carta Magna: “El gobierno federal sostiene el culto católico, apostólico y romano”. De allí que el Te Deum siga habitando los espacios grises de una relación Iglesia (católica)-Estado que habla más de nuestro pasado hispánico que de nuestro presente.Esos grises habilitan que aún hoy cada fecha patria los Presidentes se sometan a los retos que una autoridad religiosa, generalmente el arzobispo de Buenos Aires, le propina. Y se pasa luego a la lucha por la interpretación de sus palabras, cuán duras fueron o cuán benévolas, donde la autoridad política enmudecida durante el Te Deum, recupera el habla, a través de sus funcionarios o de medios de comunicación afines. Y se hace el balance de con cuánto éxito fue superado el posible mal trago.¿Por qué un Presidente que no profesa la fe católica debiera saber hacerse la señal de la cruz?¿Por qué el representante del poder estatal de una sociedad cada vez más plural, también en lo religioso, debe rendir pleitesía a un culto que por más importante y mayoritario que sea no es más que una parte de la diversidad que hoy nos atraviesa?Durante los últimos gobiernos peronistas (2003-2015) los Te Deum se convirtieron en un problema, por la mala relación existente entre el matrimonio Kirchner-Fernández y el entonces cardenal Jorge Bergoglio. Esto llevó a que la ceremonia se hiciera en distintas diócesis del país, buscando “obispos benévolos” que siempre los hay. Pero a la vez, el intento era no dejarse marcar la cancha por una tradición que sometía aunque más no sea por un instante al gobernante elegido por el pueblo a la autoridad de una confesión religiosa. Sin embargo, tal intento no logró escaparse de la lógica instalada ni instaurar una lógica distinta. Una vez convertido en Papa aquel cardenal considerado opositor, todo volvió al lugar en el que siempre estuvo.El actual gobierno es víctima de su propio discurso. El kirchnerismo fue sistemáticamente criticado por haber establecido múltiples conflictos con diversos factores de poder de nuestra sociedad, entre ellos la Iglesia católica. La actual etapa política dice venir a poner las cosas en su lugar (¡volvimos a tener obispo castrense!), a instaurar el derecho y volver al camino del diálogo que debiera caracterizar la vida social, en lugar de la pelea permanente que el gobierno anterior ponía en escena cada día. Por eso, había que volver a los Te Deum como Dios manda.Supongo que el último 25 de mayo, cuando el cardenal Mario Poli presentaba su exégesis del pasaje de Zaqueo, el presidente Macri, mientras jugaba al Antón Pirulero y trataba de entender de qué hablaba el hombre que tenía delante, pensaría en aquella época dorada en que un presidente o una presidenta elegían dónde ir y a quién escuchar. Pero ese pensamiento se lo guardará para sí.
- La post-crucifixión
¿La creación artística debe someterse al respeto, por ejemplo, de una tradición religiosa? Esta pregunta no tiene una respuesta fácil, porque siempre estará el debate acerca de si hay una instancia superior que pueda definir de antemano al hecho artístico, que, por otro lado, lleva en sus entrañas alguna de las formas de la transgresión, aunque esta última no lo defina en su esencia. Toda “creación” supone una novedad con respecto a lo dado, y en este sentido transgrede la realidad. Sino, el arte sería la eterna repetición de lo ya existente.Pero cuando arte y religión se cruzan, siempre algún ruido hacen. Entre nosotros, se recordará el escándalo suscitado por la obra del artista plástico León Ferrari y su Cristo crucificado sobre un avión de guerra. Y más cerca en el tiempo, la masacre ocurrida en la redacción del semanario francés Charlie Hebdo en enero de 2015 como venganza por sus burlas a la figura del profeta Mahoma.El debate, entonces, tiene múltiples ribetes y es, por definición, inacabable.Otra cuestión muy distinta, y que no debe confundirse con la anterior, es si un funcionario público puede participar burlonamente de una performance que supone comer una torta que reproduce un motivo religioso tradicional: el Cristo yacente en este caso. Ese funcionario no puede olvidar algo básico: que le cabe una responsabilidad pública, que no se representa a sí mismo y que no puede obviar la pregunta sobre si sus acciones pueden ofender a alguien en su sensibilidad e identidad, sea esta religiosa, étnica, sexual, cultural, etcétera. El culto a la diversidad que la sociedad contemporánea dice profesar (¿es realmente así?), supone que las múltiples expresiones de la diversidad deben ser cuanto menos reconocidas y respetadas.
- La persistencia de los crucificados
El origen mismo del cristianismo tiene que ver con la muerte legal de un inocente perpetrada por la autoridad imperial presente en la palestina del Siglo I. La cruz y el crucificado, antes que ser signo de infinidad de cosas y antes de convertirse en categorías teológicas, remiten al drama histórico de quien vino a sacudir el orden vigente diciendo que Dios estaba con los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos. Y que sólo desde ese reverso de la historia podía conocerse su verdadero rostro. Y que todo lo demás era hojarasca.En lo personal, me importa poco que el Presidente no sepa hacerse la señal de la cruz. Lo que duele es que su gobierno siga crucificando a los pobres.Me tiene sin cuidado la participación de un funcionario en una glotona performance artística. Me preocupan las políticas públicas que él representa y, en todo caso, lo que simbólicamente ocurrió en ese evento y muestra la foto: jóvenes acomodados y socarrones participando de un festín de la abundancia.Nada fue, es y será más transgresor en la historia que la denuncia de la pobreza, siempre fruto de los sistemas injustos que la generan para sostener la acumulación de los satisfechos.Nada fue, es y será más transgresor en la historia que transitar los caminos de la equidad, la solidaridad y la justicia.Hace más de 1600 años un dirigente cristiano le dijo a los ricos: “Ustedes no se hartan de devorar y tragarse a los pobres, y yo no me harto de echárselos en cara”. Fiel a la memoria de aquel profeta nazareno, entendió cuál era la señal que un cristiano tenía que hacer bien: la de reconocer a los crucificados de cada tiempo y lugar y la de comprometerse en cambiar su suerte.Para cristianos y no cristianos, por ahí va la cosa, ¿no?
--------------------------------Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí