Esa palabra

La necesidad de tipificar el delito mafioso y de encontrar la palabra justa

 

Cuando entiendan que no podrán igualarte ni superarte,
empezarán a emporcarte/enchastrarte.
Giovanni Falcone, juez antimafia asesinado por la Cosa nostra

Periodización

Como fenómeno social, el poder mafioso en los territorios meridionales de Italia surgió con la desintegración del sistema feudal. Este acontecimiento determinó la emancipación de un número conspicuo de fuerzas económicas y sociales, entre ellas el poder mafioso. Este quedó liberado a sus propias potencias. Se desligó de un poder superior que hasta ese momento lo controlaba. Esas fuerzas mafiosas se constituyeron en nuevas clases sociales que en el Estado post-feudal se organizaron alrededor de la violencia privada y antes, dentro de los márgenes del poder feudal, dependían de un señor. Así emerge el poder mafioso. En un momento de transformaciones, el sujeto mafioso identifica un vacío y lo ocupa. La violencia organizada —estratégicamente alrededor de la famiglia se articula como forma de poder social. Ese es el poder mafioso, violento, de gobierno de la sociedad. Se trata de una fuerza que originariamente expresa una forma de estatalidad violenta que funciona en paralelo con otro tipo de violencia (aquella monopolizada por el Estado). El poder mafioso comparte entonces autoridad y ley con el Estado moderno. De esto desciende que no es contra-estatal, sino concurrente con el poder del Estado. Mejor: no es ni anti-estatal ni antisistema.

Luego de la acumulación originaria —elaborada a través del control usurero y violento de los alquileres de la tierra, secuestro de ganado, servicios de mediación entre productos agrícolas/ animales y el mercado, tráfico de monedas falsas, servicios de protección de la propiedad privada, acciones extorsivas, juego ilícito, prostitución y, en zonas portuarias, servicios de desembarco, contrabando y narcotráfico—, las organizaciones mafiosas italianas formularon el designio de cooptar sujetos políticos e institucionales para hacer negocios con el Estado en beneficio propio. Estos debían desarrollar conductas de apoyo al poder mafioso, colaborar en calidad de agentes externos. Giovanni Falcone hablaba de “manifestaciones de connivencia y colusión por parte de personas incrustadas en las instituciones públicas [que] pueden —eventualmente— desplegar acciones de apoyo al poder mafioso, [y que son] tanto más peligrosas cuanto más taimadas y rastreras, [todas ellas] subsumibles —judicialmente— en el delito de asociación mafiosa. Y es precisamente esta ‘convergencia de intereses’ con el poder mafioso [...] la que constituye una de las causas más relevantes del crecimiento de la Cosa nostra en tanto contra-poder y una de las causas que dificultan la represión de sus manifestaciones criminales” (Ordinanza-sentenza del 17 luglio 1987 contro Giovanni Abbate, conclusiva del “maxi-ter”). Las relaciones externas en ese momento constituían la columna vertebral del poder mafioso italiano. Esa “zona gris” era la que se proponía atacar judicialmente Falcone.

Con las migraciones hacia otras latitudes, hacia países con legislaciones porosas respecto del delito de asociación mafiosa, y con la globalización, el poder mafioso se sofisticó. Sin solapar los negocios ilegales (que en América Latina se volvieron pingües por el narcotráfico), dejó de lado a los intermediarios, a los sujetos externos a las organizaciones o de apoyo, y creó espacios, movimientos, partidos con el designio de disputar elecciones, postularse como alternativa a las representaciones populares y desplegar una estatalidad ilegal en el seno del aparato público. Es la colonización directa del Estado. Y si para el Estado ya era complejo identificar a los sujetos de apoyo al poder mafioso, afectar las “zonas grises”, necesario es preguntarse qué hacer para que el Estado (colonizado por el poder mafioso) prevenga, contenga y condicione la ilegalidad que inerva su propia estatalidad. Es una pregunta para la Argentina: pensar a contrapelo de las mentes refinadísimas que integran el poder mafioso.

 

 

 

Palabra y agencia

Codificar el delito de “asociación mafiosa” en el código penal nacional es importante. Esa tipificación indicaría dos cosas: que la mafia existe, que es un hecho material vigente entre nosotrxs. La conducta mafiosa pasaría a estar prohibida y a ser castigada por el código penal: el Estado. Si tomamos como antecedente la experiencia italiana, vemos que allí la legislación anti-mafia se corresponde con la normativa del “día después”. La legislación anti-mafia italiana respondió menos a un diseño inspirado en criterios de prevención que a un hecho intolerable, a un grave emergente luctuoso: Carlo Alberto Dalla Chiesa fue asesinado por la Cosa nostra el 3 de septiembre de 1982. Era un general de los Carabinieri, nombrado Prefecto de Palermo en 1982, que desplegó una lucha memorable en contra de la mafia siciliana. Cuatro meses antes de matar a Dalla Chiesa, la Cosa nostra había asesinado a un político siciliano de origen sindical, que había revistado como secretario regional del Partido Comunista Italiano: Pio La Torre. Este político había ideado un proyecto de ley antimafia, pero la política italiana no le había dado curso. Solo luego del asesinato de Dalla Chiesa —no antes— se aprobó la Ley “Rognoni-La Torre”. Es la N.º 646 del 13 de setiembre de 1982. Rognoni era el entonces ministro del Interior y La Torre había sido el ideólogo (muerto). Esta ubicó en el Código Penal el artículo 416-bis, que tipificaba por primera vez en el ordenamiento jurídico el delito de “asociación mafiosa” y el decomiso de los patrimonios de origen ilícito. Formular esa ley luego del asesinato de Dalla Chiesa demuestra una especificidad negativa de la legislación anti-mafia italiana. Es lo que llamo normativa del “día después”.

En la Argentina, en cambio, aún estamos a tiempo de elaborar una legislación anti-mafia afirmativa, positiva, inspirada en un criterio de prevención. Una legislación que no corra detrás de los hechos, sino que sea capaz de prevenirlos, que tenga un carácter anticipatorio, antes de que sea tarde, antes de que el conflicto escale y emerja su cara trágica. No es necesario esperar la concreción de un magni-femicidio: signo de la lengua inequívoca que expresa el poder del terror mafioso en su forma más despiadada y feroz; ni la repetición de la lógica de la faida (la guerra a muerte) que golpea indiscriminadamente a cualquier familiar del enemigo del poder mafioso y que tiene un sostén comunicacional cloacal expresado en LN+; ni la profundización de víctimas a rolete, invisibles porque cuando el poder mafioso actúa, las víctimas están ausentes de la escena del crimen y frecuentemente no son conscientes de su victimización (es el caso concreto de la deuda con el FMI).

Ahora es cuando se puede tipificar. Esa tipificación podría constituirse en uno de los núcleos militantes de ese movimiento de la anti-mafia social de los derechos animada por el padre Paco y les jóvenes. Esta tipificación debe ser acompañada por la creación de una nueva agencia nacional de investigaciones anti-mafia, porque no es posible contar con un segmento conspicuo del Poder Judicial deslegitimado. El cometido de esa agencia deberá consistir en la producción de experiencia, conocimiento y actuación: el estudio, la prevención y el condicionamiento de la estatalidad ilegal activa en la vida nacional en común —ubicada tanto en el cuerpo social como en el sistema institucional y político— junto con sus conexiones continentales e internacionales. Las primeras acciones deberán consistir en nombrar las estructuras del poder mafioso, los intereses de las organizaciones, marcar sus territorios de influencia, sus intereses económicos, sus ascendencias familiares, sus lazos internacionales. La mafia —solía recordar el juez anti-mafia italiano Giovanni Falcone— “es un asunto humano como cualquier otro”, por ende no es absoluto y puede ser contenido “contraponiendo organización a organización” (Gian Carlo Caselli/Guido Lo Forte, Lo Stato illegale, 2020, p. 74).

 

 

 

Esa palabra

Ni una tipificación ni una agencia resuelven el tiempo de ruinas que estamos atravesando. Eso lo logran las palabras de los grandes movimientos sociales y políticos de afirmación humana. El presente está en ruinas porque nuestro pasado ha sido tan manoseado por los integrantes del campo antagonista, que lo han arruinado; también por algunos integrantes del campo propio. Y además han arruinado nuestra representación. Pero ella resiste. Cuántas veces escuchamos esa frase tormentosa: “Los últimos 70 años”. ¿Qué nos quieren decir con ella? ¿Señalar la decadencia del peronismo? En realidad, algo mucho peor: poner en ruinas nuestro pasado, con el objetivo de arruinar el presente y nuestra representación también. Meternos de nuevo el FMI que como un presente griego ha arruinado el presente, transformando en ruina un pasado de liberación. Legalizar esa deuda ha sido un acto de legalización de las ruinas del presente y el pasado de liberación. ¡Menos mal que algunxs tuvieron la conciencia de negarse! En esa negativa latía la percepción de las ruinas del hoy en el ayer.

En un momento de poca fortuna para el campo nacional y popular tenemos que aprovechar el hecho de que se pueden pronunciar palabras nuevas al modo de una búsqueda en la oscuridad, al modo del balbuceo, al modo de un tanteo, y tener presente que esas palabras —cuando aparezcan— serán un enlace con las viejas palabras del pasado, con esas palabras que nombran viejas luchas, que están ubicadas en los pliegues memoriales de nuestra vida comunitaria. Creo que dos palabras que no siendo enteramente nuevas pueden nombrar mientras tanto nuestra búsqueda. Son emancipación y unidad.

Unidad (que no es una palabra confusa) de luchas sociales, unidad del movimiento social en la ciudad y en la representación, para una nueva afirmación emancipatoria, de nuestros signos vitales. La unidad nombra un agrupamiento necesario para construir alternativa: ante el campo antagonista y ante lo que se ha revelado insuficiente, limitado y popularmente inimaginativo del campo propio. La unidad nombra una comunidad necesaria, inevitable para aventar la fragmentación, elaborar un programa —que es siempre inspiración, modo de pensar en común sobre qué hacer y expresividad—, para encontrar una representación compleja y sensible —esto es, nacional y popular— con disposición a rescatar lo hecho bien en estos tiempos aciagos —que por supuesto lo hay y no debemos privarnos de reconocerlo—, de prolongarlo y, sobre todo, con disposición de ponerse del lado de nuestro dolor comunitario, que es amplio, difundido, de distintas índoles. La idea de emancipación es una idea de articulación también. Articular a las individualidades con los pequeños grupos y a estos con los grandes movimientos, a la espera de una palabra, que estamos buscando y que falta. Hacernos sostén para sofisticarla cuando aparezca.

El jueves 13 hubo una convocatoria en Tribunales. Se participó individualmente o en pequeños grupos o en columnas organizadas, pero todxs con disposición para confluir en un movimiento magmático. Este, tarde o temprano, tendrá su expresión en el lugar que le corresponde, el hilo conductor de la historia política y social argentina: la Plaza de Mayo. Es ahí que en la constitución y reconstitución de nuestra comunidad aparecerá esa palabra. Por eso mismo creo que el gobernador de la provincia de Buenos Aires solicitó paciencia en el acto del jueves en la plaza Lavalle. Cuando esa palabra aparezca, deberá convocar nuevas reflexiones, propias de las tramas culturales que nos relacionan y en las que nos hacemos comunidad.

 

 

 

 

 

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