"Abril es el mes más cruel", escribió T. S. Eliot. Eso dice el primer verso de La tierra baldía (1922), uno de los poemas más resonantes del siglo XX. Está claro que lo pensó desde otro hemisferio, razón por la cual alude a la lluvia primaveral que humedece raíces secas — tan secas, que parecen muertas. De ahí la crueldad que Eliot atribuye al mes en curso: lo que está en duda es si esa precipitación será suficiente, si alcanzará a revivir el paisaje devastado.
Para nosotros, abril simboliza el despuntar del otoño. Algo que —en especial después del veranito que nos tocó— suena a noticia inmejorable. Y además el domingo 2 llovió algo que por primera vez en meses mereció ser llamado lluvia. Lo cual debería ser impulso suficiente para reescribir a Eliot en clave argenta y decir que abril es el mes más alentador. ¿O acaso no se respira, ahora? Uno puede ocuparse de lo que debe y quiere, sin verse obligado a luchar contra el aire impenetrable. Atrás quedó —cruzo los dedos— la fragua que nos mantenía prisioneros.
Superamos esa barrera, sí. Pero, como vivimos rodeados por gente que no tolera vernos en paz y mucho menos felices, a los dos minutos tiraron otro escollo en el camino del carro. Uno de factura ciento por ciento humana.
El asesinato del chofer Daniel Barrientos es una desgracia. Otra familia rota en el marco de una crisis machaza, porque es socio-económica, pero también política y cultural. Un bardo fundado en elementos estructurales —las características del poder económico en la Argentina, para empezar— que sin embargo adquirió, a partir de 2015, características de avalancha. Los salarios de las clases medias y populares empezaron a desinflarse como un globo, y el cambio de gobierno a fines de 2019 no detuvo la inercia del fenómeno.
Al contrario, el peso de la avalancha inflacionaria es cada vez más asfixiante. La guita se deprecia día tras día. Los formadores de precios hacen lo que se les canta el culo. Mi abuela hubiese dicho: ¡Es un viva la Pepa! (Entre otras razones, porque así le decían: era mi abuela Pepa.) Ni ley de alquileres, tenemos ahora. Un panorama de tormenta perfecta: a las dificultades para llegar a fin de mes, les sumamos el calvario que supone encontrar dónde vivir... o el de pagar el alquiler que te piden, liberado al arbitrio del propietario de turno. Y mientras tanto, el gobierno organiza recitales en la Residencia de Olivos, saca de la galera otro "dólar agro" y dedica horas a autocongratularse en los medios. A veces pienso que Luis XVI y María Antonieta eran más sensibles al pulso de las calles que ciertos figurones del Frente de Todos.
Esto no ocurre en el vacío, sino en el contexto de una sacudón mundial. Según la organización no gubernamental Oxfam, durante la última década los súper ricos —el famoso 1%— acapararon el 50 % de la nueva riqueza generada. Pero además la cosa empeoró a partir de 2020, cuando el 1% se quedó prácticamente con los dos tercios de esa misma torta: el 67% de la nueva riqueza mundial. Lo cual supone que, desde entonces, y citando un twitt del profe Sergio Wischñewsky, "el 99% (de la población humana) restante tuvo que repartirse el 33% que quedaba". Lo bajo a un ejemplo pedorro, para que se entienda cuán ultrajante es la situación. Piensen que somos una comunidad de 100 personas que viven en medio del desierto y que no dispone de trigo más que para fabricar 10 pancitos. Uno solo de nosotros se quedaría con siete pancitos, mientras que los 99 restantes deberíamos arreglárnoslas con tres panes y algunas migas.
¿Lógico? Claro que no. Absurdo. Intolerable. Vergonzoso, por lo que revela respecto de nuestro consentimiento a un estado de las cosas que es lisa y llanamente criminal. Pero es el ordenamiento del planeta donde vivimos. El informe de Oxfam que data de enero de este año proporciona otro ejemplo en la misma dirección. Dice que Elon Musk, uno de los tipos más ricos del mundo —José Twitter, para los amigos—, pagó "un tipo impositivo real" de alrededor del 3% entre 2014 y 2018. "Sin embargo —agrega—, una vendedora de harina de Uganda paga en impuestos el 40% de lo que logra facturar, ganando apenas 80 dólares por mes".
Los quilombos que sacuden a Francia deben ser leídos como parte de esta trama. Los súper ricos de allá quieren quedarse con la torta de los jubilados, tanto como lo intentarán acá en 2024, si gana la derecha que ya está sacando cuentas de lo que se llevará de ese fondo, sumado a lo que obtenga por Aerolíneas, YPF, Vaca Muerta, el litio, el agua y el resto de lo que pueda malvender al mejor estilo Carlos Saúl. "Ese —concluye Sergio W. en su twitt— es el modelo de vida social que están defendiendo los que quieren que sea el mercado el que regule la economía".
¿Abril?
Abril es el mes más estremecedor.
Disparen contra Axel
Vuelvo a Barrientos. El chofer asesinado. Ha pasado menos de una semana desde su muerte pero su nombre ya desapareció, casi, de las páginas de los diarios. Cuando aparece, suele figurar como detonador de una situación de la que sí se habla copiosamente, infinidad de textos que se concentran en otros apellidos: Berni y Kicillof. Y si computo tan sólo los artículos de la prensa corporativa, el que se lleva las palmas es Axel.
La tapa de Clarín del miércoles es un Berni 3, Axel 1, pero adentro Van der Kooy reinterpretó el hecho luctuoso como "un golpe al plan reeleccionista de Kicillof". (Ese es el spin que quieren darle. Capitalizar el crimen de Barrientos como zancadilla a Kicillof. Es su especialidad, que practican con una destreza que llenaría de envidia al licenciado Péculo: desde Cromañón, pasando por Nisman y llegando al presente, nadie le saca más jugo a los muertos que la prensa corporativa y los políticos de derecha.) El jueves 6, los títulos de tapa de Clarín referidos a Axel fueron dos, y un tercero lo mencionaba en su bajada. El sábado —porque no hubo diarios en el Viernes Santo—, Berni volvió a ser protagonista de la tapa y el inefable Ricardo Roa, El Hombre Que No Estaba Ahí, le consagró su editorial a decir que todo había sido "una jugada política" del peronismo y que la culpa era del "mano dura" de Kicillof. (Roa menciona a Barrientos de pasada nomás, mencionándolo como "el colectivero Daniel". Se ve que no le dio la energía ni para googlear.) El jueves la Nación le dedicó un título, el subtítulo de otro artículo de tapa y Carlos Pagni lo convirtió en protagonista del brulote que el diario ubicó en el corazón de la primera plana, bajo el título El peronismo se enfrenta a una catástrofe electoral.
No tengo mucho que discutirle al aserto del título —hay gente que parece conforme con la idea de trocar su cargo actual por el de Mariscal de la Derrota—, pero aún así el foco puesto en Axel es una confesión a gritos. Pagni menciona encuestas a nivel nacional que abonan su tesis, pero elude las bonaerenses. Entonces, necesitado de munición con la cual dispararle a Kicillof, apela a otros argumentos, vinculados a las consecuencias de su presunta impericia no como gobernador de la provincia —esto es lo más gracioso—, sino como ministro de Economía de Cristina, que lo fue hace una década. Para pegarle al Axel gobernador, le apuntan al Axel ex ministro. En esos párrafos, el texto de Pagni adquiere un tono de involuntaria parodia de aquella opereta que Dolina bautizó Lo que me costó el amor de Laura. Ahora que el rol de periodista le parece poco, Pagni parece dispuesto a alumbrar otro libro que podría llamarse Lo que nos costó el amor por Axel.
La operación es grosera, de tan evidente. Dime a quién le apuntas y te diré qué pretendes. El asesinato de Daniel Barrientos fue tergiversado como señal de largada de la temporada de cacería. Van por Axel, porque van por la provincia de Buenos Aires. Sin la provincia, su proyecto de dominación se les cae a pedazos, aun cuando se impongan en las nacionales.
El jueves por la noche Ernesto Resnik, científico argentino radicado en los Estados Unidos, empleó un hilo de twitts para alertar sobre el episodio de esta semana en Tennessee, mediante el cual los legisladores de derecha —o sea Republicanos, en este caso— expulsaron a dos legisladores Demócratas por haber reclamado un control de armas más estricto. Es necesario aquí aclarar que me refiero a un país donde en lo que llevamos de 2023 —100 días, a grosso modo— ha habido ya 137 masacres provocadas por armas de fuego; y en el que el gobernador de Florida, Ron de Santis, principal competidor de Trump en la carrera por convertirse en candidato Republicano a la presidencia, acaba de liberalizar aun más las leyes de su Estado, para que los y las ciudadanas puedan salir a las calles portando armas, sin necesidad de permiso o licencia alguno.
Resnik subrayó el dato menor, pero elocuente, de que los legisladores Demócratas que reclamaron más controles en Tennessee eran tres en realidad, pero que los Republicanos sólo echaron a los dos que además son negros. Lo cual resalta una tendencia que deberíamos reconocer, porque también se manifesta entre nosotros: el empleo de las instituciones democráticas para perpetrar decisiones antidemocráticas, en lo que constituye un movimiento concreto hacia la perversión, cuando no el vaciamiento, de los instrumentos de que nos dotó la Constitución para hacer que nuestra república no sea imaginaria o meramente formal.
Por eso Resnik contextualiza el episodio de Tennessee en el marco de otras movidas de la derecha, como la presión para proscribir el voto negro y aquello que llaman gerrymandering: la modificación del mapa electoral para crear distritos en los que sólo puedan ganar los Republicanos. Ni lerdo ni perezoso, Resnik vincula de sobrepique el gerrymandering del Hemisferio Norte con los proyectos de la derecha local para desarmar la provincia de Buenos Aires y disminuir, así, el peso electoral del peronismo. "En cuanto tengan fuerza, lo harán", dice Resnik. "Y a ese plan están subidos también los pseudo-progresistas radicales de Cambiemos", aclara.
¿Se entiende mejor, ahora, por qué van por la provincia?
La banalización de la violencia
Pandora es una figura de la mitología griega de esas que muchos conocemos, al menos de oídas. Se la vincula siempre a una caja de la que habrían salido todos los males de este mundo. La cosa no es tan así, el rodar de la cultura tergiversó a lo pavo. Por lo pronto, la caja era un jarrón enorme, hasta que Erasmo de Rotterdam tradujo a Hesíodo e interpretó la palabra griega pithos —jarra— por la latina pyxis, que significa caja. Pandora misma era un personaje envenenado, creado para impregnarlo de la misoginia de su tiempo. Considerada la primera mujer, era aquella a quien los dioses habían provisto de todos los dones. (La palabra pandora significa, según interpretaciones contradictorias, la que todo lo tiene y también la que todo lo da.) Y como a la Eva tentadora del Antiguuo Testamento, se la responsabilizó por haberle legado a la humanidad la suma de las desgracias.
La leyenda se usa para castigar la curiosidad, y en particular la femenina. Se dice que Pandora estaba a cargo de esa caja que bajo ningún concepto debía abrir, pero que su costado chusma fue más fuerte y destapó de todos modos, para ver qué atesoraba. Eso es lo que las ilustraciones fijaron en nuestras retinas durante siglos (incluyendo, por cierto, el bellísimo cuadro de Waterhouse, que data de 1896): a Pandora cagándonos la vida, en el acto de sucumbir a la tentación —la donna e mobile cual piuma al vento!— y liberar todas las escomúnicas guardadas en la caja / jarrón.
También se utiliza el cuentito hasta estos días para subrayar que abrir la puerta a ciertos fenómenos es jodido, porque después cuesta un huevo volverlos a guardar, a encerrar, a —literalmente— ponerlos en caja. Esto es lo que siento en estos días respecto de la violencia con la que muchos y muchas coquetean, y algunos están alentando, y hasta poniendo en marcha efectivamente. La experiencia de lo que ocurre en este país cuando se le da vía libre a la violencia no es tan vieja como para haber sido neutralizada. Entiendo que los jóvenes no sepan de qué se trata, porque no la han padecido. Pero algunas de las figuras que la fogonean no sólo estaban vivas en los '70, sino también actuantes. Y por eso no pueden sino saber que se trata de algo que se instala de a poco, primero con palabras, después con gestos y por último con hechos.
Habrá quién piense: Eh, pero con el atentado a Cristina ya se tocó el límite, más grave que eso no puede haber. Sí y no, porque el hecho de que Cristina haya salido ilesa en lo físico —podríamos decir, siendo fidedignos y mintiendo en simultáneo: "No le pasó nada"— volvió posible que el conglomerado mediático asordinase y hasta neutralizase el poder de lo real. El atentado quedó flotando en una suerte de limbo comunicacional como un gran signo de interrogación, algo cuyo sentido sigue indeterminado y en suspenso y por eso no terminamos de encajar en la sucesión de hechos históricos. Dentro de décadas, las generaciones por venir lo contemplarán con horror y se preguntarán cómo fue posible que nadie reaccionase como caía de maduro que había que reaccionar. Pero para entonces será ya tarde, entre otras causas por la inestimable colaboración de la cronoterapia perpetrada por la jueza Capuchita. (¿Cuándo fue la última vez que alguno de ustedes supo algo del caso o de la investigación? ...Exacto.) Pero, de momento, el hecho está fuera del continuum histórico. Que, mientras tanto, avanza en su proceso inexorable de normalización de la violencia.
A diferencia de lo que ocurrió con Cristina, la agresión produjo efectos palpables sobre Sergio Berni: daño y dolor, fracturas y sangre, que los medios repitieron ad nauseam, al máximo tamaño que le permitieron el encuadre de la transmisión televisiva y las páginas digitales. Y esa violencia tuvo un doble efecto pernicioso. Primero, apartar el foco de Daniel Barrientos, porque al conglomerado mediático le importa mucho menos el colectivero muerto que el ministro golpeado, cuya figura les sirve como tiro por elevación a Kicillof. (Los súper ricos están tan obsesionados con entrarle a Axel como lo estaba Ahab con Moby-Dick, en la novela de Melville.) Y segundo, porque transformó un acto repudiable en uno loable. Las redes anti-sociales, como dice Verbitsky, estaban llenas de gente que llamaba a aplaudir la golpiza a Berni. Y no estoy hablando en sentido figurado. Vi pasar infinidad de veces un twitt que invitaba a aclamar la violencia, firmado por una persona cuya notoriedad deriva de haber bailado en pelotas en un programa de cuarta. Y cuando se bendice como tolerable que alguien ataque a un funcionario o funcionaria, está tentando a los muchos y muchas que matarían por un aplauso, para que den un paso al frente y se ofrezcan como voluntarios para el próximo show.
The horror, the horror
Los antiguos contaban con augures, adivinadores profesionales. Con el desarrollo de la inteligencia y la comprensión de la variable temporal apareció la necesidad de interrogar al futuro, de pedirle señales respecto de lo que nos depararía. Las técnicas variaban con las culturas: interpretar las vísceras de las criaturas sacrificadas, el vuelo de los pájaros, los signos que proporcionaba el cielo, los textos herméticos, las runas, los huesos. Todavía existe gente que trabaja en esa dirección, por lo general horoscoperos y tiradoras de cartas, pero ya no cuentan con la bendición estatal. Muchos de los que en otra era hubiésemos probado suerte como augures nos convertimos en artistas. Eso es lo que hacemos, entre otras cosas. Abrirnos a los signos que nadie más parece estar viendo, jugar a interpretarlos.
Eliot escribió La tierra baldía después de la Primera Guerra, en lo que técnicamente debió haber sido una temporada de alivio y hasta venturosa. (Como este abril nuestro, dicho sea de paso.) Sin embargo, haciéndose cargo de su vena profética —ya en los primeros versos menciona a una famosa clarividente, Madame Sosostris, y poco después a Tiresias, el legendario adivino hermafrodita—, el poema de Eliot es cualquier cosa menos esperanzado.
Desde la perspectiva de la Segunda Guerra que hoy sabemos que sobrevendría, no hay forma de negar que Eliot sintonizó la radio del futuro. En 1936, catorce años después de su publicación —cuando el fascismo ya era una realidad en el poder—, el también escritor E. M. Forster dijo que, a su juicio, La tierra baldía era "un poema de horror", que hablaba de "las aguas fertilizadoras que llegaban demasiado tarde". Y sostenía que Eliot se había inhibido, ante la percepción de que el horror inminente era demasiado intenso para ser puesto en palabras. Me temo que ambos, en tanto artistas-augures, estaban en lo correcto.
En la segunda parte del poema, llamada Un juego de ajedrez, Eliot reitera cinco veces una misma demanda. Y la escribe en letras mayúsculas, como los twitteros arrebatados, esos que se especializan en bardear: APURATE POR FAVOR ES HORA (HURRY UP PLEASE ITS TIME, sin el apóstrofe que correspondería como parte de la contracción it's). Es el único verso del largo poema escrito de esa forma. En tiempos como estos resulta evidente que deberíamos apurarnos. ¿Cuántas visitaciones necesitamos? ¿No se ha esmerado la realidad para contarnos de mil y un modos que lo que viene no pinta bien, y en particular si seguimos en este tren de negación?
Me fatiga este tiempo tan arisco a la noción de la grandeza. Esta es la hora de los seres mezquinos, consumidos por un odio tan pedorro como ellos, atentos a la señal que los llamará a consagrarse como turba y a agredir sin ser identificados.
APURATE POR FAVOR ES HORA.
La nave de los locos
La tolerancia ante la violencia en la Argentina actual es cada vez más grande. Estamos contemplando un accidente en cámara lenta. La tecnología actual facilita ralentar una secuencia hasta frizarla en un frame, y es en esa fase que nos encontramos: viendo el cuadro fijo de los autos que derrapan y trazan borrones de color que son como pinceladas, algo que puede ser disfrutado en términos estéticos. Pero la discutible belleza del cuadro de hoy no borra el final de la secuencia, impide olvidar cómo termina la cosa: entre hierros retorcidos e infinidad de muertos que, apenas minutos atrás, no imaginaban que terminarían así.
No pienso analizar por qué Berni apareció de ese modo en la protesta por Barrientos, así como tampoco mido el largo de la pollerita de las mujeres que han sido agredidas. Oportuno o no, te caiga simpático o no, es un funcionario provincial. ¡Un ministro, nada menos! Agredirlo no es una anécdota callejera sino un atentado a la autoridad agravado, y como tal, tipificado por la justicia penal. No es un número circense, como pretenden las redes y los conglomerados mediáticos: es un hecho institucional de enorme gravedad, que debería ser condenado socialmente en vez de celebrado con pitos y matracas.
El pastizal está reseco, me dijo un amigo que vino a cenar a casa el miércoles. Era su forma de expresar que consideraba que todo lo que hace falta hoy para que el país se incendie es una chispa, en un clima en que la oposición de ultraderecha y los medios grandes alientan a todo Cristo a desenfundar encendedores, incluidos aquellos que descartaron por agotamiento del líquido inflamable. Una chispa, nomás. Eso es todo lo que se necesita para detonar una combustión que terminaría por alentar añoranzas del tórrido verano que apenas superamos.
El problema con los obsesionados al estilo Ahab es que arrastran consigo a gente inocente y la conducen al desastre. Por ejemplo, a aquellos que no estaban a bordo del Pequod porque querían aniquilar a Moby-Dick sino para ganarse el mango, nomás. Y sin embargo, por el simple hecho de embarcarse en la locura ajena, esa gente terminó en el fondo del océano. Yo entiendo que la cosa está dificilísima y que hay que parar la olla (casi) a toda costa. Pero el precio que pagaremos si aceptamos subirnos a la nave de la derecha demencial será, sin dudas, el más caro de todos los concebibles.
Estamos como Eliot, preguntándonos si llegarán lluvias que apaguen el pastizal a tiempo y permitan la resurrección del país devastado. Sellemos el jarrón de Pandora ya mismo, antes de que salgan los males que todavía contiene en su vientre. (APURATE POR FAVOR ES HORA.) Porque si, como en la leyenda, no lo hacemos a tiempo, nos quedaremos tan sólo con la esperanza. Que es una linda virtud, nadie lo niega, pero irrelevante cuando el hambre, la devastación y las pérdidas humanas obturan el camino hacia lo que debería haber sido nuestro futuro.
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