Luchas que desmienten a Byung-Chul Han

A 70 años de la aparición de El Asalto a la razón, de Georg Lukács

 

Hace 70 años Georg Lukács publicaba su Asalto a la razón, una de las obras filosóficas más lúcidas y necesarias que se hayan escrito en el siglo XX. Allí se expone con magistral claridad y síntesis todo el contenido irracional e inconducente (o conducente a los más retrógrados y reaccionarios puntos de vista que coadyuvaron a conformar la base ideológica del nazismo hitleriano y de todo tipo de fascismo) de distintas y afamadas posturas teóricas desde Schelling (1775-1854) hasta Carl Schmitt (1888-1985). Una actitud valiente la de Lukács, ya que expuso críticamente desde su intransigente racionalismo, que lo ubicaba a él ineludiblemente en las visiones marxistas y materialistas dialécticas, a pensadores respetados y, aún más, venerados, tanto en aquellos tiempos, como inclusive hoy en día, en no pocos círculos del pensar filosófico, como, por nombrar solo a dos de ellos, Nietzsche y Heidegger.

¿Cómo es posible entonces que habiendo sido puesta en evidencia la irracionalidad y complicidad con las más bajas y deshumanizadas prácticas ideológicas y políticas que ha conocido la humanidad de tales contenidos teóricos, hace ya tanto tiempo, tengamos que soportar todavía que émulos de aquellos filósofos criticados por Lukács, como el surcoreano Byung-Chul Han, nos espeten en la cara que ninguna revolución es ya posible porque hemos llegado al imperio del cuasi solipsista individualismo generalizado urbi et orbi y, por lo tanto, los que deberían rebelarse contra las injusticias del orden establecido se culpan a sí mismos por su fracasada posición social, lo que los lleva a la resignación o, en el mejor de los casos, a hacer nuevos esfuerzos por mejorar su situación individual, es decir que “la lucha de clases se transforma en una lucha interior contra sí mismo”? ¡Del plano político revolucionario al plano psicológico individualista sin escalas!

No es que Han no exhiba ideas ocurrentes, ingeniosas e incluso impactantes (que agradan, debe decirse, a aquellos que buscan en la filosofía no tanto un mayor acercamiento a la verdad, sino más una fuente de emociones y excitaciones existenciales que colmen su aburrido vacío interior). Pero tales ideas, algunas de ellas acertadas y aceptables, vienen mezcladas en un fárrago de contradicciones que ocultan el verdadero efecto desilusionante, desesperanzador (y desesperante) y, en última instancia, desmovilizador del sujeto político, cuya inexistencia, además, se proclama insistentemente.

En El asalto a la razón, Lukács se refirió a “la apologética indirecta fundada por Schopenhauer y Nietzsche, es decir, la defensa del sistema capitalista mediante el reconocimiento y la acentuación de sus lados negativos, pero inflando estos hasta convertirlos en contradicciones cósmicas”.

Pues bien, en uno de los capítulos de uno de los ensayos de Han, Capitalismo y pulsión de muerte, dedicado a la crítica de la “transparencia” y de la difusión de datos personales permitida por las nuevas tecnologías, que termina siendo un elogio del ocultamiento y el secreto, en el marco de lo que podría considerarse una justa denuncia de la perversión capitalista del control a partir de la obtención multitudinaria de datos que permite el desarrollo tecnológico actual de la información y de las comunicaciones, el filósofo lleva este aspecto negativo de la cuestión a “una proporción cósmica”. Es decir, procede, como se diría coloquialmente, a “arrojar al niño junto con el agua sucia”, ocultando el papel altamente positivo que tal desarrollo tecnológico juega en el conocimiento científico y en la prevención de grandes riesgos para la humanidad (e incluso en la difusión de información necesaria acerca de tales perversiones del sistema capitalista y de las posibilidades de cambio y transformación de este a partir de la lucha de clases).

En China, por ejemplo, el uso de los datos sobre la ubicación geográfica de los habitantes y sus contactos físicos personales permitió que una sociedad en la que, por su densidad poblacional, el Covid 19 debería haber hecho estragos como lo hizo en otras, incluso no tan densamente pobladas, se lograra una de las más bajas tasas mundiales de muertos por cantidad de habitantes e incluso en la cifra absoluta de muertes.

¿Cuál fue la posición de Han frente a los peligros de la pandemia?

En un artículo del 17 de abril de 2020 del diario argentino Clarín, Han sentenció alertando a la humanidad de lo que él consideraba el verdadero peligro del momento: “Vamos hacia un feudalismo digital y el modelo chino podría imponerse (…). Es probable que la pandemia haga caer ese umbral de inhibición que venía impidiendo que la vigilancia se extendiera bío-políticamente al individuo. La pandemia nos lleva hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, también nuestro cuerpo, nuestro estado de salud, se está convirtiendo en objeto de vigilancia digital… Occidente llegará pronto a una conclusión fatal: que lo único capaz de evitar el cierre total es una biopolítica que permita tener acceso ilimitado al individuo. Occidente concluirá que la protegida esfera privada es justamente lo que ofrece refugio al virus. Pero reconocer esto significa el fin del liberalismo… El modelo asiático para combatir el virus no es compatible con el liberalismo occidental. La pandemia pone en evidencia la diferencia cultural entre Asia y Europa. En Asia sigue imperando una sociedad disciplinaria, un colectivismo con fuerte tendencia al disciplinamiento”.

¿Qué pretendía Han con estas elucubraciones? ¿Que China y algunos otros países asiáticos, “afectados por el colectivismo y la fuerte tendencia al disciplinamiento”, renunciaran frente a la pandemia al uso de la tecnología de la información y comunicaciones para evitar “afectar la esfera privada” de las personas? ¿Hay alguna afectación más grave de la vida privada de alguien que la muerte? ¿Qué era mejor? ¿Que en lugar de tener China 1.444 muertos cada 1.000.000 de habitantes hubiera tenido 315.300 como Estados Unidos o 460.000 como Alemania, es decir, 300 ó 400 veces más de lo que tuvo? ¿Dónde estuvo más protegida la vida de los habitantes? Y si de democracia se trata, ¿dónde estuvieron puestos, por delante de todo, los intereses del pueblo, particularmente frente a los intereses privados de las corporaciones, especialmente las farmacéuticas? ¿En el “Occidente liberal” o en el “Oriente disciplinario”?

En Berlín, en 1953, Lukács, explicando el papel de la denominada “filosofía de la vida” en los orígenes del fascismo y el nazismo, afirmaba que “para que una ‘concepción del mundo’ tan precaria en sus fundamentos y tan poco coherente y tan llena de un diletantismo tan tosco pudiera llegar a imponerse como la predominante, necesitaba de una determinada atmósfera filosófica, de una corrosión de la confianza en la razón y el entendimiento, de la destrucción de la fe en el progreso, de una actitud crédula ante el irracionalismo, el mito y la mística”.

Lo que hace Han mediante su heggerianismo anti-tecnológico en términos absolutos, así como todas las corrientes filosóficas del mal llamado postmodernismo, es precisamente eso: “crear una determinada atmósfera” ideológica en la que los problemas centrales de la humanidad no sean la lucha contra la pobreza y la exclusión social, las enfermedades y la falta de educación y la protección real del medio ambiente. Así, el problema central sería evitar que el Estado maneje datos sobre mi persona dando a entender confusamente, además, que ello es propio de Estados “orientales o asiáticos”. Cuando, en realidad, el manejo del llamado big data es un elemento presente en todos los Estados del mundo, particularmente en los de los países más desarrollados industrialmente y ha sido y es, hoy más que nunca, patrimonio de las grandes corporaciones comerciales y financieras (y políticas) que lo utilizan para la difusión “inteligente” de sus productos.

Dicho en términos un tanto esquemáticos, pero no por ello menos verdaderos, los datos pueden ser usados por el Estado y los gobiernos para bien o para mal, pero el manejo por parte de las instituciones estatales de datos sobre la población, que comenzó desde los primeros censos demográficos en el siglo XIX, no constituye un mal en sí mismo. Eso va a depender de cuán verdaderamente democrático sea el Estado o el gobierno de turno, de cuánto ponga por delante el interés de la gente y de los pueblos y de cómo se definan también democráticamente estos intereses. Pero ello depende a su vez, en última instancia, del grado de participación directa o indirecta que tenga la población en las decisiones de gobierno. Y todos sabemos que el modelo de democracia liberal que tanto quiere proteger Han es una mentira histórica. Que no es para nada “un mal modelo, pero mejor que todos los otros”, como le gustaba decir desesperanzadamente a Churchill, sino un engaño que hace sentir que se es libre en términos políticos, porque se puede votar una vez cada tanto. Mientras que, después de elegidos, los gobiernos “liberales” no hacen otra cosa que seguir el mandato de las grandes corporaciones privadas o las instituciones de crédito internacionales que a ellas responden y poner estos intereses por encima de todo cueste lo que le cueste al “demos”.

Con una desesperanza más profunda que la de Churchill, Han afirma que el manejo de datos por parte de los Estados es, como la tecnología para Heidegger, un mal absoluto al que desgraciadamente estamos expuestos y que vivimos en una sociedad “disciplinaria” aludiendo al tan caro ejemplo para gran parte del postmodernismo del panóptico de Jeremy Bentham.

Han recurre a Simmel para fundamentar lo que este denomina “derecho al secreto” diciendo en su obra Soziologie que “el mero hecho del conocimiento absoluto (…) nos desilusiona (…) y paraliza la vitalidad de las relaciones”. Han debió haberse percatado de que ya Lukács había dicho, entre muchas otras cosas, respecto de la filosofía de Simmel: “Este relativismo desintegrador no es en rigor sino la autodefensa de la filosofía imperialista contra el materialismo dialéctico”.

Lukács cita además un párrafo de la Filosofía del dinero de Simmel en la que este se manifiesta más claramente aún, diciendo que se trata “de construir un piso debajo del materialismo histórico, de tal modo que (…) se reconozca en aquellas mismas formas económicas el resultado de valoraciones y corrientes más profundas y de premisas psicológicas y hasta metafísicas”. Contra ello arremete Lukács señalando: “Esta ‘profundización’ conduce a consecuencias muy diversas, aunque todas ellas convergentes. Lo más importante de todo es que con ellas se desvía la atención de la situación económica concreta, de las causas concretas del orden histórico social. Es cierto que se dedican muchas páginas a hablar de economía y sociología, pero estas pierden su sustantividad y, mucho más aún, su prioridad; se las presenta más bien como algo superficial”.

En suma, Han, aunque tenga pretensiones de originalidad y creatividad, resulta heredero del idealismo irracionalista de fines del siglo XIX y principios y mediados del XX en sus aspectos más reaccionarios, aunque su lenguaje pueda ser cautivante en ciertos momentos en los que logra aproximarse más a cuestiones reales.

Pero sobre todo la resignada y sedicente heideggeriana postura de Han, inspirada, según él mismo lo confiesa, en la cuasi inexistente resistencia de masas al poder económico en Corea del Sur (país de su nacionalidad), se ve desmentida ya no teóricamente, sino en la praxis misma de lo social, económico y político y a nivel geopolítico global por la Revolución verdadera que está ocurriendo ante sus ojos y que este aspirante a ciudadano alemán no ve. La Revolución encarnada en un monumental proceso social, económico y político como el de la República Popular China, gobernada por su Partido Comunista ininterrumpidamente desde la constitución de la República en 1949. Una revolución que ha sacado a más de 800 millones de seres humanos de la pobreza y que ha generado un desarrollo económico y social tal que está provocando la reconfiguración de todo el balance geopolítico global al determinar la caída de la hegemonía unipolar estadounidense de casi un siglo de existencia. Pero como dijimos, la superación de la pobreza y la finalización de la hegemonía imperialista por parte de Estados Unidos no es algo que lo preocupe a Han especialmente.

Han tampoco ve el auge de los movimientos de masas en la región de América Latina y el Caribe, en la que sigue brillando la invencible Revolución Cubana y que junto con la bolivariana Venezuela y la sandinista Nicaragua se han convertido no casualmente en aliados estratégicos del eje China–Rusia, que le ha plantado cara a las bravuconadas de la OTAN. Han no ve los avances de las fuerzas progresistas en muchos otros países de América Latina, África y Asia que están haciendo renacer las posibilidades de integraciones regionales, autónomas y soberanas que pongan definitivamente final a esa herencia del colonialismo que los ha convertido históricamente en patios traseros de Estados Unidos y/o de Europa Occidental. En suma, Han no ve lo que realmente está pasando en el mundo actual y su desilusionada (y desilusionante) argumentación filosófico-política, particularmente, la de su reciente y ya mencionado Capitalismo y pulsión de muerte atrasa, por lo menos, 70 años.

 

 

 

*Mariano Ciafardini es doctor en Ciencias Políticas, coordinador del grupo de estudio sobre China del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor Agosti (CEFMA) y autor de Globalización. Tercera y última etapa del Capitalismo, El sujeto histórico en la globalización y La continuidad de la historia. Una explicación Marxista del fenómeno chino. Realizó múltiples actividades en China como profesor invitado de la Universidad Renmin de Beijing.
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