La danza de la lluvia que baila el gobierno no consigue más que garúa de inversiones.
Dos años ya. En el horizonte, nubes densas. No son de las que anuncian la lluvia de inversiones, a pesar de que no suele ser para nada habitual que la realidad le arruine una buena historia al actual gobierno. Lo que subyace como idea fuerza de esta visión de las cosas, es la creencia de que por el solo hecho de ser parte de los que tienen la sartén por el mango —y el mango también—, se dispone de un prestigio que asegura un flujo de inversiones muy por encima de los que podrían conseguir aquellos don nadies que son meros representantes políticos de la sociedad civil.
Se trata de un mito alentado por la infatuación proveniente, en el mejor de los casos, de percibir a la mecánica real del capitalismo como un andamiaje movido por ciertos intereses en juego que se asimilan a los del conjunto, cuando en realidad, por naturaleza, colisionan. Un empresario necesita aumentar su tasa de ganancia. Una sociedad necesita aumentar la masa de ganancias. La tasa de ganancia y la masa de ganancias son magnitudes antagónicas. En general, si sube una baja la otra y viceversa. Salarios y ganancias, protagonistas de la disputa por el ingreso, no pueden prescindir del impulso que los anima; entonces, cuando la negociación política es eficaz, coloca una y otra remuneración en el nivel más adecuado con relación al interés del conjunto: preservar a la demanda efectiva y sus perspectivas de crecimiento en lo más alto posible.
Por supuesto, la pulsión por aumentar la rentabilidad del negocio propio no desaparece nunca. Sencillamente se encuadra dentro del acuerdo político global, porque no hay más remedio. Las cosas siempre suceden bajo la presión implacable de la necesidad. Ahora bien, el aumento de la ganancia, como supuesto impulsor del crecimiento, tiene una gran cantidad de partidarios académicos. Se agrupan en la feligresía del “crecimiento por el lado de la oferta”. Esto le da una respetabilidad que no debería; es que el sistema crece por la demanda.
El Nobel Edmund S. Phelps, de los más renombrados entre el curato ofertista, señala en un artículo reciente[1], que los del lado de la demanda no captan la dinámica del “crecimiento ni la recuperación”. Alega que “en las economías sanas, un shock contractivo de la demanda desencadena dos tipos de respuestas que impulsan la recuperación.” Las dos tienen como centro a los desempleados, quienes, por un lado, “iniciarán por su cuenta nuevas empresas (creando empleos)” y, por el otro, aprovecharan “la situación para idear nuevos productos o métodos” en algunas de esas empresas que crearon. Advierte que “Puede que algunos pongan esto en duda”, puesto que se impone la pregunta: “¿Les puede ir bien en el mercado a los nuevos productos y métodos si la demanda es deficiente?”. Y se responde: “Como me dijo un innovador en medio de la crisis financiera, su objetivo era ocupar un mercado, e importaba poco si éste tenía sólo un 90% de su tamaño anterior.” Las cervecerías artesanales no son pura espuma, también son ideología que calma la sed.
Hay tres puntos a tener en cuenta ante esta perspectiva tan apacible de los acontecimientos. Una, que este tipo de procesos lleva un larguísimo tiempo. Ocho años, promedio histórico de estos episodios sino media la intervención pública aumentando el gasto. En tal caso, del marasmo no se sale por los innovadores, sino por los monopolios que sobrevivieron, que cuando empiezan a comprar los activos sub-valuados por la depresión, con el crédito que es más barato que nunca —no hay tomadores—, vuelcan dinero y todo recomienza. Otra, que a un orden público consciente de sus responsabilidades le interesa el 100 por ciento del mercado, porque ese 10 por ciento que falta, y despreocupa al “innovador”, es el que crea el desempleo. La tercera, que esto lleva implícito subir la rentabilidad, quitando “los obstáculos a la adaptación y la innovación”. En criollo: bajar los salarios.
¿Pero para que tardar todo ese tiempo, durante el cual la sociedad pierde en gran forma, si en un par de trimestres poniéndole dinero en el bolsillo a la gente, el sistema arranca de nuevo? Phelps, que confunde —¿o caricaturiza?— medidas keynesianas con inversión en infraestructura, pondría el grito en el cielo: "Inflación”. El canto gregoriano de la cáfila ofertista le hace coro ensordecedor. En una situación donde no hay absolutamente excedente sino más bien falta de demanda, digamos: durante los recurrentes episodios de "estanflación", combatir los factores-demanda imaginarios conduce las más de las veces a efectos reales desastrosos sobre los costos y finalmente sobre los precios. La prioridad acordada a la lucha contra el alza de precios sobre la de pleno empleo es, entonces, inaceptable, a la vez sobre el plano social y sobre el rendimiento mismo de la maquinaria económica.
Tan inadmisible como convalidado por el sentido común reinante, alimentado cotidianamente por el pan ideológico amasado por estos tíos extravagantes. Así nos va. Pero lo cierto es que del trigo que se cosecha en el valle donde globalmente llueven más inversiones —o sea, Wall Street— se criba una harina muy diferente. A esa gente práctica que tiene que rendir cuentas todos los trimestres de lo que pierde y gana, el bolsillo les dice que si se cae el consumo se caen los ingresos. Para convencerse, basta echar un vistazo al pelotón que forman las 10 empresas más valiosas del mundo.
Que una petrolera que no perfora sino vende nafta y solo un banco, que invita a tomar con cuidado, también por esto, el lugar común de la “financierización”, cierren el lote con neto predominio de las llamadas “tecnológicas”, no debe llamar a confusión. Al estudiar este sector se observaba que la lucha de años entre varias empresas competidoras —todas corporaciones gigantes— se resuelve siempre a favor y de manera decisiva, no de la empresa más avanzada desde el punto de vista científico y técnico sino de la que está más avanzada y mejor equipada que el resto en materia de comercialización.
Tal parece que así funciona el capitalismo realmente existente: la inversión es una función creciente del consumo. La inversión y, en consecuencia, el desarrollo son directamente proporcionales al consumo improductivo, lo que verdaderamente es el mundo parado sobre su cabeza. En todos los demás tipos de sociedad el problema básico es producir; bajo el capitalismo el principal problema es vender. No está en la fuente, en el sector productor de los medios de producción, en la industria de las máquinas-herramientas y manufacturas de alta tecnología, en el que hoy se encuentran las ramas más dinámicas, a pesar de la tenaz creencia de muchas personas. Es en el otro extremo de la cadena, en las industrias que están lo más cerca posible del consumo más cotidiano, que se encuentran los puntos de crecimiento.
Esta dinámica inversa tiene implicaciones. Muchos prejuicios y mitos tienen que ser abandonados. Con el objetivo de avanzar y consolidar su desarrollo, para tomar un ejemplo entre los más importantes, la Argentina necesita multiplicar por cinco su consumo anual de acero. Si no tiene un mercado de consumo cinco veces más grande que el actual no lo va a producir. El carro está delante de los caballos. Esto presupone un ajuste al alza lleno de tensiones y contramarchas que tanto afirma el derrotero de la transformación y su grandes dificultades como advierte sobre el volumen de la espalda y consciencia política del movimiento nacional y popular que lo lleve adelante.
De resultas, como balance de estos dos años transcurridos tenemos un gobierno que en vez de vigilar que no se caiga el consumo, está emperrado en estropearlo, ¡en nombre de alentar las inversiones! Baila la danza de la lluvia invocando bajar costos que resultan abstractos para las empresas si no venden. Tenemos por delante dos años más esperando ver llover a sabiendas de que el capitalismo lleva la crisis en su seno como la nube la lluvia. Mientras tanto la garúa, con sus púas…
[1] https://www.project-syndicate.org/commentary/innovation-can-end-stagnation-by-edmund-s--phelps-2016-05?barrier=accessreg
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