Gato de la calle negra
La fe monetarista de opositores y oficialistas es un obstáculo para salir de la malaria
El ex Gato Pappo (Norberto Aníbal Napolitano), ya en plena carrera solista en 1973, canta en Gato de la calle negra, incluido en el Volumen 4 de Pappo’s Blues: “Llorás porque te tiran zapatos / Y te comparan con los demás gatos”. A decir verdad, el cotejo de las imágenes negativas compulsadas en las encuestas que miden al ex Presidente Mauricio Macri con los otros eventuales candidatos explica que le haya sacado el cuerpo a la carrera electoral, en vista de que es imposible bajar la mala percepción ciudadana. Como quien dice exagerando: ni la tía lo vota. El origen del desprestigio electoral irremontable no parece que sea cuestionado por sus partidarios reemplazantes como candidatos presidenciales. Esa inercia se registra en el craquelado del oficialismo.
Hallar la curiosa similitud en esas semejantes diversidades suscita rememorar que la imparable inflación que aconteció año tras año entre 1975 y 1991 requería credenciales bien ganadas y afianzadas de redomado monetarista o con seria disposición para alcanzar tan encomiable lauro, y con ese bagaje manejar tales desastrosos designios al frente de la política económica. El color político era completamente secundario. En el panorama actual, el síndrome no luce que haya variado mucho o tan siquiera algo. Esa continuidad de los parques y su triste historia sugiere ser la circunstancia donde hay que encontrar razones del malquerer en la silente bolsa de gatos de la interna oficialista y en la ruidosa de los candidatos presidenciales opositores. Unos no quieren confesar del todo qué piensan hacer con el fierro caliente. Los otros, en la vereda de enfrente, son monetaristas culposos que les pesa –poco, pero les pesa– que la cosa sea por los principios sociales.
Lo que sí está variando su fisonomía y dinámica es el proceso de acumulación a escala mundial. Junto al cambio climático, las novedades coyunturales y estructurales que trae son peliagudas. Desde la IA (Inteligencia Artificial) hasta las perspectivas del crecimiento, pasando por la pelea interna norteamericana vía China, todo suma en el mambo mundial. La Argentina, que está como quiere, atraviesa la crisis política densa de no contar con alternativas factibles a los órdenes que propone la derecha y disponen los bolas tristes, de momento de baja intensidad, en lo que refiere a reyertas institucionales. Baja intensidad significa que hay bastantes nueces en comparación al modesto ruido que provocan la cabeza y algunas extremidades del Poder Judicial que juegan abiertamente para la reacción vernácula, persiguiendo a Cristina y metiéndose en las esferas de los poderes Ejecutivo y Legislativo. Todo sea por restaurar el orden conservador.
Cambia el tipo, no el tipo de cambio
La conducta elusiva del renunciante candidato –impensado prosélito de Casildo Herreras– también da cuenta del verdadero y gran costo político (en el margen) de la heroína de Jaime Durán Barba y de la tentación de los candidatos actuales con este viaje de ida. En 2015 intoxicaron al electorado con globos inflados con la revolución de la alegría, que festoneaban los portales del cambio. ¿Qué es lo que debía cambiar? Todo lo que en abstracto hacia menos grata la vida de la fútil y autodestructiva pequeña burguesía criolla. Se machacaba sin parar en la falta de moral de la época, pero los que manipulaban el baremo ético eran los propios beneficiarios políticos, para colmo, de prontuario llevar. Esa gran mueca capitalizó años de falta de trabajo organizativo y conciencia política del movimiento nacional, que desembocaron en el diagnóstico alienado de que el problema eran los corruptos y la corrupción, a los que los ángeles, arcángeles y querubines de Juntos por el Cambio (por entonces identificados como Cambiemos, a secas) pondrían entre rejas. Una verdadera conceptualización fascista.
Cuando fue inevitable sacarse la careta y mostrar lo que verdaderamente era, hasta sus más crédulos partidarios cayeron en la cuenta de que el gran mérito del ex Presidente (nada menor) era haber organizado y dotado de volumen político a una victoriosa coalición gorila a cara descubierta (nunca antes había pasado, con los bedeles castrenses alcanzaba), cuyo único objetivo era ordenar la estancia del país para pocos. Desde la caída de Don Juan en 1955, otros cuantos lo habían intentado; ninguno lo había conseguido. Todo muy lindo: los negros estaban embocados, pero los más avispados comprendieron la realidad de que a ellos no los incluía. El paraíso artificial que genera la heroína del transa Durán Barba se esfumó de la imaginación estimulada en el margen que hacía la diferencia y los volvía victoriosos.
Los herederos del viento gorila macrista van por el feo objetivo de siempre, sin poder encubrir la verdad con la eficacia anterior de recurrir a bellas ideas abstractas. Ahora están refunfuñando la sublimación de la anti-economía sin maquillaje. No cejan en su empeño de endulzar el ricino, aunque no tengan más remedio que referirse a la realidad. Los muy brutos y mersas siguen creyendo que frenar el gasto interno, empezando por el gasto público, responde al perenne signo de los tiempos. El gran objetivo estratégico que persiguen se racionaliza manifestando que hace falta un tipo de cambio (relación peso/dólar) lo suficientemente alto como para que asegure salarios suficientemente bajos que garanticen la competitividad exportadora. El drama argentino, establecen, radica en que en vez de ese adusto tipo de cambio económico, la demagogia populista hace marchar a la economía a un tipo de cambio social, que es atrasado, posibilitando el ano contra natura de salarios altos y pérdida de competitividad. El endeudamiento externo lo genera conseguir los dólares (la restricción externa), que deja el peso muerto de la desidia populista. Corona el imponente dispositivo intelectual, la sujeción sin cortapisas a la fe monetarista sobre el que es edificado.
El disparate no puede ser más mayúsculo. Ocurre que las revaluaciones mejoran y –al contrario de lo que dicen los liberales estos– las devaluaciones empeoran la balanza comercial por el hecho de que las exportaciones son inelásticas al tipo de cambio. Los aumentos de salarios, entonces, mejoran en vez de empeorar la balanza comercial. La deuda externa es un instrumento malversado por la reacción, no una tabla de salvación ineludible. Es que debieron recurrir al endeudamiento externo cuando quisieron desindustrializar el país abriendo sin ton ni son la economía y bajando los salarios, lo que se tradujo en déficits de la balanza comercial. Después le tomaron el gustito.
Así que lo que único sensato a esperar de los opositores es que si hacen lo de siempre –y no se ve que propongan otra cosa–, como es obvio, tendremos los mismos lamentables y malos resultados de siempre. Y también la típica sanata justificadora cuando los resultados son exactamente los opuestos a los esperados: no se fue lo suficientemente lejos ni a fondo en aplicar las duras medidas correctoras. En esta larga vida a la inflación y la malaria, el oficialismo despliega un fervor monetarista no menos enjundioso. Como si –tácitamente– tuvieran la intención de responder al director de El Cohete, cuando objetó que si esperaban 3% de inflación para este tiempo, ninguna autoridad explicaba a qué se debió la diferencia de al menos el doble. Justificaron el canje de títulos en dólares por pagarés en pesos afirmando que eso bajaría el valor de los dólares financieros responsables de las expectativas que hicieron al diferencia inflacionaria, pero ni teórica ni empíricamente ese razonamiento encuentra fundamentos. Es una afirmación gratuita. Además, y primordialmente, el costo en dólares para las empresas lo da el mayorista del Central y no los dólares financieros. ¿Por qué esperar que el oficialismo pueda controlar la inflación, si son tan monetaristas como los opositores? Al fin y al cabo, en la historia argentina, la inflación es una función objetivamente creciente del monetarismo rastacuero.
Mundo mambo
Las implicancias del cambio climático, uno de los temas presentes en la reunión de la semana pasada entre los Presidentes Alberto Fernández y Joe Biden en la Casa Blanca, viene con algunas aristas respecto del sector productivo, que insinúan no tomarse mucho tiempo en hacer sentir sus efectos. En todo el mundo hay una gran preocupación para que el ciudadano de a pie lo sienta como un asunto clave, y se procede al respecto.
Los medios deportivos informan que el único país reconocido por la ONU que no tiene una selección nacional de fútbol son las Islas Marshall, república asentada en veintinueve atolones y cinco islas. Curioso, porque hasta la ciudad-estado del Vaticano (que es una octava parte del tamaño de los bosques de Palermo) tiene uno. Ahora las Islas Marshall se proponen tener una selección nacional de fútbol. Por su parte, una empresa australiana hizo una albóndiga de mamut. Tardó dos semanas en hacer crecer en el laboratorio los 400 gramos de carne a partir de secuenciar el ADN de la proteína del músculo de un mamut, a la que le agregó un poco de ADN de elefante y luego insertó ese gen completo en una célula muscular de oveja, donde se cultivó (junto con muchos más genes de oveja). Las Marshall quieren usar el fútbol para concientizar sobre los impactos del cambio climático en este grupo de islas ubicadas en el océano Pacífico. Las proyecciones muestran que el 40% de las islas, cuya capital es Majuro, estará bajo el agua para 2030. Por su parte, la extravagante albóndiga no fue hecha porque el mamut sea tierno o no tenga colesterol, sino porque el episodio generado por la agencia creativa Wunderman Thompson, según le dijo a The Guardian su director creativo global, Bas Korsten, tenía la intención de “iniciar una conversación” sobre el impacto ambiental dañino del consumo de carne e impulsar decisivamente el cultivo de las más diversas carnes en fábricas con un marcado menor efecto climático. Es esperable tanto que el conjunto de las Marshall ni le roce los tres palos bajo custodia del Dibu al equipo de los muchachos, como que las fábricas de carnes dejen a buena parte de la Pampa húmeda y aledaños como paisaje.
Pasando del clima atmosférico al clima mental, el miércoles pasado, buena parte de los grandes empresarios del llamado “sector tecnológico” firmaron una carta abierta junto a un millar de especialistas en IA pidiendo a los desarrolladores que “pausen los experimentos gigantes” en ese campo. Conminan a los investigadores de IA a que detengan sus proyectos durante al menos seis meses. Al entender de los firmantes, la inteligencia artificial plantea “profundos riesgos para la sociedad y la humanidad”, dado que los desarrolladores están “encerrados en una carrera fuera de control para desenvolver y desplegar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de manera confiable”, al punto de que “corremos el riesgo de perder el control de nuestra civilización”.
En noviembre del año pasado, el departamento Research del banco de inversión Goldman Sachs (GS Research) publicó un estudio en el que estima que se puede lograr un mercado de 6.000 millones de dólares (o más) en robots del tamaño y la forma de las personas en los próximos 10 a 15 años. Dicho mercado podría cubrir el 4% de la escasez de mano de obra manufacturera proyectada en los Estados Unidos para 2030 y el 2% de la demanda mundial de cuidado de ancianos para 2035. El análisis de GS Research proyecta que “si se superan por completo los obstáculos del diseño del producto, el caso de uso, la tecnología, la asequibilidad y la amplia aceptación del público, prevemos un mercado de hasta 154.000 millones de dólares para 2035”. Un mercado de ese tamaño de robots humanoides podría llenar del 48% al 126% de la brecha laboral y hasta el 53% de la brecha de cuidadores de ancianos. Los obstáculos persisten: los robots humanoides de hoy pueden funcionar en breves ráfagas de una o dos horas antes de que necesiten recargarse. Goldman Sachs sugiere que los robots humanoides podrían ser económicamente viables en entornos de fábrica entre 2025 y 2028 y en aplicaciones de consumo entre 2030 y 2035. Varias suposiciones respaldan esa perspectiva, y el informe de GS Research detalla los múltiples avances que deben ocurrir para que esto suceda.
En estos días, GS Research lanzó un nuevo informe titulado “Los efectos potencialmente grandes de la inteligencia artificial en el crecimiento económico”. El documento dice que “la reciente aparición de la inteligencia artificial generativa (IA) plantea si estamos al borde de una rápida aceleración en la automatización de tareas que impulsará el ahorro de costos laborales y aumentará la productividad. A pesar de la incertidumbre significativa sobre el potencial de la IA generativa, su capacidad para generar contenido que no se puede distinguir de la producción creada por humanos y para romper las barreras de comunicación entre humanos y máquinas refleja un avance importante con efectos macroeconómicos potencialmente grandes. La combinación de ahorros significativos en costos laborales, creación de nuevos empleos y un aumento de la productividad para los trabajadores no desplazados plantea la posibilidad de un auge de la productividad laboral como los que siguieron al surgimiento de tecnologías anteriores de propósito general, como el motor eléctrico y la computadora personal.
Estas son las principales conclusiones de Joseph Briggs y Devesh Kodnani, economistas de Goldman Sachs: la IA generativa podría aumentar el crecimiento anual de la productividad laboral de los Estados Unidos en poco menos de 1.5 puntos porcentuales durante un período de 10 años luego de la adopción comercial generalizada.
A su vez, la IA generativa podría eventualmente aumentar el PIB global anual en un 7%, lo que equivale a un aumento de casi 7 billones de dólares en el PIB global anual durante un período de 10 años. También será disruptiva para los trabajos: “Descubrimos que aproximadamente dos tercios de los trabajos actuales están expuestos a algún grado de automatización de IA y que la IA generativa podría sustituir hasta una cuarta parte del trabajo actual”, plantearon en el informe.
En cuanto a la inversión en IA, podría acercarse al 1% del PIB de los Estados Unidos para 2030, si aumenta al ritmo de la inversión en software que se produjo en la década de 1990. La inversión privada global y en los Estados Unidos en IA totalizó, respectivamente, 53.000 millones y 94.000 millones de dólares en 2021, un aumento de cinco veces en términos reales con respecto a los cinco años anteriores.
A todo esto, un estudio publicado por investigadores de la Universidad de Pensilvania y OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, encontró que los trabajos más aptos para GPT son aquellos realizados por trabajadores del conocimiento, particularmente aquellos que pasan sus días codificando y escribiendo. En consecuencia, se aguarda que uno de cada cinco empleados en los Estados Unidos podría tener, al menos, la mitad de sus tareas laborales interrumpidas por ChatGPT, según el estudio. Goldman Sachs estima que los chatbots de IA podrían afectar a 300 millones de trabajadores a tiempo completo en las principales economías.
Tanto el FMI como el Banco Mundial, que auguran una década de bajo crecimiento mundial, aún no han incorporado del todo el impacto de la IA. De lo que sí se hacen eco es del creciente proteccionismo norteamericano y del resto de los países desarrollados, y abogan para que se atenúe.
Las peras del olmo se cosechan en el último número de Foreign Policy en el reportaje que le hicieron a la representante comercial de Biden, Katherine Tai. Define Tai: “Desde mi perspectiva, al menos en el ámbito comercial y económico, no se trata de contener a China (…) Se trata de levantar a los Estados Unidos”. Tai entiende que eso se hace “reforzando a nuestros trabajadores en ciertos sectores que sentían que habían sido muy invisibles en la búsqueda de la eficiencia en la integración económica global” y también “reforzando nuestra infraestructura, que en realidad todavía depende de las inversiones que hicimos hace un par de generaciones atrás; y levantándonos para asegurarnos de que podemos correr más rápido y saltar más alto”.
Por el temor a la recesión global, se espera que se frenen los aumentos de la tasa de interés. El alza del mercado global de oro testifica al respecto. También que convertir la amenaza del desempleo tecnológico en oportunidad requiere un tiempo y un mercado que sólo lo proporcionan los políticas industriales con eje en la protección. Lo que, además, es una condición necesaria para ponerle paños fríos al creciente número de salidas fascistas o autoritarias que se viene registrando. ¿Qué piensa hacer ante este panorama la clase dirigente argentina, cuando al menos el gato ya no está en la calle negra?
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