Empecé esta sección desde que despegó El Cohete como un desahogo personal. Necesitaba compensar con algo de belleza parte del horror cotidiano que se vivía en aquellos días, con un gobierno despiadado que causaba enorme sufrimiento colectivo. No se me ocurrió que esa necesidad fuera tan generalizada y me asombré con la cantidad de lecturas/audiciones y de comentarios que generó desde ese principio y que se mantienen cinco años después. La vida te da sorpresas.
Una presencia recurrente ha sido Bach, porque es lo que más escucho. Esto incluyó versiones canónicas, como las de Pau Casals en cello o Slava Richter y Rosalyn Tureck al piano, o cantatas en la voz incomparable de Dietrich Fischer-Dieskau. Pero también curiosidades, como la tocata y fuga que Robert Tirso toca en 38 copas de cristal con distintos niveles de agua, la insólita película catalana El silencio antes de Bach o las versiones para fueye que publiqué la semana pasada.
Uno de mis corresponsales más persistentes es el pintor y pianista Andrés Jaroslavsky, quien me alimenta con materiales preciosos para el iletrado musical que no puedo disimular que soy, como los libros de Harold C. Shonberg, crítico musical del New York Times durante décadas. Esta semana me alegró enterarme que le retribuí, porque él nunca había escuchado Bach en el bandoneón de Alejandro Barletta, lo cual se explica por su edad y por la penosa discontinuidad cultural que padecemos.
Pero para que la balanza siga desequilibrada, él me mandó desde York, donde vive, una versión del conjunto chileno Barroco Andino, porque "la oposición dirá que Bach, a diferencia de todos los demás, suena bien en cualquier instrumento. Y para prueba basta escuchar a Bach con instrumentos andinos, chinos, o lo que sea... La matemática es perfecta igual".
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