Deuda y terrorismo financiero
El canje de Massa abortó la maniobra de Juntos por el Cambio
El canje de la deuda en pesos ordenada por el ministro de Economía, Sergio Tomás Massa, y las citas sobre las ideas de Karl Marx hechas por Rocco Carbone en su nota de la semana pasada en El Cohete en torno a “la paradoja que despliega el poder mafioso”, dan pie para sondear entre la fauna política criolla ciertos comportamientos de sus elementos de derecha, de izquierda y de ambas latitudes en el seno del movimiento nacional. La observación de dichos sesgos, atavismos y sus consecuencias lleva a buena parte de la ciudadanía a la desazón y el enojo, conforme lo revelan las encuestas. La tirria proviene de olfatear y sentir que por la ruta que transitamos nos estamos yendo a los caños, mientras la clase dirigente al volante canta el Himno a la Alegría y se ufana de su afinación.
En la punta del ovillo está Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, quien habiendo sido elegido Presidente de la Segunda República en 1848 dio un auto-golpe de Estado el 2 de diciembre de 1851 (aniversario de la coronación de Napoleón I en 1804). Lideró una banda de oportunistas (pero con respaldo popular) con un objetivo preciso bajo el manto de armiño: convertirse en emperador de Francia. Exactamente un año después se coronó como tal, bajo el nombre de Napoleón III. Gobernó con anuencia popular, marcadamente declinante, hasta septiembre de 1870. Ocurrió que, a causa de la guerra que se había entablado unos meses antes con el Reino de Prusia –liderado por el canciller Otto von Bismarck–, y siendo uno de sus impulsos belicistas salvar a un trono francés cada vez más impopular, fue detenido por los teutones cerca de Bélgica, donde estaba al mando de su ejército, derrotado en la batalla de esa jornada.
Marx analiza con el método del materialismo histórico –que ideó– los primeros años del ascenso del sobrino hasta convertirse en emperador, y sus consecuencias hasta 1852 en el ensayo El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Informa Marx que, a su gusto, “entre las obras que trataban en la misma época del mismo tema, sólo dos son dignas de mención: Napoléon le Petit, de Víctor Hugo, y Coup d'Etat, de (Pierre-Joseph) Proudhon”. Comenta que “Víctor Hugo se limita a una amarga e ingeniosa invectiva contra el editor responsable del golpe de Estado (…) No ve en él más que un acto de fuerza de un solo individuo. No advierte que lo que hace es engrandecer a este individuo en vez de empequeñecerlo, al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo en la historia universal. Por su parte, Proudhon intenta presentar el golpe de Estado como resultado de un desarrollo histórico anterior. Pero, entre las manos, la construcción histórica del golpe de Estado se le convierte en una apología histórica del héroe del golpe de Estado (…) Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”.
Respecto de las consecuencias del golpe de 1851, Marx refiere que “en su número del 29 de noviembre de 1851, The Economist declara en su propio nombre: “En todas las Bolsas de Europa se reconoce ahora al Presidente (Luis Napoleón) como el guardián del orden” (…) Por tanto, la aristocracia financiera condenaba la lucha parlamentaria del partido del orden contra el Poder Ejecutivo como una alteración del orden y festejaba todos los triunfos del Presidente sobre los supuestos representantes de ella como un triunfo del orden. Por aristocracia financiera hay que entender aquí no sólo los grandes empresarios de los empréstitos y los especuladores en valores del Estado, cuyos intereses coinciden, por razones bien comprensibles, con los del poder público. Todo el moderno negocio pecuniario, toda la economía bancaria, se halla entretejida del modo más íntimo con el crédito público. Una parte de su capital activo se invierte, necesariamente, en valores del Estado que dan réditos y son rápidamente convertibles. Sus depósitos, el capital puesto a su disposición y distribuido por ellos entre los comerciantes e industriales, afluye en parte de los dividendos de los rentistas del Estado. Si en todas las épocas la estabilidad del poder público es el alfa y el omega para todo el mercado monetario y sus sacerdotes, ¿cómo no ha de serlo hoy, en que todo diluvio amenaza con arrastrar junto a los viejos Estados las viejas deudas del Estado?” Hoy la canción sigue siendo la misma: el himno a la alegría de cobrar intereses.
Roll over Beethoven
El actual diluvio constituido por la irracional amenaza de Juntos por el Cambio (JxC) de llevar muy a largas la deuda pública en pesos, convirtió en peliagudo el manejo de un pasivo que presentaba las dificultades esperables en su administración, dada la cuestión cambiara e inflacionaria. La deuda total no es más que el 15% del PIB, una muy baja proporción en el comparativo mundial. El acucio de JxC del no pago de la deuda en pesos es una invitación a resguardar antes de las elecciones presidenciales el patrimonio poniéndolo en dólares. En tales circunstancias, habría que esperar –por lo bajo y haciendo descuentos voluntariosos– un dólar por los aires y dos dígitos de inflación mensual. Un desastre encantador que quiere aprovecharse para derrotar definitivamente a los trabajadores en el orden que nazca de ese caos.
El ministro Massa respondió a la amenaza: de los 12 billones de pesos de la deuda asediada que vencían este año antes de las elecciones (algo así como poco más de la mitad en manos de organismos del propio gobierno), decidió llevar al canje 7,5 billones de pesos. Al tipo de cambio oficial vendedor de 206 pesos del 8 de marzo, significan 36.408 millones de dólares. La operación implica que los bonos que van venciendo este año entre abril y julio se canjean por otros que en el orden del 30% vencen entre febrero y abril de 2024, 40% en octubre de 2024 y el 30% que completa el lote en febrero de 2025. El bono de febrero de 2024 ajusta con la llamada cláusula Dual (dólar o inflación, el que más le rinda al poseedor del bono). Los otros dos bonos ajustan por CER (coeficiente que marcha con la inflación). El jueves 9 se conoció el monto canjeado, que se concreta el martes 14.
Para calibrar el costo de esta maniobra que desarmó el acto de terrorismo financiero elucubrado por la obtusa oposición derechista, valen unos primeros números toscos y estar al tanto de una hipótesis minoritaria, pero inquietante. Si se tiene en cuenta que a principios de 2024 vence un tercio de los 7,5 billones de pesos y que más plazo significa más tasa, en la medida que la tasa de interés es del 100% (lo que duplica el capital de acá a un año) y que la devaluación proyectada ronda el 60%, ese tercio actual que equivale a 10.900 millones de dólares, a su vencimiento equivaldrá a 13.600 millones de dólares. Esto continúa con los otros dos vencimientos. Lo que se desarmó fue la potencial presión sobre el mercado cambiario, que volverá recargada en febrero del año entrante, y así sucesivamente. Roll over Beethoven (palabra inglesa castellanizada como roleo: refinanciamiento, en jerga).
En este lapso, la más severa sequía en un siglo baja mucho el flujo de dólares, justo cuando más hacen falta. Por su parte, los de Vaca Muerta se tomarán su tiempo en llegar en cantidades significativas. De ahí que unos pocos analistas unan roleo y sequía para especular si no se estará en un escenario tipo 1982, cuando ante la falta de dólares por Malvinas, en julio de ese año, las empresas argentinas pudieron endeudarse en el exterior mediante un seguro de cambio (un swap). En octubre se había triplicado el pasivo privado y se suspendió el swap. En noviembre de 1982, el gobierno no fue capaz de pagar el swap (vender dólares al precio pactado con anterioridad) y nacionalizó la deuda privada, liberando a las empresas de esos pasivos. Los próximos meses dirán si había algo de cierto en esta (por ahora) aprensión.
Hay otro aspecto relacionado a considerar en nuestro afrancesamiento, que trajo al ruedo Christopher Platt, un importante historiador de Oxford especializado en Latinoamérica, que daría pie para explicar todas estas tramoyas y sus consecuencias políticas. En un paper de 1984, en plena crisis de la deuda de la periferia, Platt buscó –en clave histórica– bases para volver tratable el entonces inmanejable asunto de la deuda externa de la región. En el recorrido, encontró una constante: desde los prolegómenos del mercado de capitales global hasta la actualidad de entonces, eran los inversionistas de un país que busca endeudarse en el exterior los que con frecuencia compran una gran parte de los bonos emitidos en el exterior por sus organismos privados y gubernamentales nacionales. (Los estudios de otros autores que van hasta la actualidad confirman la tendencia.) Por ejemplo, durante la década de 1840, los valores de los ferrocarriles franceses emitidos en Londres fueron comprados principalmente por inversores franceses. En el caso francés, como señala Platt, e igualmente en otros (como los hallados en Alemania, Italia, Países Bajos y Australia), como cuando los inversores argentinos compran valores argentinos emitidos en Europa, los suscriptores extranjeros están intermediando entre dos partes en el país prestatario: acreedores y deudores. Además, los inversores del país prestatario están dispuestos a aceptar un rendimiento más bajo que el disponible en el país porque obtienen una mejor seguridad, con un mercado más amplio y, por lo tanto, mayor liquidez, y en la que el prestatario local puede estar menos dispuesto a incumplir por complicaciones internacionales. El carry trade hace el resto.
Que las almas bellas de JxC hayan metido el palo en semejante hormiguero (del que son beneficiarios y hacedores sus votantes y ellos mismos) y el gentil Massa –arquetipo de la sobriedad política– se los haya escamoteado y metido donde no les da el sol, habla de un grupo muy interesado en el ejercicio despiadado de la violencia política (magnicidio –por suerte– malogrado incluido), pero enceguecido por no encontrar el vector o sicario que canalice sus ansias. Son síntomas de que se están volviendo un peso muerto para los intereses presentes en el proceso argentino de acumulación de capital.
Represión de clase
A todo esto, dice Carbone en la nota citada que “la filosofía política marxista organiza uno de sus grandes núcleos en torno al debate del Estado en tanto fuerza especial de represión de clase (…) Este nace de la necesidad de limitar y controlar los antagonismos de clase (…) Y, dentro de la sociedad burguesa, el poder político es la expresión oficial del antagonismo de clase. Cuando esa clase económica se vuelve políticamente dominante adquiere nuevos modos para la represión y la explotación de los sectores oprimidos”. En una carta que Marx le escribió en 1871 a Ludwig Kugelmann –un médico amigo, habitual interlocutor epistolar– le indica: “Si miras el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, encontrarás que yo destaqué que el próximo intento de la Revolución en Francia ya no deberá consistir más en pasar la máquina burocrática y militar a otras manos, como ha sucedido hasta ahora, sino en destruirla”.
¿Con qué se reemplaza a “la máquina burocrática y militar”, al Estado? Informa el economista greco-francés Arghiri Emmanuel que “no se encuentra en ninguna parte de los escritos de Marx, ni en los de Engels, la exposición sistemática de una teoría auténtica del Estado proletario. No obstante, ensamblando sus ideas dispersas, podemos establecer el siguiente esquema simplificado: en toda sociedad de clases, un aparato de coerción asegura el orden existente y preserva el equilibrio social. Pero entre los sistemas de coerción utilizados antes de la llegada del capitalismo y aquel del Estado burgués existe una diferencia cualitativa fundamental: en los primeros, los miembros de la clase dominante ejercían directamente, físicamente la coerción. En la medida en que constituían una pequeña minoría que muy a conciencia defendía los privilegios precisos y confesados, el sistema funcionaba de una manera simple, transparente y sin problemas (…) No era lo mismo para la clase burguesa. Por primera vez, los burgueses establecieron un aparato independiente –el único que en realidad merece el nombre de “Estado” –, servido por un conjunto permanente de funcionarios y que estaba animado por el “universalismo abstracto” y el igualitarismo burgués (…) Asegurar el dominio con una máquina semejante es una hazaña considerablemente más compleja y sutil que el ejercicio directo del poder por parte de las clases dominantes en los anteriores modos de producción. (..) El Estado independiente, en tanto que creación humana, no es una máquina perfecta. Pero en el conjunto ha funcionado, y debemos reconocer que no fue magro el resultado. ¡Hasta los mismos filósofos se impresionaron de tal manera que avanzaron al punto de avistarlo como la encarnación suprema de la Idea!”
El Estado burocrático “independiente”, por definición, no tiene ni objetivo ni sujeto fuera de sí mismo. Es en sí tanto su propio objeto como su propio sujeto. Esperar que se desmantele por sí mismo –porque a raíz de la supresión de las clases, su existencia ya no puede servir a los intereses de una o más clases en la lucha contra las demás– es una visión idealista de la historia. En la medida en la que es verdaderamente burocrático, el aparato del Estado se preocupa muy poco por las clases y sus problemas, por indispensable que la propia máquina objetivamente pueda ser para la explotación de una clase por otra. En cualquier caso, ¿es posible tener un Estado en una sociedad sin clases? Emmanuel reflexiona que “el secreto de una ‘revolución cultural’ de este tipo, que pueda atacar al Estado desde fuera sin que resulte institucionalizada y por lo tanto ‘burocratizada’, queda por descubrir” y alega que la no teorización de Marx al respecto habría sido “la mitad de dañina si la tradición marxista no hubiera sido construida desde entonces sobre el supuesto de que el problema había sido realmente resuelto”. La minoritaria izquierda argentina se comporta creyendo que tiene esa solución teórica. Como no la tiene, eso en gran parte explica sus desorientaciones en la práctica y su casi incomprensible oportunismo político.
Los lados derechos e izquierdos del movimiento nacional reciben y se mueven al compás de estas pulsiones, que son atenuadas porque su espacio político depende –por naturaleza– de atender las demandas de las mayorías populares. La mengua electoral que se está viviendo indica un desapego notable de las necesidades de la lucha de clases con sentido de integración nacional. La coartada que justifica tal inopia se enanca en vender un paso evolutivo gradual, como si la “reforma” (o lo que dan a entender por reforma) fuera un sinónimo de la no violencia que debe sostenerse para dejar a un lado la “transformación”, puesto que incita al innecesario desorden y a cierta violencia. Se viene configurando así otro episodio entre grupos que no representan a las clases sociales, sino sólo a los estratos sociales. En otras palabras, se diferencian de acuerdo a sus respectivas posiciones no con relación a los medios de producción, sino a la superestructura estatal, tal como lo sugieren con toda nitidez los avatares en torno a la deuda pública en pesos y en dólares. La historia está llena de ejemplos en los que la mera rivalidad entre estos estratos despegados de las clases sociales degenera en conflictos muy espinosos y otros que han acompañado a transformaciones sociales de distintos grados y que por eso son pacíficos. Basta comparar el clima 2003-2015 con la actualidad para darse una idea.
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