Esclavos de la mentira
La Conferencia Episcopal tiene su propio libro sobre la violencia política en la Argentina
Como se sabe, la Facultad de Teología de la UCA, en acuerdo y a pedido de la Conferencia Episcopal Argentina, acaba de publicar La verdad los hará libres, la Iglesia católica en la espiral de violencia en Argentina 1966-1983 (editorial Planeta, 2023), primer tomo de tres anunciados. Se lo presenta como un trabajo académico en base a documentos y archivos, muchos de ellos a los que se accede por primera vez, que serán analizados especialmente en el segundo tomo: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983. Quiero dejar de lado una serie de cosas que, creo, merecerían la atención y aquí solo las punteo –quizás otros puedan analizarlas– para detenerme en tres casos que me preocupan.
- El título se origina en una cita del Evangelio de San Juan que, por lo que sé, dice exactamente otra cosa. Y pienso que, sobre el Evangelio de Juan puedo hablar con una cierta autoridad. Creo que el texto “conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” se puede traducir –contemporáneamente– como “abracen el amor y el amor los hará hijos de Dios”, algo –me parece– bastante diferente a lo que suele entenderse o decirse del texto.
- La referencia a Juan permite, además, una serie de lecturas: la jerarquía eclesiástica no le teme a la verdad y la formula porque pretende acceder a la libertad, por ejemplo. Pero también puede ser un decirle a la sociedad que ella tiene “la verdad”. O que los archivos “son” la verdad, y no solamente una porción, o una interpretación de la misma. Por ejemplo, la transmisión de lo que sobre X tema afirma un nuncio está en archivos, es ciertamente la opinión del nuncio, y –en mi opinión– suelo estar en las antípodas de las miradas de estos señores.
- No se entiende –o se puede opinar diferente– por qué para hablar de la “violencia” se comienza en 1966. Ciertamente algún momento debe establecerse, pero en temas como este, ¿por qué no empiezan en los bombardeos a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955, por ejemplo? ¿O quizás un poco antes, como las bombas del ‘53?
- El subtítulo (por lo que sé, propio del tomo I) hace referencia a la “espiral de violencia”. Y si bien el término tiene en Helder Cámara su gran difusor, me permito sospechar que, en casos como este, oculta la “teoría de los dos demonios”.
- El libro tiene toda la apariencia de pretender exculpar “al Episcopado” aunque –quizás– algunos “caigan”. Los obispos parecen ser “el tema”, y no –por ejemplo– “las víctimas”. ¿Desde dónde se mira “la verdad”? ¿Desde los archivos o desde las víctimas? ¿Desde el Episcopado o desde los pobres?
- Señalé en otra parte que llaman la atención algunas presencias en la conformación del equipo y, sobre todo, muchas ausencias. Hay personas que me resulta incomprensible que no estén, lo cual sería peor si se confirma –como algunos dicen– que hubo “listas negras” en la conformación del equipo.
- Comparando con trabajos de las comisiones de la verdad de Perú o Colombia, por ejemplo, al menos mirando el índice, llama la atención que en el tema de la “violencia” no figure como primero y principal la injusticia. Desde Medellín, esta es considerada “violencia institucionalizada”. Y, sin duda, esto permitiría saber “desde dónde” se habla o se lee la historia, es decir, “la verdad”. Hablar de la “violencia” sin hablar de la “violencia primera” resulta, por lo menos, parcial.
Pero quiero concederle a los autores “el beneficio de la duda” (aunque en algunos ambientes me resulte sumamente arduo o difícil creer en honestidades o aceptar verdades demasiado a ciegas; y en el tema “archivos” este es un tema importante). De varios ambientes episcopales y eclesiásticos, la mirada suele parecerme por lo menos “tuerta”, lo cual me permite acrecentar mis temores.
El libro no lo he leído (y no tengo pensado gastar tanto dinero en algo que me causa tanto temor de antemano), pero he podido leer algunas partes. Entonces me quiero detener brevemente en tres temas que conozco un poco: Carlos Mugica, Pancho Soares y Juan Ignacio Isla Casares. Está claro que no se pretenden biografías de los personajes, pero sí una ubicación de los mismos en el contexto de la violencia y, en los tres casos, como víctimas. Y quiero comentar algo sobre lo que allí se dice (y que, aparentemente, sería “la verdad” [sic]). Sobre estos tres quiero añadir las opiniones de terceras personas a las que consulté y son –según mi criterio– serios conocedores de sus vidas y martirios.
Manos anónimas
El párrafo que hace referencia al asesinato de Carlos Mugica (páginas 125-128) resulta extraño, y parece señalar que casi todos los trabajos, libros o artículos sobre su vida y asesinato son parciales y no miran “la verdad”. Dejo de lado que no hay análisis sobre la relación de Mugica con el arzobispo (“Carlos, ¿no tenés miedo de que te maten?”, le preguntaron. “Tengo miedo de que el arzobispo me eche de la Iglesia”, respondió; o la publicación en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de una crítica falsa a partir de su artículo “Jesús y los revolucionarios de su tiempo”, que monseñor Canale se comprometió a corregir, cosa que nunca hizo.) El artículo menciona en varias ocasiones a los Montoneros, incluso en referencias que nada tienen que ver con él, y ni una sola vez a la Triple A. La frase que el arzobispo Aramburu dijo al padre Héctor Botán (“Ahora no me van a negar que Mugica era montonero”) es ignorada. Finalmente, pareciera que la evaluación sobre su persona queda en manos de la revista Criterio, lo cual –también– resulta un criterio de análisis. Fue matado (¿qué duda cabe?) pero la “verdad” sobre su asesinato recae en “manos anónimas” como las que pusieron “una bomba en su casa familiar”. Y, mirando el supuesto contexto que se presenta, queda claro que los Montoneros fueron responsables de su asesinato. Nada de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la verdad”. Y nada de eso afirmaban los curas amigos de Mugica. Es cierto que la jerarquía eclesiástica de entonces “quería” que hubieran sido los Montoneros los responsables del crimen. Y eso parecen querer, también, los autores del texto.
Aporte: una amiga, buena conocedora de Carlos y autora de un libro, simplemente acota: “De Mugica no dicen nada nuevo. Solo omiten”.
Auto asesino
Sobre Pancho Soares (páginas 583-585], al igual que sobre Mugica, me resulta claramente light. Y parcial. Y pobre. Es evidente que Pancho fue asesinado (y no estaría de más señalar que tan parcial fue –sobre su persona– la actitud de la jerarquía, que terminó en fosa común. Nadie en el obispado se hizo cargo de su cuerpo. Ni de su causa. El contexto de la muerte martirial aparece mencionado, pero la situación de injusticia ¡y violencia! que se vivía en los astilleros, por ejemplo, merecería una anotación, aunque fuera breve. Los asesinatos de Echeverría, Cabrera y Casariego no se explican solamente por su pertenencia a la JTP, aunque la tuvieran. Y, en el texto, el asesinato de Pancho no parece tener responsables (“un auto”). Y una violencia sin “violentos” resulta, cuanto menos, extraña; otra vez “manos anónimas” resulta curioso. Pero, al igual que con Mugica, no se mencionan o –al menos– no se plantean los interrogantes que inviten a “buscar la verdad” sobre un asesinato con asesinos.
Aporte: desde la comisión Pancho Soares, de Tigre, acotan que no se hace mención a la fundación de la comunidad Juan XXIII, que buscaba reparar las injusticias con trabajo cooperativo, ni al acompañamiento de las luchas de los obreros navales. Además, destacan la “invisibilización que padeció su figura desde el plano eclesial, ya que desde la jerarquía episcopal –Antonio María Aguirre y Jorge Casaretto– no se hicieron cargo de llevar adelante una causa judicial que investigara su muerte y durante varios años se silenció la figura del Padre Pancho. También el estado municipal en la persona de su intendente, el contador Ubieto, negó lo que significó para la comunidad de Tigre, no visibilizando su persona, como sí se hizo a partir del 2012”. Hoy se sabe que el asesino “fue un Estado terrorista (…), que fraguó su muerte pensada en la Comisaría Primera de Tigre y llevada adelante por oficiales de esa dependencia en coordinación con grupos ya actuantes del Ejército que respondían a Campo de Mayo”.
Sobre Juan Ignacio Isla Casares –nombrado al referirse a Jorge Adur (páginas 591-595)– se menciona que murió “en un enfrentamiento”. Ya habíamos escuchado que los dos niños Lanuscou, también de Zona Norte, habían sido “abatidos” como “peligrosos delincuentes subversivos”. Robertito de cinco años, Barbarita de cuatro y Matilde, de 6 meses, eran parte de “una reunión de delincuentes subversivos”, y luego de un “intenso tiroteo” se detectó que “en el interior del edificio existían cinco delincuentes muertos, que aún no se han identificado”, según la prensa de entonces. (El cuerpo de Matilde no ha sido hallado todavía y es posible que esté viva.) Pues bien, resulta que ahora “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada” el peligroso subversivo Juan (apodado “Juan el Bueno”, como se indica), que estaba en la cama dormido o por hacerlo, que fue sacado de la misma por el “grupo de tareas” y baleado en la calle al querer correr (cosa que fue vista tanto por Pepe, su amigo y compañero, como por Marcelo, su hermano, en otra punta, aunque él desconocía hasta tiempo después de quién se trataba). Afirmar que “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada” es sencillamente una mentira. Es posible que “oficialmente” se hable de “enfrentamiento”, ya que muchas veces se usó el término para simular un fusilamiento (el caso de Norma Arrostito es otro buen ejemplo). Pero sería deseable que quienes pretenden buscar la verdad para alcanzar la libertad no la busquen entre las fuerzas oscuras de la mentira.
Aporte de una hermana de Juan: “En esta mención cuentan en tres líneas entre otros datos que fue ‘abatido en un tiroteo’ (¡término tan usado por los militares!). Me resulta tan INDIGNANTE que pongan semejante mentira buscando ‘la verdad que los hará libres’. Juan no portaba un arma, fue sacado de su cama y en la calle intentó escapar, sabiendo la suerte que le esperaba si se lo llevaban. Le dispararon, lo hirieron y, ya en el piso, herido, intentaron callar sus gritos estrangulándole la garganta con una bota, todo un símbolo. Luego lo metieron en el baúl de un auto y se lo llevaron a la ESMA. Continúa desaparecido y mi familia, sí, buscando la VERDAD. Todo esto tiene dos testigos: mi hermano Marcelo, al que tenían retenido en uno de los autos, y Pepe Villagra, que vio todo desde la esquina. Pero este mismo relato se encuentra en el libro Nunca Más y en todos los organismos de derechos humanos. ¿Dónde buscó información esta gente para describirlo de esa manera? También detallan en el informe que suponían que estaba sin vida cuando lo cargan en el auto –no tenemos esa certeza– y que militaba en Montoneros, cosa que no es cierta. Estas VERDADES nunca nos harán libres, si es lo que buscan. La iglesia tuvo dos realidades, la de la complicidad y la del martirio, y 47 años después todavía no se reconoce ninguna de las dos”.
Habitualmente, como parte de la publicidad de una película, se suele presentar un “corto” con algunas escenas, para motivar a quienes lo ven a ir al cine. Pues valgan estos tres cortos para motivar sobre el libro La verdad los hará libres, tomo I. Debo confesar que no me motiva ni un poquito a gastar 9.500 pesos para leer lo que –cada vez que me sumerjo un poco más– parece más de lo mismo. Pero con omisiones, como decía mi amiga.
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