Desatinos de una gran potencia
Respuesta defensiva de Rusia al despliegue de Estados Unidos en el Mar Negro
El artículo que he seleccionado describe adecuadamente la situación pre-bélica de ese momento -enero de 2022- que terminaría poco después con el inicio de la guerra ruso-ucraniana. Registra el incremental y paulatino despliegue de fuerzas de Estados Unidos y sus socios de la OTAN en el Mar Negro desde 2019 en adelante. En 2020 hubo ocho ejercitaciones de EE.UU./OTAN, que pasaron a ser 15 en 2021. En fin, la nota patentiza un despliegue de fuerzas y una actitud bélica de Washington que se mostró poco menos que en las narices de Moscú. Hasta allí llega. Ya sabemos lo que siguió después: una guerra por delegación que Estados Unidos le enjaretó a Kiev, que colocó inevitablemente a Rusia como país agresor. Quizá una cínica paradoja de la Historia.
Un fuerte enfrentamiento se ha desatado entre Estados Unidos y Rusia en torno a lo que se podría llamar la cuestión ucraniana. Washington ha cargado duramente las tintas sobre Moscú a raíz del reciente despliegue militar ruso en el interior de su territorio, sobre la frontera con Ucrania. Y ha amenazado con sanciones devastadoras si Vladimir Putin decide invadir a su vecino oriental. Procura con discreción, por otra parte, que no se meneen las reiteradas intrusiones de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) en el Mar Negro, que la gran potencia norteña propicia desde hace por lo menos tres años. En ellas han participado soldados y navíos de guerra ucranianos, aunque Kiev no integra aquella organización. El resultado, como se verá más adelante, ha sido un notorio acopio y despliegue de fuerzas en el antedicho mar por parte de Washington y de sus aliados de la OTAN.
Con miras a atenuar el conflicto, Estados Unidos y Rusia han sostenido recientemente varias rondas de conversaciones. La primera fue una bilateral realizada en Ginebra el 10 de enero último. La segunda tuvo lugar el 12 en Bruselas, donde los actores fueron la OTAN y Rusia. La tercera aconteció el 13 de enero en Viena con la Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa (OSCE), que nuclea a 57 estados. El viernes 21 se encontraron en Ginebra los ministros de Relaciones Exteriores Anthony Blinken y Sergei Lavrov.
Ninguna tuvo resultados favorables; sí predominaron, en cambio, las discrepancias.
Estados Unidos y sus aliados
- afirmaron el derecho a mantener la integridad y la soberanía de los estados;
- plantearon la necesidad de reconocer y guardar respeto por las fronteras de cada país;
- llamaron a respetar la libertad de los países para decidir su política exterior y de seguridad.
Por si hiciera falta, con posterioridad al cierre de la segunda reunión la subsecretaria de Estado de Estados Unidos, Wendy Sherman, y el secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, coincidieron en que nadie podía interferir ni sobre la cuestión ucraniana ni sobre la decisión de Ucrania de convertirse en miembro de la OTAN. Quedó así expuesta y formalizada esta última posibilidad, que parece ser el centro de las pretensiones norteamericanas.
Por su parte, Rusia reclamó muy concretamente:
- que se mantuviera el statu quo respecto de la no incorporación de Ucrania a la OTAN;
- que no se desplegara armamento ofensivo en cercanías de Rusia;
- que se limitaran las maniobras militares occidentales en Europa del Este, lo cual fue un tiro por elevación contra la actual y abundante presencia de la OTAN en el Mar Negro.
Como se ve, los desentendimientos han sido notorios.
Despliegues de fuerzas
Es verdad que en el pasado mes de noviembre Rusia comenzó un traslado de efectivos hacia las fronteras noreste, este y sur de Ucrania: se calcula que desplazó al menos 90.000 efectivos. Pero también es cierto que Estados Unidos y la OTAN iniciaron en 2019 un despliegue de fuerzas en el Mar Negro, que fue creciendo aceleradamente. En este sentido, el viceministro de Defensa de Rusia, Alexandr Fomín, declaró recientemente a la revista Sputnik que las maniobras militares de la OTAN en el Mar Negro pasaron de ser ocho en 2020 a 15 en 2021. Es decir, un aumento de casi el 100%.
En 2020 pueden anotarse, entre otras ejercitaciones, la Defender Europe, realizada en mayo, originariamente prevista con la participación de 37.000 efectivos pero luego reducida en días, medios y personal debido al Covid-19. Su teatro obviamente fue el Mar Negro. Hubo también algunas otras incursiones, entre ellas el ingreso a dicho mar del destructor misilístico USS Porter en el mes de junio. Y en julio lo hicieron tres naves de la OTAN, provenientes de Italia, España y Grecia. Predominaron, empero, las operaciones aéreas de reconocimiento y control, menos expuestas a la pandemia.
El 2021 fue mucho más activo. En febrero ingresaron al Mar Negro el ya mencionado USS Porter, el destructor misilístico USS Donald Cook y el buque de reabastecimiento Laramie. En junio se desarrollaron las ejercitaciones Sea Breeze, las más importantes de todas las realizadas por la OTAN en la región, a las que se sumó entre otros invitados Ucrania. Participaron alrededor de 30 buques y 40 aeronaves. Respecto de estas maniobras, Vladímir Putin manifestó que “habían incluido aviación estratégica”, que eso “era un desafío para Rusia que no le parecía apropiado” y que no “había necesidad de una mayor escalada de tensión allí”. En noviembre, acaso desoyendo adrede esas palabras del premier ruso, ingresaron al Mar Negro el Mount Whitney, buque insignia de la VI Flota norteamericana, nada menos, y nuevamente el USS Porter.
En fin, lo consignado no es más que una muestra que no agota la lista. Claramente se desprende de ella que las numerosas maniobras militares norteamericanas fueron anteriores al despliegue territorial ruso y que la respuesta de Moscú ha sido más bien reactiva y defensiva, al revés de lo que esparcen y pregonan numerosos medios estadounidenses, varios de los dirigentes políticos norteamericanos y no pocos de sus socios de la OTAN, que se empeñan en esparcir fake news.
Lo que está en juego
Dos asuntos parecen interesarle especialmente a Estados Unidos: la resolución del conflicto en la región ucraniana del Donbass y la incorporación de Ucrania a la OTAN.
En la antedicha región hay una larvada guerra civil que afecta a las provincias de Lugansk y Donetsk. Ambas están formalmente subordinadas a Kiev, pero predomina en ellas una mayoría lingüística y cultural rusa que inició en 2014 una campaña separatista político-militar, que aún persiste. Si la decisión norteamericana de favorecer el ingreso ucraniano a la OTAN –tal como se desprende de lo dicho por Sherman y Stoltenberg– se concretara, Ucrania quedaría muy bien respaldada para resolver la pugna con los separatistas.
Pero habría sin embargo un obstáculo mayor. El ingreso de Kiev a la OTAN dispararía, probablemente, un rotundo rechazo de Rusia, que no admitiría semejante amenaza a su seguridad territorial y nacional.
Es verdad que Rusia tiene ya en su frontera noroccidental dos países incorporados a la OTAN: Estonia y Letonia. Y al sur otra: Turquía. ¿Por qué no admitiría, entonces, un cuarto país limítrofe? Sencillamente porque Ucrania en la OTAN sería para Moscú mucho más peligrosa que los dos pequeños países bálticos y que Turquía, con la que desde hace tiempo mantiene buenas relaciones y ha llegado a tener varios acuerdos militares. Ucrania, en cambio, podría incrementar sus capacidades bélicas e incluso albergar misiles nucleares de rango intermedio capaces de llegar a Moscú en un santiamén. ¿Por qué tendría que admitir Moscú este potencial desbalance que implica un severísimo riesgo?
Rusia, por su parte, ha comprendido ya que por la vía del Mar Negro puede llegarle un riesgoso vendaval. Y simplemente ha decidido salirle al paso.
Merece ser recordado que aunque la vieja Guerra Fría ha desaparecido ya, persiste aún la posibilidad de una “mutua destrucción asegurada” entre los dos países. Ha sido este equilibrio del terror el que ha permitido, paradojalmente, que no se fueran a las manos en este plano Estados Unidos y la vieja Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Y en buena medida es también lo que ha mantenido un statu quo entre Washington y Moscú, en el campo nuclear, hasta el día de hoy. Cabe tener presente, asimismo, que entre las grandes potencias es conveniente que se sostenga también un entramado de equilibrios y contrapesos en el plano de la guerra convencional. Esto no está ocurriendo hoy, porque Estados Unidos lo está desestimando.
Final
En alguna medida, la “otanización” de Ucrania recuerda la crisis de los misiles de 1962 en Cuba, que desencadenó un conflicto entre la entonces URSS y los Estados Unidos. Era una demasía en ese entonces que esa clase de armamento apuntara desde un emplazamiento tan cercano. A la inversa, también lo sería que la OTAN lo hiciera hoy, por intermedio de Ucrania, con Rusia.
No es fácil de comprender la decisión de Joseph Biden de presionar con visos amenazantes a Rusia. Resulta parecida a la que hace alrededor de dos meses lo llevó a tensar la convivencia pacífica con China en el Mar de la China del Sur, que luego desestimó sin más.
¿Estará el Presidente norteamericano dispuesto a encarar un conflicto bélico con Moscú? Chi lo sa, como dicen los italianos. Sería muy poco sensato. Pero también lo es que un país que condujo sin éxito las “guerras interminables” de Medio Oriente y alrededores anatemice hoy a otro, al que amenaza provocadoramente y con poco tino sólo porque ejercita su defensa, en el interior de su territorio.
Al momento de cerrar esta nota, los congresistas republicanos despotrican enardecidos contra la presunta blandura de Biden. Habrá que ir viendo cómo prosigue esta historia.
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