Inferno
Estoy cantando Bésame mucho
en el escenario chico
de un gran cine porno
llamado Inferno,
en el microcentro.
Hay cinco salas:
gay las mas grandes,
hétero hay dos
y la última, trans.
Como soy lindo y varonil
siempre me llaman
para que cante boleros
mientras pasan las pelis
de la sala gay
las que nunca veo
porque miro a los presentes
cuando interpreto.
Una cortina de terciopelo
encarnado quedó del cine normal
y me sirve para actuar
de divo sensual:
la abrazo como a una mujer
aunque nadie repare en mi.
Detrás los tengo a Lukas
Ridgestone, el reputado
actor porno, con su gemelo
Dick, pero no me interesan.
Si es por ver hay de todo.
Taxi boys y transexuales
brindando sus servicios,
ancianos acosando chicos,
chicos persiguiendo hombres,
hombres jorobando travas.
Lo más raro son las lesbianas
que se entregan a los tipos
a ver si se curan.
En los recovecos
se ensamblan pelotones
de seres sin ropa
que se entreveran
y semejan gusanos de lejos.
En el tabique de la izquierda
se recuestan los de traje y corbata
y cada tanto alguno, hincado
le reza a San Pito.
Inferno tiene el mote
que merece: aquí no hay nada
que no huela a pecado.
Organismos que se empalman
y desacoplan como el mercurio
de un termómetro roto.
Pero si observo ese agite
me desconecto,
se me esfuma la letra
o recula el sentimiento.
Creo que con todo
lo que sucede aquí
escribiré una canción.
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