Una genealogía del orgullo
La primera Marcha del Orgullo en Buenos Aires ocurrió en julio de 1992, fueron alrededor de 100 personas en una noche fría y rodeada de esa presión silenciosa y permanente que genera el saber que la represión puede estar a punto de comenzar. ¿Cómo se llega 31 años después a un sábado de sol, con —se estima— 100.000 asistentes y Lali Espósito cantando en una carroza? La genealogía de la liberación es esa minuciosa urdimbre en la que se fue demoliendo el sentido común. En la edición de 2022, el propio Congreso de la Nación vistió los orgullosos colores LGTB y, seguramente, esos 100 valientes que salieron contra viento y marea se desarmarían en lágrimas y orgasmos si vieran el vuelco que ha dado la historia.
Jáuregui
Carlos Jáuregui, primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina, fue uno de los organizadores de esa marcha inaugural y fue pionero en términos de presencia pública. Su irreverente aparición en la revista Siete Días, en 1984, implicó una ruptura total.
Una de las personas que compartió con él esa primera Marcha del Orgullo fue el escritor Gustavo Pecoraro, que años después trabajaría en el guion de la película El puto inolvidable, sobre la vida de Jáuregui. Decía Pecoraro, en una entrevista con Télam, sobre la marcha del ‘92: “No teníamos ni idea cómo iba a resultar, pero lo que sí teníamos claro era que iba a transcurrir por la Avenida de Mayo, que es el eje del reclamo político en Buenos Aires”. Y agregaba acerca del espíritu de ese día: “No había dinero para carrozas, pero teníamos claro que nos estábamos celebrando a nosotrxs y a nuestros compañeros que no podían marchar porque estaban muertos. Por eso, aunque estábamos reclamando muy duro, decidimos corrernos de la solemnidad, seriedad y pulcritud con la que marchaban los sindicatos y partidos. Soy de los que creen que hay que bailar y ponerse en culo, pero bajo una reivindicación política”. Ese espíritu que querían transmitir vino con la buena estrella de que justo había periodistas en la plaza: “Tuvimos suerte de que ese día coincidimos con el reclamo de los docentes de la Carpa Blanca que habían protestado frente a la Rosada y ya estaban terminando cuando llegamos. Los medios que se estaban retirando, vieron que había otra marcha con gente enmascarada y una persona gritando consignas por un megáfono, se acercaron y al día siguiente fuimos tapa con una repercusión impresionante”.
Ese buen tino de coincidir con la Carpa Blanca les posibilitó algo que en aquellos años era fundamental: la visibilidad y la posibilidad de discutir públicamente, como se puede ver en este debate que Jáuregui mantuvo con Moisés Ikonicoff en los estudios de Canal 7, donde él planteaba que respecto al llamado “problema de los homosexuales”, el problema justamente no lo tenían ellos, sino la sociedad que se conflictuaba ante su presencia.
Hay una parte interesante de este debate donde Jáuregui, encendido, le exclama a Ikonicoff: “No me compare con un esquizofrénico”. Esto quizá hoy puede sonar alocado dado que al menos el sector mayoritario de la población no confundiría determinada orientación sexual con una patología, pero cabe recordar que fue recién el 17 de mayo de 1990 que la OMS resolvió eliminar a la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales y la aceptó como una variación de la sexualidad humana. De allí el llamado que se puede ver en la siguiente publicación de la militante lesbiana, integrante del Grupo Federativo Gay, Elena Napolitano.
Publicación de Elena Napolitano, integrante del Grupo Federativo Gay
No es lo mismo orientación que identidad
Hay conceptos que a esta altura son básicos para un vasto sector de la población, pero siempre puede haber personas que los están aprendiendo y, por eso, vale la pena aclararlos una y otra vez. Suelen confundirse dos conceptos: la identidad de género y la orientación sexual, esta última es la atracción en el plano sexual, erótico, afectivo que sienten las personas hacia otras. Es decir, quién nos gusta, de quiénes nos enamoramos, quién nos seduce. En este sentido, para entender de dónde venimos, es verdaderamente ilustrativo ver el siguiente material donde Mauro Viale abría el teléfono para que distintos televidentes les hicieran preguntas a lesbianas y gays en el piso:
Cuando la primera televidente llama para decirles que son personas enfermas, es todo un documento político ver de qué forma Ilse Fuskova le responde con calma, respeto e información precisa. Hoy en día Ilse tiene 93 años, ojalá le llegue esta nota. Luego Antonio, de Parque Centenario, empieza diciendo ser una persona que no discrimina, pero un minuto después proclama que él, Antonio, es lo normal. Jáuregui, con paciencia, habla sobre el activismo en la búsqueda del acceso a los derechos básicos, pero la comprensión no prospera. Y, por último, Rubén, de Villa Crespo, llama y lee la Biblia. Pero, conforme pasa el tiempo, si las personas hacen lo suyo para cambiar la realidad que las circunda, la cosa cambia:
La primera niña trans del mundo
En cuanto a la identidad de género, como la palabra “identidad” anticipa, tiene que ver con quién la persona es, cómo se autopercibe, cómo habita el mundo. Esa identidad se puede corresponder o no con el sexo asignado al nacer. Por eso, si hablamos, por ejemplo, de una mujer cis, se trata de alguien que ha nacido con un cuerpo biológicamente femenino y que, a su vez, se siente una mujer. Es decir: “una mujer cis” es lo que se suele llamar “una mujer”, a secas. ¿Pero para qué sirve agregar “cis”? Bueno, para marcar que esto no tiene por qué ser así, para no darlo por sentado. Si hablamos de un hombre trans, se trata de un hombre, cuyo sexo asignado al nacer fue “femenino”.
Estas definiciones están por todos lados y hay grandes especialistas en género que las explican de una manera formidable. El punto importante, al menos en estas líneas, es transmitir que lo trans no tiene que ver con un error, no es “nacer en un cuerpo equivocado”, porque además, como decía Lohana Berkins, “¿cuáles serían los cuerpos correctos?” Ser trans es una identidad en sí misma, tan válida y completa como todas las demás. En este sentido, es excepcional escuchar a Gabriela Mansilla, la mamá de Lulú, una niña argentina que fue la primera del mundo en acceder a su identidad autopercibida obteniendo su DNI sin judicializar el trámite. Decía Gabriela: “Luana no es un nene que quiere ser nena. Es una nena, una nena trans”. Siempre cuenta también que la lucha que transitaron juntas fue la lucha de su hija, que ella solo se ocupó de escucharla y acompañarla en su proceso: “Fue ver cómo ese nene que se destruía delante mío, se iba levantando cuánto más nena era. Cuanto más yo le permitía ser, más feliz estaba. Y fue su hermano el primero que la miró y le dijo ‘estás hermosa’”. Lulú y su hermano, Elías, son mellizos, y para poder tomar dimensión de lo que su mamá relata, cabe destacar que la niña recibió su DNI a la edad de 6 años. Cuando empezó a señalar que ella era una niña, estaba en el jardín de infantes. Agrega Gabriela: “A los papás y a las mamás les diría que escuchen a sus hijos, nadie va a decirles quiénes son más que ellos mismos. No importa cuán chiquitos sean, hay que escucharlos sin miedo”.
Guerrilleras del placer
Durante los ‘70, hasta el más revolucionario de los militantes podía tener una mirada obtusa en términos de género. En este sentido, mirar el recorrido vital del escritor, sociólogo y militante nacido en Avellaneda, Néstor Perlongher, puede ser revelador. Suele decirse que él es el padre del movimiento homosexual en Argentina, aunque él decía que era más bien una tía.
Para rastrear su trayectoria política primero hay que remontarse a la agrupación Nuestro Mundo, creada en 1967, reconocida como el primer grupo de diversidad sexual en América Latina, que fue fundada en Gerli. Uno de sus principales referentes fue Héctor Anabitarte, dirigente sindical y ex militante comunista que había sido mal recibido en el PC por su orientación sexual. Cuatro años después, Anabitarte junto a Manuel Puig y Juan José Sebreli crearían el FLH, Frente de Liberación Homosexual, al que Néstor Perlongher se sumó, transformándose rápidamente en uno de sus principales propulsores. Néstor quería que la causa por la libertad sexual fuera de la mano con la liberación nacional y social. Por ello participó de la asunción de Cámpora y en el acto del retorno de Perón. Sebreli ha señalado al respecto que en dichos actos la gente se alejaba del FLH, les hacían un vacío, no querían salir a su lado en las fotografías. Era tal el rechazo, que luego de uno de esos actos, el militar peronista Jorge Osinde llegó a utilizar la presencia del Frente de Liberación Homosexual para instalar que Montoneros era un grupo de drogadictos y homosexuales, a lo cual la mencionada organización respondía cantando:
No somos putos
no somos faloperos
somos soldados
de Evita y montoneros
La derecha y la izquierda podían tener diferencias irreconciliables, pero en algo estaban de acuerdo: putos no eran. Por eso es bueno rescatar de la historia la frase del poeta y amigo de Perlongher, Fernando Noy, quien decía “nosotras éramos unas guerrilleras del placer”, sintetizando con maestría que los derechos sociales se pueden construir sin perder, en el camino, el goce y la diversidad. Néstor murió en noviembre de 1992, 5 meses después de la primera marcha en Buenos Aires. Había dejado encendida su antorcha y alguien la había levantado.
¿Qué anhelos hay en el aire?
En 1992, cuando 100 personas se juntaron en Buenos Aires para decir que no padecían ninguna enfermedad y para mostrar con orgullo sus identidades, jamás pudieron pensar que 31 años después el Congreso de la Nación iba a exhibir a todo brillo los colores que lxs representan. Tres décadas es verdaderamente poco cuando se trata de fenómenos estructurales, pasan muy rápido. Es decir que lo que hoy parece absolutamente imposible puede ser la norma en el 2050. Esto por supuesto aplica en todos los sentidos. Puede profundizarse la ampliación de derechos y puede sobrevenir su restricción. Hoy tal vez parece imposible imaginar que ya no haya salud pública o que la educación libre y gratuita deje de existir. Pero puede pasar y es claro qué sectores pugnan en pos de reducir el acceso de miles a ciertas posibilidades. De igual forma todo lo que hoy resulta “natural” fue algún día algo que no se podía ni proponer. Vale recordar que un siglo atrás habría sido un delirio imaginar a una mujer votando y hoy nos parecería distópico que este derecho deje de existir. Nada está dado. Nada puede dejar de custodiarse. Por eso la mejor forma de diseñar políticas públicas es soñar con lo que hoy parece inalcanzable. ¿Qué anhelos hay en el aire? ¿Qué objetivos ordenarán las próximas luchas? Es un excelente ejercicio imaginar sin tabús, pedir como si fuesen los deseos de una torta. Apagar por un momento los márgenes mentales. Tal vez para mediados de este siglo sea impensable que una empresa contamine un río o que un hombre mate a una mujer por ser mujer. Quizá cuando se cumplan los 50 años de la muerte de Néstor Kirchner sea hasta ilógico que un Estado contraiga deuda con organismos internacionales. Todo se puede gestar, depende de decisiones cotidianas.
Impossible is nothing
El texto anterior pareciera poder resumirse en estas tres palabras: nada es imposible. Si a quien lea estas líneas la frase le suena conocida, es porque se trata del slogan de Adidas. Pero no fue un publicista quien las acuñó. El equipo de creativos de la marca deportiva lo único que creó fue la genial idea de hacer propias estas palabras que habían sido dichas por alguien más. Se le atribuyen al boxeador norteamericano Muhammad Ali, y son el cierre de un discurso que dice lo siguiente: “Impossible is just a big word thrown around by small men who find it easier to live in the world they’ve been given than to explore the power they have to change it. Impossible is not a fact. It’s an opinion. Impossible is not a declaration. It’s a dare. Impossible is potential. Impossible is temporary. Impossible is nothing”. Traducido, sería: "Imposible es solo una enorme palabra lanzada al aire por hombres pequeños que encuentran más fácil vivir en el mundo que les han dado que explorar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es un hecho. Es una opinión. Imposible no es una declaración. Es un desafío. Imposible es potencial. Imposible es temporal. Nada es imposible".
Muhammad Ali no fue cualquier boxeador, no encarnó la hegemonía; fue un ciudadano estadounidense que se negó a pelear en Vietnam. Que su discurso acerca de cambiar el mundo sea tomado justamente por una empresa multinacional es el ejemplo perfecto de la idea que intentaban transmitir las líneas anteriores. Nada es imposible y eso vale para todos los jugadores. No fue imposible Auschwitz y no es imposible el DNI de Lulú. De modo que percepción y deseos afilados. El mundo empieza todos los días.
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