Bolsonaro logró entender la catarsis que expresaban las manifestaciones callejeras de todo el espectro político de Brasil en junio de 2013, cosa que no hizo el gobierno del Partido de los Trabajadores. El alza de la ultraderecha no es consecuencia de esas manifestaciones, sino de canalizar ese descontento, cansancio e indignación de la gente, y dar rienda suelta al antipetismo tan radical que hoy se expresa. La politización que devino fue muy visceral; no estaba basada en argumentos ni en cuestiones programáticas, sino que fue muy de estómago, muy reactiva, de negación, antipolítica; claramente anti todo.
La definición por la negación abarca a diversas derechas: la derecha ultra-neoliberal, que fomenta el discurso del odio contra el pobre y defiende la meritocracia y la idea de que si alguien es pobre es porque quiere serlo y porque no se esfuerza lo suficiente. Luego hay una derecha fundamentalista religiosa, con un discurso intolerante hacia las costumbres, que propone una vuelta a valores tradicionales, que se manifiesta contra el feminismo, contra el aborto, contra la comunidad LGTB. Otra derecha es la militarizada, propulsora de la antipolítica, antidemocrática, que propone la vuelta a la dictadura y es fundamentalmente punitiva.
Estas derechas no funcionan aisladas, sino que se comunican, y Bolsonaro representa una confluencia de todas ellas porque defiende un conservadurismo en las costumbres, un neoliberalismo extremo en lo económico, y se coloca como representante de los militares y defensor de la dictadura. Todo esto representa una novedad, porque antes la derecha brasileña encajaba más en un neoliberalismo económico, pero era progresista en las costumbres.
El estudio realizado por la ONG Anti-Defamation League muestra que Brasil es, actualmente, el país donde más crece el número de grupos de extrema derecha. Desde 2018, año en que Bolsonaro fue electo Presidente, el número de esos grupos creció 300 %, frente a un crecimiento de 10 % en países del centro y del este de Europa.
Para el Observatorio de la Extrema Derecha, grupo que reúne académicos de diez universidades brasileñas y extranjeras, esas células extremistas —que son nada menos que 530— se concentran en los estados de San Pablo, el más rico y poblado del país, Río de Janeiro, Santa Catarina (donde la popularidad de Bolsonaro sigue intocable) y Río Grande do Sul.
Un estudio coordinado por la profesora Adriana Dias, de la prestigiosa Universidad de Campinas —la Unicamp, en el interior de San Pablo—, dividió esos grupos en distintas categorías, que van del hitlerista/nazi al ultranacionalismo blanco, pasando por el catolicismo radical y el fascismo. Varios estudios realizados en Brasil y en el exterior indican de manera clara que desde 2018 el país se transformó en el escenario donde la extrema derecha más crece y que el fenómeno está directamente vinculado con el ascenso de Jair Bolsonaro al poder.
El crecimiento de los que abandonaron el armario para mostrarse claramente extremistas del conservadurismo empezó antes, en vísperas del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016. Pero ese movimiento todavía se daba de manera tímida y limitada. Ya en la campaña de 2018, con declaraciones racistas, homofóbicas y claramente extremistas, Bolsonaro concedió una especie de licencia para que esos grupos saliesen a la luz del sol. Y esas comunidades crecen a alta velocidad, principalmente a través de las redes sociales.
Es fácil constatar ese crecimiento como la expansión de contactos con grupos alrededor del mundo, especialmente en Polonia y Hungría, pero también España y Portugal. Los académicos que estudian el fenómeno aseguran que la ultraderecha se consolida en Brasil y que la mayoría trata de articularse alrededor de Bolsonaro mientras estrecha lazos en el exterior.
Aunque el actual mandatario sea derrotado en las urnas de octubre, como indican sondeos electorales, nada permite suponer que esa extrema derecha pierda peso y espacio. Al contrario: podrá hacerse más radical y más activa. En el caso específico de Río de Janeiro, el escenario gana aires de especial preocupación. Hay claras señales de acercamiento entre grupos nazis y las llamadas “milicias”, bandos de sicarios integrados por policías o ex policías que controlan parte sustancial del narcotráfico. Recuérdese que muchos de esos 50 millones están armados, porque Bolsonaro los incentivó a armarse. Y no hay señales de que tal movimiento que, vale especificar, crece más en Brasil que en todo el planeta, pierda su fuerza.
Hubo un plan para que se llegara a esta situación, y posiblemente el plan tenga etapas futuras. En abril de 2011, el grupo neonazi White Pride World Wide (Orgullo blanco en todo el mundo) organizó una manifestación en el Museo de Arte de San Pablo (MASP) para expresar su apoyo al entonces diputado Jair Bolsonaro, cuando nadie en Brasil imaginaba que siete años y medio después él sería elegido Presidente de la República Federativa del Brasil.
Para académicos brasileños que en los últimos años se dedicaron a estudiar el crecimiento y fortalecimiento de la extrema derecha en Brasil, el acto en el MASP es considerado clave para entender un fenómeno que, coinciden todos, llegó para quedarse. El coordinador del Observatorio de la Extrema Derecha de Brasil es Odilón Caldeira Neto, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Federal de Juiz de Fora, en el Estado de Minas Gerais. En entrevista con el diario argentino La Nación, el especialista dijo que “el neonazismo brasileño surgió con fuerza a partir de la transición democrática [iniciada en 1985] y tiene muchas facetas”.
“Brasil no es parte, apenas, de un fenómeno que incorpora elementos de una agenda internacional de derecha", puntualizó Odilón Caldeira Neto. "Existe una historia de la extrema derecha brasileña. Incorporamos, pero también exportamos elementos propios”. Para el profesor, el movimiento de Donald Trump, idolatrado públicamente por Bolsonaro, es “solamente el capítulo más reciente de un fenómeno más amplio, que en Brasil tiene elementos autóctonos”.
Su colega Michel Gherman, coordinador del Núcleo de Estudios Judíos de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), comparte esta teoría y enumera algunos de los factores que hacen que en Brasil la extrema derecha haya calado tan hondo: “El fortalecimiento de la izquierda y la necesidad de destruirla; la implementación de los llamados cupos raciales, por los cuales, en 2020, hubo, por primera vez, más estudiantes negros que blancos en las universidades federales brasileñas; y el deseo, por parte de esta nueva derecha, de reescribir el pasado de Brasil, eliminando, por ejemplo, cualquier sentimiento de culpa por los largos años de vigencia del sistema de esclavitud”.
El profesor de la UFRJ recuerda que “el nazismo y los movimientos de extrema derecha en general tienen una idea central que los articula, que es el resentimiento. La convicción de que las personas podrían ser mejores si no fueran ellos 'los otros': los negros, los judíos, los homosexuales, las mujeres”. La llegada de Bolsonaro al poder hizo, según ambos especialistas, que movimientos que empezaron a mostrarse públicamente hace alrededor de diez años se sintieran empoderados. Datos de la ONG Anti Difamation League (ADL) muestran que entre 2018 y 2022 los casos de antisemitismo en Brasil aumentaron más de 300 %. En el mismo período, el número de grupos neonazis creció 90 %. “Esto no empezó con Bolsonaro, y no va a terminar el día que se vaya del poder. Lo que queremos estudiar en el observatorio es cuáles son los modelos de extrema derecha que Brasil ya está exportando a otros países de la región, como Chile y la Argentina”, dice Caldeira Neto.
Según sus investigaciones, existen agrupaciones neonazis activas en Brasil y precisa que hay 50 grupos y 530 células (integradas por personas que están en la misma ciudad o municipio) dispersas por todo el territorio nacional. En 2019, año en el que Bolsonaro asumió la presidencia, el número de células era de 334. En tres años hubo un aumento del 158 %. En 2019, según sus registros, fueron recibidas y procesadas 1.071 denuncias anónimas de expresiones neonazis en redes sociales brasileñas, algo que, si es detectado, puede ser objeto de una denuncia penal. El año pasado fueron 9.004 denuncias.
Esta situación no nace por generación espontánea. La historiadora Ana María Dietrich, de la Universidad Federal del ABC, de San Pablo, publicó en 2007 el libro Nazismo tropical, en el cual revela que, fuera de Alemania, la mayor sede del Partido Nazi existió en Brasil entre 1928 y 1937. El partido brasileño estuvo presente en 17 estados del país. Los criterios del Partido Nazi penetraron, según otros estudios, en el mundo militar en las décadas del '60 y '70; por ejemplo, en la Brigada Paracaidista del Estado de Río de Janeiro, por donde pasó, entre otros miembros de su gobierno, el Presidente Bolsonaro.
Brasil fue además el escenario de la principal organización de tipo fascista fuera del continente europeo. Esto no es poca cosa. Esta misma organización, la Acción Integralista Brasileña (movimiento político brasileño creado en octubre de 1932 por el escritor Plínio Delgado) fue también la primera organización política de masas en la historia política brasileña, a la que le siguen experiencias políticas, gobiernos autoritarios y dictaduras que se inspiran ideológicamente en estas tradiciones de ideas y prácticas de la extrema derecha brasileña.
Sin querer idealizar un gobierno o un Estado de tipo fascista como era el Estado de tipo fascista en la primera mitad del siglo XX, Bolsonaro y su cohorte quieren tomar ideas del fascismo, la idea de re-paginación, la regeneración y purificación de la nación brasileña y la extirpación y la persecución de sus opositores políticos. Son temas que mantienen presencia en un cierto imaginario político de la extrema derecha brasileña a lo largo del tiempo.
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