Resistencia
La alianza fascista activa en la Argentina implica un asalto a la democracia
Que la historia se repita no quiere decir que el suceso sea calco y copia. Hay invariantes sin embargo que instan a emplear iguales o similares categorías para nombrar –entender– fenómenos que se pretenden nuevos y en realidad ya fueron. Es el caso del fascismo, que si históricamente significó copar el Estado para destruirlo, ahora, en la Argentina, a 40 años de la vuelta de la institucionalidad democrática, emerge bajo forma de organización que se propone un golpe a la democracia –entendida menos como mera formalidad electoral que como poder del pueblo– para socavarla desde la apariencia de sus propias reglas.
Bajo forma de tragedia o de farsa, el instante tanático queda. Queda la fascinación o la hipnosis que el fascismo refracta sobre grandes colectivos sociales, la interpelación en sentido reaccionario de las multitudes, la permanente violencia sobre la emancipación. Si en el siglo XX pretendió significar la proscripción del comunismo, de las vertientes anarco-libertarias, las manifestaciones de las diversidades y la cárcel para Gramsci como símbolo mayúsculo de sus violentaciones, en el siglo XXI argentino se propone la aniquilación de los signos emancipatorios populares, del populismo, que en su vertiente latinoamericana pulsa en el tejido de la revolución social, y de nuevo la cárcel –cuyos tabiques ahora son más sofisticados, pues sus paredes judiciales están adosadas a techos comunicológicos, sostenidas por columnatas sociales, pasadizos financieros, barrotes internacionales fraguados entre Madrid y Roma, operaciones de libros mercadotécnicos que pretenden opacar 17 de octubres y octubres del 17– para su magnos símbolos. Sabemos quiénes son esos símbolos emancipatorios pues tienen nombres y apellidos en cuyas oquedades resuenan antiguas tradiciones y memorias de luchas y resistencias. Conocemos también las identidades que componen la alianza fascista en la Argentina, y su ley es amplia y abarcadora.
Si en el siglo XX europeo el fascismo contrabandeaba socialismo y propinaba devastación, en el siglo XXI argentino contrabandea liberalismo y pregona muerte. También falsifica los modos anárquico-libertarios que en nuestras memorias iluminan nombres imperecederos: Salvadora Medina Onrubia, Simón Radowitzky, Miguel Arcángel Roscigna o Severino Di Giovanni. La gran literatura de Arlt los sintetizó de algún modo en un aguafuerte: He visto morir.
El fascismo no responde a ninguna demanda. Responde a conatos de devastación, de fundamentalismo y a pulsiones tanáticas. El fascismo político (organizado) no puede ser considerado simétrico respecto de una organización popular, ni a una conservadora o liberal. Si lo consideráramos simétrico –si cayéramos en esa negligente e irresponsable tentación de intercambiabilidad– se convertiría en la demanda de pensar el fascismo con empatía, como punto de vista cualquiera sobre el mundo social y la existencia común, y en este sentido la persona fascista pasaría a ser una a la que atribuir legitimidad como tal por la presunción de sus sentimientos. La alianza fascista activa en la Argentina implica un asalto a la democracia para destruirla desde su interior.
Que el fascismo parezca pertenecer al campo político es también una persistencia del pasado. Siempre intentó salvar esa apariencia, pero el fascismo no es precisamente una política sino la salida de toda política, un salto por fuera de ella; la violencia que inevitablemente viene a propagar no puede pensarse más que como ruptura de la vida política. En ello reside una de las claves del mal. La verdad del horror fascista es la imposición irrespirable de la muerte. Así hay que leer el lenguaje “antipolítico” de Milei, Espert y la extrema derecha argentina, aunque este término, antipolítica, que ya conocimos en otras circunstancias históricas, no alcanza a definir el alcance y dimensión que implica el salto del que hablamos. El atentado a la Vicepresidenta de la Nación no constituye una mera amenaza a la institucionalidad democrática, es un signo de la acción arrasadora, un síntoma de aquello de lo que es capaz de representar la violencia fascista.
Una vez más agitamos las banderas, como aquellas que flameaban en la Piazza del Popolo, una plaza como tantas en nuestra arquitectura americana popular, y que como advertencia cada 1º de mayo recitaban: “El fascismo no es una opinión. Es un crimen”. Sobre el 17 de Octubre, esa consigna es nuestro signo de resistencia, que nos invita a confluir de nuevo en la obra de emancipación que siempre inicia.
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